LA MEJOR GARANTÍA PARA QUE SE RESPETEN NUESTROS DERECHOS ES CON NUESTRA ORGANIZACIÓN, FORMACIÓN Y MOVILIZACIÓN DE MANERA INDEPENDIENTE, DEMOCRÁTICA, SOLIDARIA Y UNITARIA

Puerto Rico: campo de pruebas de los millonarios criptoutópicos


Nuevos ricos del bitcoin, animados por los incentivos fiscales, desembarcan en la isla con el sueño de crear una sociedad basada en el dinero virtual

Por Chloe Watlington (The Baffler)

“Comeros un arco iris, les dijo”, comentan Major Dream y Robert Anderson apoyados en el bar del Monastery Hotel de Viejo San Juan, mientras ríen a carcajadas. Están contando la historia de cómo reaccionó el multimillonario de bitcoin, Brock Pierce, cuando cuatro mujeres jóvenes interrumpieron #RestartWeek, el congreso que él y sus amigos celebraron el pasado mayo. El encuentro tenía como invitados a inversores en criptodivisas para que cayeran sobre Puerto Rico con el objetivo de construir una tecnoutopía, tras el huracán que arrasó la isla. Robert repitió la frase: “Comeros un arco iris; fue la cosa más amable y más respetable que podía haberles dicho”.

A Pierce y a sus colegas criptopotenciadores los conoce ya todo el mundo en el barrio, desde que apareció en el artículo del New York TimesConstruir una criptoutopía en Puerto Rico” y detalló sus planes para crear una infraestructura de cadena de bloques [un registro virtual contable que es la base de las monedas virtuales] para cambiar el concepto de ciudad. Sin embargo, las preocupaciones filantrópicas son lo último que tiene Pierce en la cabeza. De Puerto Rico le sedujo que el dinero era justo y que los riesgos eran pocos. En un intento por rescatar su economía, la isla está ofreciendo exenciones fiscales a individuos con un elevado patrimonio: pueden reducir enormemente su carga fiscal si están dispuestos a establecer su residencia en la isla.

Es dinero gratis para gente con mucho dinero y sirvió para infundir en los criptosectarios un inquebrantable optimismo en sus planes de inversión, a pesar del regreso inminente de la temporada de huracanes y los altos niveles de deuda del gobierno municipal, que no hace más que devorar la economía financiera de Puerto Rico. Antes de que acabe la noche, los criptosectarios repetirán en varias ocasiones que el artículo del Times es la razón de que aproximadamente una media docena de inversores y emprendedores con ideas afines lleguen cada semana al Monastery Hotel, con dinero y planes de negocio en mano.

“PARA LOS ASTUTOS CRIPTOSECTARIOS, LA ISLA ES ALGO ASÍ COMO UN LIENZO EN NEGRO QUE TIENEN PREVISTO ADORNAR CON SUS CABLES, DRONES Y CADENAS DE BLOQUES

Major Dream (uno de los muchos alias que tiene) es uno de tantos que ha llamado a la puerta de Pierce desde febrero, aunque Dream no es un criptosectario. “Todo el mundo aquí tiene algún proyecto lucrativo de algún tipo”, explica, “el mío es la comida saludable”. Es el mentor de wellness e instructor de yoga de los criptosectarios. Debajo de una larga camiseta color lavanda sobre la cual reposan un montón de collares de cuentas surgen unas torneadas y alargadas piernas. Dream levanta cuatro dedos y explica que su filosofía son las cuatro M: “Mujeres, marihuana, merlot y mundo wellness”, mientras picotea un filete de pastoreo, que baja con un vaso de limonada filtrada con carbón activado.

Sobre la barra del bar donde compartimos historias se aglomeran cartuchos de e-cigarros y suplementos vitamínicos. Mientras en las aceras y en las tiendas reconvertidas en discotecas del resto de la isla se baila al ritmo de bomba y de plena, en los altavoces de la brigada criptosectaria suena Nirvana a todo trapo. Sin embargo, me aseguran que su intención es “hacerlo a la manera de Puerto Rico”, en cuanto hayan acumulado el capital de inversión necesario para poner en funcionamiento el gran criptoexperimento. Los criptosectarios planean sustituir la infraestructura material desgastada y abatida por las tormentas por planes de negocios tecnológicos, que servirán para probar la validez del concepto a sus amigos inversores del continente: gestionar el gobierno gastando menos, mediante cadena de bloques; gestionar planes de seguros para huracanes, también mediante cadena de bloques; y montar plataformas de lanzamiento de SpaceX. La relación de cualquiera de estas cosas con las preocupaciones de los puertorriqueños no es algo que salte a la vista.

