Por
Fernando Dorado
Lo que ocurre con Julián
Assange, preso en una embajada suramericana en Londres en calidad de asilado de
un gobierno que está a punto de entregarlo a sus enemigos para que lo pongan en
manos de un verdugo, es una verdadera tragedia para los pueblos del mundo.
Es lo que sucede con Lula,
pasa con Correa, empieza a ocurrir con Petro, y puede acontecer con Evo, AMLO o
con quien se atreva a desafiar al gran capital financiero.
Son verdaderos héroes de
esta época; fueron triunfadores en momentos de gloria cuando tenían cierto
poder (formal y parcial) pero, aunque es difícil decirlo, son víctimas de una
institucionalidad y legalidad que aceptaron utilizar como medio y herramienta
de lucha.
Todos han sido puestos en
la picota pública por un juez o fiscal parcializado, no fueron derrotados en
justa lid, no han sido siquiera condenados, pero están aislados y a merced del
poder plutocrático.
Assange retó el secreto
criminal de las agencias de inteligencia de EE.UU. y del capital global. Lula y
Correa distribuyeron entre los más pobres una parte de la riqueza que
administraban. Develar lo oculto y generar esperanza fue su pecado y, por ello,
los castigan.
Para algunos son gajes y
riesgos de la lucha. Para otros es un mensaje abrumador que lleva al derrotismo
absoluto. Para unos más, es un problema a resolver para no caer en la trampa de
una legalidad que no se respeta ella misma. La pregunta que surge es:
¿Cómo jugar contra el dueño
del casino si además de marcar los naipes decide garrotear y encerrar a quien
se atreva a ganarle usando sus propias reglas y cartas? ¿No se debe jugar?
Antes de
avanzar
Ante todo, deberíamos
pensar en cómo liberarlos de su encierro. Es posible que ellos no hayan
calculado bien, se hayan equivocado en algunas cosas, pero son de los nuestros.
También, hay que hacerles
saber que fueron cientos de millones de personas las que creímos que el gran
capital global era tan fuerte y estaba tan consolidado que no violaría su
propia institucionalidad para reprimir de la forma como lo ha hecho. Estamos
asimilando la lección.
Además, que no están solos
y que valoramos al máximo su esfuerzo y valioso trabajo. Que los traidores han
salido de sus madrigueras y quedaron expuestos.
Y que hay que evaluar con
mucha rigurosidad para avanzar sobre lo recorrido. Los pueblos no tienen más
salida que seguir luchando.
¿Por qué
la oligarquía financiera global viola su propia legalidad?
Es evidente que en las
últimas décadas los pueblos hemos avanzado y es el gran capital financiero
global el que está en problemas.
Luego de la oficialización
del fracaso del socialismo “estatista” del siglo xx (1989) que desde décadas
atrás había mostrado sus limitaciones, los teóricos del capitalismo anunciaron
su triunfo total. Pero los trabajadores y pueblos del mundo entero les dieron
un rápido mentís.
El alzamiento zapatista en
1994 inauguró un nuevo tipo de luchas sociales y políticas anti-capitalistas y
se desencadenó después el ciclo de los gobiernos progresistas de América
Latina. Las movilizaciones contra la globalización neoliberal se hicieron
sentir y las luchas por democracia real se desencadenaron por todo el planeta
después de 2011 (primavera árabe, 15M, OcupaWS).
Posterior a la grave crisis
económica y financiera de 2008, la inestabilidad ha sido la constante en el
mundo del gran capital. La globalización neoliberal que traería riqueza y
bienestar para todos en la actualidad se encuentra en una profunda crisis.
El “nacionalismo de
gran-potencia” soportado en gobiernos autócratas que resurgió en Oriente
después de la caída del “socialismo”, hoy es el modelo a seguir por Occidente.
El “capitalismo asiático” se ha mostrado más efectivo y eficiente para la época
actual.
Lo que se observa es que el
capitalismo del siglo xxi, que ha vuelto a formas coloniales de
súper-explotación del trabajo y de acumulación por despojo, no puede funcionar
con la más mínima democracia. Trump, Bolsonaro, Duterte, etc., son la muestra
de lo que se viene en todo el planeta.
