Más grave que Grecia y lejos de Portugal
Por Claudio Katz
La economía argentina afronta dos posibilidades:
una gran crisis antes o después de octubre. El único interrogante es el momento
de esa convulsión. Por eso la tasa de riesgo-país sigue por las nubes y el
único plan del gobierno es aguantar hasta las elecciones.
Todas las tensiones derivan de la evidente
imposibilidad de pagar la deuda. Los medios internacionales subrayan todos los
días esa incapacidad. El temor no proviene de un eventual triunfo opositor,
sino del simple estallido de la bomba financiera que ha montado el oficialismo.
Esta dramática perspectiva induce a distintos
analistas a delinear cuatro escenarios posteriores a octubre: continuidad
acentuada del ajuste, retorno al desahogo de la década pasada, padecimiento
griego o alivio portugués. Todas las alternativas deberían confrontan con el
descalabro de la economía.
Desastres al por mayor
Las cifras de la deuda son aterradoras. Macri elevó
los pasivos en un 76% hasta situarlos en un porcentual próximo al total del
PBI. En un trienio incrementó esas obligaciones de 157.000 a 278.000 millones
de dólares. El grueso de los compromisos está nominado en moneda extranjera y
supone desembolsos varias veces superiores a los promedios del pasado. La carga
de intereses se ha duplicado frente a ingresos fiscales seriamente reducidos
por la recesión. Muchos tenedores han comenzado a vender los títulos previendo
su desvalorización.
La economía bordea la cornisa desde el
desmoronamiento del plan inicial de paulatina reorganización neoliberal. El
fracaso del primer socorro del FMI condujo a ubicar un funcionario de ese
organismo, en la estratégica oficina del Banco Central que reporta a
Washington.
Se ha dispuesto un sistema de bandas para
restringir la venta de dólares frente a cada asomo de corrida. Pretenden
limitar la fuga de capitales, que el año pasado dilapidó el auxilio otorgado
por el Fondo. El ministro Dujovne mendigó recientemente una flexibilización del
manejo de las divisas, pero sólo obtuvo una pequeña dádiva. Esa concesión será
irrisoria si los exportadores demoran el ingreso de divisas, para lucrar con
una nueva devaluación.
La demanda de dólares es contenida con la
aspiración de los pesos circulantes en el mercado y con tasas de interés que
duplican la inflación. Ese mecanismo está demoliendo el aparato productivo. La
caída del 2,6% del PBI durante el año pasado tiende reproducirse en el 2019.
El gobierno sigue enarbolando la fantasía de la
flexibilización laboral para crear empleos, mientras la recesión destruye
cotidianamente esos puestos de trabajo. Ya se verifica la peor crisis laboral
de los últimos 20 años. El “industricidio” ha situado la producción industrial
un 14% por debajo del 2011 y la tasa de desempleo bordea los dos dígitos en las
zonas industriales.
El “mejor equipo económico” de las últimas décadas
ha generado un inusual escenario de estanflación. Con el consumo contraído, la
emisión proscripta y el forzado déficit fiscal cero, la carestía es motorizada
por la devaluación y los tarifazos.
El descontrol cambiario realimenta su equivalente
inflacionario, afectando como nunca los precios de los alimentos. Mientras
Macri anuncia imaginarios alivios, las cifras indican un ascendente piso del
40% anual, que reiteraría el desmadre del 2018.
La hoguera inflacionaria es incentivada por el
delirante incremento de las tarifas dolarizadas. Desde octubre del 2015 la
electricidad aumentó entre 1.053% y 2.388%, el gas entre 462% y 1.353% y el
agua entre 554% y 832%.
La escalada de precios ha generado una terrible
extensión de la pobreza. El juicio que Macri pidió de su gestión observando ese
indicador es lapidario. La pérdida del salario oscila entre el 15% y el 20% y
el recorte de las jubilaciones no tiene precedentes desde el 2002.
Esta regresión social se agravará drásticamente si
irrumpe un nuevo tsunami cambiario. Más tormentosa sería la extensión de esa
convulsión al sistema bancario, que el gobierno controla otorgando insólitos
rendimientos a los financistas. La bomba de las Leliqs -renovada cada siete
días a tasas de interés del 70%- ha generado una deuda pública (cuasi fiscal)
de cinco puntos del PBI.
