Por Jorge Majfud

Por entonces, a pesar
de los múltiples ejemplos de recientes dictaduras capitalistas en América
Latina, el dogma triunfante era la eucaristía entre el capitalismo y las
democracias liberales a un punto que se confundía una con otra de la misma
forma que se confundía socialismo con dictadura. Ambas confusiones que
cualquiera puede detectar hoy en día en cierta clase de estadounidenses (o
desesperados candidatos a serlo) anestesiados en los medios cada día, en los
bares los sábados de noche y en las iglesias donde van a lavar los trapos
sucios los domingos por la mañana.
Los heraldos de ese
orden neoliberal y de pensamiento único nunca se imaginaron que unas décadas
después estaríamos viviendo en un nuevo casamiento promiscuo entre la última
forma de capitalismo y las nuevas variaciones de democracias antiliberales y, en casos,
entre capitalismo y comunismo, como es el caso de China. El capitalismo ha sido
un habilidoso promiscuo, capaz de mantener relaciones carnales con sus más
impensados antagónicos, como lo fueron el cristianismo, las democracias
liberales y el comunismo. No es casualidad ni es un fenómeno extraño. Si por
algo se caracterizan los fanáticos de cualquier religión es por contradecir sus
propias raíces para servir a sus propios intereses. Hoy en día, por ejemplo,
son los cristianos conservadores quienes más obsesionados están en demonizar a
los de abajo. Todos los grupos sociales siempre temen más a los de abajo que a los de arriba que los gobiernan y explotan. Pero en
el cristianismo capitalista llega a la patología de demonizar a los más débiles
de una sociedad (los pobres, los inmigrantes) y a arrodillarse indulgentes ante
los más ricos y poderosos que hacen y deshacen el gobierno y el país a su
antojo. Una paradoja vergonzosa para los seguidores de un rebelde que vivió
rodeado de todo tipo de marginales y finalmente fue ejecutado por el poder
imperial del momento. Todo lo cual no sólo es una contradicción sino una
cobardía radical de quienes se asumen, como suelen repetir en el himno nacional,
individuos “en la tierra de los libres y en la casa de los valientes”.
Tampoco esto es
casualidad. Toda “narratura” es una máscara de una realidad que conviene
invisibilizar o travestir. Uno de los pilares básicos de la narrativa
neoliberal consistía en confirmar la “muerte de las ideologías”, como si la
suya fuese una expresión de las ciencias o de la naturaleza y no una ideología
en sí misma, una de primer grado. Claro que una de las fortalezas del
neoliberalismo y de su padre, el capitalismo, consiste en la simpleza casi
primitiva de sus fundamentos: creer que la libertad es una lluvia que cae sobre
todos por igual o adoptar mitos como el que afirma que si ayudamos a los ricos
a ser más ricos, algo de toda esa riqueza se derramará algún día a los de
abajo. Basta con un simple acto de fe y cierto entrenamiento pornográfico para
adoptar semejante fantasía.
Los otros pilares son
también contradictorios: el nacionalismo apela a un sentido de la neutralidad
ideológica. Esa bandera, que representa a España o a Brasil o a EE.UU., es la
misma siempre y, al representar a todos los ciudadanos, debe ser
neutral. Por supuesto, su uso y abuso narrativo no lo es.
Estas supersticiones
no difieren de aquella que afirma que las iglesias son políticamente neutrales,
que su objetivo y acción es la salvación de las almas y no de los cuerpos. No
hay nada más político que la pretensión de neutralidad política. Si hubo un
hombre político, en el sentido profundo de la palabra, ese fue Jesús, razón por
la cual fue ejecutado.
El dogma, la
ideología (neo)neoliberal a partir de los 70s, se podría resumir en los
siguientes mandamientos:
·
Privatiza. Los privados siempre lo hacen mejor
que el gobierno.
·
Reduce el maldito gobierno. Un momento. Reduce
solo aquellos programas que beneficien a las mayorías sociales, como salud,
educación, retiros, seguros de desempleo, canastas de alimentación, etc.
·
Austeridad ante todo (¿Han observado que
quiénes más recomiendan austeridad son los superricos?)
·
Militariza. No todo el gobierno es malo. Aumenta
el poder del ejército y la policía, que deben quedar en manos del gobierno
porque le asegura a los más ricos (especialmente desde el siglo XIX en América
Latina hasta hoy) estabilidad social ante las crisis que crean las políticas de
libertad desigual. (Desde los tiempos de la colonia, todos los alzamientos
sociales fueron provocados por las diferencias sociales del continente más
desigual del mundo).
·
Desregula, el trabajo de los de abajo y los
límites de inversión y desinversión de los de arriba. Los trabajadores serán
libres de irse sin sus trabajos y los inversores serán libres de irse con su
dinero.
·
Deja hacer. Elimina toda interferencia del
gobierno en la economía, excepto cuando éste debe acudir al salvataje de sus
sabios operadores del mercado. Los grandes inversores deben arriesgar seguro:
cuando aciertan, se llevan las ganancias por mérito propio; cuando se
equivocan, los gobiernos los salvan por vergüenza ajena.
·
Libera el mercado. Cuando las democracias neoliberales
no puedan contener el descontento popular, se debe garantizar esta libertad por
todos los medios, incluso con dictaduras militares. En realidad no es libertad
de mercado sino libertad de los capitales. Pero no lo
digas así.
·
Sacraliza y demoniza. Lloverás
narraciones dogmáticas que incluyan la demonización de toda alternativa y la
prevención de cualquier ejemplo alternativo. A los desastres sociales y
económicos, como en el Chile de Pinochet, llámalos Milagro.
·
Predica con el ejemplo. Las potencias
occidentales se encargarán de invadir y aplastar “malos ejemplos” que pudiesen
desafiar el dogma neoliberal, mientras los ejércitos vernáculos, como los de
Medio Oriente, África y América Latina se especializarán en reprimir a sus
propios pueblos, ya que prácticamente desconocen la guerra con otros ejércitos
nacionales. Para eso están los ejércitos centrales de Europa, Estados Unidos y,
pronto, China.
Todos estos preceptos
son altamente ideológicos por lo cual la pastilla no está completa sin su
cápsula, sin sus elementos ideoléxicos que consisten siempre en sustituir una
realidad por su símbolo opuesto.
Por ejemplo,
como anotamos al principio, para vaciar de
elementos progresistas o independentistas de bloques como el Mercosur se
recurre (Macri, Bolsonaro, etc.) al discurso de la desideologización, de la
despolitización y la neutralidad de los mercados. Nada de eso se aplica
cuando se bloquean económicamente países menores o
más débiles como Cuba, Venezuela, Irán y cualquier país que no se alinea a los
intereses y a la ideología del interesado. Nada de este rol de policía del
mundo es cuestionado ni se sospecha de tener algo que ver con alguna ideología
o con alguna dictadura capitalista como China o Arabia Saudí.
JM, abril 2019.
Más en Las narraturas del capitalismo (2019)
y The Autumn of the West (2019)
- Jorge Majfud es
escritor uruguayo estadounidense, autor de Crisis y otras
novelas.