Por Elizabeth Alves Pérez
El sentido de
la vida y la convivencia en la historia
En varias oportunidades hemos destacado la importancia del conocimiento de la historia particular de cada lucha que impulsan las clases subalternas contra el poder que las oprime; las propias y las de otros pueblos, en contextos y condiciones diferentes; además, de formas organizativas y sistemas de gobierno diferentes, que surgieron y van surgiendo al calor de la confrontación social, particular y general en el desarrollo del capitalismo. Desde cada realidad se registran experiencias y relatos que permiten valorarlas y aprender de ellas; de sus aciertos y errores, de sus limitaciones y posibilidades reales. Experiencias contadas desde visiones contrapuestas e intereses políticos antagónicos, a lo interno y externo de los Estados-nación y de los sujetos participantes en dichos procesos sociales. Es posible que se desconozca más de lo que se conoce de acuerdo al que ejerce el poder de la comunicación. En estos relatos se tienden a ocultar los éxitos o avances logrados por los sectores que se oponen al sistema hegemónico mundial y que son, en definitiva, lo que se constituyen en las grandes enseñanzas; referentes históricos para continuar con la lucha mientras haya explotación, discriminación y exclusión social. En la medida en que se impone esta visión parcelada e interesada se consolida la cultura de la dominación y la sumisión a nivel global.
Por el contrario, cuando nos
empoderamos de ese pasado de lucha, desde una visión crítica reflexiva,
transitamos por un camino por el cual es posible comprender la continuidad de
la lucha y resistencia heroica de los movimientos populares por el cambio
histórico social. Proceso cognitivo que permite mirar al pasado para prefigurar
el futuro. No para copiarlo en el cómo y con qué sino para comprender la razón
de la lucha en la que se reafirman las necesidades y las expectativas frente a
un sistema que se mueve bajo la lógica de la explotación, discriminación y
exclusión social de las grandes mayorías para crecer económicamente, en favor
de las élites de poder económico. Por eso, el interés de robarnos la historia y
secuestrar la posibilidad de visualizar un futuro prometedor construido desde
la propia fuerza del pueblo oprimido que se rebela.
La igualdad de derechos y de
justicia social sin discriminación, así como la democracia popular son
contrarias al desarrollo capitalista, y sus conquistas han formado parte de los
acuerdos de convivencia social generados por la lucha de las clases y sectores
subalternos que no aceptan ir en contra de la voluntad de cambio ante la convicción
de que perjudica sus condiciones de vida. Los agentes políticos del gran
capital haciendo uso de la institucionalidad, e incluso abusando de ella,
aplican toda forma de represión y coacción como la única manera de imponer el
interés particular sobre el colectivo. Por eso es en la lucha donde se toma
conciencia del presente y la acción como respuesta a las necesidades y
expectativas de hoy; que no son las mismas de ayer. Aunque tengan la intención
subyacente de reproducir la lógica del capital. La necesidad social no está
vacía de contenido, ni de una sola la manera de comprenderla y de satisfacerla.
También, en la lucha se va descubriendo que las posibilidades políticas hay que
crearlas con la fuerza del propio movimiento y acumularla para convertirla en
potencia de cambio. En este proceso de ruptura de los cimientos del sistema
hegemónico y de continuidades culturales inevitables y temporalmente aceptadas
se va comprendiendo el movimiento de la historia en su permanente dinámica
reproducción/transformación.
A lo largo de estos siglos se
han innovado estrategias al interior de los Estados-nación en el capitalismo
para responder a sus propias crisis de modelos de acumulación de capital y
sistemas políticos que lo sustentan. Esto ha generado una gran tradición de
investigación en el propio terreno de la acción comunitaria en la defensa de
sus hábitats y contra toda forma de dominación-subordinación que le impida
decidir sobre su propio destino, poco o nada reconocido e invisibilizado en
tanto va en contra del orden mundial establecido e institucionalizado. De allí,
la importancia de estas investigaciones sobre el terreno de la lucha para
comprender el problema desde la raíz y sus posibles soluciones sistémicas. En
la nueva ortodoxia liberal burguesa de hoy, la colonización-neoliberal es parte
constitutiva del poder económico y de control hegemónico político-ideológico de
la población. Impone decisiones económicas entre países y al interior de
estos que amenazan sensiblemente la soberanía nacional para elevar el control
sobre los mercados productivos y financieros. Esto implica el incremento de la
violencia simbólica y física del Estado, como institución en su conjunto, hacia
sectores particulares, grupos, comunidades y pueblos, por distintas razones
discriminatorias y excluyentes –étnicas, lingüísticas, religiosas, de género,
sociales o culturales– y que en el fondo revelan el desconocimiento de la
naturaleza pluricultural y de cosmovisiones distintas que coexisten en todas
las formaciones socio-estatales.
