Las
máquinas de guerra ideológica en los procesos electorales
Por Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Instituto de Cultura y Comunicación
Prometen
que resolverán problemas, que corregirán desigualdades, que desterrarán el
hambre, la desnutrición y la pobreza. Prometen recortar impuestos, abrir más
escuelas, mejorar los salarios, construir hospitales, carreteras, presas e
infraestructura de “primer mundo”. Juran que serán infatigables, que no habrá
despotismo, autoritarismo, sectarismo ni privilegios para amigos ni familiares.
Se desgarran las vestiduras por la patria, por la república, por las leyes y
por las “buenas costumbres” y bla, bla, bla. Todo eso montado en la ninguna
estructura legal que los obligue a rendir cuentas por cada mentira proferida y
cada falacia premeditada. “Por el engaño nos han dominado más que por la
fuerza” decía Simón Bolívar. Hoy incluye engaño con “trolls”, “bots”… y todo
tipo de canalladas en “redes sociales”.
No se trata de un “arte de genios”, engañar a los
pueblos es una industria del capitalismo, muy rentable, ideada para ganar votos
-a como dé lugar- gracias a emboscadas mafiosas que “naturalizan” conductas
delincuenciales como si fuesen prendas morales inmaculadas. Fabrican un cierto
“sentido común” cuajado de mentiras disfrazadas de “procesos electorales” donde
engañar, impúdicamente, parece ser “cualidad” de “políticos”. Un “mérito” de la
modernidad... un logro de la estulticia. Pero en realidad es un delito... es un
fraude.
Los sistemas y procesos electorales, con sus leyes
y sus reglamentos, sus “valores entendidos” y sus tradiciones… (que nada tienen
de ingenuos) han permitido una serie de perversiones mediáticas diseñadas por
“expertos” para hacer pasar por “democráticos” los embustes de los “candidatos”
oligarcas, sus partidos y sus adláteres. Nos han llenado las páginas de la
historia con engaños de todo tipo, especialmente con saliva de “políticos” lenguaraces
que, para “ganarse la confianza” de los electores, despliegan todo género de
argucias y falacias. Y todo eso legalizado y naturalizado por la fuerza del
negocio implícito en vender campañas políticas al margen de la ética más
elemental. Otro capítulo es el delito de lesa humanidad que consiste en
prometer el cumplimiento de tareas que jamás se cumplen o que se cumplen al
contrario de lo prometido. “Fortaleceremos la economía”, “defenderemos el
empleo”, “garantizaremos la salud”, “mejoraremos la educación”, “garantizaremos
la vivienda” y bla, bla, bla, bla. Jamás un tribunal especializado en delitos
de falacias electorales, fraudes o traiciones a mansalva. Jamás una herramienta
de justicia para los pueblos que miran desfilar ante sus ojos y sus oídos la
retahíla nauseabunda de palabrería electorera diseñada corruptamente para el
engaño serial. Delincuencia con premeditación, alevosía y ventaja. Sin
atenuantes.
Millones de dólares gastan las campañas políticas.
Maquillan el oportunismo electoral con artilugios de propagada, rostros
felices, poses glamorosas. Casi nunca ideas y menos trabajo real. Lo urgente,
para ellos, es sumar votos, más tarde les vendrá un sueldo y para las masas el
olvido. Se trata de vender ilusiones. Plagan las ciudades con carteles,
volantes, anuncios televisivos, radiales, periodísticos. Saturan cuanto espacio
está al alcance de sus patrocinadores, (sus patrones), para aparecer renovados
y resucitar de su mediocridad, frescos, carentes de memoria... recién
nacidos... van por el mundo recitando soluciones que presumen conocer y que
pueden aplicar en un santiamén. Dicen que lo pueden todo, que lo quieren todo
para el pueblo todo, todo a cambio de votos, votos, muchos votos. Las campañas
basadas en despliegues mediáticos ostentosos suelen ser repeticiones de lo
mismo, de mala calidad y poca información: frases ambiguas, remates
rimbombantes y desconocimiento de problemas reales y urgentes en la vida
cotidiana. Invierten sumas obscenas. Por ejemplo Odebrecht
Hay escándalos de financiamientos irregulares en
Inglaterra, Alemania, Francia, España, Colombia, Brasil; Nicaragua, Perú,
Ecuador. Parece que es cosa frecuente y nunca sancionada. Hay cuentas
especiales que se manejan en secreto para engordar los montos de presencia
pública. No pocos sospechan de dinero aportado por narcotraficantes y mafias de
toda índole. Acaso la subsistencia de estos últimos dependa de ciertas alianzas
con aquellos funcionarios golondrinos. La mitad de la población mundial padece
pobreza y exclusión.
