La
inversión estadounidense en infraestructura para América Latina parece ser el
nuevo nicho de disputa geoeconómica y un novedoso mecanismo de intervención en
nuestros países.
Por Silvina Romano y Aníbal García Fernández
América
Latina “es una prioridad estratégica para Estados Unidos (EE. UU.)”. Eso
aseguró Kimberly Breier, subsecretaria de Estado de EE. UU. para Asuntos
Hemisféricos, en la Cumbre de la Concordia realizada en Bogotá a mediados de
mayo (protagonizada por funcionarios, empresarios y miembros de fundaciones y
ONG de EE. UU. y diferentes países de América Latina).[1] En
efecto, a pesar de que en campaña electoral Donald Trump desdeñara abiertamente
a la región, en su Gobierno ha hecho de América Latina un espacio
“privilegiado” de su política exterior: se realizaron por lo menos
20 viajes de funcionarios estadounidenses de alto rango y se celebraron
más de 30 reuniones entre funcionarios latinoamericanos y miembros del
Gobierno-sector privado de EE. UU., abarcando temas e intereses que van más
allá del conflicto con Venezuela.
Breier
especificó que esta prioridad de América Latina implica un compromiso más
profundo de los EE. UU., “una mayor inversión de empresas estadounidenses”.
Aclaró que EE. UU. sigue siendo el principal socio comercial de más de dos
tercios de los países del hemisferio, con inversiones que superan los mil
millones de dólares. Pero lo que más interesa hoy al Gobierno-sector privado de
EE. UU. es la inversión en infraestructura, rubro en disputa especialmente con
China. Esto se hizo evidente cuando sentenció que “las empresas chinas deben
actuar en igualdad de condiciones, observando las normas y respetando los
estándares ambientales y laborales”.
La
frase no es inocente. Por un lado supone, de algún modo, que las empresas de
EE. UU. en América Latina sí respetan estos estándares –afirmación que difiere
de la trayectoria de las transnacionales estadounidenses en la región desde
finales de la Segunda Guerra Mundial.[2] Por
otro lado, las críticas del Gobierno estadounidense coinciden con las denuncias
de organismos internacionales, instituciones financieras internacionales y ONGs
con respecto a la “poca transparencia”, los estándares “desconocidos” de la
inversión china y el impacto ambiental (que no se ajustan del todo a las pautas
de los organismos del capitalismo occidental).
Breier
destacó el lanzamiento de la “Ley BUILD” en EE. UU. para modernizar las
capacidades estadounidenses de financiamiento del desarrollo, por medio de la
cual estarían dispuestos a aportar hasta 60.000 millones de dólares mediante la
Corporación Internacional de Financiamiento para el Desarrollo, organismo
creado en 2018 y que une los presupuestos de la Agencia de los Estados Unidos
para el Desarrollo Internacional (USAID) y de OPIC. Es dirigido por el Consejo
de Seguridad Nacional y la Oficina de Administración y Presupuesto de la USAID.[3]Entre
sus objetivos está posicionarse en aquellos países donde la presencia comercial
y financiera de China ha adquirido mayor presencia, como Brasil,[4]Chile[5] y
Perú.[6]
A
su vez, el rubro clave para EE. UU. en materia de inversión en infraestructura
es el energético, proponiendo la iniciativa “América Crece”, para destinar
capital privado al desarrollo de energía e infraestructura en la región.
