Globalización capitalista, eurocentrismo e inmigración (I)
Por Said Bouamama
El año
2019 ha estado marcado por unos movimientos populares sin precedentes desde
hace décadas en muchos lugares del planeta. Desde Argelia a Sudán, pasando por
Haití, estos movimientos movilizan a millones de personas. En ese mismo año se
han multiplicado los golpes de Estado y las ofensivas reaccionarias, lo mismo
que los intentos de instrumentalizar y desviar grandes movimientos populares.
La percepción cronológica de estas luchas que difunden los medios de
comunicación impide calibrar los retos comunes que significan estas
movilizaciones. Del mismo modo, la preponderancia de un marco interpretativo
eurocentrista oculta la entrada en una nueva secuencia histórica del sistema
imperialista mundial y la recuperación de la iniciativa popular que la acompaña.
¿Cómo entender este nuevo ciclo de luchas? ¿Pueden estar unidas por una base
material común? ¿Están desconectadas de los discursos dominantes?
Globalización capitalista y proletarización del
mundo
Los discursos dominantes sobre la “globalización”
presentan esta última como el resultado de los progresos de las ciencias y las
técnicas que establecen interacciones inéditas entre los diferentes espacios
del planeta. Según este relato ideológico internacional, las nuevas tecnologías
de información y comunicación han dejado obsoletos los Estados-nación, han
hecho que caduquen los “grandes relatos” de la emancipación (socialismo,
anticolonialismo, antiimperialismo, etc.) y abolido la lucha de clases. Este discurso
oculta la naturaleza de esta globalización y su origen. Lejos de ser una
consecuencia lógica de los progresos técnicos, la llamada “globalización” es el
resultado de las estrategias de las grandes potencias imperialistas de la
tríada (Estados Unidos, Unión Europea y Japón) para el nuevo reparto del mundo.
No estamos ante una “globalización” sino ante una “
globalización capitalista” que reproduce y acentúa la división del mundo en
centros dominantes y periferias dominadas a escala mundial, y la polarización
de las clases sociales en cada país. De naturaleza política a causa de unas
decisiones políticas y económicas precisas (por medio del G8, el FMI, el Banco
Mundial, la Organización Mundial de Comercio, etc.), la “globalización”
significa una ofensiva generalizada contra todos los logros sociales y
políticos de los pueblos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, que ha
sido posible en el contexto de la desaparición de los equilibrios y las
relaciones de fuerza surgidos de la Segunda Guerra Mundial y de la
descolonización. Las clases dominantes han percibido y analizado la
desaparición del mundo bipolar con el fin de la URSS como una oportunidad para
liberar la lógica capitalista e imperialista de todas las concesiones
arrancadas por las luchas populares del siglo XX. El proyecto de volver a una
lógica capitalista e imperialista “pura” se ha convertido en el grito de guerra
de estas clases dominantes y el ultraliberalismo es su traducción económica.
Con independencia de su diversidad y de la especificidad de los desencadenantes
nacionales, los movimientos populares que sacuden el planeta constituyen un
intento de oponerse a esta contrarrevolución programada. Si los desencadenantes
de cada revuelta son específicos, las causalidades, por su parte, son en su
mayoría comunes: el rechazo de la pauperización masiva que suscita dicha
“globalización”. Para comprender nuestra época es imprescindible tener en
cuenta la base material de la revueltas actuales.
