Rusia
Por Carine Clément
En un contexto global de ascenso general de los
populismos, de las desigualdades, de los autoritarismos y de las políticas
económicas neoliberales, Rusia puede considerarse un caso extremo. La rapidez y
amplitud de los cambios políticos, geoestratégicos, económicos y sociales que
han sacudido el país desde la caída de la Unión Soviética han convertido este
país excomunista en uno de los más desiguales del mundo y uno de los que llevan
a cabo con mayor brutalidad el desmantelamiento de su sistema de protección
social. Esta brutalidad y este ritmo acelerado de las reformas neoliberales han
obstaculizado en gran parte las resistencias sociales frente a lo que cabe
denominar, de acuerdo con Michael Burawoy en su interpretación de Karl Polanyi,
la mercantilización forzada y socialmente devastadora. 1/
Al son de los coros que cantaban las loas a la
democracia de mercado, marcando el tono de la década de 1990, las solidaridades
se disolvieron en la lucha por la supervivencia y la desconfianza generalizada.
El desencanto se instaló rápidamente, permitiendo la instauración del régimen
putiniano, 2/ que
perdura hasta hoy. Esto no quiere decir que la población se haya mantenido
completamente pasiva. Ha habido y sigue habiendo numerosas luchas sociales,
pero están fragmentadas, son de dimensiones reducidas y se centran en problemas
sociales concretos y limitados. 3/
Por todas estas razones, la aparición de una
crítica social en el seno de los sectores populares empobrecidos,
descalificados e invisibilizados llama particularmente la atención. Aquí los
llamaremos proletarios desclasados; desclasados debido tanto a la
retrogradación social brutal como al descrédito en que ha caído el discurso de
clase. Si en un país que ha dado tan radicalmente la espalda del socialismo renace
la crítica social, urge interesarse por las manifestaciones de esta crítica y
por las vías que ha emprendido para abrirse paso. En efecto, si la desigualdad
y la dominación experimentadas por los proletarios de Rusia tienen sus
especificidades asociadas a una historia, una cultura y un contexto político
concretos, la experiencia que vive la gente de abajo de esta desigualdad en su
vida cotidiana no está tan alejada de la que viven otras capas populares en
otras sociedades, Francia incluida. Rusia no es una excepción y algunos
investigadores han tomado incluso la pluma para demostrar su normalidad; 4/ muestra
con una gran visibilidad lo que ocurre con el conjunto social en un país en que
se mezcla la democracia autoritaria con el neoliberalismo postsocialista.
En la Rusia contemporánea, el conjunto social está
constituido en gran medida por sectores depauperados y precarios que no son
minoría, sino que abarcan a la mayoría de la población. Las estadísticas
oficiales de pobreza subestiman el fenómeno, ya que rebajan artificialmente el
umbral de pobreza. Según una encuesta reciente, de hecho, más de la mitad de la
población vive en la pobreza o en riesgo de caer en la pobreza, con una gran
proporción de personas asalariadas pobres. Tras la mejora del nivel de vida que
se produjo en la década de 2000, la tendencia fue agravándose con la crisis
financiera mundial de 2008 y posteriormente con la crisis derivada de la
anexión de Crimea en 2014. La caída del rublo, las sanciones económicas de
Occidente y las contrasanciones rusas, así como el descenso del precio del
petróleo, hicieron que los salarios y los ingresos reales disminuyeran
regularmente; los atrasos salariales empiezan a acumularse de nuevo; las formas
atípicas e informales de trabajo vuelven a florecer, como ya ocurrió durante la
catástrofe social y económica que marcó la década de 1990 a raíz del colapso
brutal del sistema soviético.
