Por Alfredo Serrano Mancilla

Se mire por donde se mire,
Lenín tiene los días contados y él es consciente de ello. No tiene apoyo
popular, como bien se demostró en los resultados de las recientes elecciones
seccionales; tampoco tiene estructura partidaria propia; y ni siquiera tiene
gabinete propio porque la mayoría de los ministros son representantes de
intereses corporativos. Por su parte, los aliados políticos han iniciado un
proceso de alejamiento sin retorno, porque ya no le necesitan para lo que fue
la transición soñada que debía poner freno a Rafael Correa.
El sector empresarial también
ha marcado distancia con el presidente; lo ven muy débil, saben que se aproxima
su final, y es mejor no quedar pegado a él. A partir de ahora, la presión
subirá. Los dueños de los dólares dejarán de liquidar exportaciones y
acelerarán el proceso de llevarse el dinero al exterior gracias, precisamente,
a la decisión de Lenín de eliminar el impuesto de salida de divisas. Así
generarán la tormenta perfecta en base a una sensación de caos e incertidumbre,
terreno en el que se mueven como pez en el agua, autoerigiéndose como
imprescindibles. De esta forma, a Lenín se le va esfumando de su lado toda la
batería de “amigos”, salvo los medios de comunicación, que por ahora no han
virado de línea editorial, aunque les queda poco. Ya conocemos bien a estas
grandes empresas: son de fácil conversión y siempre les gusta jugar con viento
a favor. Seguramente ya han apostado por el nuevo caballo ganador. O sea, según
ellos, Nebot.
Lenín hizo todo lo que estaba
en el papel. Cumplió su tarea. Y entonces le llega su turno. Fue de usar y
tirar, de la misma manera que ha sucedido con tantos otros presidentes
latinoamericanos (véase el caso de Michel Temer en Brasil). Hizo lo debido en
todos los frentes: a) persiguió judicialmente a Correa y a muchos otros
políticos de la revolución ciudadana hasta el punto de meter preso a su propio
vicepresidente; b) a marcha forzada, desmanteló todo lo que pudo del Estado
para debilitarlo como mandan los cánones neoliberales; c) reformó a su antojo
toda la megaestructura judicial cambiando a fiscales, jueces y miembros del
Tribunal Constitucional así como al Órgano Electoral; d) en lo económico ha
dado sus primeros pasos (especialmente en lo tributario) y dejado todo listo
para que el FMI entre con todo, incluida la reforma laboral; y e) en lo
internacional se fue rápidamente a servir a los Estados Unidos en todos los
frentes: abriendo oficinas de Estados Unidos en el país para que puedan actuar
como en la época de las bases militares; se lanzó contra Venezuela incluso
reconociendo y recibiendo a Juan Guaidó como presidente interino; en la OEA se
sumó a votar siempre según indicara el país hegemón; pidió a gritos ser miembro
de la Alianza del Pacífico, y se sumó a Prosur al mismo tiempo que quiso
enterrar a Unasur. Su última decisión desesperada, como manotazo de ahogado, ha
sido retirar el asilo a Julian Assange, violando toda la normativa del derecho
internacional, y ponérselo en bandeja a Estados Unidos para su extradición. Con
ello mató dos pájaros de un tiro: por un lado, haciendo uso y abuso del Estado,
se vengó de quien descubrió una trama de corrupción muy importante en la que el
protagonista era él mismo, el mismísimo presidente; y, por otro lado,
seguramente hizo su último gesto a favor de los Estados Unidos para que le
garantizaran una salida digna y confortable al acabar su periplo presidencial.
Lenín es una magnífica
demostración de que no hay que fiarse de aquél que sonríe demasiado en medio de
la escena política. Quien fuera el máximo representante de la Misión Ternura
acabó entregando a Assange, dando un paso definitivo para que se incrementen
las probabilidades de que lo condenen a la pena de muerte. Otra paradoja más en
la vida política de este personaje que se presentó en su momento como
“centrista fanático”, a traer paz en tiempos de confrontación, y ciertamente
sí, era verdad que no venía para confrontar, al menos no en el sentido de
defender la soberanía del país, permitiendo que Estados Unidos haga de Ecuador
lo mismo que hace en su vecina Colombia.
El final ya está escrito. No
sabemos exactamente cuándo, pero seguramente será más pronto que tarde. Ya lo
ha dicho hasta el mismo Nebot: no se puede esperar más, el 2021 es demasiado
tarde. Y, por su parte, Correa sigue más vivo que nunca, lo que es inversamente
proporcional al tiempo de vida política de Lenín. Las vías para salir son
múltiples: muerte cruzada, revocatorio o simple renuncia y anticipo electoral. Sea
como fuere el canal institucional, la política ya ha fijado la fecha de
caducidad.