El mayor reto de la izquierda no
consiste en ganar adeptos a su causa. Se trata de algo más humilde pero más
radical: conseguir que las personas sean capaces de ‘imaginar’ un modelo de
vida distinto del capitalista
Por Elena San José
El recurso permanente a las encuestas de
opinión y el traslado de las dinámicas del mercado a la política han conducido
el debate público hacia unos espacios en los que es prácticamente imposible
hablar de nada en profundidad. Y el clima de confusión tiene claros perdedores.
Estudiamos los flujos de la oferta y la demanda para ver quién sube y quién
baja entre sondeo y sondeo y nos lamentamos por el apoyo creciente que reciben
algunas formaciones. Afirmamos, incluso, que ese apoyo siempre estuvo ahí,
oculto tras otras siglas. Pero la atención que prestamos a los cambios en la
demanda y la oferta políticas no debe hacernos perder de vista las
transformaciones en el propio campo de juego. Nada es inmutable; las
identidades y las preferencias políticas se construyen en el tiempo y en los
espacios (también las de la extrema derecha), y el escenario va alterándose
durante todo el proceso. No solo importa quién apoya a quién, o cuántos, sino
qué impacto tiene eso en todo lo demás.
LA PUGNA
POLÍTICA SE PRODUCE ENTRE PROYECTOS QUE PARECEN VEROSÍMILES. PERO LA
VEROSIMILITUD ES UN CONCEPTO NORMATIVO, IDEOLÓGICO, Y POR TANTO CONSTRUIDO
El conocido
lingüista George Lakoff define el sentido común como una forma de razonar dentro de un marco
corriente y aceptado. Es decir, se trata de comunicarnos
dentro de los límites de lo que consideramos posible, realizable. La pugna
política se produce entre proyectos que parecen verosímiles. Pero la
verosimilitud es un concepto normativo, ideológico, y por tanto construido. Sus
fronteras varían a lo largo del tiempo y bajo la acción humana. ¿De qué
hablamos hoy cuando hablamos de sentido común? Si preguntásemos a la gente por
la calle, ¿obtendríamos ahora la misma respuesta que hace diez años, que dentro
de quince? Es probable que ni siquiera fuera la misma hace un año. Los límites
de lo pensable se mueven y, sin quererlo, nosotros nos movemos también. Como la
Tierra, que rota y nos desplaza aun sin movernos del sitio.
El centro
político ya no está donde solía estar. El campo se ha movido bajo nuestros
pies, y se ha movido hacia la derecha. De poco sirve sumar más escaños en unas
elecciones si el terreno de lo imaginable sigue desplazándose en sentido
contrario. El gran drama de un hipotético gobierno en el que participe la
extrema derecha no es que haya gente que lo apoya, es que a la gente que no lo
apoya pero se sitúa en la derecha no le escandaliza, porque se ha naturalizado
tanto su presencia que parece perfectamente posible. La tragedia que habita en
la defensa de una segunda subida del salario mínimo, o de la consigna de que el
Estado tiene que garantizar el acceso a la vivienda, no es que haya gente que
se oponga a ello, es que resulte simplemente inverosímil incluso para parte de
la población progresista. Como resulta inverosímil el establecimiento de una
renta básica universal o la reducción de las jornadas laborales. El verdadero
drama, por profundo y duradero, no es la existencia de proyectos en los que la
mayoría social no tiene cabida, sino el monopolio que esos proyectos tienen
sobre lo verosímil, sobre el sentido común.
EL NEOLIBERALISMO HA INTRODUCIDO EN NUESTRO VOCABULARIO CORRIENTE TODO UN
CONJUNTO DE TÉRMINOS Y METÁFORAS QUE NOS OBLIGAN A HABLAR PERMANENTEMENTE DESDE
SU MARCO IDEOLÓGICO
El mayor reto
de la izquierda no consiste en ganar adeptos a su causa. Se trata de algo más
humilde pero más radical: conseguir que las personas sean capaces de imaginar un
modelo de vida distinto del capitalista. Empujar los límites de lo pensable
hasta construir un sentido común alternativo en el que, como mínimo, lo
verosímil sea territorio de todos. Y eso empieza por gobernar la palabra. Este es el lenguaje del
opresor/ y sin embargo lo necesito para hablarte, cita Gopegui
a Adrienne Rich en Rompiendo
algo. A la izquierda le cuesta más imponer sus marcos
interpretativos porque habla con el lenguaje de la derecha. Pero para pensar
diferente hace falta hablar con un lenguaje distinto. Lakoff lo ilustra con una
metáfora muy fácil de identificar: la dicotomía alivio/presión fiscal. Es imposible
defender la necesidad de una subida de impuestos utilizando términos que
asocian el incremento con la presión y la bajada con el alivio. No es de
sentido común. El neoliberalismo ha introducido en nuestro vocabulario
corriente todo un conjunto de términos y metáforas que nos obligan a hablar
permanentemente desde su marco ideológico, pero sin ser conscientes de ello. Y,
al mismo tiempo, hemos ido renunciando a las palabras de nuestro propio marco,
como la clase social o la austeridad, esta última reapropiada por el
capitalismo para defender su política de recortes masivos.
Si queremos
construir un modelo alternativo que no se limite a poner parches a este
capitalismo en ruinas, tenemos que ser capaces de pensarlo y de nombrarlo. Los
límites de la imaginación y del lenguaje limitan también nuestra capacidad de
actuación. Es más
fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, dice la
célebre frase de Fredric Jameson. Si queremos evitar lo primero y conseguir lo
segundo, tenemos que empezar por entender que el capitalismo es también un
sistema de pensamiento, y que el enemigo más difícil de combatir reside en el
“es lo que hay”. La batalla más importante se libra en la pre-batalla. Hay que
disputarlo todo.