Asimismo, el conjunto social está en gran medida
por recomponer o unir de nuevo, ya que el traumatismo social, nacional y
cultural 5/ de
la década de 1990 desintegró las coordenadas sociales de la mayoría de la
población rusa, disolviendo las identidades y cortando los lazos sociales. La
terapia de choque neoliberal dejó abatida a la sociedad, eliminando las
referencias sociales existentes y obligando a la gente a replegarse sobre sí
misma o sobre sus microespacios de supervivencia. Numerosos sociólogos dudaban
incluso de hablar de sociedad con respecto a Rusia,
prefiriendo términos como camarillas 6/ o pequeña sociedad. 7/
¿Cómo llega la gente, incluidos sobre todo los y
las más desfavorecidas, a desarrollar una crítica social, componer un espacio
común y a veces incluso movilizarse en condiciones de depauperación
generalizada y en un régimen autoritario y oligárquico? Una observación atenta
permite ver que se está construyendo un espacio social en medio de ese “magma
de significados imaginarios” del que habla Cornelius Castoriadis, 8/ en
un proceso de articulación improbable entre tendencias que podrían parecer
contradictorias: el descubrimiento del espacio nacional, la apertura del
imaginario social a un vasto nosotrosenraizado en experiencias de
dominación y de explotación vividas como comunes y la crítica social centrada
en la contestación de las desigualdades sociales. Las reacciones a la política
de austeridad presupuestaria y de reformas liberales de la protección social y
de las pensiones aplicada por el gobierno son incomparablemente más críticas y
socialmente más comprometidas que en la década de 1990. Hoy en día, la mayoría
de las personas han recuperado sus referencias y restablecido lazos sociales;
se abren unas a otras y tienen capacidad de crítica social y de imaginario
social. 9/
La reconciliación con la
experiencia cotidiana
La propaganda patriótica orquestada por el Kremlin,
que exalta una Rusia que ha recuperado su grandeza, una Rusia magnificada, rica
en recursos y dotada de la fuerza de un pueblo unido, es el primer proceso que
alimenta la crítica social. Este discurso funciona, pero no genera un apoyo
consensual a la visión de una nación una y unida, propagada por el Kremlin. Por
un lado, la mayoría de rusos y rusas redescubren que forman parte de una nación
y que pueden sentirse orgullosas de ella. Por otro, si Rusia es rica y si el
pueblo ruso es valioso, “¿cómo es posible que la gente viva tan pobre?”: esta
es la pregunta que se escucha a menudo en boca de personas de ambientes
populares.
La pregunta va más allá de la simple comparación
entre los hechos y los discursos. Para suscitar la crítica social, los hechos
deben vivirse, sentirse en la experiencia de personas que no viven su
cotidianeidad con vergüenza o desespero; también deben vivirse como algo
compartido. Este es el segundo proceso que alimenta la crítica social: la
reconciliación de los proletarios desclasados con su experiencia cotidiana, a
diferencia del sentimiento de extrañeza o desconcierto provocado por el
desclasamiento y la depauperación que acompañaron a las reformas brutales de la
década de 1990. 10/Favorecida,
sin duda, por el repunte económico de la década de 2000, de la estabilización
de una situación social, aunque fuera precaria, y favorecida también por un
discurso nacionalista qua adula al pueblo. La socialidad popular, durante mucho
tiempo quebrada por las lógicas de supervivencia, del sálvese quien pueda, la
desconfianza y la competencia, aflora de nuevo. Estudios recientes sobre las
ciudades obreras rusas 11/ reflejan
de este modo cómo se restablecen prácticas de socialidad gratuitas(que
no sirven exclusivamente para la supervivencia).
Mis propias investigaciones indican que la gente
aspira a reencontrarse, en abierta connivencia, para hablar y experimentar la
libertad de hablar, incluso abundando en la crítica, la incorrección y la
irreverencia. En los garajes de pequeñas ciudades de provincia, los hombres se
dedican al bricolaje o a sus pequeños tráficos, y también hablan, se confiesan
a veces, a menudo ironizan, en un espíritu de compañerismo y de desprecio por
las figuras de la jerarquía. En los patios de los bloques de pisos, las mujeres
se juntan, discuten, comparten impresiones, a veces participan en trabajos de
acondicionamiento del lugar o se indignan por la mala gestión de los servicios
municipales.
En Astraján, contemplando a las habitantes de su
inmueble ocupadas en plantar árboles en el patio, una anciana exclama que es
“como si me despertara de 20 años de hibernación”. Esta socialidad puede
remitirnos a las imágenes de discusiones interminables en las cocinas de los
apartamentos comunitarios durante el periodo soviético, pero tiene lugar menos
de una manera oculta o informal que en modo de formación de espacios, inclusive
durante las manifestaciones públicas, abiertas a la experiencia de una
fraternidad liberada de juicios morales o descalificaciones políticas. Se trata
de espacios en los que el hablante se siente seguro de ser comprendido entre
líneas por interlocutores de los que sabe que comparten la misma experiencia de
vida y en los que la connivencia se expresa menos con palabras que con gestos
de la cabeza, exclamaciones o golpecitos en la espalda.