Lejos de ser solamente unos movimientos por la
“democracia”, contra el “sistema” o por la “libertad”, en nuestra opinión estos
movimientos populares masivos reflejan un movimiento sin precedentes de
proletarización del mundo producido por esta “globalización”. En efecto, esta
se despliega bajo la lógica de la desaparición de las trabas a la libre
circulación de capitales, a la destrucción de los obstáculos para la libertad
del comercio, a la erradicación de los frenos aduaneros y de las “trabas”
legislativas a la “libre competencia”. Tras estas fórmulas reiteradas una y
otra vez en nuestros medios de comunicación se oculta simplemente una
desregularización generalizada cuyo motor es el descenso de los costes de mano
de obra como mecanismo para aumentar la tasa de ganancia. Los planes de ajuste
estructural impuestos por el FMI y el Banco Mundial durante las tres últimas
décadas han “preparado” para este proceso a los países dominados de la
periferia. Para acceder a los créditos se ha obligado a estas periferias a
liquidar sus protecciones aduaneras, liberar los precios, privatizar los
servicios públicos, facilitar la inversión extranjera, etc. Hoy las
consecuencias son evidentes: una desindustrialización en los centros
imperialistas debido a las deslocalizaciones masivas y una proletarización de
las periferias dominadas que tienen en común una pauperización de las clases
populares.
Solo el predominio de una visión eurocentrista de
los medios de comunicación ha podido hacer que este vasto movimiento de
redistribución de las fuerzas de trabajo parezca el signo del final de la clase
obrera y de la lucha de clases, la prueba de la entrada en una sociedad
postindustrial, el indicador de una mutación profunda del capitalismo. Ahora
bien, a poco que la mirada no se centre solamente en los centros imperialistas
sino que se extienda al conjunto del planeta, la clase obrera no solo no
disminuye sino que aumenta. Algunas cifras bastan para demostrarlo: en 1950 la
proporción de obreros de la industria que trabajaban en un país dominado de la
periferia era del 34 %. En 1980 esta proporción era el 53 % y el 79 % en 2010
(esto es, en cifras absolutas 541 millones de obreros frente a 145 en los
países del centro). La transferencia de mano de obra es aún más importante si
se centra el análisis en el trabajo de manufactura: “El 83 % de la mano de obra
de manufactura del mundo vive y trabaja en los países del Sur” (1), resume el
economista John Smith. Y este aumento de la proporción de los países de la
periferia se produce en el contexto de un importante aumento de la “mano de
obra mundial efectiva” entre 1980 y 2006 según las propias cifras del FMI (2),
que pasaron de 1.900 millones en 1980 a 3.100 millones en 2006.
En su excelente obra Modernité, religion et
démocratie. Critique de l’eurocentrisme, critique des culturalismes (3) Samir Amin sintetizó la
relación entre el desarrollo en un polo del planeta y el subdesarrollo en otro
polo. Esta polarización mundial del pasado conoce hoy en día una nueva era que
se traduce en una proletarización del mundo. Al tiempo que el capitalismo hace aumentar
la clase obrera de los países periféricos destruye sus empleos agrícolas. De
este modo la apertura de los mercados y la liberalización del comercio exterior
impuestas por los planes de ajuste estructural hizo descender en 2007 de 73 %
en 1960 a 48 % (4) la proporción de empleo agrícola en la población activa de
los países periféricos. Las dos características de la proletarización de los
países periféricos dominados son un aumento sin precedentes de la cantidad de
personas trabajadoras industriales y un aumento igual de impresionante de las
personas en paro que se hacinan en la periferia de las grandes aglomeraciones
debido a la destrucción de la agricultura y al éxodo rural que se produce a
consecuencia de ella. La situación no es mucho mejor en los países del centro
imperialista. Contrariamente al mito de una “economía de servicio” que toma el
relevo de una “economía industrial”, la disminución de los empleos industriales
se traduce en un paro estructural cada vez mayor. También aquí estamos ante una
proletarización. Esta proletarización se traduce en las cóleras populares
masivas de 2019 desde Argel a París y de Jartún a Beirut, de los Chalecos
Amarillos a los hiraks (5).
