Por Ricardo Natalichio
En
la historia reciente de la humanidad, digamos los últimos 500 años, el
continente americano ha visto modificada una y otra vez su fisonomía.
Hubo importantes cambios en
casi todos los ecosistemas que componen la región. No quedan prácticamente
espacios que no hayan sido alcanzados por las actividades humanas, que han
producido modificaciones en la flora y la fauna esencialmente por la
agricultura, pero también por la ganadería, las mega-represas, la minería, la
industria forestal y tantas otras actividades del sector productivo.
Desde la colonización de
América y luego de los primeros años, en los que la actividad excluyente de los
invasores fuera el saqueo intensivo del oro y la plata de este continente, la
industria de la caña de azúcar hizo punta en la historia del abuso de la tierra
americana, para beneficio de sus conquistadores.
Los
habitantes originarios del continente fueron aniquilados rápidamente. Se
calcula que menos del 10% sobrevivieron a las primeras décadas de la conquista.
Cazados como animales, sometidos a la esclavitud, mal alimentados y alejados de
sus hogares y su entorno natural, fueron además presa fácil para las armas más
letales que llegaran en los barcos europeos, las enfermedades contagiosas,
inexistentes en el continente hasta ese momento.
Las inmensas riquezas
naturales de América se convirtieron en una gran maldición. En el nombre del
progreso, del progreso económico de Europa primero y más tarde también de
Estados Unidos, se envenenan las aguas, se pulverizan las montañas, desaparecen
bosques, especies vegetales y animales, glaciares, pueblos y culturas
completas. Los resultados están a la vista, inundaciones y sequías,
desertización, pérdida de biodiversidad, contaminación, desnutrición,
proliferación de enfermedades, pobreza, hambre y muerte.
Hace unos 5 siglos el
capitalismo descubrió América e hizo lo que el capitalismo sabe hacer, ponerle
precio a todo, convertirlo todo en bienes de mercado, explotar recursos
naturales y humanos más allá de sus límites, hasta la destrucción, hasta la
devastación.
Luego de más de 500 años de
dominación y sometimiento, Latinoamérica resurge como una región del planeta de
vital importancia para el Ser Humano. Su impresionante diversidad biológica, la
riqueza de sus suelos, la bendición de sus aguas, fuente de vida y desarrollo.
Todo hace de América una pieza clave para la sobrevivencia de la vida misma.
El capitalismo lo destruye
todo, porque se atrinchera en el corazón del Hombre y desde allí dirige
nuestros destinos. Desde una instancia previa a lo racional, desde las
emociones. Y es por eso que es tan difícil de combatir.
Incluso los dueños del capital
y del poder, los que podrían tomar decisiones que cambiaran el curso dramático
de la humanidad, han sido cooptados por el sistema y no pueden luchar contra él
aunque quisieran hacerlo. Porque el sistema “trabaja” sobre las personas de la
misma forma que lo hace una adicción a una droga, por más que uno sea conciente
del daño que causa, no puede luchar contra ella.
Debemos encontrar los medios
para luchar contra el cáncer capitalista recuperando el terreno que ha
conquistado, atacando su trinchera, extirpándolo de los corazones (de las
emociones) y no en el campo de lo racional, porque esa será la única forma de
modificar el rumbo de autodestrucción que estamos transitando.