En estos espacios de lo cotidiano emerge la crítica
social en modo a menudo irónico. Así, en Perm, con motivo de la conmemoración
tradicional del final de la segunda guerra mundial, el 9 de mayo de 2017, las
autoridades municipales organizaron un encuentro en un barrio obrero de la
ciudad. Los asistentes, en su mayoría obreros o antiguos obreros, formaban
pequeños corros, se saludaban unos a otros, bebían a escondidas (el consumo
público de alcohol está prohibido) y, sobre todo, rivalizaban en la crítica
irónica de las desigualdades y de las falsas apariencias.
Durante la fiesta se produce una conversación entre
dos compañeros obreros. Uno exclama: “Puede que Putin sea bueno en política
exterior, pero ¡se ha olvidado de Rusia! […] ¿Cómo puede decir que el salario
medio en Rusia es de 39.000 rublos? [cifra oficial] Aquí ganamos entre 15.000 y
20.000 rublos nada más […] ¿Cómo se puede alimentar a una familia con 15.000
rublos?” Su compañero insiste: “Es cierto, si nuestro gobernador gana, por
ejemplo, medio millón, y la niñera 7.000, la media da justamente esto. Pienso
que habría que igualar el salario medio al de los obreros. O bien, igualar el
salario de los gobernadores, los alcaldes, los altos cargos, de Putin, igualar
todos estos con el salario de la niñera. O que vayan a trabajar de niñeras.
Limpiar el culo de los niños por 7.000 rublos, ¿lo harían? No. ¿Por qué, con
medio millón, iban a limpiar culos?”
Esta conversación pone de manifiesto la
contestación de las cifras oficiales desconectadas de la vida real, de las
carencias de la vida a que se enfrentan el nosotros de los
obreros y trabajadores mal pagados. Muestra asimismo la manera en que estos
obreros retrotraen a los hombres que viven más allá de las contingencias de la
vida cotidiana al ámbito prosaico y vulgar. Las conversaciones se caracterizan
por su lenguaje simple, irreverente y directo, a menudo exageradamente grosero
o políticamente incorrecto, utilizado sobre todo para oponer la realidad a ras
de suelo al discurso abstracto, que resulta ficticio, santurrón o aleccionador.
Las conversaciones cotidianas se politizan a menudo
por medio de una ironía irreverente y grosera que podría recordar las
resistencias subterráneas de la época soviética, pero que también entra en resonancia
con los modos de resistencia de los dominados y de las clases populares en
muchas partes del mundo. 12/ Entre
personas que se comprenden no solo se discute sobre las dificultades de la vida
cotidiana, sino que también se hace burla de los dirigentes, se destaca el
hecho de que la gente no se llama a engaño, de que no hay que dar crédito,
sobre todo, a los bonitos discursos (“nos dan la tabarra con su patriotismo, pero
todo su dinero y sus hijos están en Occidente”). La crítica social, por tanto,
no es un movimiento de elevación hacia una mayor abstracción, sino una
inserción de la abstracción en lo concreto, lo corporal y lo emocional de las
experiencias de vida.
Uno de los aspectos sorprendentes de esta incursión
en lo cercano 13/ o
de este proceso de rehabitar el espacio de vida 14/es
la reconciliación con el trabajo de cada uno, sobre todo el trabajo obrero, el
trabajo con las manos, que vuelve a ser fuente de orgullo y de
dignidad. Por ejemplo, esto es lo que dice de su experiencia un joven obrero
altamente cualificado de San Petersburgo: “Me gusta mi trabajo. Me gusta lo que
hago. Quiero poder vivir de ello. Pero ocurre que eso no vale nada. Con mis
colegas tratamos de defendernos, pero la dirección nos ningunea. […] El trabajo
humano no se valora […]. Y ese gran gilipollas, con perdón, que está sentado en
su sillón y cobra medio millón, ¿es más útil que yo? […] ¿Y nuestros
pensionistas? ¡Han trabajado toda la vida por el bien del país! Y siguen
teniendo que trabajar para sobrevivir, en vez de viajar y gozar de la vida,
como los pensionistas en Occidente.” Aparece aquí un imaginario social que va
más allá de lo cercano: el nosotros está enraizado en la
experiencia del trabajo, incluye a los colegas, pero también se amplía a los
demás trabajadores e incluso a los pensionistas del país en su conjunto.
