Entrevista a Niklas Olsen
Por Daniel Zamora
[Desde la crisis de 2008, el neoliberalismo ha
sido denunciado desde todos los lados, culpado por la explosión de desigualdad
y la propia crisis. Pero la idea sigue siendo vaga y, a menudo, utilizada
arbitrariamente. ¿Es tan solo un programa económico? ¿O es un verdadero
proyecto político? ¿Apunta, como a menudo escuchamos, a deshacernos del Estado
en beneficio del mercado? ¿Y cuál es su relación con la democracia? Para
responder a todas estas preguntas, Daniel Zamora se reunió recientemente con el
historiador Niklas Olsen, quien acaba de publicar una historia intelectual del
neoliberalismo titulada The Sovereign Consumer.]
¿Cómo define usted neoliberalismo y consumidor?
Parto de una definición pragmática. Entiendo el
neoliberalismo como el producto ideológico de procesos en que unos
autodenominados liberales, a partir del periodo de entreguerras, intentaron
renovar el liberalismo como una ideología que pretende promover un orden social
basado en el mercado libre y la libertad individual. Dicho de otro modo, el
neoliberalismo se refiere al intento de construir nuevos liberalismos.
Muchos de los neoliberales que estudio estaban
relacionados con la Sociedad Mont Pelerin y compartían la
ambición de repensar cómo se podrían redefinir las funciones del Estado para
garantizar un mercado libre y la libertad individual. La noción positiva del
Estado –y otras instituciones políticas– como garante de un orden competitivo
es crucial para la forma en que estos neoliberales buscaron diferenciar su
proyecto de la economía política del llamado liberalismo clásico.
Finalmente, sus defensores se refirieron a la
figura del consumidor soberano como una herramienta para salvar y renovar la
ideología liberal. Permítame subrayar que no concibo el consumidor soberano
como un individuo real o como un concepto fijo, sino como un término genérico
analítico para una serie de ideas que afirman que la libre elección del consumidor
es la característica definitoria de la economía de mercado. El caso es que han
atribuido a la figura diferentes significados y la han utilizado para
diferentes propósitos en el tiempo y el espacio.
¿Qué implica para el consumidor
el hecho de ser soberano? ¿Era una manera de sustituir la soberanía
del Estado por la del consumidor? También habla usted de dar al neoliberalismo
“un nuevo modo de soberanía”; ¿qué quiere decir con esto?
El aspecto de la soberanía es muy interesante. Su
significado debe entenderse en los contextos en los que surgió. Aquí
retrocedemos a principios de la década de 1920, cuando el economista austriaco
Ludwig von Mises inventó la noción del consumidor soberano. En su
defensa de la ideología liberal, Mises se vio obligado a responder a quienes
–como el jurista y pensador político alemán Carl Schmitt– criticaban al
liberalismo por su falta de una clara fuente de orden social. Lo hizo acuñando
la figura del consumidor soberano, atribuyendo efectivamente al orden liberal
un nuevo símbolo de autoridad que explica y justifica la organización política
particular del liberalismo.
Supuestamente, esta fuente de autoridad no estaba
limitada por normas e instituciones religiosas o políticas. Respondía
exclusivamente a los deseos individuales y a la libertad formal de las leyes y
los mercados. Y sí, dado que el creciente poder y las tendencias autoritarias
del Estado eran la principal preocupación de los neoliberales en el periodo de
entreguerras, se propuso la idea del consumidor soberano para socavar la
soberanía estatal.
Quinn Slobodian también esgrime este argumento en
su excelente obra Globalists: The End of Empire and the Birth of Neoliberalism,
que ilustra cómo los neoliberales han dirigido sus esfuerzos hacia la
reconstrucción del capitalismo a escala mundial. En palabras de Slobodian, la
soberanía del consumidor triunfa sobre la soberanía nacional. En general, el
consumidor soberano denotaba una sociedad de mercado esencialmente
individualista, pero bien ordenada, eficiente y democrática.
¿En qué sentido esta noción del
consumidor era cualitativamente distinta de otras definiciones anteriores?