La USAID: de la “asistencia para el desarrollo”
a la inversión
En
la misma semana en la que Breier se paseó por algunos países de América del
Sur, Mark Green, administrador de la USAID, se ocupó de estrechar vínculos con
Colombia, Ecuador y los países del Caribe (no sólo en el marco de la guerra
contra Venezuela, sino como parte de una buscada expansión de EE. UU. en las
economías de la región). Claro que también asistió a la Reunión de la Concordia
en Bogotá, junto con Breier.[7]
En
Colombia, entre otros menesteres, Green anunció una expansión del Acuerdo
Bilateral de Asistencia para Alcanzar los Objetivos de Desarrollo con Colombia
(donde la USAID aportaría 160 millones de dólares). Pero la novedad fue el
retorno de USAID a Ecuador,[8] donde
ser firmaron acuerdos para el cuidado del medioambiente, asistencia ante
desastres naturales, programas de desarrollo económico, etc. También
reafirmaron el apoyo incondicional de USAID para la lucha contra la corrupción,
a favor de los derechos humanos, el fortalecimiento institucional y de la
sociedad civil, repitiendo un esquema clásico de injerencia de esta institución
en la definición de políticas en todos estos ámbitos.[9]
El
otro destino clave de Green fue el Caribe, con la marca de “Caribe 2020”,
definida como “una estrategia plurianual para incrementar la seguridad,
prosperidad y bienestar de los pueblos estadounidenses y caribeños”. En efecto,
la presencia económica, cultural (y política) de EE. UU. en el Caribe es
significativa: en 2016, sus alianzas comerciales con esa región representaron
un superávit comercial de 4.600 millones para EE. UU., 14 millones de visitas
turísticas estadounidenses y 11.042 estudiantes caribeños cursando estudios en
los EE. UU.[10]
Pero
también en el Caribe los focos están puestos en la inversión en energía. El
Gobierno de EE. UU. propone liderar las “reformas en el sector energético y los
servicios públicos” para impulsar la inversión privada y las exportaciones
estadounidenses de tecnología (es decir, expandir la economía de EE. UU.). Uno
de los argumentos para convencer sobre este rol que debe asumir el país, es que
las exportaciones de gas natural y el uso de tecnologías energéticas renovables
estadounidenses son “alternativas más limpias y económicas al uso de petróleo
pesado y asimismo reducirá la dependencia en Venezuela”[11] –frase
nada inocente, que expone con claridad la disputa geopolítica y geoeconómica en
curso.
Infraestructura: el sector clave de América
Latina
EE.
UU. (y China) sabe que América Latina es un espacio clave para las inversiones
en infraestructura, y que dicho sector es uno de los ejes de la disputa
geopolítica en este hemisferio (por momentos invisible, otras veces más
explícita). Según la CEPAL, entre 2012 y 2020 los países de la región deberían
destinar el 6,2% del PIB a infraestructura para cubrir diferentes tipos de de
necesidades. Sin embargo, la suma destinada es, a duras penas, del 3%. Los
análisis de escenarios para inversiones privadas celebran que con la llegada de
gobiernos de derecha y el cambio en los marcos legales para inversión en
infraestructura, mejoraría el escenario para atraer inversiones privadas en el
rubro.[12]
Se
proyecta que el gasto en infraestructura alcanzará en 2020, aproximadamente,
los 176 mil millones de dólares, con un total de 1.711 proyectos a gran escala,
con un valor combinado de 829 mil millones de dólares[13] (incluyendo
proyectos anunciados y a ejecutarse en Brasil, Chile, México y Perú).[14]
El
sector al que se dirige la mayor inversión en infraestructura es el de
electricidad y energía, con proyectos que implican aproximadamente 382 mil
millones de dólares.[15] Debe
recordarse que este es, precisamente, el “nicho” en el que busca liderar EE.
UU., como se expuso más arriba.
¿Quiénes lideran la inversión en infraestructura? ¿De dónde
provienen los capitales?
En
la última década, la mayor parte del capital privado para infraestructura en
América Latina provino de los bancos. El principal capital fue puesto a
disposición por el Banco Santander, como principal prestamista en proyectos de
infraestructura en la región, contribuyendo con más de 12 mil millones de
dólares entre 2013 y 2017. El principal accionista de Santander, es BlackRock
(ver recuadro). Otro inversor importante es BBVA (que cubrió préstamos por casi
2 mil millones de dólares entre 2013 y 2017), cuyo principal accionista es
también BlackRock.[16]
Aunque
distante al monto auspiciado por Santander, la presencia de bancos asiáticos
también va en aumento (préstamos para inversión en infraestructura de 8 mil
millones, entre 2013 y 2017.[17]
BlackRock
es una empresa transnacional estadounidense dedicada a la administración de
los fondos de inversión. Los activos de la empresa rondaron los 6,52 mil
millones de dólares y tiene presencia en 30 países. Entre sus directivos
encontramos a Laurence Fink, que forma parte del Council on Foreign
Relations; Murry S. Gerber, quien tiene conexiones con Halliburton y la
United States Steel Company; Jessica Einhorn, con amplia trayectoria en el
Estado y Organismos Internacionales: el FMI, la USAID, el Departamento del
Tesoro y el Departamento de Estado.[18]
|
Por
último, pero no menos importante, es que probablemente tanto el avance de EE.
