Por Alfredo Serrano Mancilla
En un reciente artículo, el premio Nobel
de Economía Paul Krugman usó el término “fanatical centrists” (centristas
fanáticos) para identificar a los políticos que buscan situarse en el justo
medio entre dos extremos opuestos. Lo interesante de este enfoque es que afirma
que los centristas fanáticos no ocupan verdaderamente el centro ideológico,
debido fundamentalmente a que las propuestas conservadoras están mucho más
escoradas que los planteamientos progresistas. Dicho de otro modo: si la
extrema izquierda representa el 0 y la extrema derecha el 10, los políticos
conservadores realizan propuestas habitualmente en valor promedio 9 y, en
cambio, los políticos progresistas se sitúan más próximos al 3. De tal manera
que el justo medio deja de estar en el valor 5 para convertirse en el 6, es
decir, algo más a la derecha que el verdadero centro ideológico.
Si miramos hacia Argentina y
buscamos ubicarnos en el “centro”, entre la política económica de Mauricio
Macri y del kirchnerismo, seguramente nos encontraremos más escorados hacia la
derecha de lo que creemos. Es decir, opciones encabezadas por Sergio Massa o
Roberto Lavagna no constituyen ningún centro, sino que son el resultado de una
polarización asimétrica en la que la propuesta de Cambiemos está mucho más inclinada
hacia el extremo neoliberal de lo que el kirchnerismo está en el sentido
inverso. Por ejemplo, en el caso de la deuda: el macrismo endeudó mucho más de
lo que se pudo desendeudar en la “época K”; si observamos con la industria,
ocurrió algo similar: el macrismo destruye a mayor velocidad de lo que se pudo
ir industrializando en la anterior gestión; en términos financieros, el
macrismo giró más a la derecha de lo que el kirchnerismo pudo hacer políticas
progresistas en esa dirección. Así que colocarse en el medio de estas dos
opciones dominantes en Argentina es posicionarse más cerca de un extremo que
del otro, esto es, carece de la imparcialidad de la que presumen las nuevas
propuestas centristas.
Algo similar ocurrió con
Lenín Moreno en Ecuador, que se autopresentó como apaciguador en tiempos de
confrontación. Nuevamente, esta supuesta equidistancia acabó desembocando en un
proyecto más derechizado de lo imaginado. La ambigüedad inicial de Lenín no
fue, en absoluto, una buena consejera para fungir como equilibrista entre una
derecha que cada día se radicaliza más en sus planteamientos morales y un
progresismo que propone (y propuso) todo lo que fue posible en un mundo en el
que los límites están marcadísimos por superestructuras internacionales y por medios
de comunicación que imponen matrices conservadoras. Se demostró así, también en
Ecuador, que el centrismo fanático de Lenín camufla una posición económica más
acorde con el neoliberalismo del Fondo Monetario Internacional y más que
regresiva en términos de derechos para la ciudadanía.
Lo sucedido en Argentina y en
Ecuador no son excepciones. La regla general es la emergencia de este centrismo
fanático en Latinoamérica, que retoma y actualiza aquello que en su momento fue
considerado como “tercera vía”. Cualquier exponente de este centrismo fanático
goza del apoyo mediático. Siempre son presentados como candidaturas amigables
en base a la idea-fuerza de la no polarización, de estar supuestamente en el
centro. Así ocurre con Lavagna-Massa en Argentina o Lenín en Ecuador, Julio
Guzmán y George Forsyth en Perú, Carlos Mesa en Bolivia, Henry Falcón en
Venezuela o el actual presidente Nayib Bukele en El Salvador. Incluso lo
hicieron con Juan Manuel Santos en Colombia. En realidad, tienen un cierto aire
a Poncio Pilatos: se lavan las manos ante cualquier conflicto y llegan hasta a
condenarlo, como si la política no fuera eso, conflicto y confrontación de
ideas.
La consecuencia directa de
este centrismo fanático es la reordenación del campo de la política, inclinando
la cancha hacia el extremo conservador, transformando la geometría política y
resituando el justo medio en un lugar cada vez más alejado de los principios
más progresistas y posneoliberales. De esta manera, muchas veces se corre el
peligro de creer que estamos ante propuestas equilibradas de centro cuando en
verdad son más propias del paradigma conservador, aunque no sean tan radicales.
Los centristas fanáticos son de facto una fórmula política que ha llegado para
quedarse. El objetivo es sustituir a los extremos para inclinarse más hacia el
neoliberalismo y conservadurismo en detrimento del progresismo y las propuestas
posneoliberales.