Ese castillo de naipes podría derrumbarse por un
impago del gobierno o por la fuga masiva de los especuladores, si el miedo
vence a la codicia. Ya se comenta un plan de canje compulsivo de los bonos para
socorrer a los banqueros, a costa de los ahorristas.
En ese tembladeral todas las fichas del gobierno
están colocadas en llegar a los comicios y conseguir una inesperada
revalidación de su mandato.
El ajuste recargado
Con todos los indicadores económico-sociales en
contra, el oficialismo supone que puede lograr la reelección, repitiendo la
victoria conseguida por Menem en 1995. Pero no ha motorizado la mínima
reactivación que se requiere para repetir ese antecedente.
Además, a mitad de los 90 la recesión apenas
comenzaba, al cabo de cuatro años de crecimiento, en el contexto de estabilidad
generado por la Convertibilidad. En la actualidad no existe el “voto cuota”,
que indujo a millones de consumidores endeudados en dólares a priorizar la
continuidad del modelo. Cambiemos sólo ha generado incontables
decepciones desde el primer día.
Es cierto que el FMI sigue apostando por el
gobierno, pero con más prevenciones, menores fondos y apertura del juego a la
oposición. Argentina se perfila como una gran pesadilla para el propio
directorio del Fondo. Ya se ha convertido en el primer deudor del organismo por
encima de Grecia y Ucrania. Nadie sabe cómo devolverá los 50.000 millones de
dólares otorgados y persiste la crítica de los directores europeos al socorro
argentino que forzó la delegación estadounidense.
Dentro del país numerosos sectores de las clases
dominantes se distancian del gobierno, intuyendo que el viento sopla hacia otra
dirección. Los grandes grupos han perdido subsidios (Techint), acumulan
pérdidas (Arcor, Molinos) y afrontan el recorte de sus patrimonios
(Constantini). También la emblemática Mesa de Enlace de los
agro-sojeros confiesa su disgusto con el presidente. Incluso los banqueros que
engrosan sus caudales temen el desplome del sistema financiero.
En estos escenarios el electorado suele penalizar
al oficialismo. Esa norma se verificó en seis de las siete elecciones
presidenciales registradas desde 1989. Las reiteradas crisis argentinas -que se
inician en el terreno cambiario y desembocan en grandes recesiones- suelen
deglutir al primer mandatario.
El triunfo de Cambiemos en octubre
constituiría una llamativa excepción, que sólo podría consumarse por impotencia
o complicidad de la oposición. Todos saben que la próxima gestión será muy
turbulenta. Si las imprevisibles circunstancias de los próximos meses derivan
en la reelección, Macri que comandará un salvaje ajuste sobre el ajuste.
El oficialismo intentaría nuevamente imponer el
pospuesto reordenamiento neoliberal. No hay palabras para describir el tormento
que descargaría ese modelo sobre el pueblo: flexibilización laboral,
vaciamiento del sistema previsional, pulverización de las jubilaciones y
demolición del salario. Los compromisos con el FMI se cumplirán a rajatablas y
la inexorable renegociación de la deuda incluirá drásticos compromisos de
entrega, con Vaca Muerta a la cabeza del remate. Salta a la vista cuán
prioritario es evitar que Macri pueda lograr ese segundo mandato.
Pero la derecha es también consciente de la
fragilidad de un proyecto, que naufragó abruptamente en su primera versión.
Recuerda, además, las grandes debacles que acompañan a esas reestructuraciones
(1982, 1989, 2001). Su plan frente a esa eventual catástrofe sería alguna
modalidad de dolarización general.
Ese programa incluirá un mega-ajuste fiscal, que
duplicaría la exclusión social padecida por un tercio de la población. Todas
las vertientes derechistas -que sostienen a Macri en la coyuntura- preparan un
atroz rediseño de la economía.
¿Retorno al 2002-2006?
