Por Peter Schwarz

Rosa Luxemburgo, de 48 años,
pertenecía sin duda entre los revolucionarios marxistas más sobresalientes de
su época. Obtuvo su fama por sus ingeniosas polémicas contra el revisionismo de
Eduard Bernstein y contra las políticas en apoyo a la Primera Guerra Mundial de
los socialdemócratas y era la indiscutible líder de la rama revolucionaria del
SPD y luego de la Liga Espartaquista.
Karl Liebknecht, quien era hijo del
fundador del SPD, Wilhelm Liebknecht, y de la misma edad que Luxemburgo,
representaba una oposición irreconciliable al militarismo y a la guerra. La
valentía y determinación con la que se rebeló como diputado parlamentario del
SPD contra su propio partido, rechazando los créditos de guerra y, pese a la
persecución y represión, luchó y agitó contra la guerra le ganaron el respeto
de millones de trabajadores. En la Revolución de Noviembre de 1918, luchó por el
derrocamiento del capitalismo. En un mitin de masas el 9 de noviembre proclamó
la República Socialista Libre de Alemania.
La debilitada Rosa Luxemburgo
fue golpeada con la culata de un rifle en el vestíbulo del hotel Eden y llevada
a un auto donde le dispararon. Su cuerpo fue lanzado al canal Landwehr y no fue
recuperado por varios meses. Karl Liebknecht fue ejecutado con tres tiros a
quemarropa en el Tiergarten. La prensa reportó subsecuentemente que le
dispararon a Liebknecht cuando intentaba huir y que Luxemburgo fue ejecutada
por una turba enfurecida.
El brutal asesinato de
Luxemburgo y Liebknecht marcó el inicio de una nueva etapa de violencia
contrarrevolucionaria. Antes de esto, el Estado burgués había reprimido
despiadadamente a sus oponentes socialistas y, como ocurrió tras la supresión
de la Comuna de París en 1971 en Francia, se había vengado sangrientamente de
los trabajadores revolucionarios con ejecuciones masivas. Sin embargo, el
asesinato de los líderes de un partido revolucionario por órganos estatales sin
un juicio o la sentencia de una corte era un nuevo fenómeno y estableció un
precedente. Incluso el régimen autocrático zarista generalmente exiliaba a sus
oponentes socialistas a Siberia.
La clase gobernante alemana
aplicó así las lecciones de la Revolución Rusa, en la que el factor subjetivo,
el papel de Lenin, Trotsky y el Partido Bolchevique fue decisivo en liderar la
revolución proletaria hasta la victoria. En los días previos a los asesinatos,
se distribuyeron panfletos en Berlín con la consigna “¡Asesinen a los
líderes!”. Los asesinatos procedieron con el apoyo de los niveles más altos del
Estado.
Gustav Noske, el ministro
responsable del Reichswehr y un miembro líder del SPD, había ordenado a la
División Garde-Kavallerie-Schützen, notoria por su violencia feroz, a ir a
Berlín y atacar a los trabajadores revolucionarios. Durante la Navidad
Sangrienta de 1918, abrieron fuego de artillería contra marineros que se habían
rebelado y ocupado el castillo de Berlín y luego aplastaron brutalmente el
levantamiento espartaquista.
Cuando un tribunal marcial
absolvió a los oficiales directamente involucrados en los asesinatos de
Luxemburgo y Liebknecht en mayo de 1919, Noske firmó personalmente la
exculpación. Waldemar Pabst, quien dio la orden para ambos asesinatos como
líder de la División Garde-Kavallerie-Schützen, nunca fue imputado. Pudo
continuar su carrera bajo los nazis y en la República Federal tras la Segunda
Guerra Mundial. Murió como un adinerado comerciante de armas en 1970.
Hasta
el día de hoy, el SPD disputa su culpa en los asesinatos de Luxemburgo y
Liebknecht. Pero, es un hecho que Pabst conversó con Noske por teléfono
inmediatamente antes de los asesinatos. Pabst luego confirmó en varias
ocasiones que recibió la luz verde del mismo Noske. Como escribió en una carta
en 1969 encontrada después de su muerte, “Es obvio que no pude haber llevado a
cabo la acción sin el respaldo de Noske—con Ebert en el fondo—y que tenía que
proteger a mis oficiales. Sin embargo, muy pocas personas han entendido por qué
nunca tuve que dar testimonio ni fui acusado de ninguna ofensa. Como kavallerie, reconocí el
proceder del SPD en ese momento manteniendo mi boca callada por cincuenta años
sobre nuestra cooperación”.
La clase gobernante tuvo que
matar a Luxemburgo y Liebknecht para prevenir que la revolución, la cual se
propagó como un incendió por toda Alemania durante noviembre, derrocara el
capitalismo como en Rusia. El régimen de los Hohenzollern, el cual capituló en
los primeros días de la revolución, no podía ser salvado. Pero esto solo
enardeció más a su base de apoyo —el capital industrial y financiero, los
grandes terratenientes, la casta militar y el reaccionario aparato judicial,
policial y administrativo— a defender su posición social.
