Hace unos días el New
York Times publicó un artículo de Brooke Jarvis “El apocalipsis de los
insectos está aquí: ¿Qué significa para el resto de la vida del planeta?” (https://www.nytimes.com/2018/11/27/magazine/insect-apocalypse).
El artículo (refrito de otro publicado por The Guardian en
Julio de 2018) devela la desaparición radical de los insectos a nivel global,
el denominado “fenómeno del parabrisas” (en referencia a la falta de insectos
que se estampen contra el vidrio del automóvil). Según narra la periodista, en
los últimos 20 años en Estados Unidos, la población de la mariposa monarca cayó
en un 90%. La Sociedad Entomológica Alemana revela por su parte, que en el
mismo periodo hubo una caída de 82% en las poblaciones de insectos voladores.
Asimismo, se presentan fenómenos parecidos en Inglaterra y Dinamarca.
Globalmente la ciencia conoce muy poco de las más de 500 mil especies de
insectos (entre ellas succionadores, hormigas, abejas y escarabajos) que son apenas
el 20% del total del planeta.
Si bien para los urbanitas y para la mayoría de los
agro-productores convencionales la ausencia de insectos es un alivio, su rol no
lo es. Los insectos proveen beneficios directos a los humanos siendo los
responsables de la polinización en tres cuartas partes de las plantas de las
que depende la agricultura global. También al comer y ser comidos se convierten
en proteína de peces y aves que a su vez alimentan a otras criaturas que
nosotros comemos (sin considerar que la dieta mexicana es rica en insectos).
Otra función es regular las poblaciones de plagas y asegurar la descomposición
del ciclo de nutrientes de los ecosistemas, lo que permite entre otras cosas,
que la dinámica microbiológica del suelo y las plantas florezcan. Es
precisamente su función ecosistémica lo que resulta fundamental para la
existencia de eso que llamamos vida. La caída de las poblaciones de insectos
presagia el colapso en las interacciones y flujos de energía: la dispersión de
semillas, la regulación predador-presa, la polinización de plantas, la
reproducción y regeneración bacteriana y de hongos, y muchas otras funciones
que permiten y continúan cíclicamente con la vida inmersa en una red
alimenticia compleja de la que dependemos.
El texto supone que el fenómeno del parabrisas es
algo “fantasmagórico”. Sus hipótesis causales evaden hablar del régimen
tecnológico y científico comercial que estresa a la naturaleza como lo es la
invasión masiva de sustancias tóxicas asociadas a los plásticos en los confines
del planeta. Tampoco se plantea como una causa a los contaminantes del aire, ni
a la desaparición de hábitats enteros por los monocultivos. Lo que se oculta
fundamentalmente son los intereses multimillonarios que esconden las corporaciones
productoras de pesticidas, plaguicidas, fertilizantes, semillas mejoradas y
OGMs que en su totalidad homogenizan la biodiversidad del planeta. El artículo
del NYT evita mencionar que la desaparición de insectos a nivel planetaria está
directamente vinculada con la expansión hegemónica de los agroquímicos en todos
los sistemas agroalimentarios. Hablamos de un régimen cuya aspiración
acumulativa se basa en especular con la desestructuración de lo vivo. La muerte
como fin, suponen, les permitirá hacerse del control mundial del mercado de
alimentos (y de paso rentabilizar “$ervicios $ustentables” mediante la
comercialización, distribución y aplicación de tóxicos disruptivos
originalmente creados para la guerra). Por ello, no resulta casual que sean
grupos de “amateurs” quienes denuncien la extinción, y no la tecno-ciencia de
miras cortoplacistas coludida en conflictos de intereses. La anterior se
demuestra en la falta de datos, escasos presupuestos para la investigación y
nulas denuncias que descarguen siquiera alguna responsabilidad en los
corporativos. Existe el interés expreso de desvincular a la industria de
cualquier fenómeno disruptivo del tipo “parabrisas”, o del colapso en las
colmenas de abejas, o de la presencia de fuertes dosis de glifosato en niños y
niñas rurales (como sucede en Jalisco y probablemente en toda la república)
para por el contrario, presentarse como los innovadores y portadores de
soluciones biotecnológicas que terminaran por ofertar una gama de insectos
patentados y genéticamente modificados a renta o venta para asegurar la
polinización (como ya sucede para el control ¿o dispersión? del dengue).
La ciencia tecnocrática disuade su responsabilidad
insecticida y propone un sistema que “ordena-desordenando” a las interacciones
de la naturaleza en todos los niveles, ya no se trata únicamente de los
pesticidas y herbicidas que eliminan a los insectos, sino de toda una
racionalidad lineal, economicista, agroquímica y sintética que desarticula las
funciones e interacciones de la red alimentaria desde la genética, los
microorganismos del suelo, los insectos hasta el resto de la fauna, incluidos
los animales grandes entre ellos nosotros. La defensa de la vida comienza por
hacernos sujetos responsables de la misma en todos los campos. Ello requiere de
la aplicación de una perspectiva pedagógica integral en el sistema educativo y
de la construcción de un modelo de ciencia diferente. Existen numerosas
experiencias de agricultura familiar y comunitaria que fomentan la
polidiversidad de plantas e insectos, y que son social y climáticamente
responsables puesto que asocian los saberes e interacciones humanas con lo
vivo. Tal agricultura es un patrimonio de los campesinos y campesinas
tradicionales que han combinado saberes con conocimientos agroecológicos en
bosques, selvas, milpas, huertos, solares, acahuales y agostaderos de todo el
país, por ello es que aún podemos considerarnos un país megadiverso.
Urge, sin embargo, crear nuevos modelos de ciencia
que desde la complejidad problematicen alternativas y soluciones para la
defensa de la vida en los territorios. De hecho, en México estamos próximos a
experimentar un profundo cambio a partir de la llegada la Dra. María Elena
Álvarez-Bullya al nuevo CONAHCYT, bióloga y ecóloga comprometida con la
sociedad ya propuso una “H” intermedia que no es, ni será muda puesto que dará
voz a las formas de vida silenciadas cuya continuidad impacta en el concepto de
humanidad que aún nos queda por asumir.
https://www.alainet.org/es/articulo/196992