Un segundo escenario más promisorio es imaginado
por los analistas que aspiran a recrear el desahogo de la década pasada. Los
voceros de Lavagna y de Cristina afirman que ambos dirigentes podrán encabezar
esa resurrección, luego de haber lidiado con situaciones económicas adversas.
Pero los galardones de una gestión pasada no
aseguran resultados futuros. Basta recordar que Cavallo volvió con los lauros
de la Convertibilidad, para precipitar la gran hecatombe que sucedió al
corralito. En lugar de especular con los atributos de un salvador, convendría
evaluar las condiciones de la coyuntura actual.
Este contexto difiere del imperante en los primeros
años de nuevo milenio. La cesación de pagos generó un quinquenio de alivio,
signado por la suspensión de las erogaciones externas. Ese impago no fue
programado, pero facilitó el desahogo de la exhausta economía nacional. En la
actualidad, todos los exponentes del Peronismo Federal y del Kirchnerismo se
oponen a repetir la enemistad con los bancos, que generó esa experiencia.
La acelerada recuperación del 2002 se asentó,
además, en la desvalorización de capitales y salarios que provocó la
mega-devaluación. Ese “trabajo sucio” coronado por Duhalde abrió el camino para
el gran rebote que heredó el kirchnerismo. Aunque el actual ajuste de Macri
repite esa destrucción de ingresos populares, la cirugía en curso recién
comienza y requiere sacrificios muy superiores al pasado.
El repunte económico gestionado por Kirchner y
Lavagna, estuvo también facilitado por un superciclo internacional de las
materias primas, que situó el precio de la soja en un nivel sin precedentes. En
la actualidad, la cotización de los productos primarios ha retomado su promedio
tradicional.
En ese favorable contexto se implementó un canje de
la deuda, que convalidó la desvalorización mercantil del pasivo. La negociación
de una quita semejante no figura en la agenda actual de ningún economista del
justicialismo. Todos los proyectos en danza apuntan a extender los plazos de
pago y reducir el costo del crédito. Se espera saldar los compromisos mediante
la simple recuperación del crecimiento económico.
Pero esa expectativa choca con el volumen de la
hipoteca. Entre el 2020 y el 2026 las exigencias de pago involucran el 65% del
total adeudado. En los primeros cuatro años hay que devolver el dinero
concedido por el FMI, sin ningún acceso previsible al mercado financiero.
Los líderes del Peronismo Federal y del
Kirchnerismo intentarían renegociar la deuda que administra el FMI, en un marco
muy distinto a la década pasada. En ese momento, el Fondo sólo actuaba como
acreedor adicional de un amplio espectro de tenedores de títulos argentinos.
Por su rol estratégico nunca dejó de cobrar los pagos suspendidos al resto y
fue premiado con la cancelación total de sus créditos, cuando la economía logró
cierto desahogo.
Pero en la actualidad es el gran protagonista de
cualquier tratativa. El mega-préstamo concedido el año pasado ha convertido al
FMI en un acreedor hiper-dominante. Será el insoslayable intermediario de
cualquier conversación con otros bonistas externos.
Conviene finalmente registrar que Argentina se ha
transformado en el eslabón débil de las economías intermedias, afectadas por la
eventualidad de un gran temblor (Turquía, Sudáfrica). Por esa razón, la
renegociación de su deuda será observada con gran atención por todos los
financistas. Ya no impera la contemporización (o relativa indiferencia
internacional) que prevaleció en el 2003-2006. También se ha extinguido el
furor por los BRICS y los mercados emergentes. En este marco, lo ocurrido en la
periferia europea brinda pistas para evaluar el destino de la Argentina.
El suplicio de Grecia
En el 2015 el gobierno izquierdista de Syrza intentó
negociar el ajuste que exigían los acreedores y convocó a un exitoso referéndum
para rechazar ese chantaje. Pero en vez de cumplir con el mandato popular el
presidente Tsipras se rindió frente a los banqueros. Esa capitulación condujo a
una gran desmoralización política y a la sucesión de recortes que padece la
población.
Grecia ha quedado sometida a un interminable
calvario para garantizar el rescate de los bancos afectados por su deuda. La
economía sufrió agudas recesiones que profundizaron la caída iniciada en 2008.
