Entrevista con Richard Wilkinson
Por Virginie Bloch-Lainé
Una epidemia de ansiedad causaría estragos en
países con alta desigualdad de ingresos. Por "ansiedad" hay que
entender la timidez, la fobia social y el uso de drogas y alcohol para soportar
esos males. Eso es lo que el epidemiólogo británico Richard Wilkinson y su
colega, Kate Pickett, argumentan en ¡Para vivir felices, vivamos
iguales!, un libro que recopila muchos estudios. Los realizados por los
propios autores confirman una correlación entre el aumento de los trastornos
mentales y las desigualdades materiales. Los ciudadanos más pobres son los más
afectados, pero los más ricos, embarcados en una competencia social extenuante,
no se libran del malestar. Nos hemos reunido con Richard Wilkinson con motivo
de la publicación de la traducción francesa de su libro. Constata una verdad
desoladora: las sociedades desarrolladas y prósperas no garantizan el bienestar
individual y colectivo. La depresión reina. Se manifiesta no por el desaliento,
sino por el estrés, la pérdida de la autoestima y la ansiedad por no estar a la
altura de quienes suben a la cima de la jerarquía social.
¿Cree que hubo menos angustia
hace un siglo?
Era mucho más débil. La movilidad geográfica era
menor, las personas pasaban toda su vida en su pueblo natal, rodeados de
aquellos a quienes conocían desde la infancia. Hoy nos encontramos con gente
nueva todo el tiempo y nos preocupa cómo nos juzgan, especialmente a través de
nuestra apariencia. Nos evaluamos a nosotros mismos por el criterio de nuestro
estatus social. Los movimientos más frecuentes van acompañados de una ruptura
del vínculo social. Cuando un país se enriquece, aumenta la movilidad,
disminuye la ayuda mutua y la autoestima que la acompaña.
¿Cómo, para el epidemiólogo que
es usted, se manifiesta el vínculo entre la ansiedad y el desarrollo de las
desigualdades?
Cuanto más desigual es una sociedad, más visibles
son las posiciones sociales de cada uno, y el sentimiento de estar siempre
dominado por los que son más ricos que uno mismo. Esto se aplica a todos los
niveles de la pirámide social. Los estudios muestran que las dificultades
emocionales han aumentado dramáticamente en los Estados Unidos y el Reino Unido
en los últimos treinta años. El promedio de niños estadounidenses en la década
de 1980 se mostraba más ansioso que los que recibían tratamiento por trastornos
psiquiátricos en la década de 1950. La depresión y la ansiedad se generalizan,
al igual que el alcoholismo y la toxicomanía. Y el nivel de ingresos determina
la prevalencia de los trastornos mentales: los que están en la parte inferior
de la escala están significativamente más expuestos. Un estudio británico de
2007 mostró que ello era aún más cierto para los hombres.
Pero si estas tasas aumentan, ¿no
se debe a la creciente medicalización y el acoso creciente del malestar?
Ese es el argumento de un psiquiatra que se opuso a
nosotros en 2010 después de la publicación de un estudio sobre la correlación
entre las brechas de ingresos y las enfermedades mentales. Demostramos que una
persona de cada diez había sufrido una enfermedad mental en Japón o Alemania,
una de cada cinco en Australia o el Reino Unido, una de cada cuatro en los
Estados Unidos, un país muy desigual. Todos los datos utilizados provienen de
la OMS. Una encuesta realizada en 2017 confirmó la mayor proporción de enfermedades
mentales en los países con fuertes desigualdades.
¿Por qué califica de ilusoria a
la meritocracia?
La llamada meritocracia sugiere que aquellos que no
ascienden en la escala social son incompetentes, que su estancamiento se
explica por su bajo valor personal. La sociedad sería una pirámide cuyos pisos
inferiores albergarían a los menos talentosos. Es ignorar los talentos que un
individuo desarrolla precisamente de acuerdo con su posición social, también
ignorar el daño cognitivo que sufren los niños que viven en la miseria. Varios
estudios muestran cómo la pobreza ataca el desarrollo personal a través del
estrés y la falta de estimulación mental.
¿Puede la educación promover la
confianza en sí mismo, independientemente del entorno social?
La educación y la primera infancia explican la
brecha de vulnerabilidad. Pero las estructuras sociales son más fuertes.
Incluso quien tiene confianza en sí mismo, gracias a la forma en que fue
educado, puede, una vez adulto, verse atrapado por las desigualdades estructurales.
¿Qué propone usted?
El establecimiento de una nueva sociedad cuyo
objetivo será la igualdad. Ello comienza por la regulación de las empresas:
recompensar a las que tengan escasas diferencias salariales, como ya se hizo en
California; favorecer a las empresas cuyo capital pertenezca a los asalariados.
La reforma del mundo del trabajo no es el alfa y el omega de la reducción de
las desigualdades, pero es un requisito previo necesario. Una sociedad más
igualitaria también sería menos costosa: disminuiría el gasto en prisiones y la
salud física y mental. Nos enfrentamos a un problema de salud pública, y la
salud pública siempre ha sido un asunto político.
(Publicado en Libération el 28 de marzo de 2019)
Traducción: viento sur