Conocer la realidad desde una
perspectiva histórico-dialéctica desde lo concreto permite conocer las
posibilidades materiales e inmateriales con la que cuenta un movimiento
organizado para el cambio social de raíz. En la producción de ese conocimiento
va surgiendo un saber social-político superior con visión de futuro, donde se
prefigura la utopía concreta como resultado de la fuerza del poder popular
articulada en tiempo y espacio. Utopía convertida en proyecto emancipador que
se vincula al pasado en el reconocimiento de las necesidades y expectativas que
dan sentido a la razón por la que se lucha, en las que se van configurando
nuevas subjetividades, simbologías e imaginarios, que el presente va
modificando en la propia acción transformadora: El sentido de la vida y de la
cultura que nos mueve y con la que percibimos la realidad y valoramos nuestra
propia fuerza colectiva de cambio. Fuerza popular que en tanto se amplia y
organiza es una manera propia del hacer, de cómo y con qué construir el futuro,
se convierte en potencia transformadora. Se revela la sabiduría popular
de un saber-construir nuevas condiciones de vida, nueva cultura orientada por
un saber-vivir con dignidad y sana convivencia. En un saber-vivir y convivir
por el bien común. Con sentido de pertenencia a una territorialidad compartida,
que va más extendiendo más allá de lo local, creando nuevas relaciones de
solidaridad, de complementariedad y reciprocidad que incidirán en una nueva
correlación de fuerzas en las relaciones de poder; con relaciones
espacio/temporales, distintas a la que impone el poder colonial-neoliberal de
hoy, en la búsqueda de una sana convivencia al interior de los Estados-nación y
a nivel mundial.
La
experiencia como herramienta para ampliar el concepto de justicia social
Las imágenes y las representaciones que nos hacemos de la realidad que nos rodea están presentes en todos los aspectos de la vida cotidiana y, como producto sociohistórico son, en sí mismas, portadoras de una multiplicidad de significados, que van cambiando en el propio transcurrir de la vida en sociedad. Estos cobran mayor fuerza en su contexto espacio-temporal especifico, ya que, al expresarlo en los relatos, u otras formas de comunicación, la unidad dialéctica tiempo/espacio, permite representaciones que adquieren movimiento, en tanto articulan pasado y devenir histórico, creando una atmósfera especial que le otorga credibilidad a la posibilidad del cambio. El horizonte creado por los propios sujetos del cambio orienta su accionar; por tanto, es factible y modificable en la propia acción social. Desde su propia experiencia de vida y memoria histórica de lucha continuada.
La experiencia es una
herramienta teórica-práctica para pensar en la objetivación de lo potencial, es
decir, de la transformación de lo deseable a lo posible, a través de sus
distintos modos y niveles de profundidad, dando lugar a que la utopía se convierta
en un proyecto mediante el cual se pretenda imponer una dirección del presente
(Zemelman, 1995:17).
Hablar del saber en
la sociedad, y de la cultura que lo envuelve, nos obliga a comprenderlo desde
su dimensión histórico-política y de los múltiples y variados espacios de la
sociedad en la que se desarrolla tanto el aprendizaje como la producción de
conocimiento, convertidos en saberes para el desarrollo de la humanidad.
Desarrollo que hoy se nos presenta con creciente desigualdad e injusticia
social, expresada en la historia de la progresiva violación del derecho a una
vida digna sin discriminación alguna para las mayorías sociales. Lógica que
impone el sistema capitalista a nivel mundial para mantener los niveles de
explotación y de apropiación de los bienes comunes que compartimos con todos
los seres vivos en el planeta. En esta dimensión, histórico-política, se
aprecia la relación dialéctica sujeto-objeto indispensable para la comprensión
crítica de la realidad. Relación entre sujetos en colectivo que aprenden
enseñando, investigan la praxis investigando desde su propia experiencia y se
transforman transformándose a sí mismos y a su realidad concreta. Donde el
aprendizaje de la política y de lo político, así como de lo social en general,
no se puede quedar en lo abstracto, porque parte de lo concreto y regresa a él.