Los grandes beneficiados de las campañas, además de
los aparatos burocráticos que pagan, son los monopolios multimedia, las
agencias publicitarias y los estudios de marketing político que reinan impúdica
e impunemente en alianzas con funcionarios de turno. Esas campañas quieren
hacernos creer que su idea de política nos es imprescindible, que es muy
decente, muy oportuna. Quieren hacernos creer que eso es la democracia, que la
democracia consiste sólo en votar, que votar es ser “buen ciudadano”, “buen
patriota”, votar para que otros decidan y gasten. Especialmente los que más se
anuncian y luego el olvido. Su único programa de fondo es conservar al
capitalismo vivo cueste lo que cueste. Y ya costó mucho.
Mientras esto no quede superado desde abajo,
nosotros debemos evaluar y sancionar, la justicia y la defensa de los votos
democráticos de verdad; evaluar y sancionar la injerencia de los monopolios
mediáticos y la intromisión de caciques banqueros, terratenientes y
empresariales. Evaluar y sancionar cuánto abonan y pagan para profundizar la
alienación y deformar la realidad para acaparar votos. Con evidencias nítidas
sobre la asimetría tecnológica y el derecho a las herramientas electorales...
con la garantía irrevocable del derecho al referéndum revocatorios en todos los
cargos; con fundamentos hacia una nueva legislación la justicia electoral en
términos de derecho y de igualdad de condiciones para la participación de
todos... un referéndum con voto directo y comprometido que sea capaz de poner a
consideración de todos la urgencia de una nueva educación electoral bien
informada, sin coerciones, sin emboscadas… Referéndum revocatorio contra toda
mentira y todo mentiroso, en fin, Justicia electoral de cabo a rabo como
herramienta emancipadora y como ventana abierta de la democracia verdadera.
Mientras avanzamos hacia ese consenso, producto de
nuestra organización y nuestra movilización, con un programa de transparencia
electoral y participación directa de las bases, llamémonos a perfeccionar la
crítica contra todas las trampas ideológicas que se pasean impunemente por
todos los medios. Esto es un problema de seguridad nacional, tan peligroso y
amenazante como las bases militares imponiéndose en nuestros territorios.
Que nunca más quienes roban, torturan, reprimen,
saquean y humillan sistemáticamente a un pueblo, puedan salir victoriosos en
unas elecciones. Que nunca más el que exhibe con impudicia –impune- en los
hechos, su obscenidad ideológica, sus derroches, sus corruptelas, su
servilismo, su entreguismo… su estulticia, pueda ganar el voto de una mayoría y
representarla. Esos que se muestran circenses y faranduleros, insensibles al
dolor popular, embriagados con su “vida empresaria” o “funcionaria”, henchidos
de glorias fraudulentas, desfigurado el rostro por su mentalidad corrupta,
deformados por su ignorancia y señalados como delincuentes, criminales y
traidores… todo junto y por partes no pueden ser elegidos. Tenemos a la vista
casos estruendosos. Todo análisis simplista prueba ser fallido.
Si se cree que todo lo resuelve una “buena foto” y
un “buen slogan” repetidos hasta la nausea… si todas las formas del maltrato
operan ideológicamente como fatalidad para el pueblo y golpe de suerte para el
“político”… en suma si los trabajadores nos son protagonistas ni conductores de
la acción política, incluso electoralmente ¿En qué piensa el que vota, cuando
vota? Como está de moda que los “candidatos” de las oligarquías no expliquen,
no respondan no postulen… convicciones, programas o planes. (moda en España,
México, Argentina, Colombia…) porque es “tendencia” en el mercado de las
“ingenierías de imagen”. Como se estila la pose más que la idea, quizá en la
lógica “moderna” de la burocracia burguesa prospera el silogismo infeliz de
que: el elector que no piensa es el elector anhelado. O mejor aún, el elector
que sólo piensa lo que le decimos que piense, es decir nada, será el elector
más codiciado por los estrategas de la vaciedad electoral.