Los debates sobre la inmigración, las políticas
represivas que los acompañan y los dramas humanos que se desprenden de ellas
están al servicio de esta proletarización del mundo. Las barreras a la
inmigración son de un rigor sin precedentes en la historia del capitalismo. La
“superpoblación” de los países periféricos que no puede emigrar a los países
del centro se acumula en unos gigantescos barrios de chabolas (6) que no dejan
de recordar las descripciones de los alojamientos para la clase obrera inglesa
que hacía Engels en 1845 (7). El objetivo de las restricciones a la emigración
es mantener cautiva a esta “superpoblación” con el fin de que esté disponible
para los empleos de la deslocalización masiva. Los cierres armados de fronteras
no reflejan temor alguno a una “gran sustitución” sino que traducen un frío
cálculo económico que transforma el Mediterráneo y la frontera mexicana en
ataúdes gigantes. Se llega al colmo del cinismo con el discurso sobre “la
inmigración escogida” que no es sino la elección de vaciar los países
periféricos de sus personas trabajadoras cualificadas sin soportar los costes
de formación de esta fuerza de trabajo compleja. Las cifras al respecto son
elocuentes, como atestigua un estudio de 2013 sobre la “fuga de médicos
africanos” a Estados Unidos: “La huida de médicos del África subsahariana
empezó verdaderamente a mediados de la década de 1980 y se aceleró en la década
de 1990 durante los años en los que se aplicaron los programas de ajuste
estructural impuestos por […] el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco
Mundial” (8). Los médicos argelinos o de Oriente Próximo en los hospitales
franceses son testimonio del mismo proceso en Europa.
La “huida de cerebros”, el aumento de la
pauperización en el centro y aún más en la periferia, las políticas migratorias
restrictivas y la multiplicación de los asesinatos institucionales masivos en
el Mediterráneo y en la frontera mexicana son facetas indisociables de dicha
globalización. Es lo que recordaba Fidel Castro en Durban en 1998:
“La libertad de movimiento que se proclama para el
capital y las mercancías debe aplicarse también a lo que debe estar por encima
de todo: los seres humanos. No más cruentos muros como el que se construye en
la frontera entre Estados Unidos y México, que cuesta cada año cientos de
vidas. Cese la persecución de los emigrados; muera la xenofobia y no la
solidaridad” (9).
De la explotación a la sobreexplotación
La proletarización de la periferia dominada no le
ha aportado mejora alguna. El descenso del poder adquisitivo de las personas
trabajadoras de los centros imperialistas no se ha traducido en un aumento del
de las personas trabajadoras de la periferia sino en un aumento de las
ganancias. Significa el paso de una explotación de la fuerza de trabajo a una
sobreexplotación o incluso el paso de la dominación de una forma de plusvalía a
otra. Volvamos a esos conceptos de Marx que siguen siendo imprescindibles para
comprender el bárbaro mundo contemporáneo.
Recordemos que Marx considera que bajo el
capitalismo la fuerza de trabajo es una mercancía que como todas las demás
tiene un valor que corresponde a la cantidad de trabajo necesario para producir
los bienes que permitan su producción y reproducción (comida, vivienda, ropa,
formación, etc.). Este valor tiene una expresión monetaria que es el salario
real. Por medio de este salario el capitalista compra el derecho a utilizar
esta fuerza de trabajo durante un periodo de tiempo determinado. Este periodo
de tiempo permite a la vez producir el equivalente del salario del obrero y un
sobrevalor (la plusvalía) que se transformará en ganancia en el momento de la
venta de las mercancías producidas. Por consiguiente, cada jornada de trabajo
se divide en dos periodos de tiempo: el trabajo necesario (que corresponde al
salario) y el plustrabajo (que corresponde a la plusvalía). Por tanto, el
interés del capitalismo es maximizar el plustrabajo o minimizar el trabajo
necesario. Para nuestro autor la explotación designa este plustrabajo o esta
plusvalía. Por consiguiente, incluso cuando el salario se paga a su precio hay
explotación. La segunda aportación de Marx es haber formalizado los medios por
los que el capitalista trata de maximizar el plustrabajo o la plusvalía.
Estudia en particular dos que denomina “plusvalía absoluta” y “plusvalía
relativa”. La primera se maximiza alargando la jornada laboral y la segunda
aumentando la productividad de las personas trabajadoras.
