Por Marco Teruggi
El asalto debía ser corto, el gobierno
de Maduro no estaba en condiciones de resistir. Sobre esa certeza Estados
Unidos (EEUU) desencadenó una estrategia para derrocarlo: construyó a Juan
Guaidó como presidente 2.0, lo dotó de una ficción de gobierno, un
reconocimiento internacional, una narrativa articulada entre medios de
comunicación, un aceleramiento de sanciones económicas en diferentes niveles. A
partir de la superposición de las variables debían darse los diferentes
resultados, hasta llegar a la negociación forzada o la salida.
El curso de los acontecimientos no fue
como aparecía en el papel. El primero y principal fue el quiebre de la Fuerza
Armada Nacional Bolivariana (Fanb), un elemento medular que debía suceder y no
lograron. Para eso fueron descargadas una serie de tácticas, desde la
conspiración interna con apoyo de dólares, visas, y garantías, hasta la
estrategia de la amenaza latente de posible intervención por parte de EEUU. Una
combinación de bluff, es decir de pistola descargada apuntada de frente, con
fechas de condensación para intentar el quiebre, como lo fue el 23 de febrero.
El segundo acontecimiento que debía
darse, de menor capacidad de definición en el objetivo, era el apoyo masivo de
Guaidó en las calles. Su discurso afirma que el 90% de la población lo apoya.
Las imágenes de su capacidad de movilización muestran que el primer impulso del
23 de enero –día de su autonombramiento reconocido por un twitt de Donald
Trump– perdió fuerza. Una de las razones principales está en la crisis de
expectativas producto de que la promesa de desenlace inmediato no se dio. Otra
es que se trató de una construcción artificial, mediática, diplomática, que no
logró convocar más allá de la histórica base social de la derecha, marcada por
el corte de clase, geográfico, de condiciones materiales de vida, de
idiosincrasia, e imaginarios. La oposición se parece demasiado a sí misma.
El tercer punto fue el intento de volcar
a los sectores populares a las calles, para lo cual los apagones y su
consecuente faltante de agua eran el escenario provocado más favorable. El
resultado tampoco fue el esperado: la imagen extendida fue la de una mayoría en
busca de resolver los problemas, de forma individual, colectiva, articulada al
gobierno. Las protestas, impulsadas en su casi totalidad por la derecha, fueron
pequeñas y sin capacidad de irradiación.
Cada una de esas variables tiene puntos
de retroalimentación. La crisis de expectativas se debe, por ejemplo, a la
constatación de que la Fanb no se ha quebrado, que Guaidó habla de una
inmediatez que no sucede, y de la conclusión que al no darse ninguno de los
tres resultados, entonces solo queda pedir por la intervención internacional
encabezada por Estados Unidos. Esa misma narrativa intervencionista aleja a su
vez a quienes podrían ver en la propuesta de Guaidó una alternativa a la
situación actual, política y económica. Convocar a las mayorías para lograr una
acción de fuerza internacional se topa con evidentes barreras.
El derrocamiento de Maduro no parece
posible en la relación de fuerzas nacionales. Ha demostrado que el asalto no
será corto, y que el chavismo, que es más que un gobierno, está en condiciones
de resistir. De ser un asunto nacional, Guaidó perdería fuerza hasta entrar en
la lista de dirigentes de la oposición marcados por el peso de la derrota. El
problema es que este nuevo intento de golpe de Estado se armó sobre un punto de
no retorno: una construcción de EEUU de una fachada de gobierno paralelo,
reconocido luego por la Unión Europea, Gran Bretaña, Israel, Canadá, gobiernos
de derecha de América Latina. ¿Qué hacer con Guaidó si el plan no da resultados
producto del error de cálculo inicial?
La pregunta es por EEUU, su actual
administración en la combinación Donald Trump-neoconservadores, y lo que se
denomina el Estado profundo, es decir las estructuras de poder real,
invisibles, que constituyen y garantizan el desarrollo estratégico de EEUU en la
disputa geopolítica. Una derrota en Venezuela sería atribuida a la
administración, en un período pre electoral, y sería doble: la permanencia de
Maduro, es decir la incapacidad de alinear el punto clave del continente
latinoamericano, como su implicancia en el cuadro internacional.
Esto último ha tomado particular fuerza
en los últimos días, en voz y tuits de diferentes voceros norteamericanos, como
Elliot Abrams, encargado especial para Venezuela, Mike Pompeo, secretario de
Estado, John Bolton, consejero de seguridad nacional, y Craig Faller, jefe del
Comando Sur. Sus diferentes declaraciones han conformado una narrativa que
sitúa a Venezuela como base de operaciones de Rusia, Irán, Cuba y China, y al
gobierno de Maduro como subordinado a cada uno de esos gobiernos y sus
respectivos servicios de inteligencia, militares, en particular de los tres
primeros.
Sobre esa construcción de escenario EEUU
ha anunciado los próximos pasos. Pompeo irá a Chile, Paraguay, Perú y Colombia,
Abrams a España y Portugal, y han convocado a la tercera reunión del Consejo de
Seguridad de Naciones Unidas para abordar la cuestión Venezuela. Todavía no han
anunciado los objetivos para cada uno de los movimientos, aunque es posible
prever que existirá una dimensión privada y una pública de los acuerdos. Sobre
la segunda podría ser avanzar en lo que parece un objetivo de EEUU: declarar al
gobierno de Venezuela como organización transnacional del crimen, y calificar a
los “colectivos” –una forma de organización popular del chavismo– como grupos
terroristas, que, afirmó Bolton, “socavan la Constitución y la integridad
territorial de Venezuela”. De cada elemento se desprenden nuevas posibles
acciones.
Ese aumento de presiones, bloqueos,
aislamientos, no plantea aún, más allá del repetido “todas las opciones están
sobre la mesa”, la posibilidad de la intervención militar. El mismo Abrams
volvió a alejar esa hipótesis el pasado jueves. ¿Cómo piensan entonces escalar
para lograr el desenlace con la combinación de estas acciones? EEUU necesita
definir vías, capacidades de operaciones en el territorio, acuerdos internos y
diplomáticas. Sobre esto último la posición de la Unión Europea, en voz de
Federica Mogherini, mantiene que se debe “preparar el terreno para que se
celebren elecciones presidenciales libres y transparentes lo más pronto
posible”.
¿Estaría dispuesto EEUU a un desenlace
negociado con posible permanencia de Maduro? Por el momento no lo parecen, así
como tampoco a una derrota en Venezuela, que sería, como ya lo han explicitado,
geopolítica. El miércoles será la reunión del Consejo de Seguridad convocada
para abordar este punto. La derecha por su parte llamó a movilizaciones. El
cuadro sigue en movimiento.