Por Guillermo Almeyra
Rebelión
El bloqueo económico como arma de guerra no es nada
nuevo, pues lo aplicó Inglaterra contra Napoleón, invencible en el continente,
y Estados Unidos lo empleó sin éxito contra la Argentina de Perón en 1945 y lo
vienen utilizando desde 1959 contra Cuba con efectos terribles, pues la isla
entonces dependía por completo del comercio, el turismo y la tecno-logía de
Estados Unidos, y después del derrumbe de la Unión Soviética tuvo que remplazar
nuevamente su tecnología industrial y conseguir otros mercados. Pero a Napoleón
no lo derribó el bloqueo y Cuba, por su parte, sigue resistiendo valientemente
desde hace décadas a la agresión y la amenaza de invasión.
Ahora, en Venezuela, el gobierno de Estados Unidos
está experimentando una nueva táctica de guerra total.
Como en el caso cubano, amenaza con invadir directa
o indirectamente mediante sus lacayos y mercenarios y obliga así a su víctima a
mantener numerosas fuerzas armadas prontas para responder al instante.
Tanto en Venezuela como en Cuba el objetivo es
sacar del trabajo productivo a centenares de miles de jóvenes, obligar a
importar costosísimas armas, estimular la desigualdad y la escasez de bienes de
consumo popular y reforzar el surgimiento local de una frondosa burocracia para
intentar coordinar la forzada economía de guerra.
A esta permanente guerra fría, Wa-shington le suma
también su poderosa ofensiva mediática para intoxicar a la opinión pública
internacional, reducir toda ayuda o simpatía internacional al país agredido y
evitar que su política agresiva sea clara y evidente y, por lo tanto, tan
impopular en Estados Unidos como la guerra de Corea y, sobre todo, la de
Vietnam.
El tercer componente del tridente ofensivo de
Washington es la guerra tecnológica, que tampoco es nueva porque Estados Unidos
sembró ya, en el pasado, dengue y enfermedades vegetales en Cuba e inutilizó
antes las tierras vietnamitas con sus bombas de napalm y el venenoso agente
naranja.
Como hace Netanyahu en Gaza, esta guerra
tecnológica aprovecha los muchos puntos débiles, errores y deficiencias de la
economía y la administración locales para acabar con los servicios esenciales
(agua, luz, transporte, gas, escuelas) y tornar insoportable la inhumana vida
diaria de los más pobres.
De este modo, con sus ataques electrónicos que
provocan apagones, explota a su favor la ineficiencia de la burocracia estatal
venezolana y la falta crónica de inversiones en la renovación de las centrales
eléctricas y en los equipos distribuidores de la corriente domiciliaria y
convierte en caos las insuficiencias gubernamentales.
Maduro, por supuesto, atribuye toda la culpa de los
cortes de luz y de la crisis misma al imperialismo para unir al pueblo y a las
fuerzas armadas contra Washington, pero se ve obligado a reconocer
indirectamente la responsabilidad parcial del gobierno en los cortes al
defenestrar al Ministro del sector.
Paradojalmente, sin embargo, los apagones han
fortalecido a Maduro y no pudieron ser utilizados por Guaidó ni para sus
manifestaciones, que no fueron masivas, ni para sus provocaciones golpistas. El
gobierno concluyó de ahí que ya era posible quitarle a Juan Guaidó la inmunidad
parlamentaria con lo cual hace posible la detención del golpista. Habrá que ver
cuál es el desenlace de este impasse inestable.Un eventual emprisionamiento de
Guaidó, en efecto, podría alentar a Trump a invadir Venezuela desde Colombia y
Brasil con el resultado tanto de un fracaso imperialista al estilo del de Playa
Girón en Cuba como de una guerra civil.
En tal caso sería posible una reconstitución del
gobierno venezolano pues la figura de Maduro está muy ligada al fracaso de
políticas que ahondaron brutalmente la crisis económica y favorecieron el
crecimiento de la oposición en las clases medias así como el desarrollo en
ellas de los golpistas a costa de los negociadores.
La boliburguesía, que tiene fuertes raíces en las
fuerzas armadas, podría quizás reemplazar a Maduro por Diosdado Cabello, que ha
adquirido protagonismo público, o llegar a un acuerdo con un sector de la
oposición y algunos ex chavistas defenestrados para intentar disminuir la
presión imperialista. Pero Trump y sus trogloditas no pueden contentarse con un
semitriunfo que para ellos sería una derrota. Además, la crisis política se
mantendría, aunque de modo menos agudo, mientras el caos económico seguiría
alimentando la radicalización de los más pobres y del capitalismo financiero
mundial.
El Hugo Chávez de sus inicios y Maduro en
particular impidieron que los trabajadores fuesen los protagonistas del proceso
bolivariano y subordinaron al Estado capitalista las organizaciones de los
mismos. Eso dificulta en lo inmediato una salida por la izquierda de la crisis,
ya que el golpismo y el imperialismo en cualquier momento podrían actuar. Pero
el frente antigolpista y antiimperialista, entre los oprimidos y el gobierno,
podría organizarse en torno a los trabajadores, no de la burocracia estatal. La
solidaridad con Venezuela es más necesaria que nunca.