Pero los criptosectarios se muestran impasibles. Las mujeres que interrumpieron #RestartWeek y la avalancha de mala prensa que han recibido los organizadores del congreso, desde su punto de vista, están equivocadas (y es algo que piensan que podrán superar con el tiempo). Dream, un neoyorkino, se pone pálido de repente cuando recuerda la interrupción: “¡Son de Nueva York!”, exclama. ¿Significa eso acaso que su participación en el futuro de la isla es menor?

Cadenista de bloques

En la actualidad, tras varias décadas de emigración continuada, hay más gente con ascendencia puertorriqueña viviendo en EE.UU. que puertorriqueños en la isla. Aun así, los lazos entre los emigrados y los isleños siguen siendo fuertes, como demuestra el flujo estable de dinero que envían los expatriados económicos a la patria puertorriqueña. Los criptosectarios prefieren pensar que el huracán ha despejado la isla en honor a su llegada. Para los astutos criptosectarios, la isla es algo así como un lienzo en negro, tan real como virtual, que tienen previsto adornar con sus cables, drones y cadenas de bloques, con la intención de probar algunos nuevos y extraños trucos que acabarán con la pobreza, y que se van inventando sobre la marcha. De manera incomprensible, a la vanguardia de las medidas antipobreza se encuentra el pregonado plan de seguros para huracanes, que vincula las indemnizaciones del seguro con el valor de las criptomonedas y que parece, por tanto, diseñado exclusivamente para quebrar cuando más se necesite.

De todos modos, en realidad, el método de inversión que ofrece la élite de la cadena de bloques no tiene nada de nuevo: la isla ya ha sufrido una serie de ciclos cortos de burbujas y quiebras, atizados por las cambiantes maniobras políticas del Congreso de EE.UU. (donde haría falta recordar que Puerto Rico, un territorio estadounidense desde 1898, todavía carece de representación). Las rebajas impositivas ofrecen incentivos periódicos desde el continente para realizar inversiones, con medidas como la iniciativa denominada “Operación Arranque” que se llevó a cabo en 1947. Por lo general, estos programas de enriquecimiento para inversores dejan desolación tras su paso cuando concluyen los incentivos y el capital se esfuma. Luego, el gobierno municipal se queda con un saco lleno de deudas, en una sombría dinámica que tras el paso del huracán María y el descenso hacia la bancarrota de la isla en 2017 se está materializando con una dureza excepcional.

El gobierno de Puerto Rico ya estaba en abultados número rojos y la economía de la isla ya estaba tambaleándose antes de que les golpeara el huracán. Hoy en día, los puestos de la playa han vuelto a vender gafas de sol y camisetas (lo habitual de un paraíso insular), pero ahora las camisetas dicen cosas como “Fuerte PR”, en un intento por devolverle el ánimo a la población nativa de una isla en dificultades, que además carga con una infraestructura en ruinas y una deuda que no para de aumentar.

Los días que llueve por la noche, el sistema de alcantarillado no da abasto y rebosa hacia la calle. En Caguas, no muy lejos de la capital, muchos habitantes no volvieron a tener electricidad, es decir, aire acondicionado y ventiladores, hasta agosto de 2018, unos once meses después de que María tocara tierra. El calor veraniego es sobrecogedor, sobre todo por las noches cuando no hay forma de escapar de él, pero estos no son solo los efectos de un desastre natural, sino que desde hace décadas caen sobre la isla oleadas de austeridad que erosionan más aún los ya dilapidados servicios públicos, mediante diversos programas de inversión proveniente del continente, que cuando quiebran y son resucitados a muy corto plazo, se van sin abordar los crónicos males estructurales de la economía de Puerto Rico.