Esa parálisis productiva demolió el 30% del PBI y generalizó un dramático
retroceso social. La tasa de desempleo promedia el 24% y alcanza al 40% de la
juventud. Un tercio de los habitantes abandonó el país, generando un
desequilibrio demográfico que impactará sobre los recursos previsionales. Las
jubilaciones sufrieron 14 recortes y la mitad de las familias afronta alguna
imposibilidad de pago de sus créditos. En un sistema sanitario desmantelado la
tasa de mortalidad infantil registra un llamativo incremento.
El gobierno ha implementado la reforma laboral y
jubilatoria demandada por los acreedores. Sus agentes buscan apropiarse de la
flota comercial y de los puertos, que aún conservan nacionalidad helena. La
monumental transferencia de recursos a los bancos extranjeros se consuma a
través de distintos mecanismos impositivos. Mientras se cumple a rajatablas el
cronograma de superávit fiscal primario, la generalización del IVA empobrece a
la población.
Los gerentes de la Comisión Europea que manejan la
economía, ni siquiera han respetado la promesa de aliviar los pagos. La vieja
insinuación de conectar esas erogaciones con la tasa de crecimiento ha sido
desechada. La promesa de reestructurar el pasivo pasó al olvido. Mientras el
achicamiento de la economía agranda la hipoteca, periódicamente reaparece
alguna hipócrita sugerencia de reconsiderar el futuro de la deuda. Pero con
pasivos equivalentes al 188% del PBI, ninguno de esos anuncios tiene
credibilidad.
Para los inspectores del FMI el desangre de Grecia constituye
un gran “éxito”, verificado en el retorno del país al mercado financiero. Ya
celebran las primeras operaciones de un refinanciamiento, que reconcilia a los
especuladores con el negocio heleno.
Semejanzas y peligros
El escenario griego retrata una tercera perspectiva
para la Argentina. Por las semejanzas de origen y volumen del endeudamiento,
las comparaciones entre ambos países han sido muy frecuentes en las últimas
décadas. La similitud actual se verifica en el sometimiento de ambos pasivos a la
discrecionalidad de un acreedor dominante.
Mientras el 80% de la deuda helena está concentrada
en estados u organismos europeos, el FMI es el mandamás de la negociación con
Argentina.
El superávit fiscal impuesto en los cuatro
memorándums suscriptos por Grecia será la principal exigencia que soportará
Argentina. Las mismas contra-reformas laborales y jubilatorias de Grecia serán
remitidas al Parlamento nacional.
Conviene recordar las ingenuas expectativas de
Tsipras en el europeísmo benevolente de los acreedores, frente a tantos elogios
criollos a la “nueva sensibilidad del FMI”. Nadie ha podido presentar algún
ejemplo de esa condescendencia. Incluso las recientes migajas que concedieron
en el país al manejo del gasto social han quedado pulverizadas por la aceleración
de la inflación.
Argentina cuenta con muchos instrumentos para
evitar el padecimiento griego. Está ubicada en una franja internacional de
economías más gravitantes, mantiene una moneda propia y preserva una estructura
industrial significativa. Aunque carece del gran recurso del turismo para un
rápido ingreso de dólares, cuenta con significativas exportaciones primarias.
Está exenta de bases de la OTAN y alejada de los centros del conflicto
geopolítico internacional. Pero la utilización de esas ventajas presupone la
confrontación y no el sometimiento al FMI.
La tragedia de Grecia es un llamado de atención
frente a la nueva disposición del kirchnerismo a acordar con el Fondo. Las
denuncias que enarbolaron en las manifestaciones del 25 de Mayo y 9 de Julio
del año pasado han sido archivadas.
El cónclave de Kicillof con los emisarios del Fondo
no fue un mensaje aislado. Sus justificaciones protocolares (“nos reunimos con
todos”) fueron seguidas de edulcoradas descripciones de ese organismo. Se lo
exime de toda responsabilidad en el ajuste, suponiendo que actúa como un simple
auxiliador de los desarreglos provocados por Macri. Con esa interpretación se
olvida su papel de artífice y beneficiario del saqueo.