El consumidor soberano siempre ha sido una figura
clave a la hora de legitimar el proyecto neoliberal. Prácticamente todos los
defensores de la ideología neoliberal, desde Ludwig von Mises hasta Milton
Friedman, han calificado la libre elección del consumidor de característica
definitoria de la economía de mercado deseada, y al consumidor soberano de
agente capaz de dictar la producción económica e impulsar la actividad
política.
Al establecer un paralelismo directo entre la
elección en el mercado y ante la urna electoral, los neoliberales no solo
afirmaron que los consumidores soberanos eran los principales impulsores del
capitalismo y de la democracia liberal, sino que también calificaron la
votación diaria en el mercado de verdadero impulsor de la representación
individual y de la participación en la sociedad. La elección entre los productos disponibles
se convirtió en un enfoque central de la actividad política.
Dicho esto, está claro que encontramos ideas
precursoras en economistas políticos liberales como Adam Smith o Jean-Baptiste
Say y en economistas marginales como William Jevons y Carl Menger. Sin embargo,
la versión neoliberal difiere notablemente de las definiciones anteriores. La
diferencia crucial son las fuertes implicaciones morales y políticas que los
neoliberales atribuyen a la figura y las formas en que legitima el orden
político neoliberal. Es por esto que pienso que el consumidor soberano es el
agente fundamental del neoliberalismo.
También explica cómo se utilizó
esta figura para reinventar el mercado como el espacio democrático por
excelencia: el sistema de precios se convierte en un mecanismo para registrar
una elección continua, como expresó Mises. Al leer esta historia,
es difícil no pensar en el argumento de Wendy Brown sobre cómo la racionalidad
neoliberal deshace la democracia, cómo transforma la democracia en un mercado.
Creo que Wendy Brown tiene razón al argumentar que
el neoliberalismo deshace la democracia tal como la conocemos al convertirla en
un mercado. En este proceso, los neoliberales han cuestionado lógicamente (y
algunos han rechazado abiertamente) los significados tradicionales de la
democracia que destacan la deliberación pública y la votación por mayoría como
las principales fuentes de legitimidad en la toma de decisiones políticas.
Pero también hemos de entender el neoliberalismo
como un programa positivo que, en gran medida, ha recibido el apoyo popular
mediante apelaciones a la legitimidad democrática. Y sobre todo, para muchos
neoliberales, el mercado representa una solución superior para asegurar la
representación y participación individual de los ciudadanos en los procesos
sociopolíticos. Esta es una solución que supuestamente permite la elección
individual no ligada a la voluntad de la mayoría y eclipsa la idea de que los
movimientos sociales, los sindicatos y las organizaciones pueden capacitar a
segmentos de la población para mejorar sus condiciones de vida y promover los
derechos sociopolíticos.
Los neoliberales querían restringir los mecanismos
de la política tradicional en nombre de la democracia de mercado, que se centra
en la elección del consumidor y el mecanismo de precios. Esta ambición se
refleja en la creación de instituciones internacionales que están blindadas
frente a la presión de la democracia de masas para proteger el orden del
mercado. William Davies habla con razón del neoliberalismo como “la búsqueda de
la política por parte de la economía”. La cuestión es que el neoliberalismo
rehabilita y vuelve a encantar el mercado y sus virtudes en nombre de espacios
tradicionales de la democracia y otorga la primacía a lo económico sobre lo
político.
Su libro nos proporciona una
comprensión fascinante de por qué tantos economistas neoliberales, como Mises o
Milton Friedman, apoyaron en diferentes momentos de su carrera a regímenes
autoritarios o incluso fascistas. Preservar el mercado era más importante que
preservar la democracia, ¿verdad?
Sí. Está muy claro que la democracia de consumidores
que identificaron con la economía de mercado representaba a menudo una analogía
que se refería tan solo a los procesos económicos y no a un orden político
caracterizado por las instituciones y virtudes democráticas tradicionales.
También está muy claro que las políticas que aprobaron para mantener un orden
económico democrático a menudo implicaban medidas fuertemente
antidemocráticas y enfoques antiparlamentarios de la idea de participación
social y política.
El neoliberalismo alemán de la década de 1930 es un
ejemplo evidente. Acomodados en el nacionalsocialismo, los neoliberales
alemanes delinearon un ideal de soberanía del consumidor que estaba
condicionado por la supresión de derechos democráticos y sociales
fundamentales. De hecho, lo que más les preocupaba era convertir la población
en consumidores, que debían cumplir las políticas gubernamentales a base de
determinados comportamientos en el mercado, reforzados por la educación
impuesta por el Estado y medidas coercitivas.