Capitalismo del desastre

Robert Anderson está más familiarizado con los problemas del gobierno municipal que muchos de los criptopotenciadores de la isla, aunque sigue conservando la casi mesiánica fe de las élites tecnológicas en que los problemas pueden solucionarse en lo que tarda en encenderse una app. Anderson es un arquitecto de sistemas que trabaja para la oficina del gobernador en Puerto Rico, y se autodenomina un criptólogo de la vieja escuela. “Estaba jugando al polo en Menlo Park cuando estalló la burbuja de las puntocom”, explica. Después de realizar una gira por diversas empresas de Silicon Valley, Anderson siguió a los contratistas de defensa hasta Dallas. Llegó a Puerto Rico hace seis años, después de un corto período en Panamá (un “lugar bastante estratégico”, apunta).

Cuando Anderson llegó a Panamá, el país ocupaba el puesto 62 en la clasificación del PIB per cápita. Estaba allí para sacar provecho de esa situación, y lo hizo proporcionándole a la industria de telecomunicaciones una evaluación del potencial inversor de Panamá. Supervisó la actualización de las anticuadas redes del país mediante un internet más rápido y una infraestructura de cadena de bloques. ¿Para qué? “Para ver dónde pueden realizarse inversiones”. La reciente apertura de una embajada de cadena de bloques en Panamá (una tienda integral de propiedad privada que sirve para difundir la criptoevangelización, que hasta tiene productos con la marca bitcoin y un cajero automático de criptomonedas), demuestra el alcance del éxito que tuvo. Hoy en día, se dice que Panamá está entre los diez primeros países en criptoinnovación y presume de tener uno de los climas de inversión más dinámicos del mundo para las ofertas de venta de monedas (ICO por sus siglas en inglés), según la página web Hacker Noon.

En Puerto Rico, Anderson considera que su rol es el de un restaurador del orden. Su pasado en ingeniería y el ejército le convierte en un excelente solucionador de problemas. Un equipo de la BBC lo acompañó en su 4×4 cuando se dirigía hacia el interior de la isla con suministros médicos y una doctora, Sally Priester. El documental reproduce el espíritu hagiográfico de tantas otras historias de ayuda externa, pero Priester, entre bambalinas, ofrece un retrato muy diferente: Anderson utilizaba sus expediciones humanitarias para obtener publicidad, afirma, y vertía “lágrimas de cocodrilo” sobre el destino de los habitantes locales mientras se hacía colega de los funcionarios del gobierno; esas relaciones después facilitaron que pudiera replicar en Puerto Rico la misma estrategia que empleó en Panamá.

En 2016, un año antes de que el huracán golpeara la isla, el gobierno se había quedado sin dinero para pagar sus deudas. De acuerdo con Anderson, eso sucedió porque la nómina del sector público era sencillamente demasiado elevada, el típico diagnóstico que predica la mayor parte de la clase tecnológico-inversora mundial. Anderson suele hablar del sector público como un milenial que describe cuántos archivos guarda su abuela directamente en el escritorio del ordenador; él está ahí para suprimirlos. En el pasado, Anderson dirigió un equipo de criptosectarios que contactó con la Junta de Educación de EE.UU. para conseguir financiación. Consiguieron que la junta accediera a “pagar nuestro sueldo con dinero que descubriéramos que estaba mal invertido”, y su equipo encontró en poco tiempo “que se estaban gastando 350.000 dólares al año en licencias de programas que nunca se habían abierto”.

Si fuera por Anderson, habría que reiniciar todo lo que hay en la isla. No tiene ningún problema en cerrar cientos de escuelas: “Había demasiadas, demasiado juntas, porque es una colonia y todos los niños solían ir caminando a la escuela del barrio. Ahora que se han renovado las carreteras, ya no hacen falta tantas escuelas”. Estas y otras historias similares de exuberancia colonial excesiva y gestión inadecuada se le cuentan a cada nuevo criptosectario que llega, como si fueran una especie de cuento de campamento sobre la miseria nativa y la desatención, y sirven para subir el ánimo del entrante cuerpo tecnológico que se convertirá en la próxima gran esperanza blanca. Y todos comparten la misma idea fundamental: que el gobierno no tiene ni idea de lo que hace. Este mensaje sirve también como la misión declarada de los criptosectarios: hacer que todo funcione de manera más organizada y, al mismo tiempo, conseguir que el resultado de las inversiones sea lo más positivo posible. El único defecto que tiene esta vertiente del prototípico evangelio disruptor criptosectario es que yerra al señalar el principal problema que yace detrás de la prolongada depresión económica de Puerto Rico; y es imposible arreglar un problema que no se entiende.