En esta situación interesa comprender, en particular, cómo durante el proceso
de praxis transformadora se va produciendo sabiduría popular con potencial de
cambio, que le da respuesta a viejas y nuevas necesidades y
posibilidades, en un ambiente en contracorriente al poder mundial constituido.
Más allá de su expresión
física, el ambiente debe ser comprendido y percibido por los sujetos que lo
ocupan en un momento determinado, en su relación político-cultural e histórica;
además de socioeconómica que resulta ser determinante en la cultura hegemónica
del capitalismo. Esto le confiere un carácter político e ideológico al análisis
crítico de la sociedad para comprender estos espacios creados o ambientes
intervenidos, desde una intencionalidad finamente dirigida o por la fuerza de
la costumbre, en las que se imponen o sugieren determinadas relaciones sociales
de poder, que garanticen la continuidad de lo instituido. Relaciones
cosificadas en una norma, en una estructura y organización institucional que
regula su funcionamiento orgánico y su relación con otras instancias de la
estructura social, que no admiten la disidencia. Por eso, es que el rol
fundamental sea la represión, la penalización, incluso preventiva, y la
coacción, que son incoherentes con los principios generales de la democracia
que pregona el propio sistema. La democracia liberal –que es un contrasentido
porque se sustenta en la discriminación y la exclusión social– es, cada vez
más, abiertamente golpeada para reproducir la cultura de la sumisión y de la
subordinación en un ambiente de chantaje psicológico y de crispación social.
Es precisamente este carácter
político de la educación, de la formación social formal e informal, el que nos
vincula con las ciencias políticas desde la acción social, para lograr
herramientas de análisis crítico que facilitan comprender por qué y cómo se
produce el
sentido común alienado del ser humano, desde la Escuela y
desde otros espacios de formación de los sujetos en sociedad. Que termina
convirtiéndose en el arma más poderosa con la que cuenta el aparato ideológico
del Estado para su preservación y reproducción. El sistema escolar está
fuertemente institucionalizado y normalizado en la sociedad, a partir de la
creencia de que el capitalismo es el único e inevitable sistema histórico
posible de la humanidad. Aunque algunos reconozcan y critiquen algunas formas
de funcionamiento global del capitalismo de hoy, donde se manifiestan las
mayores contradicciones en las relaciones de poder, y lancen propuestas, que
aún no llegan a un consenso, para salir de la crisis del capital sin negar su
esencia reproductiva. Es fundamental recordar aquí, que el propósito del
capitalismo es generar ganancias mercantilizando la fuerza de trabajo y
utilizando el conocimiento como arma reproductiva de la racionalidad del
capital. De ella se desprende la organización y división internacional del
trabajo productivo en complejas redes controladas desde los grandes centros de
poder mundial, hoy concretados en las grandes corporaciones.
De hecho, la Escuela ha
centrado su valoración en la mayor modernización tecnocientífica posible, de
acuerdo a la concepción de desarrollo y progreso propia de la lógica
liberal-burguesa. Lógica impuesta por los centros de poder económico mundial,
que termina explicando la visión acrítica frente a su incidencia
política-cultural, que coloca el saber al servicio de la reproducción del
capital y, con ello, atropella la naturaleza social del ser humano. Atropello
que no se puede banalizar cuando presenciamos los mayores niveles de
indiferencia, complacencia y complicidad frente al dolor humano que se hayan
conocido en la historia de la humanidad, creado por el propio sistema para
defender sus intereses privados y particulares. A partir de la cultura del
individualismo y la competencia generalizada entre seres humanos –contraria a
la naturaleza antropológica del ser en sociedad– se alienta un sentimiento de egoísmo
creciente y un darwinismo social para sobrevivir, que pone de lado
el bien común, concientes o no de ello. Cada vez más, se defiende el interés
personal y el derecho privado sobre el colectivo y la posibilidad de una sana
convivencia en armonía y simbiosis con la naturaleza a la que pertenecemos.
