Los documentales
eclipsan nuestras representaciones sobre el mundo del trabajo. ¿Necesitamos un
servicio de streaming para
el proletariado?
Por Benjamin Knödler
En
principio Netflix podría parecer como algo revolucionario, pero sólo si no se
la considera -en su totalidad- de un modo muy crítico. En general, no sólo ha
modificado de modo fundamental aquello que tiene que ver con el consumo de
medios– aunque de todas maneras también lo ha hecho la plataforma de streaming,
que es el tipo y manera en la que consumimos series y películas-, sino que
también lo ha hecho en relación con los contenidos. Este fenómeno es
específicamente llamativo en el género de programas dedicados a la cocina,
porque los de Netflix no se parecen en nada a los programas de cocina de
la tarde en Alemania.
En lugar de tales programas,
Netflix emite programas tales como La
tabla del chef, Feamente
delicioso o también Sal, Grasa,
Ácido, Calor, que son distintos y no sólo por su
estética perfectamente acorde al espíritu del momento, sino porque junto a los
platos se ponen en escena también -y muy especialmente- a las cocineras y los
cocineros, sus formas de vida y sus convicciones, cosa que con mucha frecuencia
van más allá del mero amor por la cocina y por los ingredientes singulares, y
se atreven incluso a arrojar una mirada sobre las relaciones sociales.
Les ruego que no me
malentiendan. Estas emisiones son dignas de ver, los protagonistas tienen
muchas cosas interesantes para decir y, en primer lugar, está la comida ... Y
sin embargo vale la pena dar un paso atrás y mirar con atención qué es lo que
ocurre allí. Se trata de la escenificación de un oficio seguramente impactante
pero que, sin embargo, tiene poco que ver con la realidad cotidiana de muchos
seres humanos. Los protagonistas son cocineros estrella con los que la mayoría
de los abonados a Netflix probablemente nunca se toparán. El oficio es
glorificado y mistificado por la forma de la escenificación, por un lado,
y por otro lado se crea una identificación con los personajes.
Y esto no sólo ocurre con los
programas de cocina. También, por ejemplo, en la serie documental Formula 1, en la que
distintos personajes como el manager de escudería, el corredor de escudería o
el técnico son representados de modo similar. El formato 7 Días fuera – Los más grandes eventos
del mundo, promete: “Experimente el drama detrás de bambalinas en
la semana de algunos de los grandes eventos mundiales más importantes del
deporte, la moda, la astronáutica y la alta cocina”. También se experimenta la
presión que afecta al jockey, el caballo y el entrenador, en el Kentucy Derby;
o se vive el estrés que experimenta el equipo creativo del canal del Paris-Fashion-Week.
Por medio de este formato, y
como al pasar, afectan nuestras representaciones sobre el trabajo. Nos narran
el modo de adquirir sentido pleno por medio del oficio, del trabajo como
objetivo de la vida, y también de la ética como resultado del trabajo duro para
lograr nuestros propósitos. Se trata, incluso, de narrar el ascenso desde
lavaplatos a millonario. Luego se celebran de manera clara y distinta sólo
algunos oficios cuya necesidad social -frecuentemente al menos- puede ser
cuestionada. Mediante tal escenificación se las provee del predicado de
“particularmente deseables”.
Ahora, ¿qué ocurre con
aquellas actividades, que se caen del sistema, aquellas que no brillan pero que
-a la vez- afectan a la mayor parte de la sociedad? ¿Qué ocurre con las
vendedoras del supermercado, con los oficios propios del cuidado de la salud,
con los trabajadores sociales? ¿No merecerían estos oficios y profesiones –al
menos una vez- la alta estima de la escenificación de Netflix? ¿No podría
agudizarse mucho más nuestra mirada hacia los problemas sociales?
Es posible que pronto se
lograra hacerlo. Actualmente algunos directores de cine de izquierda de Chicago
están juntando dinero para lograr un nuevo servicio de streaming: Means TV, que debería
mostrar las historias de y para las clases trabajadoras, pero con la genial
estética de Netflix, según permite suponer un trailer. A ellos sólo podemos
desearles suerte, porque presuntamente tales narraciones tendrían más que ver
con la revolución.