El golpe
de Estado abortivo que fue iniciado el martes por el títere estadounidense y
autoproclamado “presidente interino” de Venezuela, Juan Guaidó, ha expuesto
otra vez el papel criminal de la prensa corporativa estadounidense.
El video
de Guaidó y Leopoldo López, el líder del partido ultraderechista de Guaidó
financiado por la CIA, Voluntad Popular, junto a unas pocas docenas de hombres
armados en uniforme, convocando un levantamiento militar, fue recibido con un
júbilo indiscreto por los principales medios de comunicación.
Esta
trama fue escenificada al ver que el “mandato” de 100 días del Sr. Guaidó, que
existe solo en la imaginación codiciosa del imperialismo estadounidense y las
corporaciones petroleras, no parecía estar más cerca de establecer control
sobre Venezuela. Incluso cuando se volvió evidente que no había pasado de ser
un completo fiasco, la prensa siguió sugiriendo que el ejército estaba dividido
y el pueblo en revuelta.
Conforme
se volvía cada vez más innegable el fracaso del intento del golpe de Estado,
CNN y las otras mayores redes noticiosas repitieron las descabelladas
afirmaciones de los protagonistas de la operación de cambio de régimen en el
Gobierno de Trump como si fueran hechos incontrovertibles.
El
secretario de Estado, Mike Pompeo, le dijo a la prensa que el presidente
venezolano, Nicolás Maduro, estaba a punto de abordar un jet que lo esperaba en
una pista en Caracas para llevárselo a La Habana, pero que “los rusos” lo
habían convencido en el último minuto de quedarse.
¿Alguno
de los presentadores que repitió esta afirmación una y otra vez tenía evidencia
más que las palabras del exdirector de la CIA para corroborarla? Si así fue, no
se molestaron en compartirla con la audiencia.
John
Bolton, el belicoso asesor de seguridad nacional de Trump, emitió una
declaración desde el jardín de la Casa Blanca en la que aseveró que el ministro
de Defensa venezolano, Vladimir Padrino, el líder de la Corte Suprema, y el
titular de la Guardia Presidencial todos “están de acuerdo en que Maduro debe
irse” y que era el momento de cumplir con sus “compromisos” o “hundirse con el
barco”.
Esto
también fue tratado como un hecho, a pesar de las denuncias públicas contra las
acciones de Guaidó tanto de Padrino como de la Corte Suprema. La repetición
peculiar tres veces de Bolton de los nombres de estos tres hombres durante sus
comentarios fue una señal inequívoca de que el asesor de seguridad nacional
estaba practicando un poco de guerra informacional para desestabilizar el
Gobierno venezolano.
El Washington Post, propiedad del
milmillonario de Amazon, Jeff Bezos, intervino con un editorial publicado la
misma noche del golpe de Estado respaldado por EUA. Su título fue “No lo llamen
un golpe de Estado. Los venezolanos tienen el derecho a reemplazar un régimen
opresivo y tóxico”, pero le habría venido bien un subtítulo, “¿A quién quieres
creerle, a mí o a tus ojos mentirosos?”.
Los editores del Post declararon,
“Los venezolanos respondieron al llamado del Sr. Guaidó a realizar protestas
callejeras y fueron confrontados por tropas leales al Sr. Maduro. Para fines de
la tarde, estaban sucediendo enfrentamientos; los oficiales del régimen estaban
prometiendo un ‘contraataque’ decisivo; y no había forma de saber si la
‘Operación Libertad’, como el Sr. Guaidó llamó este paso de alto riesgo, sería
exitosa o sería aplastada—o si desencadenaría una guerra civil”.
Continúa, “Lo que no es ni debería ser ambiguo es
la esencia política y moral de esta situación volátil”, declaró el Post.
La
“esencia moral” de la situación, más allá de todas las invocaciones de
“libertad”, huele decididamente a petróleo y excremento.
No hubo
ningún “contraataque decisivo” por el Gobierno porque no hizo falta. Ni las
tropas ni un número significativo de civiles respondieron al video tuiteado por
Guaidó llamando a invadir la base aérea La Carlota y a emprender un
derrocamiento armado del Gobierno de Maduro. Para el fin del día, López, el
aparente arquitecto del intento de golpe, había buscado refugio primero en la
embajada chilena y luego en la española. El puñado de soldados que se había
quedado con los títeres derechistas de Estados Unidos, unos 25 en total, habían
solicitado protección en la embajada del Brasil de Bolsonaro.
El
partido político de Guaidó está enraizado en la oligarquía reaccionaria y
tradicional de Venezuela que es responsable de la opresión de la clase obrera y
los pobres y de crímenes tales como la masacre de miles que se levantaron
contra las medidas de austeridad del Fondo Monetario Internacional en lo que
llegó a ser conocido como el caracazo de 1989, algo que eclipsa en creces
cualquier represión llevada a cabo bajo Maduro o su predecesor, Hugo Chávez.
Claramente
hay millones de venezolanos que, a pesar de su enojo por el deterioro de las
condiciones sociales, y la corrupción y defensa de la capa privilegiada de
capitalistas conocida como boliburguesía por parte del Gobierno de Maduro, ven
en Guaidó y su calaña el enemigo tradicional del pueblo trabajador del país.