La formación
transdisciplinaria –contraria a la que impone la cultura fraccionalista del
capital– permite asociar a la educación, como actividad humana generalizada en
la que todas y todos estamos involucrados de por vida, con la relación
espacio/temporal para comprender la realidad como totalidad desde dos
dimensiones constitutivas e integradas: sobre la naturaleza particular de cómo
se (re)producen y cómo se desarrollan en la praxis social las relaciones entre
los sujetos y de estos con los espacios que le sirven de escenario a la acción
humana. Que en el caso de la sociedad capitalista de hoy implica la comprensión
de las relaciones de poder en el colonialismo-neoliberal de las últimas décadas
del siglo XX y lo que va del XXI, en todos los ámbitos de la vida, donde la
educación ha desempeñado un papel decisivo en la división del trabajo y del
saber. Se ha constituido en una institución poderosa que funciona como un
sistema dentro del sistema general de organización del Estado en la sociedad
capitalista, para que muestre una supuesta “independencia” del aparato estatal
en su conjunto y sea asimilada de forma natural (normalizada) por la sociedad.
Una formación
multidisciplinar, que podría acercarnos a una comprensión más integrada de la
realidad, es contraria a la que propicia el aparato educativo capitalista, que
se orienta hacia la especialización dentro de la misma área disciplinar, para
elevar la productividad de la relación capital/trabajo asalariado. Integrar
tres o más disciplinas, aparentemente disímiles en un solo saber profesional,
no es la típica polivalencia a la que se le puede explotar mejor; como un tres
en uno, que implica la complementariedad tecnológica para elevar la
productividad del trabajo concreto al que se somete el trabajador o trabajadora
en su labor mercantilizada. En este tipo de organización productiva el trabajo
en grupo o individual no permite la libre expresión de todos los saberes, más
allá de lo que demande el proceso de organización del trabajo productivo con
relación al capital. A pesar de ser un contrasentido capitalista, no es por eso
por lo que se oponen a este tipo de formación, sino por el potencial que genera
contar con herramientas cognitivas abiertas que permitan integrar lo que el
capitalismo desintegra. Unir lo que el capitalismo desune y fragmenta.
Comprender lo que el capitalismo oculta utilizando todas sus armas de
supremacía intelectual para potenciar la supremacía política y económica. Lo
que pretende este sistema es mantener a los seres humanos enfrentados entre sí,
en competencia continua, en una intención permanente de aislarnos de los que
nos rodean y del resto del mundo, para que lo único que tenga sentido sea tener
un salario, por más bajo que sea éste y aunque no esté acorde con las
capacidades y potencialidades de cada quien. Es la cultura del individualismo y
la competencia por la sobrevivencia individual laboral, donde prevalezca el
interés personal que emana de la impotencia frente a la incertidumbre.
De modo que comprender al
sistema educativo como parte del aparato ideológico del Estado, institucional y
orgánicamente asociado al sistema de centros de investigación y difusión del
conocimiento científico, a todos los niveles de la sociedad, en el que se
incluye el sistema de medios de información y comunicación social, permite
vislumbrar su importancia estratégica medular en la reproducción del sistema a
nivel de la sociedad. Y, por tanto, la urgencia de incidir en estos sistemas
desde cualquier ámbito de acción social de resistencia y lucha contra todo lo
que nos daña como seres humanos. La relación de estos sistemas entre sí, en el
modelo de Estado capitalista, permite visualizar, además, de que se trata de
superar estructural y orgánicamente a la institucionalidad capitalista desde
sus cimientos, en su conjunto, y no solo de reducir o minimizar, de forma
aislada, las consecuencias que genera sobre la vida de las personan, de
comunidades y pueblos enteros. Como que si esto fuese posible hacerlo de forma
aislada. Esto no cuestiona las luchas por separado, por el contrario, se
reconocen por ser digna expresión de la rebeldía natural de los sujetos frente
a lo que les molesta o les daña, y juegan un papel invalorable en la formación
de la conciencia y de organización social con altos niveles de autonomía y
confianza en la propia fuerza. Solo que es necesario tomar conciencia de la
necesidad de vencer la dispersión de la fuerza transformadora del poder popular
organizado y acelerar la articulación territorial, indispensable para convertir
la posibilidad en potencia real de cambio significativo en la sociedad
mundializada y globalizada de hoy. Como diría Rosa Luxemburgo (2008:401)
Sólo la experiencia
puede corregir y abrir nuevos caminos. Sólo la vida sin obstáculos,
efervescente, lleva a miles de formas nuevas e improvisaciones, saca a luz la
fuerza creadora, corrige por su cuenta todos los intentos equivocados.