Crisis en modo automático

El profesor de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico y candidato gubernamental, Rafael Bernabé, posee un conocimiento más matizado sobre la difícil situación de la isla: “Hay que ver la crisis que atraviesa Puerto Rico como algo que tiene muchas capas”. La primera capa es evidente: el daño que ha causado el huracán María. Por debajo de esa capa está la crisis de deuda, que dio pie en 2017 a la quiebra municipal más pronunciada de la historia de Estados Unidos. Tras décadas de empeoramiento del déficit, la isla debe actualmente 74.000 millones de dólares a un variado grupo de titulares de bonos, entre los que se encuentran los pensionistas del continente. La mayoría de los observadores suponen que tanto una quita de la deuda como la devolución de la misma son impracticables y, por ese motivo, en lugar de buscar una solución duradera, se reestructura periódicamente la economía de la isla. Y esa es la capa más profunda de la crisis: durante más de un siglo, la economía de Puerto Rico se ha estructurado y reestructurado para satisfacer las necesidades cambiantes de las empresas estadounidenses.

“DURANTE MÁS DE UN SIGLO, LA ECONOMÍA DE PUERTO RICO SE HA ESTRUCTURADO Y REESTRUCTURADO PARA SATISFACER LAS NECESIDADES CAMBIANTES DE LAS EMPRESAS ESTADOUNIDENSES”

El azúcar fue la primera industria que transformaron radicalmente los inversores estadounidenses después de que EE.UU. adquiriera la isla como resultado de la guerra contra España. Esas inversiones también estuvieron precedidas de un huracán terrible, San Ciriaco, que acabó con la cosecha de café en 1899. Cuando llegó a Puerto Rico el primer gobernador civil de EE.UU., Charles Herbert Allen, su primera decisión fue aumentar drásticamente los impuestos a la propiedad de los agricultores para apartarlos de la producción. Muchas personas perdieron sus tierras y algunas encontraron trabajo en las plantaciones de azúcar. Esa fue la gran idea de Allen.

Mientras ocupaba el puesto de gobernador, Allen mandó a un equipo de viaje por la isla para tomar muestras de la tierra y averiguar cuáles eran las zonas más fértiles, aunque no se quedó el suficiente tiempo como para conocer cuáles fueron los resultados. Después de apenas 17 meses, Allen renunció a su puesto en Puerto Rico y cuando volvió a aparecer estaba en Wall Street, con nuevos amigos y grandes ideas para el futuro de la isla. Gracias a las facilidades que ofreció para conseguir tierras cultivables, irrigación, ferrocarriles y tarifas favorables para las importaciones hacia Estados Unidos, Allen no tardó en convertirse en presidente de la American Sugar Refining Company, actualmente conocida como Domino Sugar.

Se habían eliminado las plantaciones de café de la isla para abrirle paso al cártel del azúcar, un gesto que provocó un penoso legado de desigualdad estructural, en el que terratenientes millonarios actuaban como caudillos sobre una fuerza de trabajo mal pagada que trabajaba en las plantaciones de caña de azúcar. Sin embargo, la burbuja del azúcar no se prolongó durante mucho tiempo. En la década de 1920 y de nuevo en los años de la depresión de la década de 1930, los precios del azúcar disminuyeron y provocaron una adversidad generalizada. Incluso durante los años buenos, cuando la producción de azúcar acaparaba la isla, las grandes plantaciones desbancaron a muchos agricultores pobres y, en consecuencia, amplios sectores de la población se quedaron sin tierras. En medio de ese contexto, el movimiento a favor de la independencia de Puerto Rico empezó a adquirir fuerza. En 1950, se produjo un alzamiento nacionalista que sacudió a la isla, pero que fue sofocado con violencia. Y en la década siguiente, muchos molinos de caña de azúcar abandonaron la producción o vieron cómo menguaban sus ganancias.