La aceptación kirchnerista del FMI recuerda la actitud
asumida por Dilma en Brasil. Implementó un curso neoliberal que desmoralizó a
la población y facilitó el golpe institucional pre-Bolsonaro. La conducta de
Lenin Moreno en Ecuador es otro precedente. Lideró un proyecto regresivo al
interior del proceso progresista y ahora emula la sumisión macrista al FMI.
La excepción portuguesa
Todos los analistas observan a otra economía de la
periferia europea, que ha logrado un desahogo contrapuesto a la asfixia helena.
Portugal soportó inicialmente un gran incremento de la deuda pública, que saltó
del 68 % (2007) al 111% (2011) del PBI. La Troika impuso
su típico ajuste de reducción del gasto social, disminución de los sueldos
estatales y extensión de la jornada de trabajo. No faltaron las
privatizaciones, el aumento del IVA, las reformas laborales y el agobiante
superávit fiscal.
Pero en el 2015 los líderes derechistas que
consumaron esa degradación perdieron el gobierno y el Partido Socialista volvió
a encabezar la administración. Ese retorno incluyó una inédita alianza
parlamentaria con dos formaciones de izquierda (PC y Bloco), que sostienen al
presidente contra sus rivales conservadores.
En ese infrecuente escenario político comenzó un
desahogo económico, a partir de un crecimiento que mejoró los salarios y expandió
el consumo. Se limitaron los impuestos regresivos y las privatizaciones fueron
detenidas. El correlato financiero del repunte fue la recalificación
internacional de la deuda. También se cancelaron los pasivos con el FMI para
refinanciarlos a menores costos con prestamistas privados.
La economía portuguesa transita por el típico de
rebote que sucede a los fuertes ajustes. La mayor pujanza de esta reacción
cíclica se explica por el gran flujo de turistas, que se alejó de las
turbulentas costas africanas. Los negocios inmobiliarios recobraron fuerza por
las ventajas que ofrecen los precios portugueses en el universo del euro. Las
bajas tasas de interés imperantes en el Viejo Continente alimentan esa
afluencia de divisas.
El respiro del país también deriva de la postura
contemplativa que asumió la Troika. Después de la virulenta sanción
impuesta a Grecia, primó la decisión de actuar con mayor consideración. En el
primer caso prevaleció la penalización a una población movilizada que desafió a
los mandantes de Europa. La conciliación con Portugal fue un gesto
compensatorio, en el nuevo escenario de crisis continental generado por
el Brexit.
La Troika aflojó su presión frente
a un conocido Partido Socialista portugués. No afrontó el temor suscitado por
la llegada de Syriza al espectro político griego.
En el caso lusitano ha influido significativamente
la acción de la izquierda en la contención del ajuste. Los sectores radicales
mantienen un compromiso inestable con el gobierno, que gestiona una deuda
equivalente al 125% del PBI. Esa administración acepta el superávit fiscal y
una atadura al euro, que multiplica el déficit comercial y debilita la
producción local.
Para revertir ese sometimiento la izquierda exige
el replanteo de la deuda y la recuperación de la soberanía monetaria. Pero esas
tensiones no anulan el trienio de alivio que ha vivido el país. ¿Podría
Argentina conseguir un desahogo semejante?
La improbable extensión
Los economistas del kirchnerismo consideran que el
modelo portugués podría implementarse, mediante un drástico giro en la política
económica. Ese viraje consumaría el cuarto escenario en debate. Pero la
experiencia indica que la voluntad de copia constituye apenas un ingrediente de
esa extensión. La reproducción del rumbo lusitano requeriría, además, la misma
contemporización por parte de los acreedores.
La experiencia indica cuán peligroso es apostar
todas las fichas a esa condescendencia. Tsipras personificó esa postura al
augurar una actitud amigable de la Troika. En el caso argentino, no
existe ninguna certeza sobre el eventual comportamiento del FMI en un contexto
Pos-Macri. Pero conviene registrar que hasta ahora, el organismo ha mantenido
su tradicional dureza en todas las negociaciones internacionales de la deuda.
La virulencia frente a Grecia en el 2012 fue
complementada con el drástico programa de recortes impuesto a Ucrania en el
2015. El sabotaje contra Venezuela -que implementa la casta financiera
internacional por exigencia de Trump- puede ser considerado como otro indicador
de la misma fiereza.