En general, creo que podemos afirmar que la
prioridad dada al mercado por encima de la democracia es un patrón recurrente
de la ideología y la práctica neoliberales.
Señala usted que Mises escribió
una vez que nadie es “espontáneamente liberal” a menos que le “fuercen”. Sin embargo,
cómo puede ser liberal un orden si la gente se ve “forzada” a ser liberal? ¿Qué
significaba esto para Mises? ¿Era una concepción ampliamente compartida por los
neoliberales?
Creo que la idea de que la gente tiene que aprender
a ser liberal de mercado es ampliamente compartida entre los ideólogos
neoliberales. Por supuesto, nadie ha descrito esta idea mejor que Michel
Foucault. Para crear una sociedad de mercado, primero hay que construir un
orden de mercado y, en segundo lugar, enseñar (o forzar) a las personas a
comportarse de acuerdo con los principios deseados de este orden. Foucault se
centró en los casos del ordoliberalismo alemán y del neoliberalismo de Chicago.
Mises precede a ambos y a menudo lo han retratado
como si fuera de una especie diferente, un no neoliberal, debido a su sólido
compromiso con la economía del laissez-faire. Sin embargo,
investigaciones recientes, incluido mi propio libro, sugieren que, de hecho,
fue el inventor del paradigma político neoliberal. Mises no esperaba que el orden
de mercado neoliberal surgiría por generación espontánea. Consideró necesario
convencer a la población de las ventajas del orden neoliberal, y calificó al
Estado de herramienta indispensable y potente en el intento de crear y
salvaguardar este orden.
Además, su visión del laissez-faire implicaba
una fuerte acción estatal y no hacía ascos a una política autoritaria, como
demuestra su apoyo al régimen autoritario de Engelbert Dollfuss en Austria en
la década de 1930. Luego está el notorio elogio que brindó Mises, en su
libro Liberalismo, de 1927, a los logros del fascismo italiano
frenando la amenaza comunista a la propiedad privada.
La retórica de la elección es a menudo engañosa en
el discurso neoliberal. Si bien es prácticamente imposible estar en contra de
la idea de la libre elección para todos, en realidad la mayoría de las personas
tienen muy poco dinero para gastar y pocos bienes para elegir en una economía
dominada por una gran desigualdad y grandes empresas monopolísticas. Y una vez
aceptamos esta retórica, erosiona nuestra capacidad para formular demandas
colectivas de derechos sociales.
¿Diría usted que hablar de una
democracia de consumo fue una forma deliberada de atacar ideas socialistas? Por
ejemplo, ¿no es la noción de democracia de consumo un intento de cuestionar la
noción socialista de democracia? Y, de la misma manera, ¿se pretende, con la
noción de soberanía del consumidor, contrarrestar la crítica de la izquierda de
que el capitalismo se caracteriza por la soberanía del productor?
No cabe duda de que la noción neoliberal del
consumidor soberano se inventó para atacar el pensamiento socialista, y de que
el intento de contestar la noción socialista de democracia económica era
crucial en este propósito.
Para ganar altura moral, los neoliberales
presentaron la noción de democracia de consumo como la verdadera democracia
económica que, en contraste con el ideal socialista, aseguraba efectivamente
que todos los miembros de la sociedad pudieran participar en la toma de
decisiones económicas, el poder y la riqueza. Y, evidentemente, al hablar de
los consumidores como amos de la producción, los neoliberales
también alzaron una muralla defensiva frente a la concepción marxista del
capitalismo como un sistema dirigido por los propietarios de los medios de
producción y que servía meramente para enriquecerlos.
Los neoliberales trataron desde el mismo comienzo
de apropiarse de ideales de izquierda, redefiniéndolos, para legitimar sus
propios proyectos políticos.
También documenta usted cómo este
modelo del consumidor colonizó el lenguaje de la izquierda con el surgimiento
de la Tercera Vía: redefiniendo el proyecto de la izquierda como la protección
de los consumidores en lugar de la clase trabajadora y viendo el mercado como
el lugar ideal donde el individuo podía realizarse. ¿Cómo explicaría esta
conversión?