La emergencia de un nosotros popular
Este nosotros se inscribe en los
espacios de lo cercano rehabitados, en las interacciones y conversaciones de la
vida cotidiana, donde las críticas de las desigualdades sociales, de la
política y del gobierno son legión. Son estas conversaciones entre
nosotros las que construyen un espacio común, un espacio que está
abierto a los demás que, aunque ausentes, aparecen como colegas que comparten
la misma experiencia de vida y la misma opinión.
Una empleada de correos, jefa de equipo en una
ciudad de Altai: “Tengo la sensación de que nuestra dirección solo piensa en
ella misma y en llenarse los bolsillos […]. Y la población no es más que una
fuente de enriquecimiento para ellos […]. Somos como esclavos. Precisamente
hemos hablado con mis colegas. Stráshnov (el director general de Correos) ha
desaparecido […]. ¿Cómo es posible que, con nuestros salarios de miseria, él
haya recibido una prima de 95 millones […]? ¡Ahorran a costa de nosotros! La
gente que trabaja, trabajamos por dos, por tres. Los pobres carteros no reciben
más que unos céntimos.” La mujer habla con una pareja de amigos, que aprueban
lo que dice con aclamaciones, del espacio de libre discusión crítica que existe
en su centro de trabajo y muestra la manera en que el nosotros de
los proletarios desclasados se amplía de los compañeros de trabajo a todos y
todas quienes trabajan, incluidas las que tienen peor suerte que ella.
Este nosotros se afirma igualmente contra los dirigentes
político-económicos que se enriquecen sobre la espalda de los trabajadores.
Las manifestaciones sociológicas de este nosotros,
captadas en forma de autoidentificación social, son diversas: el nosotros
obreros, el nosotros pequeños empresarios (que
trabajan duramente para sobrevivir) y el nosotros pobres habitantes de
provincias. Este nosotros plural en proceso de formación
lo traduzco por clases populares, gente común o proletarios, y permite hablar
de la gestación de un imaginario popular.
La crítica que alimenta este imaginario popular se
expresa a veces públicamente en acciones de protesta. Así, en una manifestación
contra el retraso de la edad de jubilación, en septiembre de 2018, una pareja
moscovita dice que participa para que “el poder no crea que la población está
de acuerdo”. En este caso también, el hombre, aunque resida en la capital, se
transporta con la imaginación a la provincia al declararse convencido de que
las reformas están destinadas a hacer pagar a la “gente sencilla”, “sobre todo
de provincias”. Jóvenes estudiantes venidos de la provincia para asistir a una
manifestación contra la corrupción, organizada en San Petersburgo en 2017 por
el activista de oposición Alexei Navalny, dicen que sobre todo les motiva la
lucha contra las desigualdades sociales y territoriales, indignados como están
por la diferencia manifiesta que constatan entre el estado de su ciudad de
procedencia y el de las grandes ciudades del centro.
El nosotros vehiculizado
por el imaginario nacional
El ímpetu del imaginario nacional que se está
gestando, o la capacidad de la gente de construir en la imaginación una entidad
colectiva de pertenencia, ya documentada ampliamente por Benedict Anderson, 15/ participa
igualmente en esta crítica social. En la Rusia popular, se traduce en el
sentimiento de una comunidad de experiencia compartida entre personas que
habitan en los cuatro extremos del país. Una pensionista que vive en un piso
renovado del centro de Moscú puede declarar así que empatiza con la babushka de
una pequeña aldea perdida en los Urales que vende setas en el mercado para
poder sobrevivir y con la que ha conversado largamente durante un viaje en
coche por el interior de Rusia. Obreros de Rubtsovsk, en Altai, que luchan
contra el cierre de su fábrica, pueden sentirse solidarios (los trabajadores
son “nuestros hermanos”) con toda la “gente del trabajo”, sobre todo en
respuesta a la falta de reconocimiento material del trabajo y al desprecio por
parte de los hijos de los nuevos ricos, sentido como algo colectivamente
humillante (“no somos nada para ellos”).
Este nosotros adquiere las
dimensiones de la nación imaginada, una nación dividida, contrariamente a la
visión de una nación una y unida que difunde la propaganda patriótica.
Este nosotros alimenta y al mismo tiempo se alimenta de la
configuración de un ellos, que abarca sobre todo a los oligarcas
que confiscan las riquezas del país y controlan el Estado, son los explotadores
contra los explotados, los aprovechados contra los trabajadores, el centro
contra las regiones.