Para entonces, ya había otra burbuja en proceso. En las décadas de 1950 y 1960, la “Operación Arranque” transformó drásticamente la vida por segunda vez. En 1947, la “Ley de Incentivos Industriales” hizo que los fabricantes estadounidenses no tuvieran que pagar impuestos por las ganancias que obtenían en Puerto Rico. Como la isla era parte del territorio de EE.UU., las empresas también estaban exentas de aranceles y restricciones a las importaciones hacia Estados Unidos. Sin embargo, aunque operaran en suelo estadounidense, esas mismas empresas también estaban exentas de respetar las leyes federales del salario mínimo. A raíz de estos incentivos, la isla se convirtió en el destino ideal para las empresas que buscaban mano de obra barata. Las corporaciones estadounidenses instalaron fábricas para procesar alimentos, montar juguetes, coser camisetas y liar cigarrillos.

“PUERTO RICO SIRVIÓ COMO BANCO DE PRUEBAS DE LAS ACTUALES CADENAS DE SUMINISTRO, QUE UNEN A EMPRESAS DE ALTA TECNOLOGÍA DE CALIFORNIA CON PLANTAS DE PRODUCCIÓN Y MONTAJE EN CHINA Y MÉXICO”

La economía de Puerto Rico creció rápidamente durante ese período, pero la tasa de desempleo nunca bajó del 10 %. Nunca había suficientes trabajos en la manufactura ligera para todas las personas que lo necesitaban. Los niveles de desempleo de la isla habrían sido más elevados si no hubiera sido por el éxodo en masa que se produjo hacia el continente, donde los puertorriqueños fueron en busca de mejores oportunidades en los barrios de Nueva York y Chicago. La mayoría de los inmigrantes siguió siendo pobre, pero al menos en el continente sus salarios estaban protegidos por la ley federal del salario mínimo.

Mientras tanto, en la isla, la Operación Arranque estaba plantando las semillas de su propia destrucción. De hecho, Puerto Rico sirvió como banco de pruebas de las actuales cadenas de suministro, que unen a empresas de alta tecnología de California con remotas plantas de producción y montaje en China y México. Puerto Rico supuso la validación del concepto de la producción mundial integrada e impulsó la apertura de zonas de procesamiento exportadoras en Taiwán, Corea del Sur e India a mediados de la década de 1960. A medida que iniciaban su andadura las otras sedes (que ofrecían los mismos incentivos para el capital entrante junto con una mano de obra todavía más barata), la producción en Puerto Rico parecía cada vez menos atractiva. Las actividades de manufactura ligera continuaron hasta mediados de la década de 1970, pero cuando se produjo la recesión internacional de 1974 y las empresas tuvieron dificultades para rebajar costes, muchas de ellas abandonaron la isla para siempre.

Los timos que preceden a la tormenta

En las décadas subsiguientes, la tasa de crecimiento económico de Puerto Rico se desaceleró significativamente y pasó de ser un 7% al año durante la década de 1960 a ser solo un 1,6 % al año entre 1970 y 1990. Además, los males subyacentes de la economía de Puerto Rico eran mucho peores de lo que sugieren estas cifras. Tras el agotamiento de la Operación Arranque, el gobierno puertorriqueño intentó utilizar otros muchos trucos para atraer de nuevo a las empresas estadounidenses. Ofrecía todo tipo de reducciones impositivas. El principal artículo que exportaba Puerto Rico durante este período fueron los trucos de magia financieros: la fijación de los precios de transferencia permitió a las empresas afirmar que obtenían ganancias libres de impuestos por las ventas que hacían en Puerto Rico, cuando en realidad lo que hacían era no pagar impuestos por las ganancias que obtenían en el extranjero. Estos ardides contables evitaron al menos que la isla descendiera hacia el abismo, pero evidentemente tampoco proporcionaron casi ninguna estabilidad ni prosperidad duradera para la clase media y trabajadora de Puerto Rico.

