Francia vive un proceso de luchas
sociales que está lejos de amenguar. Mañana sábado, dice Luis Casado, el país
vivirá el Acto V del combate de los chalecos amarillos. El poder utiliza todo
su arsenal de recursos represivos…
Seis muertos, más de mil heridos,
miles de detenidos. Es el balance, al día de hoy, de la crisis francesa. Los
muertos son chalecos amarillos. Como casi todos los heridos. Miles de
detenidos, muchos de ellos a título preventivo, antes de manifestar: no es el
parche antes de la herida, es Minority Report. Es
duro ser la patria de los derechos humanos.
Toneladas de basura arrojada
sobre los miserables, por opinólogos, economistas, sociólogos y periodistas
venales. De algo sirve controlar los medios: la verdad proviene de la verborrea
tarifada. “Los chalecos amarillos luchan contra otros
franceses, sus reivindicaciones son contradictorias, no tienen jefes, no se
conforman con nada…”
La verdad es que les manants (los zafios, los villanos…) luchan
contra los privilegios del riquerío, no contra otros franceses. Sus
reivindicaciones no son contradictorias: quieren inmiscuirse en las decisiones
que les conciernen. Es verdad que no tienen jefes: aborrecen la democracia
representativa y quieren representarse ellos mismos. No se pueden conformar con
las sobras, porque son seres humanos con derechos. Eso proclama la República.
Macron anunció un aumento de 100
euros para el salario mínimo. Mintió. Aumentó la “prima de actividad”, financiada por las cotizaciones
sociales, no por las empresas. Solo una minoría de los smicards (trabajadores pagados al mínimo) califica
para la “prima de actividad”. ¿Cómo hacer para que todos
los smicards reciban los 100 euros? Ante la premura de
calmar los ánimos, el gobierno decidió bajar las cotizaciones sociales que
pagan las empresas, para que estas integren los 100 euros en el salario.
Primeras beneficiadas: las empresas, que ven bajar el costo del trabajo.
Las cotizaciones constituyen un ‘salario diferido’
y le pertenecen a los trabajadores. Los 100 euros los pagarán pues los
contribuyentes, o sea los asalariados. El secretario general de la CGT
–principal central sindical francesa– estima que se trata de una estafa.
Mientras las demandas se
limitaron a la baja de los impuestos, la derecha simpatizó con el movimiento:
les evocaba un cierto Donald Trump. Más de algún intelectual, filósofo o gran
pensador ante el Eterno, alabó la “modernidad” del
movimiento, cubriendo al mismo tiempo de lodo los “cuerpos intermediarios”, o sea sindicatos,
asociaciones y partidos políticos. Apenas los chalecos amarillos precisaron que
la cuestión de fondo es el poder adquisitivo, la redistribución de la riqueza
creada con el esfuerzo de todos… los mismos intelectuales, filósofos y grandes
pensadores ante el Eterno declararon que las reivindicaciones son absurdas,
inadmisibles, desatinadas (sic).
La voluntad de
auto-representarse, sin admitir intermediarios, es rechazada como una forma de
anarquismo. Los opinólogos, que gastan litros de saliva acusando a los
sindicatos y a la izquierda de “ideologismo”, ahora
le reprochan a los chalecos amarillos su falta de estructura intelectual, y les
exigen dotarse de alguna ideología.
El lenguaje utilizado por los
manifestantes molesta. No hablan ‘bonito’, no citan a nadie, no practican las
muletillas del lenguaje político-académico-filosófico-snob. Dicen simplemente
lo que viven. Eso le resulta intolerable a quienes han profesado durante años
que la clase obrera ya no existe, que la pobreza y la miseria no son de este
mundo o son, simplemente, “une vue de l’esprit”.
Cada manifestante ha estado un
mes en la calle: sus acciones no se limitan a los sábados. Quienes trabajan han
hecho uso de sus vacaciones para participar en la lucha. Toda esta semana, con
todo tipo de argumentos falaces, el gobierno y los medios han intentado
disuadir los chalecos amarillos de continuar el movimiento. Una verdadera
campaña del terror busca amedrentarles. La descripción minuciosa del
dispositivo policial pasa en boucle en
radios y TVs. Es un tópico: en cada guerra la primera víctima es la verdad. La
prensa miente: es un arma de intoxicación masiva.
Entretanto la vida continúa: un
terrorista mata cuatro personas en Strasbourg y hiere gravemente a otras 12. El
gobierno aprovecha la ocasión para exigirle a los chalecos amarillos el cese de
toda manifestación. Ford decide cerrar una fábrica de cerca de Bordeaux. Rehúsa
venderla y deja a más de 900 personas sin trabajo. El ministro de Finanzas
truena en la Asamblea Nacional: “¡Es intolerable, es una
traición! ¡Estoy indignado, asqueado!” El ministro había
buscado una empresa que retomase la actividad y la había encontrado, pero Ford
prefiere liquidar la empresa: sale más barato. _Business is business… _
Un economista le recuerda al ministro que allí
donde el capitalista arriesga su dinero, manda el capitalista. Olvidó decir que
Ford había recibido decenas de millones de euros de ayudas públicas, estatales
y regionales. En fin, un economista…
Mañana sábado Francia vivirá el Acto V del
enfrentamiento entre los miserables y la casta en el poder. Hay una difusa
consciencia de que esta batalla es anunciadora de combates venideros. La
comunidad financiera no pierde nada por esperar. La Revolución Francesa se dio en
dos tiempos: 1789 y 1792. La contra-revolución también: el 9 Termidor, y el 18
Brumario. La Revolución Rusa conoció a su vez dos episodios: febrero y octubre
de 1917.
Avances y retrocesos. La cuestión
de fondo no ha sido resuelta. Los chalecos amarillos plantean en realidad la
cuestión de fondo: ¿quién, en nombre y en beneficio de quienes, ejerce el
poder? Las palabras de Abraham Lincoln aparecen como un telón de fondo, algo
deslavado, casi ilegible: “La democracia es el gobierno
del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Abraham Lincoln… ¿era anarquista?