Difícil.
Tienes que bajar a su nivel y ahí te ganan por experiencia. No sé quién dijo
esto, se lo atribuyen a un gentío. Puedes alegar ahora que me lo leíste a mí…
He hablado de la idiotez
aunque no soy especialista en el tormentoso arte de ser memo. Porque no se
trata de una propiedad intrínseca sino de un proceso ambiental, es decir,
aunque seas persona de talento puedes terminar en la bolsería, basta seguir el
método. Cumplo con advertírtelo, después no digas que tampoco.
Los medios internacionales
que se la pasan hablando pestes de Venezuela se asombraron ante la torpeza de
la Escaramuza del Distribuidor Altamira. Es que la imbecilidad da vértigo. A mí
al menos. Porque al principio no se entiende, pero mira a Macri, a Bolsonaro, a
Abascal, a Duque, a Trump, de cuya imbecilidad no tengo que disertar porque es
demasiado obvia. Ah, Capriles, Rosales, Fox, Bush… Y hay más porque la
ultraderecha tiene una cantera inagotable. Y porque, además, la imbecilidad no
conoce límites.
No hay que descuidarse porque
cualquiera puede llegar a imbécil. Basta empecinarse en algún disparate, como
cuando alguien trata de justificar una infidelidad con excusas que van cayéndose
como dominós y hay que inventar coartadas cada vez más disparatadas, es decir,
imbéciles.
No confundir con el término
idiota, hoy reemplazado por «retardo intelectual profundo», que es condición
provocada por diversas causas que estudia la medicina. No me refiero a eso, ni
a las deficiencias intermedias de personas intelectualmente débiles.
Me refiero a un fenómeno más
recóndito que podríamos llamar contexto, resonancia, entramado simbólico, no sé
todavía qué nombre operativo ponerle, pero que trataré de explicar en las pocas
frases que me quedan antes de terminar este artículo. Es esa armazón que
explica, entre otras cosas, ese fenómeno prodigioso de ver a gente inteligente
y con posgrados diciendo que Venezuela está invadida por Cuba y que los
bombillos ahorradores sirven para que el G2 nos espíe. O para hacer la patética
escaramuza que dieron el 30 de abril. La compatriota mexicana Ana Ester Ceceña
se asombraba de cómo puede el Imperio ser tan inepto como sus recaderos
venezolanos.
Bueno, estos son mis dos
centavos de reflexión sobre tan distinguido tema.