El verdadero estado de la economía durante esta época se refleja claramente en la tasa de desempleo, que creció hasta alcanzar un 15 % durante la crisis de la década de 1970, y más tarde hasta un 20 % durante la década posterior. En ese momento, había tantos trabajadores sin motivación para buscar trabajo, que nadie sabía a cuánto ascendía en realidad la tasa de desempleo. Incluso hoy en día, que la tasa de desempleo está de nuevo por debajo del 10 %, Bernabé explica: “La gran mayoría de la gente ni siquiera forma parte del mercado de trabajo, porque no tienen ninguna esperanza de encontrar un empleo”.

“LA GRAN MAYORÍA DE LA GENTE NI SIQUIERA FORMA PARTE DEL MERCADO DE TRABAJO, PORQUE NO TIENEN NINGUNA ESPERANZA DE ENCONTRAR UN EMPLEO”

Para poder sobrevivir, los puertorriqueños dependen cada vez más de las transferencias del gobierno federal de Estados Unidos, en particular de los cupones de comida, a los que los isleños lograron finalmente acceder a comienzos de la década de 1970. Al mismo tiempo, el gobierno puertorriqueño también continuó recibiendo financiación federal para desarrollar sus funciones. Los programas de trabajo federal se duplicaron entre 1970 y 1990. Muchos de estos trabajos probablemente fueran innecesarios, como señalan repetidamente Anderson y otros criptosectarios, pero el gobierno puertorriqueño no era tan manifiestamente idiota como pretende afirmar la nueva y atrevida cohorte de disruptores digitales, sino que más bien la burbuja de trabajos federales fue la clásica medida de estímulo, que siguió la tradición de tantos otros períodos compensatorios de expansión gubernamental de otras economías, cuyo más reciente ejemplo es la que se produjo durante la crisis de 2008.

Las cosas comenzaron a hacerse manifiestas cuando las rebajas impositivas por operar en Puerto Rico desaparecieron entre 1996 y 2006. Las empresas del continente se apresuraron a liquidar sus activos y a huir. Como estas empresas no habían producido nada que se pareciera a un crecimiento genuino en la economía tradicional, el éxodo corporativo estadounidense dejó tras de sí una serie de barrios que parecían listos para su demolición. Según las palabras de Bernabé: “Una muleta rota no fue de gran ayuda, pero comparado con eso, no hay nada peor”. Después de 2006, la isla quedó sumida en un círculo vicioso de deuda creciente y medidas de austeridad decretadas a instancia de los titulares mundiales de bonos. Y entonces llegó el huracán.

La tierra de los objetos perdidos

Mientras camino por San Juan, veo ruinas de todos estos períodos de desarrollo económico impresos en el paisaje. En el barrio de Viejo San Juan, hay un Caribe Hilton, edificado como monumento al optimismo de la época de la Operación Arranque. Según dicen, ahí se inventó la piña colada. Los rumores cuentan que el criptotitán Brock Pierce está intentando comprar el edificio. Al oeste y al sur de la isla se pueden ver antiguas refinerías oxidadas, carcasas de fábricas abandonadas y molinos de azúcar en desuso desde hace tiempo. El paisaje sureño de óxido y ruina es el lugar donde el presidente Trump quiere ahora tender un gasoducto que los activistas medioambientales de la zona ya han bloqueado en dos ocasiones durante la última década.

Puerto Rico también ha sido arrasado de otras maneras. Uno de los ejemplos más perversos es el caso del programa de esterilización en masa que se llevó a cabo aquí entre las décadas de 1930 y 1970. Los demógrafos querían resolver el desempleo frenando el crecimiento de la fuerza de trabajo, en lugar de hacerlo mediante la creación de trabajos. Se esterilizó a muchas mujeres sin su consentimiento. Más tarde, en la década de 1950, se utilizó de nuevo a mujeres pobres y analfabetas como conejillos de Indias: la FDA aprobó los ensayos clínicos para desarrollar píldoras anticonceptivas, que contenían altísimas dosis de hormonas.