La crítica se convierte entonces en reivindicación
o por lo menos en aspiración, en todo caso no se queda en mero sentimiento o
simple lamentación. La mayoría de las reivindicaciones se refieren a la
redistribución social y económica entre las regiones, los ricos y los pobres,
los que tienen el poder y los ciudadanos comunes. Si se dirigen al Estado,
exigen sobre todo un Estado liberado de los oligarcas, ya que el Estado, tal
como existe actualmente, se percibe como un Estado oligárquico. Finalmente,
gran parte de las reivindicaciones se centran en la participación política:
“¡Tienen que escucharnos, la gente corriente ha de participar! Porque allí ni siquiera
saben cómo vivimos, ellos viven en otro mundo” (joven niñera de una aldea de
Altai).
Imaginario popular y crítica
social
Para pensar los procesos entrelazados del
imaginario popular y la crítica social, los marcos teóricos han de ser
flexibles y adaptables. Si nos inspiramos en las concepciones de Cornelius
Castoriadis, el imaginario social puede pensarse como la participación en
significados vividos como compartidos colectivamente y que figuran un mundo
común que, para acoplarse a significados ya existentes (la nación, el pueblo,
los rusos, los obreros, etc.), se diferencia de ellos encerrando un potencial
de transformación social. Este imaginario social no solo forma parte de las
representaciones, sino también de los sentidos, los afectos y los deseos.
La variante popular de este imaginario puede leerse
como un elemento que opera líneas de partición del mundo social entre nosotros,
los desfavorecidos, los que trabajan para ganar poco, los de provincias,
y ellos, los ricos, los aprovechados, los privilegiados. Esta
partición gana cuando se piensa en los términos de Jacques Rancière 16/ como
“partición de lo sensible”, ya que el mundo compartido es un mundo sensible,
basado en la experiencia de la vida cotidiana. La partición se lleva a cabo por
los sentidos y por el pensamiento, y la llevan a cabo quienes –según los
dominantes– son incapaces de producir un mundo común y de tener un discurso
común. Apoyándose en su experiencia sensible, en su mundo cercano, que se han
puesto a habitar plenamente tras el caos postsoviético, los proletarios
desclasados participan en la creación de un mundo común que no se deja encerrar
en categorías prefijadas porque está en proceso de creación y abre un horizonte
de lo pensable, lo decible y lo factible.
En resumen, el impulso crítico que se inscribe en
esta apertura del imaginario popular se basa en una experiencia, vivida como
común, de dominación e injusticia. Se inserta en la experiencia íntima, física
y emocional que cada uno hace personalmente de su cotidianeidad y del entorno
próximo que le rodea. La construcción de lo común se lleva a cabo, por tanto, a
partir de la intervención en el entorno próximo, mediante la partición de lo
sensible, en un ímpetu imaginario hecho de emociones, de imágenes y de juicios.
Puede que este imaginario no sea creador en el sentido de que podría no dar a
luz a un movimiento popular, pero reúne a lo que podríamos llamar, a falta de
algo mejor, las clases populares (o el pueblo llano) en una experiencia común
imaginada.
El marco es nacional porque se contemplan las
divisiones sociales internas a la nación y asociadas a una determinada
configuración del Estado. Sin embargo, el contenido es social y da pie a una
crítica social normal que descansa sobre experiencia vividas, sobre lo que Luc
Boltanski denomina las “pruebas existenciales” que “extraen del mundo o, si se
prefiere, del flujo de la vida, elementos susceptibles de poner en cuestión (el
orden establecido)”. 17/ En
estas críticas y estos reordenamientos sociales se inventa una política
distinta, una política de pies en la tierra, 18/ una
política que mana de convicciones arraigadas, que mana de los libros, que se
mancha con la vida cotidiana, con lo prosaico y la rudeza.
Imaginario popular, crítica social,
reivindicaciones de un Estado liberado de la oligarquía, de una política que
tenga de nuevo los pies en la tierra: estos rasgos hacen entrar en resonancia
el mundo de los proletarios desclasados de Rusia y el de los chalecos
amarillos de Francia, que también redescubren la fraternidad al reconciliarse
con su experiencia del día a día, compartiéndola y haciendo de ella la base de
su crítica social. Los análisis fundamentados en una labor etnográfica sobre el
terreno ponen de relieve, en el caso de los chalecos amarillos, el refuerzo de
un nosotros popular solidario y cívico 19/ y
mencionan el surgimiento de una política experiencial. 20/Sin
duda la experiencia de la subordinación y de la invisibilización es similar en
muchas partes del mundo.