Con este objetivo en mente,
llamaron a Friedrich Ebert, el líder del SPD, a formar un nuevo Gobierno el 9
de noviembre de 1918. Durante los cuatro años anteriores, el SPD le había
mostrado su lealtad incondicional al gobierno burgués a través de su apoyo a la
Primera Guerra Mundial. Ebert se alineó inmediatamente con el Estado Mayor del
Ejército para suprimir la revolución.
Consecuentemente, la primera
ola revolucionaria fue aplastada con sangre, pero esto no resolvió del todo la
contienda sobre cuál clase gobernaría. Hasta octubre de 1923, cuando el KPD
perdió una oportunidad revolucionaria extraordinariamente favorable y canceló
un levantamiento que tenía preparado en el último minuto, surgieron
constantemente conflictos de clase vacilantes y oportunidades revolucionarias.
Además, con la fundación del
KPD a fines de 1918 y principios de 1919, se tomó un paso crucial hacia superar
la traición del SPD y la política centrista del Partido Socialdemócrata
Independiente (USPD). El USPD fue fundado a principios de 1917 por los
diputados que habían sido expulsados del SPD tras rehusarse a respaldar los
créditos de guerra. Sin embargo, el USPD formó parte del Gobierno de Ebert en
1918 y sirvió como su hoja de parra.
El programa fundador del KPD,
redactado por Rosa Luxemburgo, dejó completamente en claro que el KPD no
buscaba reemplazar el régimen de los Hohenzollern con una democracia
parlamentaria burguesa, sino derrocar el gobierno burgués.
El 9 de noviembre, el régimen
de los Hohenzollern había sido depuesto y se habían elegido consejos de
trabajadores y soldados, indicaba el programa. “Pero, los Hohenzollern no eran
más que los testaferros de la burguesía imperialista y los Junkers. El gobierno
de clase de la burguesía es el verdadero criminal responsable de la Guerra
Mundial, tanto en Alemania como en Francia, en Rusia como en Inglaterra, en
Europa como en América. Los capitalistas de todas las naciones son los
verdaderos instigadores del asesinato masivo. El capital internacional es el
insaciable dios Baal, en cuyas mandíbulas son lanzados millones y millones de
sacrificios humanos vaporizados”.
El
programa subrayó que las alternativas no eran reforma o revolución, sino
socialismo o barbarie. “La Guerra Mundial ofrece una opción a la sociedad: la
continuación del capitalismo, nuevas guerras y el inminente descenso hacia el
caos y la anarquía, o la abolición de la explotación capitalista… Las palabras
de El manifiesto
comunista son los abrasadores escritos sobre los bastiones de
la sociedad capitalista en su derrumbamiento: socialismo o barbarie”.
La advertencia de Luxemburgo
iba se confirmaría catorce años luego. La República de Weimar no fue el
producto de una revolución democrática victoriosa, sino de la violencia
contrarrevolucionaria. El asesinato de Luxemburgo y Liebknecht desató una serie
de acontecimientos que culminarían en la llegada al poder de los nazis, quienes
se arraigaron en las mismas fuerzas sociales que el régimen de Ebert había
rescatado y fortalecido. Incluso las fuerzas paramilitares SA de Hitler
emergieron de los Freikorps.
Parte
de la tragedia de Luxemburgo y Liebknecht es que subestimaron la determinación
contrarrevolucionaria de sus oponentes. De lo contrario, habrían adoptado
procedimientos y medidas de seguridad más rigurosas para evitar caer en las
manos de sus secuestradores.
La
muerte de sus dos líderes más importantes fue un golpe desastroso para el KPD.
Previno el proceso necesario de clarificación política y consolidación dentro
del nuevo partido, el cual creció rápido hasta incorporar a un cuarto de millón
de miembros en dos años. También debilitó al partido en situaciones
revolucionarias críticas. Por ejemplo, abunda la evidencia de que el KPD
hubiera tomado el poder en octubre de 1923 si Rosa Luxemburgo o Karl Liebknecht
hubieran estado a la cabeza del partido, en vez del indeciso Heinrich Brandler.
Si
Luxemburgo y Liebknecht hubieran sobrevivido en 1919, tanto la historia alemana
como la mundial habrían sido diferentes. Una revolución socialista victoriosa
en Alemania habría liberado a la Unión Soviética de su aislamiento y removido
el factor más importante detrás del crecimiento de la burocracia y el
surgimiento de Stalin.