Hoy en día, la isla sigue estando atrapada en el mismo punto. Al igual que sucede en otras partes, la estrategia principal de Puerto Rico para impulsar el desarrollo económico (utilizar los incentivos fiscales para atraer a inversores que pretenden, a su vez, obtener mayores ganancias) sigue siendo la misma, pero ahora se implementa sobre una fuerza de trabajo más barata y dócil. Los últimos emolientes para los inversores mundiales son las leyes 20 y 22 de Puerto Rico, cuyo objetivo es convertir la economía asolada por la deuda de la isla en un paraíso fiscal para los gerentes de los fondos de riesgo y para otros individuos con un elevado patrimonio. Maritza Stanchich, también profesora de la Universidad de Puerto Rico, explicó en crudo cuáles son los costes ocultos de esos obsequios: “las leyes 20 y 22 de Puerto Rico, en vigor desde hace ya varios años, han seducido a cientos de multimillonarios estadounidenses para que fijen su residencia en Puerto Rico durante seis meses al año, para evitar pagar el IRPF o el impuesto sobre las ganancias de capital durante 20 años, además de que pagarían un bajo impuesto de sociedades si decidieran emprender un negocio aquí”.

A esto, Stanchich añade que “los oportunistas de las criptodivisas que escupen arrolladoras visiones al estilo de Ayn Rand son los advenedizos que más se ven”. Por supuesto, la tecnología de la cadena de bloques no es el verdadero problema, propiamente dicho. El problema es que, al igual que sucedió en el pasado, los habitantes del continente están llegando para utilizar Puerto Rico como su laboratorio personal. Se van en cuanto finalizan sus experimentos, sin haber invertido de manera general en la gente y en la tierra; y también sin haber aportado (gracias a lo dispuesto en las leyes 20 y 22) los más mínimos impuestos para contribuir con el erario público. Ante la falta de cualquier plan para cultivar y mantener la inversión a largo plazo, el desempleo se ha convertido en un lastre crónico para las previsiones de crecimiento de la isla.

Sobretrabajados

¿Cómo planean los criptoutópicos resolver el problema de la falta endémica de trabajo? No es que no lo hayan pensado, sino que más bien lo que sucede es que piensan en ello de la misma manera facilona con que enfocan cualquier otro problema: como un escenario de disrupción. Los criptosectarios me explican que la “fuga de cerebros” es uno de los mayores desafíos: la gente joven recibe una educación en Puerto Rico, pero cuando ven que no hay trabajos para ellos, se van y se llevan su conocimiento, habilidades y potencial para generar ingresos. Esa es una de las razones principales, afirman, de por qué la población de la isla ha disminuido poco a poco desde principios de la década de 2000. (Algunos estudios sobre estadísticas migratorias discuten esta afirmación).

Como respuesta, Pierce y los demás criptopotenciadores han fundado dos empresas emergentes a pequeña escala en Puerto Rico. No hace mucho tiempo, Red Cat contrató a ocho puertorriqueños que habían terminado recientemente sus estudios de ingeniería en el continente. Estas contrataciones forman parte de un pequeño equipo que está diseñando cajas negras para que los drones graben y suban datos a la cadena de bloques. Cuando finalizaron las últimas rebajas fiscales en 2006, la fuga de capitales se reanudó con fuerza y la resultante contracción del mercado de trabajo supuso que unos 525.769 puertorriqueños abandonaran la isla en los diez años subsiguientes. O lo que es lo mismo, los jefes de Red Cat están todavía a poco más de medio millón de empleos de conseguir dar la vuelta al negro panorama laboral.

“ES UNA HISTORIA CONOCIDA: SE ATRAE A LA CIUDAD A EMPRESAS TECNOLÓGICAS CON PROMESAS DE REDUCCIONES FISCALES, PERO ESTAS GENERAN UN REDUCIDO NÚMERO DE EMPLEOS”

La otra startup financiada con criptodivisas, Dronazon (básicamente drones más Amazon) está trabajando con la FAA (Administración Federal de Aviación) para desarrollar rutas de reparto para drones. Estos drones transportarán paquetes de unos 9 kg desde el aeropuerto Isla Grande hasta Arecibo. Desde el tejado del Monastery Hotel, Anderson dibuja la ruta aérea con sus manos: “desde este lugar a este otro”. Mientras lo hace, me imagino una procesión de drones como libélulas atrapando jabón de manos y papel higiénico y desapareciendo en el horizonte. Al igual que Red Cat, Dronazon creará varios empleos tecnológicos muy bien pagados, pero en tanto que programa generador de trabajo neto, no parece ser más que un cauce seco en el mejor de los casos; los empleados trabajarán desarrollando tecnologías cuyo objetivo es eliminar un mayor número de empleos a medida que crece la empresa.