Un auténtico derrocamiento de un Gobierno por su
pueblo, que en la época actual solo puede ser exitoso por medio de la
movilización política independiente de la clase obrera contra la estructura
capitalista en su conjunto, se llama una revolución. El intento de deponer a un
presidente en funciones movilizando pequeños grupos de hombres armados para que
irrumpan en una base militar con el respaldo de una potencia extranjera es, le
guste o no al Post, un golpe de Estado.
El New York Times, en la estela del
fiasco golpista, hizo su propia contribución a la operación de cambio de
régimen de Washington, publicando un artículo basado en un supuesto “dosier
secreto” ostensiblemente entregado por un oficial de inteligencia venezolano
rebelado y confirmado por un compañero suyo que afirmaba que el
exvicepresidente venezolano y actual ministro de Industria, Tareck El Aissami,
el hijo de inmigrantes sirios, había “presionado para llevar a Hezbolá a
Venezuela”.
El “dosier” tiene todas las características del
tipo de reportaje que el Timesllevó a cabo sobre las “armas de
destrucción masiva” previo a la guerra de agresión estadounidense en 2003
contra Irak.
Los propios lectores del Times respondieron
a la historia con sospecha y animosidad. Uno de los comentarios de lectores con
mayor calificación indicó que “el reporte huele plenamente a un pretexto
inventado igual al que se basó la carrera hacia Irak y la destrucción y
desestabilización en Oriente Próximo. De hecho, este olor es incluso más
desagradable”.
Otro
lector escribió: “¿Por qué están apareciendo de repente “dosieres secretos” del
Gobierno venezolano? ¿Por qué no dosieres secretos sobre Arabia Saudita? ¿Por
qué no dosieres secretos sobre Egipto? ¿Por qué no dosieres secretos sobre
Israel? ¿Por qué no dosieres secretos sobre Kazajistán? ¿Por qué? Porque EUA
está 100 por ciento concentrado en un cambio de régimen en Venezuela y ya tiene
los regímenes que quiere en Arabia Saudita, Egipto, Israel y otros países”.
No ha
habido ni una sola voz crítica en los medios tradicionales que se oponga a la
operación de cambio de régimen estadounidense en Venezuela. Tanto los
periódicos como los programas noticiosos de televisión están repletos de mentiras
y propaganda para preparar la realización de la amenaza constante de que “todas
las opciones están sobre la mesa”.
El grupo de control mediático Fairness and Accuracy
in Reporting (FAIR; Justicia y Veracidad en los Reportajes) publicó
recientemente los resultados de una consulta de los medios de comunicación de
mayor impacto, tanto impresos como de difusión, cubriendo un periodo de tres
meses entre enero y abril este año. Concluyó: “cero artículos de opinión en
el New York Times y el Washington Post asumieron
una postura en contra de un cambio de régimen o pro-Maduro/chavista. Ni un solo
comentarista de los tres grandes programas de entrevistas dominicales o en
NewsHour de PBS argumentó en contra de que el presidente Nicolás Maduro
renuncie del Gobierno venezolano”.
Detrás
del apoyo con filas cerradas, descarado y desvergonzado de la prensa
corporativa a otra operación imperialista de cambio de régimen y golpe de
Estado en América Latina, están los intereses subyacentes de un capitalismo
estadounidense sumido en crisis de tener un control irrestricto de los
yacimientos petrolíferos venezolanos, los más grandes del planeta y de repeler
la creciente influencia económica y política de China y Rusia en el hemisferio
que Washington ha visto históricamente como su “patio trasero”.
La prensa estadounidense ha sufrido una
degeneración prolongada que ha correspondido con el abandono por parte de la
élite gobernante capitalista de EUA de cualquier semblanza de apoyo a los
derechos y procesos democráticos. A pesar de que nunca hubo una era dorada de
la prensa capitalista en Estados Unidos, se acabaron hace mucho los días en que
el New York Times y el Washington Post podían
publicar los Papeles del Pentágono en desafío al Gobierno estadounidense para
llamar la atención del público estadounidense a la política criminal del
imperialismo estadounidense en el sureste asiático en medio de una amarga
guerra.
Aquellos
que intenten cumplir una función como esta en el ambiente de hoy se enfrentan
al peso total de la represión capitalista, con los comentaristas y columnistas
de los medios alentando al Estado.
Eso es lo
que ha ocurrido con el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, quien fue
sentenciado el miércoles a casi un año en presión por una jueza británica y se
enfrenta al peligro de una rendición a EUA y una posible pena de muerte por el
crimen de exponer los crímenes de guerra de Washington. Asimismo, Chelsea
Manning, la denunciante del ejército que entregó a WikiLeaks los documentos que
exponen los crímenes estadounidenses en Irak y Afganistán y las conspiraciones
estadounidenses en todo el mundo, ha estado encarcelada por casi dos meses,
gran parte de ellos en confinamiento solitario y sin el cuidado médico
necesario, por rehusarse a darle al Estado evidencia que pueda utilizar contra
Assange.
La lucha
contra la amenaza de una guerra contra Venezuela y la defensa de Assange y
Manning está en manos de la clase obrera internacional, cuyos intereses están
diametralmente opuestos a los de los militaristas de la clase gobernante
estadounidense y sus compinches en la prensa.