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El futuro de la alimentación en el mundo


Los datos de FAO indican que desde 2015 el número de personas subalimentadas, es decir que pasan hambre, ha aumentado hasta 821 millones


José María Sumpsi Viñas (Economistas sin Fronteras)

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), aprobados en septiembre de 2015 por la Asamblea General de Naciones Unidas, representan una ambiciosa agenda (Agenda 2030) de la comunidad internacional para hacer frente a los numerosos desafíos a los que la humanidad se enfrenta, tanto en los países en desarrollo como en países desarrollados. El objetivo número dos de los ODS es “Erradicar el hambre en el mundo”. 

Existe la opinión generalizada de que la prevalencia del hambre en el mundo -821 millones de personas en 2017, según estimaciones de FAO- es una lacra social que revela una falta de ética en los gobernantes y de que es muy difícil de entender que en una sociedad tan avanzada, con tanto conocimiento y tantos medios tecnológicos, aún haya tanta gente que pase hambre, e incluso que se muera de hambre. Pero, en realidad el objetivo de erradicar el hambre en el mundo es un objetivo complejo, puesto que el logro de una seguridad alimentaria plena en el mundo requiere incidir en numerosos aspectos. No es por casualidad que en el Panel de altos expertos del Comité Mundial de Seguridad Alimentaria residenciado en FAO haya científicos de ramas tan diversas: agrónomos, biólogos, bioquímicos, físicos, juristas, economistas, sociólogos, meteorólogos, edafólogos, nutricionistas, ingenieros y politólogos.

Los datos de FAO (SOFI, 2018) indican que desde 2015 el número de personas subalimentadas, es decir que pasan hambre, ha aumentado hasta 821 millones, truncándose la tendencia a la reducción del hambre en el mundo. No hay acuerdo sobre si este truncamiento es coyuntural o es un cambio de tendencia estructural, pero las dos causas principales de este retroceso son los conflictos armados en ciertas regiones del mundo y el cambio climático, y ambos son factores estructurales. Ello ha hecho sonar las señales de alarma, pues, si no se revierte este aparente cambio de tendencia, puede ponerse en riesgo el logro del objetivo dos de los ODS. Es por ello que está plenamente justificado que Economistas sin Fronteras dedique un nuevo número de sus dossieres a este tema: “El futuro de la alimentación en el mundo” (de próxima publicación y que se podrá ver aquí).

En octubre de 2009 se celebró en FAO una Conferencia Internacional de Alto Nivel sobre Cómo alimentar a la humanidad en 2050 a la que asistieron científicos destacados de diversas áreas científicas.  La gran conclusión de aquella conferencia fue que en 2050 habría en el mundo una población de 9.200 millones de personas, más urbana que rural y con una renta per cápita significativamente mayor, y que para alimentar a una población más numerosa, más urbana y con mayor poder adquisitivo, era necesario aumentar la producción mundial de alimentos un 70%. La segunda gran conclusión es que ese aumento debería centrarse en los países en desarrollo y basarse más en el aumento de la productividad agrícola (80%) que en la expansión de la superficie cultivada (20%).

Pero han pasado ya diez años de esa conferencia y se ha puesto de manifiesto que el análisis fue parcial y que las conclusiones deben matizarse o incluso replantearse. En primer lugar, lo que importa no es la producción de alimentos, sino su disponibilidad, que equivale a la producción de alimentos menos las pérdidas y desperdicios, lo que hace entrar en juego la variable pérdidas y desperdicios de alimentos, que no fue considerada en la Conferencia de 2009. En segundo lugar, no solo debe tenerse en cuenta la producción de alimentos, sino también su consumo, que está relacionado con la dieta. Si los 9.200 millones de personas en 2050 adoptaran una dieta muy calórica (4.000 Kcal), como ocurre en algunas sociedades desarrolladas, no habría suficiente disponibilidad de alimentos en el mundo para alimentar a la humanidad.  Este segundo tema, la nutrición, ha adquirido una relevancia enorme en los últimos diez años, no solo desde el punto de vista de la alimentación y salud, sino también del medio ambiente, hasta el punto de que la comunidad internacional cambió el concepto de seguridad alimentaria (SA) por el de Seguridad Alimentaria y Nutricional (SAN). Incluso el ODS 12  (Producción y consumo responsable) está relacionado con el tema de la seguridad alimentaria y nutricional por el lado no solo de la producción, sino del consumo. En tercer lugar, el aumento de la productividad agraria, aún necesario a pesar de los matices que hemos introducido, aunque sea en menor cuantía, debe lograrse sin deteriorar el medio ambiente, sin  agotar los recursos naturales y mitigando el cambio climático, lo que supone un enorme reto científico y tecnológico para la humanidad.