Por el momento es una historia conocida: se atrae a la ciudad a empresas tecnológicas con promesas de reducciones fiscales, pero estas generan un reducido número neto de trabajos. Edifican su propia infraestructura de cafeterías y buses con WiFi, mientras el alquiler de los pisos sube y los antiguos residentes ya no pueden permitirse vivir en sus propias ciudades. No es de extrañar que los isleños se muestren escépticos. Yo tampoco tengo muy claro cómo conseguirán Red Cat y Dronazon resolver el problema de la fuga de cerebros. Los criptosectarios también están sentando las bases de Spaceport, que servirá para construir una lanzadera de cohetes: quizá para crear trabajos en el espacio.

En cualquier caso, hay algo que está muy claro: los criptosectarios seguirán acumulando grandes cantidades de capital en el camino. En marzo de 2017, la Ley 22 se modificó para que incluyera el requisito de que los inversores realizaran contribuciones de al menos 5.000 dólares a empresas sin ánimo de lucro que operen en el país. La fundación Restart de Pierce se ha puesto en marcha para recolectar esas donaciones. Cada nueva oleada de criptosectarios aporta su parte. En una sola noche, vi como llegaban una nueva docena de tipos, todos con su camiseta almidonada y su amplia sonrisa. Anderson me contó que el dinero donado también se canalizará hacia la fundación de la Dra. Sally Priester.

“Eso no es cierto, Chloe”, me asegura más tarde la doctora. “La última vez que hablé con el Sr. Anderson fue el 17 de julio en mi oficina. Antes de esa ocasión, hacía varios meses que no hablábamos. No sabía que estaba trabajando con el Sr. Brock. Si es así, nada bueno puede salir de ahí”. Priester afirma que quiere que los criptosectarios hagan públicos sus datos para ver si realmente están ayudando en la reconstrucción. “Espero que no estén recaudando dinero en Puerto Rico, o en el mundo, en nombre de la reconstrucción de Puerto Rico”. A medida que crece la ira en su voz, enfatiza la evidente distinción entre la versión que tienen los criptosectarios de la recuperación puertorriqueña y la suya propia: “Yo trabajo duro en esta isla y pongo toda la carne en el asador para poder seguir haciendo lo que estoy haciendo, para conseguir el cambio que queremos para Puerto Rico”.

De regreso en Viejo San Juan, Major Dream y Robert Anderson siguen hablando largo y tendido sobre disrupción, como de costumbre. No paran de repetir con insistencia una intrigante frase: “No se puede convertir una tortilla en huevos otra vez”. Parece una desvirtuada traducción del viejo dicho atribuido (por error) a Iósif Stalin sobre que no se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos. De camino a casa, me bajo una copia del libro sobre el que los criptosectarios juran, según afirma un asistente, El internet del dinero (Volúmenes 1 y 2), del evangelizador del bitcoin Andreas Antonopoulos. Está dedicado a “la comunidad bitcoin” y, en cierto sentido, la comunidad le devuelve la dedicación: entre sus páginas descubro la misma frase sobre las tortillas. Y en una transcripción de su canal de YouTube que se encuentra reimpresa en el libro, se deja transportar por un resurgimiento de la promesa de disrupción milenial: “¿Queréis disrupción?, grita, “¡Yo traigo disrupción!”.

Entonces me quedo reflexionando sobre las legiones de criptosectarios que actualmente fluyen hacia la primera línea del ámbito económico de Puerto Rico bajo el influjo de una sarta de consignas y eslóganes desvirtuados que se hacen pasar por planes de negocios. Y de repente siento nauseas al comprender lo que puede significar comerse un arco iris.