Aunque Marx solo estudia en profundidad estas dos
formas, eso no significa que no haya otras. Lo explica en varias ocasiones
precisando que plantea una hipótesis, la de que la fuerza de trabajo se paga a
su valor. En otras palabras, su objetivo es analizar la lógica del sistema
capitalista (independientemente de las formas concretas que adopte en tal o
cual país o en tal o cual época) y no el capitalismo realmente existente. Cada
vez que la relación de fuerzas se lo permite este último no duda en disminuir
el salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo, es decir, por debajo
del mínimo necesario para vivir dignamente. “La magnitud del plustrabajo se
obtiene […] merced a la reducción del salario del obrero por debajo del valor
de su fuerza de trabajo. […] A pesar del importante papel que
desempeña este procedimiento en el movimiento real del salario, impide su
consideración aquí el supuesto de que las mercancías y, por tanto, también la
fuerza de trabajo, se compran y venden a su pleno valor” (10), destaca
Mar x . Todo este capítulo 8 del libro primero de El
capital se dedica a ejemplos concretos de situaciones en las que la
fuerza de trabajo se remunera por debajo de su valor, lo que tiene como
consecuencia el “agotamiento y muerte prematuros de esta fuerza” (11). En estas
situaciones ya no estamos simplemente ante una explotación sino ante una
sobreexplotación.
Entre los ejemplos que ofrece Marx dos revisten de
una actualidad importante en el contexto de la actual globalización
capitalista. El primero es el de las fuerzas de trabajo inmigradas muy
afectadas por la sobreexplotación y el segundo es el de las situaciones
esclavistas, coloniales y semicoloniales en las que la sobreexplotación es la
regla. El primer ejemplo llevará a Marx a insistir en la importancia de que los
sindicatos “se ocupen con el mayor de los cuidados de los intereses de los
oficios peor pagados” para contrarrestar la falta de unión de los obreros
“engendrada y perpetuada por la inevitable competencia que se hacen unos a
otros” (12). El segundo le llevará a una denuncia cada vez más virulenta del
esclavismo y del colonialismo, el cual constituye en cierto modo una especie de
tipo ideal del capitalismo en materia de fijación del precio de la fuerza de
trabajo: “Por otra parte, en lo que respecta a los capitales invertidos en las
colonias, etc., los mismos pueden arrojar tasas de ganancia más elevadas porque
en esos lugares, en general, a causa de su bajo desarrollo, la tasa de ganancia
es más elevada, y lo mismo, con el empleo de esclavos y culíes, etc.”(13),
recuerda Marx. Estos dos ejemplos ponen de relieve la inanidad de una lucha
anticapitalista que excluya de su programa por una parte la lucha contra las
discriminaciones racistas que afectan a las personas trabajadoras inmigradas
con o sin papeles y por otra el internacionalismo.
Cuando al analizar el imperialismo Lenin insiste en
su carácter parasitario, retoma este análisis de Marx para un capitalismo que
se ha vuelto monopolista. El autor explica que la exportación de capitales en
busca de una tasa de ganancia máxima lleva a la emergencia de un comportamiento
“rentista” y parasitario de los propietarios del capital:
“El monopolio de la posesión de colonias particularmente
vastas, ricas o estratégicamente situadas opera en la misma dirección.
Continuemos. El imperialismo es una inmensa acumulación de capital de
dinero en un pequeño número de países, una acumulación que alcanza, como hemos
visto, de 100 a 150 mil millones de francos en valores. De ahí el
incremento extraordinario de una clase o, mejor dicho, de una capa rentista, es
decir, los individuos que viven del “corte de cupón”, que no participan en
ninguna empresa y cuya profesión es la ociosidad. La exportación de capital,
una de las bases económicas más esenciales del imperialismo, acentúa todavía
más la total separación entre la capa rentista y la producción, imprime un
sello de parasitismo a todo el país, que vive de la explotación del trabajo de
unos cuantos países y de las colonias de ultramar” (14).