También
es inconcebible que el KPD, bajo la dirección de una internacionalista
inflexible como Rosa Luxemburgo, se habría doblegado al curso nacionalista de
Stalin o apoyado su política del socialfascismo que allanó el camino de Hitler
al poder en 1933. La negativa de Stalin y su títere alemán Thälmann a
luchar por un frente único con el “socialfascista” SPD contra los nazis dividió
y paralizó a la clase trabajadora. Con base en una política correcta del KPD,
el cual contaba con cientos de miles de miembros y millones de votantes, la
clase obrera pudo haber prevenido que Hitler fuera instalado en el poder.
Cien años después de la
muerte de Rosa Luxemburgo, muchas tendencias políticas están intentando explotar
su figura para retratarla como una reformista o feminista de izquierdas.
Los
líderes del partido La Izquierda (Die Linke), cuya política se asemeja más a la
de Noske y Ebert que la de Luxemburgo, realizaron su procesión anual a la tumba
de una revolucionaria irreconciliable para colocar claveles rojos. El senador
estatal para la cultura de Berlín, Klaus Lederer de La Izquierda, le comentó a
la revista Zitty que
Luxemburgo “entendía el cambio social como un proceso comprensivo de
democratización y transformación y buscaba democratizar todas las esferas de la
sociedad, incluyendo la empresarial”. En una declaración sobre el centenario de
la fundación del KPD, la comisión histórica de La Izquierda afirmó que el
asesinato de Luxemburgo destruyó la posibilidad de que el “KPD se convirtiera
en un partido izquierdista-socialista que no siguiera el modelo bolchevique”.
En realidad, Luxemburgo era
una oponente intransigente de las políticas a las que se refiere La Izquierda
como “izquierdistas-socialistas”. Gran parte de sus escritos consistieron en
polémicas contra Eduard Bernstein, Karl Kautsky y los otros representantes de
tales políticas que inevitablemente terminaron del lado de la burguesía en las
barricadas cuando se intensificaba la lucha de clases.
Este
es un ejemplo en un artículo publicado en la revista Die Rote Fahne (La
bandera roja) tres semanas después de que el USPD se uniera al Gobierno de
Ebert:
“
La socialdemocracia
independiente es inherentemente un niño débil y el compromiso es la esencia de
su existencia… Siempre trota detrás de los eventos y desarrollos; nunca toma la
delantera… Cualquier impresionante ambigüedad que produjo confusión en las
masas… todas las frases de demagogia burguesa que expanden los velos y encubren
los hechos desnudos y escarpados de la alternativa revolucionaria durante la
guerra recibieron su ansioso respaldo…
Cuando un partido de tal
constitución se enfrenta de repente a las decisiones históricas de una
revolución, fracasará miserablemente… En la hora que finalmente se planteen los
objetivos socialistas como la tarea práctica del día y que convierten en el
mayor deber el divorcio más inexorable posible entre el campo del proletariado
revolucionario y los enemigos abiertos y disfrazados de la revolución y el
socialismo, el Partido Independiente se apuró a aliarse políticamente con los
bastiones más peligrosos de la contrarrevolución para confundir a las masas y
facilitar su traición”.
Estas palabras bien podrían
describir al partido La Izquierda, aunque este se encuentra mucho más a la
derecha del USPD.
Muchos
comentaristas se han visto obligados a admitir que Luxemburgo habría desdeñado
el feminismo y otras formas de políticas de identidad que están de moda en
círculos pequeñoburgueses. Como escribió Eike Schmitter en Der Spiegel, “La actual
insistencia en las desventajas, sea por nacimiento, género, estatus o religión,
la habría aburrido”. Para Luxemburgo, superar todas las formas de opresión era
inseparable de derrocar el sistema capitalista.
Cien años después de la
muerte de Luxemburgo, todas las contradicciones del sistema capitalista que
hicieron que el periodo de 1914-45 fuera el más violento en la historia humana
están estallando nuevamente. El nacionalismo, las guerras comerciales y la
guerra dominan las relaciones internacionales. Las fuerzas derechistas y
fascistas están en la ofensiva en muchos países, con el apoyo explícito u
oculto del Estado. En Alemania, la política de refugiados está siendo dictada
por la ultraderechista AfD, en cuyas filas Waldemar Pabst se sentiría en casa.
En el ejército, la policía y las agencias de inteligencia, las redes de extrema
derecha actúan con el apoyo y las trivializaciones ofrecidas por los niveles
más altos del Estado.
Esto le da al legado de
Liebknecht y Luxemburgo una relevancia candente. Como lo formuló Luxemburgo en
1918, la sociedad se enfrenta nuevamente a “la continuación del capitalismo,
nuevas guerras y el inminente descenso hacia el caos y la anarquía, o la
abolición de la explotación capitalista”. Ahora más que nunca, el futuro de la
humanidad depende de la construcción de un partido socialista e
internacionalista en la clase obrera con base en el legado del marxismo. La
Cuarta Internacional, encabezada hoy por el Comité Internacional y sus
secciones, los Partido Socialistas por la Igualdad, son la única tendencia
política que representa estas tradiciones.