Concebir la vida desde esta
visión, nos han permitido valorar y descubrir en la experiencia de otros y
otras, además de la nuestra, una posibilidad de interacción y acompañamiento
permanente con intelectuales, de distintas latitudes, que han publicado sobre
la transformación de la sociedad, en diferentes momentos históricos y campos
del saber, para reconfigurar teoría emergente, en revisión y resignificación
continua, a partir de la integración del saber y la sistematización de
experiencias de vida en lucha contra el poder constituido. Además de comprender
que cada esfuerzo implica elevar el compromiso de continuar estudiando y
profundizando en el conocimiento de la realidad cambiante, en la que surgen
nuevas interrogantes y respuestas, que no somos capaces de anticipar. Así
podemos enriquecer con una gran cantidad y calidad de nuevas experiencias
teórico-prácticas de distintos intelectuales en diferentes ámbitos, en diversos
colectivos y movimientos populares que, en las últimas décadas, han
protagonizado experiencias y vivencias de lucha por un cambio significativo de
su realidad, susceptible de teorización y socialización.
La relación entre el poder
externo sobre los territorios, con fines mercantiles violando los derechos de
los que viven en estos espacios, así como la negación de la historia y las
raíces culturales de estos pueblos, solo es posible comprenderla para poder
transformarla profundamente, desde una visión crítica e histórica-dialéctica de
la vida en sociedad como totalidad orgánica comprensiva. En la que se
explican las claves del movimiento de la historia, como una lucha de intereses
contradictorios y antagónicos que definen el devenir y transversan todos los
ámbitos de la vida cotidiana de los seres que habitamos en este planeta.
Creemos que la posibilidad del cambio se va logrando en la lucha colectiva por
transformar el sistema, siempre que exista un horizonte claro hacia dónde vamos,
que oriente la acción concreta sobre la praxis social y valore en el propio
terreno el impacto de las acciones. De esta manera, se podrán corregir los
frecuentes errores que se cometen en el hacer, y más cuando se actúa en
contracorriente y se experimenta una constante presión para responder con
urgencia a las contingencias derivadas de las realidades vividas, o creadas,
que dificultan los avances logrados con independencia del ataque sistemático
del poder imperial y, cuando se aprecian altos niveles de incertidumbre a lo
interno y externo de las fuerzas revolucionarias.
Cuanto más amplio sea el
concepto de justicia adoptado, más abierta será la guerra de la historia y de
la memoria: la guerra entre los que no quieren recordar y entre los que no
pueden olvidar (Santos, 2010:139).
Se trata de crear e impulsar
una formación liberada y colectiva, sin ataduras, donde nos podamos sentir
productores y producto de saberes y de cultura desde nuestra propia praxis de
vida. Con conciencia de para qué y por qué se estudia; qué interesa aprender y
a qué saberes le damos prioridad, para lograr más rigurosidad en el proceso y
en los resultados de las investigaciones realizadas en ella, porque el
compromiso no es individual sino de vida en colectivo, de contribución teórica
para la acción, con todas y todos los que luchan por un mundo con equidad y
justicia social. Y al decir esto nos estamos refiriendo a la mayoría de la
humanidad, la que tiene fuerza para luchar y la que el capitalismo la ha
convertido en sobreviviente, sin derechos y sin oportunidades de vida presente
y futura.
El saber
emancipador como potencia de lucha popular
Las relaciones de poder sobre el territorio y la vida de los sujetos que lo ocupan se manifiestan en todos los ámbitos de una sociedad de clases sociales y, casi de modo imperceptible, se reproducen y se mantienen como resultado de la alienación del trabajo material e inmaterial. De la mercantilización y colonización del pensamiento y la acción, que no nos permite ver para quienes trabajamos, quiénes se benefician socialmente de nuestro trabajo y cómo nos despojan de la riqueza que creamos. Asimismo, qué sucede con el producto del trabajo social y desconozcamos las relaciones que establecemos con los demás que forman parte del mismo proceso social de trabajo, organizado a nivel internacional de forma casi imperceptible para los distintos colectivos de productoras y productores directos en cada unidad de trabajo y al interior de ésta. Tampoco se conoce el origen de las demás fuerzas productivas y procesos previos y posteriores con los que nos enlazamos en una acción productiva en cadena, en la que se invisibiliza el origen y destino, tanto como se pueda. Al punto de reducir la acción a una actividad, casi a nivel de tarea o micro proceso, en cada unidad productiva desconectada del entorno.