Esta conversión es uno de los acontecimientos
políticos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, y algunos libros
interesantes nos han ayudado a comprender cómo sucedió. Daniel T. Rodgers,
en Age of Fracture, nos proporcionó una explicación de la
fragmentación, tanto en la derecha intelectual como en la izquierda
intelectual, a partir de la década de los sesenta, de las nociones colectivas
de sociedad y política en concepciones de la sociedad que destacan los
numerosos intereses y deseos a menudo incompatibles que profesan individuos
autónomos. Más recientemente, Stephanie L. Mudge mostró, en Leftism
Reinvented: Western Parties from Socialism to Neoliberalism, cómo los
partidos socialdemócratas en los años ochenta y noventa adoptaron una ideología
neoliberal que ponía los mercados por encima de la política.
Desde mi punto de vista, la conquista de la
hegemonía por el neoliberalismo estuvo estrechamente relacionada con el hecho
de que los partidos de centro-izquierda incorporaran gradualmente a su
ideología y práctica política la idea de que el Estado no podía responder a las
demandas individuales. Comenzaron a afirmar que la capacidad del individuo para
moldear su propia vida y la sociedad contemporánea se alcanzaba mucho mejor
gracias a las fuerzas del mercado que a las protecciones ofrecidas por
instituciones estatales.
En este contexto, el argumento del consumidor
democrático, eficiente y soberano llegó a desempeñar un papel crucial. Los partidos
de centro-izquierda no solo siguieron los pasos de los ideólogos neoliberales,
sino que también ampliaron sus ambiciones al enmarcar al consumidor soberano
como un motivo y herramienta para las reformas del sector público. No olvidemos
que las nuevas políticas de centro-izquierda eran coherentes con los
planteamientos en la economía de posguerra que cuestionaban cada vez más el
papel del Estado como decisor y planificador social colectivo y elevaba la
soberanía del consumidor a único criterio de evaluación del bienestar social.
Para terminar, parece que usted
también sostiene que en la década de 1960 hubo importantes figuras de la
izquierda que adoptaron esta narrativa en contra del Estado.
Sí, creo que la crítica de la izquierda al Estado
fue crucial para el triunfo del neoliberalismo. Podría decirse que esta crítica
contribuyó a replantear los debates contemporáneos sobre cómo crear una
distribución justa de la riqueza y el poder en la sociedad. En lugar de
centrarse principalmente en cuestionar el capitalismo, estos debates se
refirieron a las promesas incumplidas del estado del bienestar y cuestionaron
la idea misma de que el Estado es capaz de crear la buena sociedad. Por
ejemplo, muchos políticos de izquierda abandonaron radicalmente su creencia en
el papel del Estado como regulador necesario del mercado.
Un ejemplo sorprendente es el del defensor de los
consumidores Ralph Nader, famoso por su labor en pro de una mayor regulación
del mercado. Sin embargo, en la década de 1970, adoptó una posición cercana a
la de Milton Friedman. Comenzó a afirmar que era necesario cercenar las
agencias federales ineficientes y con intereses propios, y recuperar la
eficiencia económica desregulando el mercado y liberando al individuo como
consumidor.
Muchos intelectuales y políticos de izquierda
siguieron su ejemplo cambiando su idea del Estado y del mercado y de la
relación idónea entre ambos. Hoy en día, muchos parecen creer que las
dificultades de la buena sociedad se deben a las deficiencias de las
instituciones estatales y a las acciones de las personas que están a cargo de
ellas y no al capitalismo.
Esta creencia está fuertemente
arraigada en la idea, prevalente no solo en el neoliberalismo, sino también en
la disciplina de la economía en general, de que el interés propio es una fuerza
motriz de la actividad humana. Según esta idea, las personas solo ingresan en
las instituciones gubernamentales para maximizar su propia utilidad, no porque
estén consagradas a los ideales del bien común. En este contexto, los economistas
y políticos quieren trasladar las decisiones políticas al mercado, que
presentan como un lugar de interacción social que nos traerá lo que el estado
no puede ofrecer: eficiencia, libertad, espíritu emprendedor y democracia.