Los datos
de FAO indican que desde 2015 el número de personas subalimentadas, es decir
que pasan hambre, ha aumentado hasta 821 millones
José María Sumpsi Viñas
(Economistas sin Fronteras)
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible
(ODS), aprobados en septiembre de 2015 por la Asamblea General de Naciones
Unidas, representan una ambiciosa agenda (Agenda 2030) de la comunidad
internacional para hacer frente a los numerosos desafíos a los que la humanidad
se enfrenta, tanto en los países en desarrollo como en países desarrollados. El
objetivo número dos de los ODS es “Erradicar el hambre en el mundo”.
Los datos de
FAO (SOFI, 2018) indican que desde 2015 el número de personas subalimentadas,
es decir que pasan hambre, ha aumentado hasta 821 millones, truncándose la
tendencia a la reducción del hambre en el mundo. No hay acuerdo sobre si este
truncamiento es coyuntural o es un cambio de tendencia estructural, pero las
dos causas principales de este retroceso son los conflictos armados en ciertas
regiones del mundo y el cambio climático, y ambos son factores estructurales.
Ello ha hecho sonar las señales de alarma, pues, si no se revierte este aparente
cambio de tendencia, puede ponerse en riesgo el logro del objetivo dos de los
ODS. Es por ello que está plenamente justificado que Economistas sin Fronteras
dedique un nuevo número de sus dossieres a este tema: “El futuro de la
alimentación en el mundo” (de próxima publicación y que se podrá ver aquí).
En octubre de
2009 se celebró en FAO una Conferencia Internacional de Alto Nivel sobre Cómo alimentar a la humanidad
en 2050 a la que asistieron científicos destacados de diversas
áreas científicas. La gran conclusión de aquella conferencia fue que en
2050 habría en el mundo una población de 9.200 millones de personas, más urbana
que rural y con una renta per cápita significativamente mayor, y que para
alimentar a una población más numerosa, más urbana y con mayor poder
adquisitivo, era necesario aumentar la producción mundial de alimentos un 70%.
La segunda gran conclusión es que ese aumento debería centrarse en los países
en desarrollo y basarse más en el aumento de la productividad agrícola (80%)
que en la expansión de la superficie cultivada (20%).
Pero han
pasado ya diez años de esa conferencia y se ha puesto de manifiesto que el
análisis fue parcial y que las conclusiones deben matizarse o incluso
replantearse. En primer lugar, lo que importa no es la producción de alimentos,
sino su disponibilidad, que equivale a la producción de alimentos menos las
pérdidas y desperdicios, lo que hace entrar en juego la variable pérdidas y
desperdicios de alimentos, que no fue considerada en la Conferencia de 2009. En
segundo lugar, no solo debe tenerse en cuenta la producción de alimentos, sino
también su consumo, que está relacionado con la dieta. Si los 9.200 millones de
personas en 2050 adoptaran una dieta muy calórica (4.000 Kcal), como ocurre en
algunas sociedades desarrolladas, no habría suficiente disponibilidad de
alimentos en el mundo para alimentar a la humanidad. Este segundo tema,
la nutrición, ha adquirido una relevancia enorme en los últimos diez años, no
solo desde el punto de vista de la alimentación y salud, sino también del medio
ambiente, hasta el punto de que la comunidad internacional cambió el concepto
de seguridad alimentaria (SA) por el de Seguridad Alimentaria y Nutricional
(SAN). Incluso el ODS 12 (Producción y consumo responsable) está
relacionado con el tema de la seguridad alimentaria y nutricional por el lado
no solo de la producción, sino del consumo. En tercer lugar, el aumento de la
productividad agraria, aún necesario a pesar de los matices que hemos
introducido, aunque sea en menor cuantía, debe lograrse sin deteriorar el medio
ambiente, sin agotar los recursos naturales y mitigando el cambio
climático, lo que supone un enorme reto científico y tecnológico para la
humanidad.