Y todo eso a precios demenciales con episodios de
obscenidad inenarrable a la hora en que no hay cuenta que salga si hacemos
balance de costos de “campañas” electorales. Los grandes triunfadores como
siempre son los monopolios y consorcios televisivos, radiofónicos y editoriales
que con formato de “propaganda oficial” o camuflados con entrevistas, referencias
o noticias facturan a destajo en el reino del mercenarismo mediático esta vez
disfrazado de “democracia”. El costo por voto es una bofetada (otra más) a la
clase trabajadora que paga por estos circos el precio de ser humillada,
despreciada y robada por el modelo de fraudes políticos consuetudinarios. Y
dicen, algunos “politólogos” que eso es lo “moderno”.
Dicen muy despatarrados los señorones y los
señoritos que medran con los procesos electorales (funcionarios, publicistas,
asesores, encuestadores, periodistas….ufff) que al pueblo le gusta ver a los
“políticos” en contacto con la realidad (pero sin decir qué harán con ella, qué
mandato obedecen ni cuánto cobran por eso) Dicen los “eruditos” del voto que a
la gente le gusta que el “político” debata (pero al estilo televisivo, con
tiempos recortados, sin mucho enredo y calculando los anuncios publicitarios
sin los cuales en negocio de la imagen no se sostiene… dicen) Dicen los “jefes
de campaña”, de los candidatos oligarcas, que la gente vota por la “gestión” y
no por el discurso. Y le llaman gestión a salir en la foto, en la tele, en los
cines en carteles públicos… con su sonrisa de vencedor y su slogan de
coyuntura. Dicen que eso es hacer “política”. Confunden a los pueblos con los
“públicos”.
En el fondo de la historia la cosa es muy distinta.
Los pueblos votan acosados por una sistema de presión primero
económico-política, con ello ideológica y mediática, en el que reina la
incertidumbre y el chantaje omnipresentes, bajo miles de trastadas cotidianas y
en el pantano de la desinformación y la manipulación de la realidad. Si hubiese
información libre y suficiente, si la comunicación sirviera para organizarnos
críticamente y para confiar en la fuerza de los trabajadores y no para el
individualismo y el linchamiento mediático de las luchas a nadie se le
ocurriría votar por sus verdugos aunque se disfrazaran de santos o de “buenos
muchachos”. Nadie pondría un voto a cambio de babas gerenciales salpicadas
contra la historia de despojos y humillaciones incontables. Nadie votaría ni
por el “glamour” de campaña ni por el fetiche. Nadie pondría su confianza en el
torturador histórico que ha mentido, robado y vuelto a mentir y robarnos
sempiternamente. Nadie permitiría semejante farsa y fraude, si pudiésemos votar
libremente. Sin capitalismo. Votaríamos sólo por quienes conocemos, con
nosotros, en lucha hombro a hombro, diariamente y por el bien de todos.
¿Exagero?
Es urgente una Revolución de la Justicia Social en
los procesos electorales. Antes, durante y después. Sanciones para los que
mienten, para los que no sancionan las mentiras, para lo que idean y ejecutan
fraudes con votos y con promesas… sanciones al aparato electoral de los
oligarcas por desigual, opaco, amañado y excluyente. Sanción para quien permita
elecciones asediadas, plagadas con amenazas (así sean “sutiles”), sin
auditorias o sin protocolos éticos manejados por los electores. Sanción para el
dispendio y para la censura… para el tráfico de miedos. Sanciones para los que
ponen la cara en episodios electorales y jamás vuelven a las bases, para los
que no rinden informes y para lo que se disfrazan de “reporteros”,
comentaristas u opinólogos para hacer propaganda embozada. Someter a juicio a
la democracia burguesa.