Portugal ha sido la excepción a esa norma de
agresiones contra los países periféricos. La repetición del alivio lusitano en
Argentina es muy improbable. El desahogo llegó en ese país tras varios años de
un ajuste, que recién comienza en el Cono Sur. Además, el país no tenía
concertado el estricto acuerdo de emergencia que ha firmado Macri con el FMI.
Saldó las cuentas con el Fondo, sin recuperar la autonomía que logró Argentina
en la década pasada. Portugal continúa sometido al euro y a las restricciones
presupuestarias que monitorea Bruselas.
Como el FMI otorgó enormes préstamos al peligroso
deudor argentino, es muy probable que Lagarde busque su propia supervivencia
con duras exigencias de cobro. A diferencia de la Troika, el Fondo
no debe lidiar en Sudamérica con el impacto causado en Europa por el ahogo
impuesto a Grecia.
Estas diferencias no anticipan igualmente una
trayectoria predeterminada. Lo más realista es constatar los dos cursos que
afronta Argentina. Habrá un severo conflicto con el FMI, si se decide
replantear la deuda y prevalecerá una indescriptible degradación, si se acepta
el pago del tributo. Esta disyuntiva se perfila en el horizonte, más allá de la
aparición de una primavera portuguesa.
Conviene señalar que ni siquiera la alejada
eventualidad lusitana resolvería el gravísimo endeudamiento legado por Cambiemos.
Sólo pospondría un desenlace a favor de los banqueros o la mayoría popular. Las
indefiniciones refuerzan a los financistas y desguarnecen a los trabajadores.
Los economistas del progresismo suelen exaltar el
modelo portugués silenciado lo ocurrido en Grecia. Algunos omiten la variedad
de circunstancias que determinó los dos resultados y otros extraen conclusiones
conservadoras. Sugieren que la diferencia entre ambos desemboques obedeció a la
moderación del primer curso y a la radicalidad del segundo. Si ese razonamiento
predomina en Argentina, el FMI ganará la partida a costa del sufrimiento
popular.
Nuestro país acumula un gran acervo de experiencias
en la batalla contra el FMI. Esa conciencia popular se encuentra actualmente
adormecida por la expectativa de lograr una renegociación favorable de la
deuda. Pero resulta indispensable recordar que no habrá recuperación
consistente de los ingresos populares, sin desconocer el pacto con el Fondo.
Ese camino permitiría evitar los despidos, la pulverización del salario y la
contracción del nivel de actividad
La suspensión de pagos es imprescindible para
frenar la hemorragia de divisas y cortar el festival especulativo. Conduciría a
transferir el costo de la crisis a sus causantes. Esas definiciones no
implicarían el corte de todas las tratativas. Sólo contribuirían a crear el cuadro
requerido para impedir los atropellos al ingreso popular. Quiénes convocan a
“negociar sin condicionalidades” deberían registrar que ese posicionamiento
exige desconocer los compromisos que sepultan la producción.
La lucha que se avecina exige publicitar la verdad
de la deuda concertada por el macrismo. La auditoría del pasivo es
imprescindible para clarificar quiénes se enriquecieron con la emisión de
Lebcas, Leliqs y bonos a 100 años. Hay importantes experiencias de estas
investigaciones en Ecuador y Grecia. El reencuentro con nuestra propia
tradición de resistencia al FMI es la llave maestra para encarar la batalla de
los próximos meses.
Resumen
Todos los indicadores de la economía confirman un
dramático escenario con cuatro posibles desenlaces. La improbable continuidad
del oficialismo implicaría un ajuste recargado y la eventual dolarización
frente a una gran debacle. El desahogo de la década pasada choca con el
protagonismo acreedor del FMI, la adversidad comercial y la desvalorización irresuelta.
El calvario de Grecia anticipa los padecimientos que afrontará el país, en una
renegociación de la deuda amoldada al FMI. Las expectativas en un alivio
portugués tienden a diluir la batalla contra los financistas.
Claudio Katz es economista, investigador del
CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
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