Además de la
disponibilidad de alimentos, la otra condición para que exista una seguridad
alimentaria plena en el mundo es el acceso a los alimentos, tanto físico como
económico. Hay países en desarrollo donde la falta de infraestructuras de
almacenamiento y carreteras dificulta extraordinariamente el acceso físico a
los alimentos en determinadas áreas del país. Muchos hogares padecen
inseguridad alimentaria por falta de ingresos para comprar alimentos, lo que es
una causa principal del hambre que entronca con el primer objetivo de los ODS,
que es eliminar la pobreza extrema. La dificultad de acceso económico a los
alimentos se puede producir por falta de ingresos, hogares en situación de
pobreza o bien por un aumento explosivo de los precios de los alimentos, como
ocurrió en la crisis alimentaria global de 2007-2008.
En el
mencionado dossier de Economistas sin Fronteras se aborda el preocupante cambio
de tendencia en la lucha contra el hambre desde 2015, pues el número de
personas que pasan hambre ha aumentado por segundo año consecutivo, poniendo en
riesgo el logro del objetivo dos de los ODS (“Erradicar el hambre en el
mundo”). Al tiempo, el dossier profundiza en temas como el
necesario aumento de la productividad agraria de forma sostenible, lo que la
FAO denomina intensificación sostenible; el papel de la biotecnología en el
aumento de la productividad agraria y en la reducción de los impactos
ambientales y de las emisiones de gases efecto invernadero; la importancia de
la reducción de la pérdida y desperdicios de alimentos para aumentar la
disponibilidad de alimentos y reducir impactos ambientales y despilfarro de
recursos; el impacto de los sistemas alimentarios y la dieta en el medio
ambiente y el cambio climático, que tiene en cuenta no solo la producción
responsable de alimentos, sino también el consumo responsable; y la volatilidad
del mercado y precios de los alimentos y la importancia de los sistemas de
información de mercados para mejorar la seguridad alimentaria mundial. El dossier
se completa con dos trabajos que abordan los aspectos políticos del hambre, el
papel de la cooperación y la ayuda al desarrollo en la lucha contra el hambre y
la necesidad de una nueva gobernanza global de la agricultura y la alimentación
para lograr avances en la erradicación del hambre en el mundo.
Las principales conclusiones del dossier
son numerosas y diversas y trataremos de resumirlas a continuación. Una de las
conclusiones principales es que las causas de que el hambre en el mundo esté
aumentando desde 2015 son los conflictos que azotan diversas partes del mundo y
el cambio climático. Dado que son causas estructurales, es posible que el
cambio de tendencia no sea algo pasajero, a menos que se intensifiquen los
esfuerzos de paz y de mitigación y adaptación de la agricultura al cambio
climático. La ciencia y la tecnología, en especial la biotecnología y la
genómica de plantas, están avanzando rápidamente y permitirán la adaptación de
la agricultura al cambio climático, lo que significará el aumento de los
rendimientos de los cultivos, reduciendo a la vez los impactos negativos sobre
el medio ambiente y contribuyendo a la mitigación del cambio climático. Sin
embargo, el hecho de que algunos de estos microorganismos o moléculas obtenidos
mediante la biotecnología o la genómica de plantas se asimilen a organismos
genéticamente modificados, que están regulados en Europa de forma totalmente
restrictiva, constituye una barrera que puede frenar o incluso impedir
importantes avances.
LA REDUCCIÓN DE
LAS PÉRDIDAS Y DESPERDICIOS DE ALIMENTOS SUPONE DOS EFECTOS POSITIVOS: AUMENTO
DE LA DISPONIBILIDAD DE ALIMENTOS Y REDUCCIÓN DE LOS IMPACTOS SOBRE EL MEDIO
AMBIENTE, LOS RECURSOS Y EL CAMBIO CLIMÁTICO
Para mejorar
la seguridad alimentaria mundial no solo debe actuarse sobre la producción de
alimentos, sino también sobre el consumo de los mismos. Desde la perspectiva de
la producción de alimentos, los sistemas alimentarios presentes tienen fuertes
impactos en el medio ambiente, el uso de recursos naturales y las emisiones de
gases de efecto invernadero, de modo que es fundamental introducir cambios en
los sistemas alimentarios para que contribuyan a alimentar a la humanidad, pero
sin deteriorar el medio ambiente, agotar los recursos y empeorar el
calentamiento global. Por el lado del consumo, un consumo responsable desde la
perspectiva de la salud, el medio ambiente o el cambio climático, con dietas
menos calóricas y un menor consumo de azúcares, grasas y carne, como por
ejemplo la dieta mediterránea, puede contribuir a mejorar la seguridad
alimentaria y nutricional, reduciendo tanto la subalimentación, y en especial
la subnutrición crónica infantil, como la obesidad. La responsabilidad de los
consumidores también es clave para reducir las pérdidas y desperdicios de
alimentos a lo largo de la cadena, lo que permitiría aumentar la disponibilidad
mundial de alimentos sin aumentar el uso de recursos ni los impactos
ambientales ni las emisiones de gases de efecto invernadero. Por tanto, la
reducción de las pérdidas y desperdicios de alimentos supone dos efectos
positivos: aumento de la disponibilidad de alimentos y reducción de los
impactos sobre el medio ambiente, los recursos y el cambio climático. Las
medidas para reducir las pérdidas y desperdicios de alimentos son las
inversiones en infraestructuras (almacenamiento y carreteras) en los países en
desarrollo y regulaciones legales y sensibilización, concienciación y educación
de los consumidores en los países desarrollados.
