Por Jorge Majfud

A principios de 2019 varios
diarios occidentales repetían que los nuevos presidentes de Argentina y Brasil
se habían propuesto “vaciar de política el Mercosur”, como antes habían
prometido “desideologizar la educación” y el resto de la vida social. El 19 de
abril, El
País de Madrid tituló “El Mercosur vuelve al origen” y
subtituló: “Macri y Bolsonaro avanzan sobre la idea de que el bloque está
ideologizado y debe recuperar el espíritu comercial que estuvo en el punto de
partida”. Al igual que la sugerencia del presidente de Brasil de grabar e
intimidar a profesores con lecturas revisionistas de la historia, “profesores
víctimas” de las ideologías de izquierda, se asume que no se trata de liquidar
la libertad de cátedra sino de una simple “limpieza ideológica”.
Cuando un presidente habla de
limpieza, lo que parece una escoba en su mano suele ser una ametralladora.
Este tipo de discurso, tan
fácil de inocular en la población, no es nuevo. El concepto está basado en la
idea de la ausencia de ideología en sus (llamémoslo) “instituciones garantes”,
que son los medios de prensa al servicio del poder financiero, la iglesia y el
ejército. Sin embargo (y esto no es una paradoja sino parte de la lógica
histórica), si hubo y si hay instituciones recargadas de ideología en América
Latina y en tantas otras regiones periféricas del mundo desde hace siglos estas
han sido y continúan siendo, precisamente, la gran prensa, las iglesias
dominantes y los ejércitos.
Otro ingrediente, aunque no
institucional sino cultural y presente en cada una de las “instituciones
garantes”, con un fuerte contendió ideológico que se pasa siempre como algo
neutral, es el patriotismo. ¿Quién diría que la bandera de un país no
representa a todos por igual? ¿Quién diría que ese acto ridículo de ponerse la
mano en el corazón mientras suena el himno nacional y un niño se muere de
hambre no es un gesto sacrosanto, emocionante y lacrimógeno como una telenovela
latinoamericana? Eso cuando se trata del himno y del patriotismo de algún país
satélite y no del himno y del patriotismo de alguna superpotencia, y los niños
no mueren de hambre sino bajo bombas inteligentes y en nombre de la libertad.
Pues no. Aunque bandera hay
una sola, la paria no le sirve a todos por igual ni todos dan lo mismo por la
patria. Cuánto menos un grupo da por esa fantástica ficción, más patriota es su
discurso, razón por la cual cuando un parásito con visibilidad pública se
muere, todos dicen que “sirvió a la patria” y nadie dice cuánto “la patria la
sirvió a él”.
La otra fuente de donde brota
esta idea de “neutralidad ideológica” es la idea del libre mercado promovida
por la ideología neoliberal. El mercado podría ser neutral, pero nunca la forma
en que se instrumenta.
No debería ser difícil,
entonces, explicar por qué el menú de las extremas derechas es tan diverso como
es, al mismo tiempo, variaciones de una misma cosa: “patria, familia y
religión”, “intereses especiales”, libertad de los mercados, libertad de los
ricos y poderosos, militarismo y pretendida neutralidad ideológica.
Cuando durante la década de
2005-2015 (la maldita década de prosperidad de las economías latinoamericanas)
los países latinoamericanos se asociaron en (un exceso de) grupos regionales
motivados por proyectos comunes y por ideologías progresistas, se los acusó de
actuar por razones ideológicas y no por la gracia de la neutralidad mercantil
que una década antes habían terminado en las peores crisis conocidas en un
siglo. Desde hace por lo menos un siglo, cada vez que las grandes potencias
occidentales impusieron o apoyaron brutales dictaduras en África, en Medio
Atiente y en América Latina lo hicieron para proteger la “neutralidad del
mercado” y de las empresas. Sus empresas. Cada vez que bloquearon el comercio
de aquellas otras experiencias independentistas, no alineadas, y destruyeron
exitosamente sus economías para probar que no había alternativa, nunca se dijo
que todo eso se hacía por pura ideología sino por las sacrosantas libertad y
neutralidad de los mercados.
Para esta narratura y su cadena
de repetidoras, bloquear económicamente a una isla comunista del Caribe por
medio siglo e inundar con dólares decenas de “dictaduras amigas” no es un acto
ideológico sino de pura libertad de los mercados.
Ahora, al final de la segunda
década del nuevo siglo, otra vez los “nuevos neutrales” afirman que su cruzada
radica en poner las leyes del mercado sobre la ideología. Por esta misma razón
pueden comerciar con la comunista China (libertad de capitales, censura de
ciudadanos).
Cuba, en cambio (ese bonito
ejemplo de que “el socialismo nunca ha funcionado en ninguna parte del mundo”)
no puede comerciar sin interferencias ideológicas con la mayor economía del
mundo y, por muchas décadas, fue acosada por los satélites del Sur. Cuando
Fidel Castro se reunió con Richard Nixon en Washington, tres meses después de
tomar el poder en la isla, Eisenhower se fue a jugar golf. Castro intentó
mantener una relación comercial normal, “desideologizada” con Estados Unidos,
pero Washington estaba convencido de que lo podía arreglar todo a fuerza de
golpes de Estado o de bombas, como había hecho, por ejemplo, en Guatemala, en
Irán y en Corea del Norte, y no iba a permitir un ejemplo desafiante de
independencia o de éxito económico o existencial que no fuese el propio.
Lo mismo Venezuela hoy, más
allá de los desastres políticos y económicos de Maduro: se la estrangula aún
más para demostrar que “el socialismo no funciona” (de Portugal o Noruega
hablamos cuando les vaya mal), que existe un “único modelo posible de éxito” (Condolezza
Rice) que incluye la “neutralidad desideologizada” de los mercados, de todos
los brutales atropellos morales, legales, económicos y militares contra
aquellos que insisten en explorar un camino independiente, diferente.
JM, abril 2019
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capitalismo
- Jorge Majfud es escritor uruguayo
estadounidense, autor de Crisis y otras novelas.