Además de la disponibilidad de alimentos, la otra condición para que exista una seguridad alimentaria plena en el mundo es el acceso a los alimentos, tanto físico como económico. Hay países en desarrollo donde la falta de infraestructuras de almacenamiento y carreteras dificulta extraordinariamente el acceso físico a los alimentos en determinadas áreas del país. Muchos hogares padecen inseguridad alimentaria por falta de ingresos para comprar alimentos, lo que es una causa principal del hambre que entronca con el primer objetivo de los ODS, que es eliminar la pobreza extrema. La dificultad de acceso económico a los alimentos se puede producir por falta de ingresos, hogares en situación de pobreza o bien por un aumento explosivo de los precios de los alimentos, como ocurrió en la crisis alimentaria global de 2007-2008.

En el mencionado dossier de Economistas sin Fronteras se aborda el preocupante cambio de tendencia en la lucha contra el hambre desde 2015, pues el número de personas que pasan hambre ha aumentado por segundo año consecutivo, poniendo en riesgo el logro del objetivo dos de los ODS (“Erradicar el hambre en el mundo”). Al tiempo, el dossier  profundiza en  temas como el necesario aumento de la productividad agraria de forma sostenible, lo que la FAO denomina intensificación sostenible; el papel de la biotecnología en el aumento de la productividad agraria y en la reducción de los impactos ambientales y de las emisiones de gases efecto invernadero; la importancia de la reducción de la pérdida y desperdicios de alimentos para aumentar la disponibilidad de alimentos y reducir impactos ambientales y despilfarro de recursos; el impacto de los sistemas alimentarios y la dieta en el medio ambiente y el cambio climático, que tiene en cuenta no solo la producción responsable de alimentos, sino también el consumo responsable; y la volatilidad del mercado y precios de los alimentos y la importancia de los sistemas de información de mercados para mejorar la seguridad alimentaria mundial. El dossier se completa con dos trabajos que abordan los aspectos políticos del hambre, el papel de la cooperación y la ayuda al desarrollo en la lucha contra el hambre y la necesidad de una nueva gobernanza global de la agricultura y la alimentación para lograr avances en la erradicación del hambre en el mundo.

Las principales conclusiones del dossier son numerosas y diversas y trataremos de resumirlas a continuación. Una de las conclusiones principales es que las causas de que el hambre en el mundo esté aumentando desde 2015 son los conflictos que azotan diversas partes del mundo y el cambio climático. Dado que son causas estructurales, es posible que el cambio de tendencia no sea algo pasajero, a menos que se intensifiquen los esfuerzos de paz y de mitigación y adaptación de la agricultura al cambio climático. La ciencia y la tecnología, en especial la biotecnología y la genómica de plantas, están avanzando rápidamente y permitirán la adaptación de la agricultura al cambio climático, lo que significará el aumento de los rendimientos de los cultivos, reduciendo a la vez los impactos negativos sobre el medio ambiente y contribuyendo a la mitigación del cambio climático. Sin embargo, el hecho de que algunos de estos microorganismos o moléculas obtenidos mediante la biotecnología o la genómica de plantas se asimilen a organismos genéticamente modificados, que están regulados en Europa de forma totalmente restrictiva, constituye una barrera que puede frenar o incluso impedir importantes avances.

LA REDUCCIÓN DE LAS PÉRDIDAS Y DESPERDICIOS DE ALIMENTOS SUPONE DOS EFECTOS POSITIVOS: AUMENTO DE LA DISPONIBILIDAD DE ALIMENTOS Y REDUCCIÓN DE LOS IMPACTOS SOBRE EL MEDIO AMBIENTE, LOS RECURSOS Y EL CAMBIO CLIMÁTICO