Una de las
principales conclusiones de la crisis alimentaria global de 2007-2008 fue
constatar la insuficiencia y deficiencias de los sistemas de información y de
inteligencia de mercados y precios de los alimentos. Se han logrado notables avances
en la mejora de los sistemas de información y alerta temprana de los mercados
de alimentos, pero aún queda bastante por hacer. No obstante, la conclusión es
que el mundo está ahora más preparado que en 2008 para anticipar y gestionar
crisis alimentarias provocadas por los mercados (el Programa Mundial de
Alimentos llamó a la crisis alimentaria global de 2007-2008 “el tsunami de los
precios”).
La
contribución de la cooperación y ayuda al desarrollo al objetivo dos de los ODS
ha sido limitada tanto por su falta de efectividad como por su declive a partir
de 2008, como consecuencia de la grave crisis económica que ha afectado a los
países donantes. Hay algunos casos, como el de España, en los que a la
necesidad de reducir el enorme déficit público se le unió el cambio de gobierno
del PSOE al PP, con una clara falta de sensibilidad del nuevo gobierno hacia la
cooperación, lo que produjo una reducción brutal de la ayuda española al
desarrollo. Como ejemplo la contribución voluntaria de España a la FAO, que se
situaba en torno a 50 millones € en los años 2008-2009, ahora no llega a cuatro
millones de euros.
UNA DE LAS
PRINCIPALES CONCLUSIONES DE LA CRISIS ALIMENTARIA GLOBAL DE 2007-2008 FUE
CONSTATAR LA INSUFICIENCIA Y DEFICIENCIAS DE LOS SISTEMAS DE INFORMACIÓN Y DE
INTELIGENCIA DE MERCADOS Y PRECIOS DE LOS ALIMENTOS
La necesidad
de una nueva y efectiva gobernanza global para la agricultura y la alimentación
es un elemento esencial para erradicar el hambre en el mundo. Justamente, uno
de los principales obstáculos para responder con rapidez y gestionar la crisis
alimentaria global de 2007-2008 fue la ausencia de una gobernanza global. En
estos diez años se ha avanzado, pero la nueva gobernanza sigue siendo débil,
debido a la dificultad de alcanzar acuerdos dada la regla de la unanimidad para
lograr acuerdos en el sistema de Naciones Unidas; y cuando se alcanzan, la
ausencia de mecanismos sancionadores para aquellos países que incumplan los
acuerdos alcanzados. Pero, la posibilidad de avanzar hacia una gobernanza
global más fuerte y efectiva no parece muy real, dada la ola de nacionalismo y
populismo que nos invade, representada por el Presidente Trump, una de cuyas
primeras decisiones fue retirar a EE.UU. del Acuerdo de París sobre cambio
climático.
La falta de voluntad
política, la inestabilidad política y la corrupción de muchos gobiernos de
países en desarrollo afectados por elevadas tasas de población subalimentada,
la disminución de la cooperación y ayuda al desarrollo de los países ricos para
financiar planes de desarrollo agrario y de seguridad alimentaria de los países
más pobres, y la debilidad de la gobernanza global para la agricultura y la
alimentación, permite concluir que acabar con el hambre en el mundo no es solo
un problema tecnológico, sino también, y sobre todo, un problema político.