Las reiteradas deslocalizaciones en función de las
variaciones del coste del trabajo, los cierres de empresas rentables pero que
tienen una tasa de ganancia que se considera no máxima, las presiones de los planes
de ajuste estructural (para aligerar el coste del trabajo, disminuir el papel
del Estado y hacer desaparecer los obstáculos a la libre circulación de
capitales), etc., que caracterizan nuestra realidad contemporánea son una
ilustración de este parasitismo que ahora se ha generalizado. Estas
características de la globalización capitalista son el signo de un capitalismo
que ya no se centra en la simple explotación sino en una tendencia a una
sobreexplotación generalizada. No por estar generalizada esta sobreexplotación
es menos desigual entre el centro imperialista y las periferias dominadas.
Lenin subrayaba ya en su análisis del parasitismo del imperialismo que las
sobreganancias obtenidas de las colonias daban a la clase dominante un
importante margen de maniobra para comprar la paz social por medio de la
redistribución de migajas cuando lo impone la relación de fuerzas. Es lo que
recuerda Fidel Castro en los términos siguientes: “ […] esa explotación tiene
connotaciones mucho más terribles en un país del Tercer Mundo que en un país
capitalista desarrollado, porque precisamente por temor a las revoluciones, por
temor al socialismo, el capitalismo desarrollado elaboró algunos esquemas de
distribución que, en cierta forma, evitan las hambrunas aquellas que conocieron
las poblaciones de Europa, por ejemplo, en la época de Engels, en la época de
Marx” (15).
De las tres formas de plusvalías que aborda Marx,
solo dos se designan con un nombre, a saber, la plusvalía absoluta para la
obtenida alargando la duración del trabajo y plusvalía relativa para la
proveniente de un aumento de la productividad. La tercera se menciona varias
veces pero no forma parte del análisis por la razón antes mencionada. La
llamaremos plusvalía de sobreexplotación obtenida por medio del pago de la
fuerza de trabajo por debajo de su valor. La globalización capitalista actual
tiende a generalizarla en el caso de una cantidad cada vez mayor de personas
trabajadoras en los países del centro imperialista y aún más intensamente en el
de las personas trabajadoras de las periferias dominadas. A la dominación de la
plusvalía absoluta de los inicios del capitalismo y a la de la plusvalía
relativa de la madurez del capitalismo sucede así la plusvalía de
sobreexplotación del “capitalismo senil”, por retomar la expresión de Samir
Amin (16). El capitalismo parece así acabar un ciclo y volver al inicio de su
emergencia, es decir, al periodo en el que se reunían las condiciones de su
instalación por medio de la destrucción bárbara de las civilizaciones indígenas
de las Américas y la esclavitud, por medio del trabajo infantil y la
sobreexplotación de las primeras personas proletarias provenientes del
campesinado desposeído. Parece recuperar una “forma pura”, la de que antes de
que la organización de las personas trabajadoras impusiera el paso de la
sobreexplotación a explotación, es decir, impusiera el pago de la fuerza de
trabajo a su valor.
La importancia de la política de
fronteras
El capitalismo globalizado centrado en la plusvalía
de la sobreexplotación funciona sobre la base de cadenas de valor mundiales.
Así, un mismo producto final puede ser el resultado del ensamblaje de elementos
provenientes de varios lugares geográficos repartidos por varios continentes.
Lo que distingue las producciones de la periferia dominada y del centro
imperialista no es una diferencia de productividad sino una diferencia de
salario. A una productividad tendencialmente equivalente, la misma fuerza de
trabajo se pagará de forma diferente según esté empleada en el centro o en la
periferia. Las tesis que explican las diferencias de salarios como resultado
del diferencial de productividad son simplemente eurocéntricas u
occidentalocéntricas, es decir, ocultan la dimensión mundial de las cadenas de
valor de las principales industrias o incluso hacen desaparecer lo que
caracteriza esencialmente al capitalismo globalizado: “el motor fundamental que
delimita los contornos de la globalización de la producción [es] el arbitraje
mundial del trabajo” (17), resume el economista John Smith.