Para mejorar la seguridad alimentaria mundial no solo debe actuarse sobre la producción de alimentos, sino también sobre el consumo de los mismos. Desde la perspectiva de la producción de alimentos, los sistemas alimentarios presentes tienen fuertes impactos en el medio ambiente, el uso de recursos naturales y las emisiones de gases de efecto invernadero, de modo que es fundamental introducir cambios en los sistemas alimentarios para que contribuyan a alimentar a la humanidad, pero sin deteriorar el medio ambiente, agotar los recursos y empeorar el calentamiento global. Por el lado del consumo, un consumo responsable desde la perspectiva de la salud, el medio ambiente o el cambio climático, con dietas menos calóricas y un menor consumo de azúcares, grasas y carne, como por ejemplo la dieta mediterránea, puede contribuir a mejorar la seguridad alimentaria y nutricional, reduciendo tanto la subalimentación, y en especial la subnutrición crónica infantil, como la obesidad. La responsabilidad de los consumidores también es clave para reducir las pérdidas y desperdicios de alimentos a lo largo de la cadena, lo que permitiría aumentar la disponibilidad mundial de alimentos sin aumentar el uso de recursos ni los impactos ambientales ni las emisiones de gases de efecto invernadero. Por tanto, la reducción de las pérdidas y desperdicios de alimentos supone dos efectos positivos: aumento de la disponibilidad de alimentos y reducción de los impactos sobre el medio ambiente, los recursos y el cambio climático. Las medidas para reducir las pérdidas y desperdicios de alimentos son las inversiones en infraestructuras (almacenamiento y carreteras) en los países en desarrollo y regulaciones legales y sensibilización, concienciación y educación de los consumidores en los países desarrollados.

Una de las principales conclusiones de la crisis alimentaria global de 2007-2008 fue constatar la insuficiencia y deficiencias de los sistemas de información y de inteligencia de mercados y precios de los alimentos. Se han logrado notables avances en la mejora de los sistemas de información y alerta temprana de los mercados de alimentos, pero aún queda bastante por hacer. No obstante, la conclusión es que el mundo está ahora más preparado que en 2008 para anticipar y gestionar crisis alimentarias provocadas por los mercados (el Programa Mundial de Alimentos llamó a la crisis alimentaria global de 2007-2008 “el tsunami de los precios”).

La contribución de la cooperación y ayuda al desarrollo al objetivo dos de los ODS ha sido limitada tanto por su falta de efectividad como por su declive a partir de 2008, como consecuencia de la grave crisis económica que ha afectado a los países donantes. Hay algunos casos, como el de España, en los que a la necesidad de reducir el enorme déficit público se le unió el cambio de gobierno del PSOE al PP, con una clara falta de sensibilidad del nuevo gobierno hacia la cooperación, lo que produjo una reducción brutal de la ayuda española al desarrollo. Como ejemplo la contribución voluntaria de España a la FAO, que se situaba en torno a 50 millones € en los años 2008-2009, ahora no llega a cuatro millones de euros.

UNA DE LAS PRINCIPALES CONCLUSIONES DE LA CRISIS ALIMENTARIA GLOBAL DE 2007-2008 FUE CONSTATAR LA INSUFICIENCIA Y DEFICIENCIAS DE LOS SISTEMAS DE INFORMACIÓN Y DE INTELIGENCIA DE MERCADOS Y PRECIOS DE LOS ALIMENTOS

La necesidad de una nueva y efectiva gobernanza global para la agricultura y la alimentación es un elemento esencial para erradicar el hambre en el mundo. Justamente, uno de los principales obstáculos para responder con rapidez y gestionar la crisis alimentaria global de 2007-2008 fue la ausencia de una gobernanza global. En estos diez años se ha avanzado, pero la nueva gobernanza sigue siendo débil, debido a la dificultad de alcanzar acuerdos dada la regla de la unanimidad para lograr acuerdos en el sistema de Naciones Unidas; y cuando se alcanzan, la ausencia de mecanismos sancionadores para aquellos países que incumplan los acuerdos alcanzados. Pero, la posibilidad de avanzar hacia una gobernanza global más fuerte y efectiva no parece muy real, dada la ola de nacionalismo y populismo que nos invade, representada por el Presidente Trump, una de cuyas primeras decisiones fue retirar a EE.UU. del Acuerdo de París sobre cambio climático.

La falta de voluntad política, la inestabilidad política y la corrupción de muchos gobiernos de países en desarrollo afectados por elevadas tasas de población subalimentada, la disminución de la cooperación y ayuda al desarrollo de los países ricos para financiar planes de desarrollo agrario y de seguridad alimentaria de los países más pobres, y la debilidad de la gobernanza global para la agricultura y la alimentación, permite concluir que acabar con el hambre en el mundo no es solo un problema tecnológico, sino también, y sobre todo, un problema político.