UU. como el del capital chino en infraestructura se haya profundizado gracias a
la debacle de translatinas como Odebrecht, que luego del “mega escándalo de
corrupción” dejó inconclusos varios proyectos de infraestructura en numerosos
países de la región, e incluso en EE. UU. En este escenario, parece clave
indagar en los contratistas que quedaron a cargo de dichos proyectos.
EE. UU. vs. China: actualidad y proyección
La
mayoría de las publicaciones especializadas y las notas de prensa sobre la
inversión China en América Latina dejan entrever que ya es el principal
inversor, que se está apropiando de los mercados y de los recursos, etc. Y es
que el incremento de la presencia china en América Latina es un dato
incontrastable. Sin embargo, en lo expuesto hasta aquí, vemos que EE. UU. sigue
siendo el principal socio comercial de la gran mayoría de los países de América
Latina, y ha tomado nota de la competencia china en inversión en
infraestructura. Vale destacar que EE. UU. tiene aceitados mecanismos
institucionales y políticos, así como vínculos culturales, que le brindan
ciertas ventajas comparativas en esta disputa por mercados y recursos. De este
modo, así como se considera el interés de China en América Latina, es importante
no desconocer que en este hemisferio predominan capitales e intereses
“occidentales”, que vienen impulsando prácticas y dinámicas que contribuyeron a
la primarización de las economías, a la adopción del patrón maquilador y la
profundización de la dependencia política y económica.
[1]https://translations.state.gov/2019/05/13/discurso-sobre-una-nueva-era-en-las-americas-durante-la-cumbre-concordia-americas-2019/?utm_medium=email&utm_source=govdelivery
[2] Petars,
James y Veltmeyer, Henry (2007) Juicio a las multinacionales. Inversión
extranjera e imperialismo. México: Lumen.
[3]https://www.usaid.gov/news-information/press-releases/oct-3-2018-administrator-green-statement-creation-usidfc
[4]http://agenciabrasil.ebc.com.br/es/economia/noticia/2019-01/china-se-mantiene-destino-principal-de-exportaciones-brasilenas
[6]https://rpp.pe/economia/economia/intercambio-comercial-entre-el-peru-y-china-aumento-14-en-el-2018-noticia-1197063
[7]https://translations.state.gov/2019/05/14/visita-del-administrador-de-usaid-mark-green-a-bogota-colombia/?utm_medium=email&utm_source=govdelivery
[8]https://actualidad.rt.com/actualidad/314928-usaid-regresar-ecuador-coopeeracion-internacional-eeuu.
[9]https://www.eluniverso.com/noticias/2019/05/15/nota/7331246/ocho-objetivos-tematicos-tiene-usaid-cooperacion-ecuador.
Ejemplo sobre incidencia USAID en definición de políticas, ver: Tellería,
Loretta y González, Reina (2015) Hegemonía territorial fallida.
Estrategias de control y dominación de Estados Unidos en Bolivia: 1985-2012.
La Paz, Bolivia: Centro de Investigaciones Sociales, Vicepresidencia del
Estado, Presidencia de la Asamblea Legislativa Plurinacional de Bolivia
[10]https://www.state.gov/wp-content/uploads/2018/12/U.S.-Strategy-for-Engagement-in-the-Caribbean-Spanish.pdf
[11]https://www.state.gov/wp-content/uploads/2018/12/U.S.-Strategy-for-Engagement-in-the-Caribbean-Spanish.pdf
[14] El
país con mayores inversiones en infraestructura es Brasil, con un total
de 421 proyectos valuados en 241 mil millones de dólares. Le sigue Chile
con 309 proyectos que implican 117 mil millones; Perú, con 230 proyectos que
implican 83 mil millones y México con 209 proyectos que implican 98 mil
millones (ibid).
[16]“Overview of infraestructura investment in Latin
America”, Marsh y Mc Lennan-Inter American Development Bank, 2018.