A este nivel es donde interviene la cuestión de las
fronteras y de la política de fronteras. En efecto, existen dos vías para
acceder a esta mano de obra mal pagada: hacer emigrar la producción hacia la
periferia dominada o hacer emigrar la mano de obra hacia los países del centro.
“Las economías avanzadas pueden acceder a la reserva mundial de mano de obra
gracias a las importaciones y a la inmigración” (18), resume el Fondo Monetario
Internacional. Antes de la famosa “globalización” (es decir, antes de la nueva
fase de la globalización que inaugura la desaparición del mundo bipolar y de
sus relaciones de fuerzas) la inmigración era la vía principal y la
externalización era la secundaria. A partir de entonces es lo contrario.
Teniendo en cuenta esta inversión es como se puede comprender la lógica de la
política de fronteras:
1) Apertura forzada de las fronteras para las
mercancías y los capitales por parte del FMI, el Banco Mundial, la OMC y los
países del centro dominante a golpe de Planes de Ajuste Estructural (PAE), de
Acuerdos de Asociación Económica (los famosos AAE de la Unión Europea), de
condiciones para acceder a la “ayuda”, etc.;
2) Apertura de las fronteras a los “cerebros” bajo
la forma del discurso sobre “la emigración escogida” articulado a la imposición
por parte de los PAE en los países de la periferia dominada de la condición de
privatizar servicios públicos (hasta entonces principal empleador de estos
“cerebros”);
3) Cierre brutal y militar de las fronteras
legitimado por la leyenda de una “crisis migratoria” y que lleva a los crímenes
institucionales masivos en el Mediterráneo y la frontera mexicana;
4) Gestión de los supervivientes del cierre de
fronteras a beneficio de los sectores económicos que no se pueden deslocalizar
o externalizar por medio de la producción de personas “sin papeles” obligadas a
vender su fuerza de trabajo por debajo de su valor.
∞∞∞
El significado de la nueva fase de la globalización
capitalista activada por la mutación de las relaciones de fuerza que se
desprende del fin del mundo bipolar hace volver al capitalismo a su forma
“pura”, es decir, a la que había antes de los logros sociales vinculados a las
luchas sociales y a las luchas de liberación (abolición de la esclavitud, lucha
de liberación nacional, derechos sociales de las políticas nacionalistas de los
países de la periferia dominada de las dos primeras décadas de la
independencia) que impusieron tendencialmente una venta de la fuerza de trabajo
a su valor. La globalización capitalista actual expresa la dominación de la
plusvalía de sobreexplotación por medio de un arbitraje mundial del trabajo o
del salario que ha hecho posible una política de fronteras idónea. Lo demás no
es sino una consecuencia lógica: pauperización masiva tanto en el centro como
en la periferia aunque de forma desigual, transformación del Mediterráneo y de
México en cementerios de masas, creación de una masa de nuevos “errantes” bajo
la forma de las figuras de las personas “sin papeles” o de las “refugiadas”.
Este movimiento de conjunto es lo que constituye la base de las revueltas
masivas del año 2019. Para que sea posible semejante regresión era preciso
acompañarla de una ofensiva ideológica de gran magnitud. Esa fue la función de
la ideología postmoderna, que abordaremos en nuestro próximo artículo.
Notas:
(1) John Smith, L’impérialisme
au XXIème siècle, Editions critiques, París, 2019, p. 144.
(2) Fondo Monetario Internacional, World
Economic Outlook , abril de 2007, p. 162.
(3) Samir Amin, Modernité, religion et
démocratie. Critique de l’eurocentrisme, critique des culturalismes, Parangon,
París, 2008. [En castellano Modernidad, religión, democracia: crítica
del eurocentrismo, crítica de los culturalismos, Madrid, Iepala, D.L. 2010;
traducción de Andrés Felipe Martín ... et al.].
