Por Alejandro Nadal
Las manifestaciones de los últimos 12 meses en Chile, Ecuador, Perú,
Haití, Irak, Irán, Hong Kong y hasta Francia han adquirido un carácter
insurreccional por sus dimensiones y la amplitud de sus reclamos. Muchos
pensarían que estos movimientos no tienen un hilo conductor y que todos
obedecen a causas distintas. Los detonadores, en cada caso, parecerían ser muy
distintos. Pero un análisis más cuidadoso permite identificar varias raíces
comunes, en las que se mezclan las políticas de austeridad, una profunda
desigualdad, el dominio del capital financiero y la concentración de poder de
mercado en pocas corporaciones. Son los rasgos definitorios de esta etapa del
capitalismo que se ha denominado neoliberalismo.
Las señales del fracaso y ruina del neoliberalismo se encuentran en
todas partes. La creciente e intensa desigualdad es, quizás, la señal más
poderosa. Proviene de muchas causas, entre las que destaca la contracción en
los salarios desde la década de los años 1970. El estancamiento económico en
que ha caído la globalización neoliberal es otro signo de que algo está muy mal
en las entrañas del capitalismo mundial. Ponerle la etiqueta
de estancamiento secular a este proceso de ralentización puede servir
para calmar las conciencias y ayudarlas a ahuyentar los malos augurios. Pero
cuando uno pregunta por las causas de este fenómeno, casi nadie se atreve a
poner el dedo en la llaga: el estancamiento secular se debe a una caída en la
inversión que, a su vez, está ligada a una baja en la tasa de ganancia.
El sector financiero, que en las primeras etapas del capitalismo le fue
aliado fiel, hoy se ha convertido en una máquina que impone su racionalidad a
la economía real y mantiene su rentabilidad a través de la especulación. La
masa de liquidez que hoy ocupa su espacio de paraísos fiscales rebasa los 22
billones (castellanos) de dólares. Las prioridades de la política
macroeconómica obedecen a los mandatos del capital financiero, mientras el
desempleo y subempleo son la cicatriz de estas políticas. El deterioro de los
servicios de salud y educación en la mayoría de los países desarrollados es un
hecho bien documentado. Finalmente, todo esto se acompaña de un proceso
destructivo en todas las dimensiones del medio ambiente. Cambio climático fuera
de control, pérdida de biodiversidad, erosión de suelos y contaminación de
acuíferos son sólo algunos de los aspectos más claros de este deterioro que hoy
es una amenaza para toda la humanidad.
¿Cómo leer este proceso de ruina del capitalismo? Una posible respuesta
es ver en esto el fracaso de una forma particular de capitalismo, el
neoliberalismo, pero no del proyecto histórico planteado por el capital. Todo
esto exige un análisis más cuidadoso de lo que constituye el neoliberalismo.
En la década de los años 1930 los economistas ultraliberales Ludwig von
Mises y Friedrich Hayek buscaron inyectar nueva energía a la ideología de un
liberalismo que no había sabido qué hacer con el ascenso del fascismo, que no
estaba resolviendo los problemas económicos de su tiempo y que, además, veía en
la teoría macroeconómica de Keynes una amenaza. Usaron toda la superchería de
la ideología del mercado libre para lograrlo. El resultado fue un adefesio que
el marxista Max Adler calificó por vez primera de neoliberalismo.
Tal como lo describieron Von Mises y Hayek, el nuevo sistema era la
esencia del capital. En su mediocridad como economistas, estos autores
develaron la esencia de la economía política burguesa y enseñaron la esencia
del capital. Su actividad panfletaria sentó las bases de lo que después sería
la agenda neoliberal en teoría económica y en política: privatizar todo,
desregular la vida económica y dejar actuar a las fuerzas del mercado. En pocas
palabras, en el neoliberalismo no encontramos una excrecencia del capitalismo,
sino la expresión más pura de su esencia. Y desde esa perspectiva, la ruina del
neoliberalismo es efectivamente el fracaso del capital.
El fracaso significa que el proyecto histórico del capital se ha agotado
y hoy está en decadencia. A finales del siglo XVIII Hegel escribía: Una
época se termina cuando hace realidad su propio concepto. Parafraseando esta
idea, se podría decir que en este momento la esencia de la época del capital se
ha hecho realidad concreta en todas sus especificaciones en y a través del
neoliberalismo. Así se expresa en toda su objetividad el potencial esencial del
capitalismo: en las especificaciones del neoliberalismo se concretiza el
proyecto histórico del capital en su versión real más acabada. En consecuencia,
con el fracaso del neoliberalismo hemos llegado al acabamiento del capital y a
la terminación de su época.
Pero esto no es un punto de reposo. La fase crepuscular del capital
durará todavía muchos años, pero serán años de grandes sacudidas políticas y
sociales, dado que las contradicciones del capital explotarán en crisis
prolongadas. La esencia de la nueva época ya no será el capital, sino la lucha
por la libertad y la justicia.