Por Fernando Buen Abad

Reponerse de semejante despojo implica (además de
conciencia de él) tiempos y estrategias de atención especial y prioritaria que,
hasta hoy, no han podido resolver, por supuesto, los “modelos educativos”
funcionales al capitalismo. Sigue intocado el flagelo que aqueja a millones de
personas sin saber leer y escribir y sólo unos cuantos países gozan del
“privilegio” de ser “territorios libres de analfabetismo.” (Cuba, Venezuela,
Bolivia…) Es pasmosa la ignorancia generalizada en materia de geografía
económica, política y social. Historia y crítica de la Cultura, de las Artes y
de las expresiones populares. A población abierta se desconoce África y sus
diversidades; Latinoamérica con sus raíces más frondosas y sus calamidades
imperiales. Se trata de una “ignorancia de clase” que sirve para hundir en la confusión
todo aquello que no pertenezca a los triunfos materiales y espirituales de la
burguesía. Semejante “desnutrición cultural” no se resuelve con reformistas ni
reformistas neoliberales. Ni con represión a los profesores críticos.
Para colmo, como en toda “desnutrición”, también
ocurre el sobre-consumo de alimentos ideológicos “chatarra” que mientras
engordan con banalidades consumistas a los usuarios, le destruyen el sistema
nutricional basal. Acéptese esta metáfora imperfecta provisionalmente. Así tenemos
obesidades ideológicas mórbidas, producto de un mercado de valores mercantiles
cuyo efecto reduccionista es engrosar sin control al capitalismo y sus “mass
media”. Así, pues la desnutrición cultural proviene de la escasez tanto como de
la saturación. En el centro del problema está el vació prefabricado por la
burguesía, para tener seres humanos embriagados con felicidad de consumo,
ignorantes pero agradecidos de no tener que saber tanta cosa sobre un mundo que
se les vende como ajeno, peligroso y aburrido. Nos ganó “patolandia”.
Algunas estratagemas para maquillar el escándalo de
la “desnutrición cultural” se fabrican rentablemente en el seno de la
“industria del turismo”. Como dicen que “los viajes ilustran”, dan por verdad
que viajar es una forma de combatir la ignorancia abrumadora que pesa sobre el
mundo y que al mundo le pesa. Pero nada asegura que los viajantes sean,
realmente, conscientes de los territorios que pisan. La “industria del turismo”
ha creado modelos de estandarización que comprimen la experiencia a una sola
decoración para comer tanto como para dormir. No importa si estamos en el
desierto del Sahara o, en Alaska o cruzando el Río de la Plata en un transporte
más parecido a un “supermercado” que a un barco. La “cultura” del “viajante” suele
reducirse a unas cuantas fotos, unos mensajes en “redes sociales” y a las
habilidades espurias para ganarse puntos o “millas” extra del “viajero
frecuente”. Con las debidas honrosas excepciones.
El cuadro de la “desnutrición cultural” se completa
entre malabares de computadora para conseguir hospedajes “buenos, bonitos y
baratos”. Renta de autos, reservaciones de restaurantes y uno que otro lujo al
alcance del salario de las masas turísticas. En la perspectiva general la
experiencia residual de un viajante común, suele no contener información alguna
sobre cómo se vive lo que se vive en cada lugar ni qué nos une a las mejores
luchas que se desarrollan en cada sitio del planeta. Viajar debería ser otra
cosa. “Gana la ignorancia”.
¿Qué puede esperarse en las escuelas donde se
enseña, hipotéticamente, algo que sirva para conocer y entender al mundo, sin
moverse de las aulas? Sin moverse del televisor, sin abrir un libro. (En el
caso de que existan -a la mano- libros capaces de combatir la “desnutrición
cultural”) National Geographic, por ejemplo, emprendió -como muchos lo han
hecho- el trabajo de “mostrar al mundo” pero bajo sus reglas de mostración y
con el paquete ideológico que a ellos conviene inyectado en cada lugar, en cada
hecho, en cada situación por ellos elegida. Así, vemos un mundo expuesto de tal
forma que ni los “locales” se reconocen ante los eventos cotidianos más
próximos o más cotidianos. Muestran al mundo como antropólogos ingleses
(ajenos, distantes y pasajeros) de esos que a ellos les encanta convertir en
locutores de sus series televisivas. Hay lugares que tienen la colección
completa de sus videos y ni una sola comprensión del planeta. La Ideología de
la clase dominante.
Toda persona tiene derecho a conocer su realidad
como especie y como grupo social sometido a las tensiones de la lucha de
clases. Tiene derecho a comprender su lugar en el modo de producción dominante
y su lugar en las relaciones de producción. Tiene derecho a conocer la Historia
de las condiciones que se le han impuesto y las posibilidades reales para salir
de ellas. Conocer las luchas de sus pueblos y las luchas de otros pueblos que
han luchado y luchan por salir de un mundo secuestrado por el capitalismo. Toda
persona tiene derecho al trabajo, a la salud, a la vivienda y a la educación y
eso implica el derecho a conocer el mundo, libre y críticamente, en contacto
con otras personas que, a su vez, también tienen derecho a conocernos y
reconocernos como iguales, fraterna y solidariamente. No contar con eso es una
pérdida histórica difícil de reparar. No contar con eso es un daño terrible a
la especie humana y a su futuro. Impedirlo es un delito de lesa humanidad
también agravado por cometerse con alevosía, ventaja y premeditación.
Desnutrición cultural programada. ¿Qué hacemos?