(4) Bureau Internationale du Travail, Indicateurs
Clés du Marché du Travail, Genève, 2007, capítulo 4.
(5) El término “hirak” significa literalmente
“movimiento” y es el término que han adoptado los movimientos populares masivos
en varios países una de cuyas lenguas es el árabe.
(6) Mike Davis, Le pire des mondes
possibles. De l’explosion urbaine au bidonville global, La Découverte,
París, 2007. [En castellano Planeta de ciudades miseria , Tres
Cantos, Foca, 2007, traducción de José María Amoroto Salido].
(7) Friedrich Engels (1845), La situation
de la classe laborieuse en Angleterre. D’après les observations de l’auteur et
des sources authentiques, Éditions sociales, París, 1960. [En
castellano La situación de la clase obrera en Inglaterra, Madrid,
Akal, 1976]
(8) Akhenaten Benjamin,
Caglar Ozden y Sten Vermund, Physician Emigration from Sub-Saharan
Africa to the United States, PLOS Medicine, volumen 10, n° 12, 2013,
p. 16.
(9) Fidel Castro, discours au douzième sommet du
mouvement des non-alignés du 2 septembre 1998, http://www.fidelcastro.cu/es/discursos/discurso-pronunciado-en-la-primera-sesion-de-trabajo-de-la-xii-cumbre-del-movimiento-de, consult ado
el 1 de enero de 2020 a
las 13:15 h . [Hemos tomado la cita original en
castellano de este enlace, n. de la t.].
(10) Karl Marx, Le Capital, livre 1,
éditions du Progrès/éditions sociale, París, 1976, p. 306. [Tomamos la
traducción al castellano de esta cita y la siguiente del libro primero de El
capital de
http://www.enxarxa.com/biblioteca/MARX%20El%20Capital%20-%20Tomo%20I.pdf, n. de
la t.].
(11) Karl Marx, Le Capital, volume 1, op.cit., p.
258.
(12) Karl Marx y Friedrich Engels, Instructions
pour les délégués du Conseil central provisoire de l’AIT sur les différentes
questions à débattre au Congrès de Genève (3-8 septembre 1866), en Jacques
Freymond, La Première Internationale: Recueil de documents, Volumen
1, Droz, París, 1962, p. 34.
(13) Karl Marx, Le Capital, livre 3,
éditions du Progrès/éditions sociale, París, 1976, p. 253. [En castellano https://webs.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital3/MRXC3614.htm,
de donde tomamos la cita, n. de la t.].
(14) Lénine, L’impérialisme. Stade suprême
du capitalisme, Editions sociales, París, 1945, p. 89. [En castellano, El
imperialismo, fase superior del capitalismo, Madrid, Fundación Federico
Engels, 2016; traducción, Grupo de traductores de la Fundación Federico Engels,
https://www.fundacionfedericoengels.net/images/PDF/lenin_imperialismo.pdf, de
donde tomamos la cita, n. de la t.].
(15) Fidel Castro, discours de clôture de
la IVème Rencontre Latino-américaine et des Caraïbes du 28 janvier 1994, http://www.fidelcastro.cu/fr/citas/28-janvier-1994-0,
consultado el 3 de enero de 2020 a las 9:00.h [En castellano http://www.fidelcastro.cu/es/discursos/discurso-pronunciado-en-la-clausura-del-iv-encuentro-latinoamericano-y-del-caribe,
de donde tomamos la cita original en castellano, n. de la
t.].
(16) Samir Amin, Au-delà du capitalisme
sénile, PUF/Actuel Marx, París, 2002. [En castellano, Más allá
del capitalismo senil, El Viejo Topo, Barcelona, 2003; traducción de Ramón
Sánchez Tabares].
(17) Mike Davis, Le pire des mondes
possibles. De l’explosion urbaine au bidonville global, op. cit., p.
264.
(18) FMI, Perspectives de l’économie
mondiale 2007, Washington, p. 180.