Lo que he tratado de demostrar, al centrar este
artículo en los proletarios desclasados de Rusia, es que incluso en un país que
ha sufrido cambios traumáticos que han sumido a la mayoría de la clase
trabajadora en un proceso de depauperación, desclasamiento y desubjetivización,
los invisibles vuelven a levantar cabeza. Lo hacen, como en Francia, a partir
de una reconstrucción de los espacios de convivencia y de fraternidad, de una
reconciliación con su experiencia de vida cotidiana, así como a partir de un
imaginario popular que los une en un mismo sentimiento de ser objeto de
explotación y desprecio.
Una gran diferencia es la fuerte propensión a la
protesta pública de los chalecos amarillos. Lo que contrarresta la capacidad de
movilización de los proletarios rusos es la sensación profundamente arraigada
de impotencia para cambiar el orden de cosas. Esta sensación radica en la
certeza de vivir en un régimen oligárquico. En cambio, los sectores populares
de los chalecos amarillos, socializados en la idea de vivir en una gran
democracia, patria de los derechos humanos, descubren sorprendidos
el carácter oligárquico del Estado (algunos incluso han explicado que han
tenido que buscar el significado de la palabra oligarquía en
un diccionario). Esta habituación a la oligarquía es una razón, para las clases
populares rusas, de bajar los brazos; la sorpresa compartida es un motivo, para
los chalecos amarillos, de rebelarse.
Traducción: viento sur
1/ Polanyi, K., La gran
transformación, Madrid, Fondo de Cultura Económica de España, 2011;
Burawoy, M., “Manufacturing Consent revisité”, La nouvelle revue du
travail, n.º 1, 2012.
3/ Clément,
K., “Mobilisations citoyennes en Russie. Le quotidien au cœur des
protestations”. La vie des idées, 2012; Thévenot, L., Rousselet,
K., Daucé, D. (dir.), “Critiquer et agir en Russie”, Revue d’études
comparatives Est-Ouest, 48/3-4, 2017.
4/ Shleifer,
A., Treisman, D., “A normal country: Russia after communism”, Journal
of Economic Perspectives, 19/1, 2005, 151-174.
5/ Stompka,
P., “Cultural trauma: The other face of social change”, European Journal
of Social Theory, 3(4), 2000.
7/ Olejnik, A., “La ‘petite’ société
: modèle théorique et illustration empiriques”, Mir Rossii, 13(1),
2004.
9/ La mayor parte de los datos
empíricos aportados en este articulo provienen de un estudio sobre el
“Nacionalismo ordinario en Rusia” (2016-2018), financiado por la Fundación para
el Apoyo a la Educación Liberal y por la Escuela de Altos Estudios de Economía
de San Petersburgo. Se efectuaron 237 entrevistas centradas en la vida
cotidiana de las persona en un total de seis regiones rusas.
11/ Morris,
J., Everyday Post-Socialism: Working-Class Communities in the Russian
Margins, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2016.
12/ Pudal,
R., “La politique à la caserne”, Revue française de science politique,
61(5), 2011; Wacquant, L., Body & Soul: Notebooks of an Apprentice
Boxer, Nueva York y Oxford, Oxford University Press, 2006; Scott, J.
C., Domination and the arts of resistance: Hidden transcripts, New
Haven y Londres, Yale University Press, 1990.
13/ Sobre la incursión en lo cercano,
véase Thévenot, L., L’action au pluriel: sociologie des régimes
d’engagement, París, La Découverte, 2006.
14/ Sobre el concepto fuerte de habitar en
relación con los obreros postsoviéticos, véase Morris, J., Everyday
Post-Socialism: Working-Class Communities in the Russian Margins, Nueva
York, Palgrave Macmillan, 2016.
15/ Anderson, B., L’imaginaire
national : réflexions sur l’origine et l’essor du nationalisme, París, La
Découverte, 1996.
18/ Clément,
K., “Mobilisations Sociales à Astrakhan : Une Politisation Terre à
Terre”, Revue d’études comparatives Est-Ouest, 48 (3), 125-158,
2017.
19/ Challier,
R. “Rencontres aux ronds-points. La mobilisation des gilets jaunes dans un bourg
rural de Lorraine”, La Vie des idées, 19 de febrero de 2019.
20/ Lianos, M. “Une politique expérientielle
– les Gilets jaunes en tant que ‘peuple’”, Lundimatin, 19 de
diciembre de 2018.