La razón de fondo de la
crisis de los gobiernos progresistas consiste –precisamente– en la no
comprensión de esa realidad y en la infundada ilusión de que las oligarquías
plutocráticas iban a respetar los llamados “mínimos
democráticos”.
De la
crítica al progresismo latinoamericano
Ahora que los gobiernos
progresistas de América Latina pasan por un ciclo difícil y regresivo empieza a
ponerse de moda una crítica despiadada y visceral de algunas izquierdas
“puristas” y sectores supuestamente “radicales”. Esa crítica tiene sesgos
realmente infantiles.
Creo que la experiencia de
los movimientos y gobiernos progresistas de la región debe abordarse con mucha
mayor seriedad y rigurosidad. Ir más allá del progresismo sin cuestionar las
razones profundas de “nuestro” fracaso común, es seguir en lo mismo.
Lo denomino “fracaso común”
porque así mucha gente de la izquierda –incluida la “izquierda autonomista”– no
lo quiera reconocer, hemos contribuido de una forma u otra con ese fracaso. No
le llamo derrota, aunque podría ser en realidad una auto-derrota.
Desde hace varios años
algunas personas hemos señalado lo que consideramos “errores” cometidos por los
gobiernos progresistas y de izquierda sin dejar de reconocer los aciertos y la
intencionalidad democrática-popular de todos sus principales dirigentes.
Esos errores son: 1.
Destinar el grueso de los recursos disponibles a ampliar la cobertura de
servicios públicos sin priorizar el cambio de la matriz productiva dependiente
de la exportación de materias primas, y; 2. Debilitar la autonomía del
movimiento social por medio de la cooptación de sus organizaciones y más
importantes dirigentes.
Creemos que esas dos
falencias están conectadas y soportadas por una concepción cristiana,
paternalista y asistencialista de la lucha revolucionaria. Es la base
filosófica de lo que ha sido una especie de suicidio político y de desarme
espiritual de la lucha de nuestros pueblos.
Se renunció desde los
gobiernos progresistas a lo que había sido el soporte central de nuestras
luchas que consiste en templar nuestras fuerzas en y por medio del trabajo, la
organización y la movilización para lograr las transformaciones estructurales
que requiere y exige la vida.
Profundizar
la autocrítica y la evaluación
El problema de la
cooptación y el debilitamiento del movimiento social no corresponde solo a los
gobiernos progresistas. Si las organizaciones sociales hubieran tenido la
suficiente madurez política y organizativa, habrían ayudado a orientar a los
gobernantes y fortalecido los procesos sociales y políticos desde abajo y por
arriba. Por ello, de una forma u otra, somos co-responsables.
Tenemos al frente una gran
multiplicidad de experiencias por evaluar y superar. Una de ellas es la relación
con el Estado. Pareciera que no hemos logrado entender la naturaleza del Estado
y que ingenuamente hemos intentado usarlo a nuestro favor apostándole todo a su “fuerza”.
En ese terreno debemos
resolver varios dilemas. Si no estamos preparados, si nuestra fuerza es débil,
fácilmente el Estado nos captura y nos introduce en su dinámica. Terminamos
gestionando el gran capital y sus instituciones, creyendo ingenuamente que lo utilizamos
en nuestro favor.
Pero, del otro lado, si
sobredimensionamos nuestra debilidad y nos negamos a luchar en el terreno del
Estado (institucionalidad), también permitimos que el monstruo capture a las
mayorías y las utilice en nuestra contra para aislarnos y golpearnos.
“Ni mucho que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”, decían los abuelos cuando querían alertar sobre los extremismos.
“Ni mucho que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”, decían los abuelos cuando querían alertar sobre los extremismos.
Hoy tenemos una serie de
miradas –diversas y complejas– de la vida (naturaleza, sociedad y pensamiento)
que nos permiten superar las concepciones dualistas y mecanicistas que han sido
una enorme carga negativa para nuestras luchas.
Para hacerlo debemos
dialogar con respeto y total honestidad.
Fuente: Arañando el cielo y arando la tierra