La manera de aproximarnos al
conocimiento de la realidad y la relevancia que se le otorgue a determinadas
relaciones o hechos, permitirá apreciar y comprender la relación básica de
organización espacial campo/ciudad, para llegar a una síntesis en la que se
evidencia que ésta es la razón que ha generado el desarrollo desigual y
combinado de la sociedad, al imponer la organización capitalista a nivel
mundial, pasando por encima de las identidades socio-culturales de las
comunidades y pueblos asociadas a los territorios. En los que cohabitan en
relaciones de convivencia con una larga tradición histórica-cultural de
identidad con estos espacios de vida comunitaria. Desde la lógica del
crecimiento económico, desequilibrado y continuo, a favor del gran capital,
también se comprenden los desplazamientos masivos forzados de pueblos y
comunidades enteras, que en la mayoría de los casos no pueden regresar, a pesar
de las condiciones que viven en otros territorios y culturas que le son ajenas
y en muchos casos hostiles. Con estas acciones el sistema hegemónico está
negando el derecho a decidir que tenemos los seres humanos de cómo organizar la
vida en comunidad y de relacionarnos en sana convivencia con otros pueblos y
comunidades. A nivel local, regional y mundial.
El desarrollo de las fuerzas
productivas a nivel mundial se orienta por la racionalidad capitalista que ha
hegemonizado por un largo período histórico. Dentro de este desarrollo el
conocimiento ha sido una fuerza de trabajo crucial para el mantenimiento y
preservación de la dominación y hegemonía capitalista a nivel mundial; para el
control del desarrollo tecnocientífico al servicio de las grandes corporaciones
económicas que dominan el planeta. La producción de conocimiento tiene una importancia
política estratégica, ya que la apropiación de éste garantiza su utilidad
mercantil, como lo hace con los demás bienes culturales y con los recursos de
la naturaleza, que hoy evidencian un sensible agotamiento, como parte de la
lógica del crecimiento económico “indetenible”, que impone la economía del
libre mercado. Es imperativo no solo saber sino comprender cómo se produce la
expropiación del conocimiento humano como bien común de la humanidad y del
saber comunal-popular para impedir la creación de alternativas de cambio
sistémico.
La racionalidad capitalista
se impone como norma, aceptada casi de modo natural, para que se viabilice la
criminalización del desacuerdo, la disidencia, la denuncia y de toda
creatividad divergente que viene acompañada de propuestas posibles. Por eso, la
judicializa y penaliza a nivel de toda la sociedad, con gran violencia
simbólica, además de física, que termina formando parte de la cultura de las
subjetividades enajenadas, de la obediencia y la subordinación. Para la lógica
de reproducción del sistema capitalista todo lo que frene o vaya en contra de
sus intereses hegemónicos se considera una amenaza a ser eliminada, desde el
mismo momento en que se presuma su existencia. Por eso se ha impuesto, de forma
violatoria de todos los derechos humanos, la presunción de culpabilidad sin
pruebas, o sin evidencias de su validez, para justificar una acción preventiva
de eliminación de líderes y comunidades enteras, sin demostrar ningún delito o
acción subversiva contra nadie. Impunemente y de modo despiadado se destruyen
instalaciones escolares, centros de salud y espacios públicos, abiertos y
cerrados, donde se esté dando una concentración de personas en una acción civil
y en conocimiento de que todo esto es violatorio de los acuerdos
internacionales.
Para que esto sea posible la
estructura de dominación del sistema debe contar con ambientes de aprendizaje,
producción y difusión de conocimiento científico y de medios de información y
comunicación masiva, virtuales y físicos, producidos y controlados por el
Estado al servicio de la reproducción de la lógica de mercantilización de la
vida en favor del capital. Lógica que requiere de la reproducción del sentido
común alienado, base de la dominación y sumisión institucionalizada y normalizada,
para hacer la opresión y represión casi imperceptible, en especial a los
sectores que más la padecen. El aparato ideológico del Estado, desde una visión
antidemocrática y una racionalidad discriminatoria y excluyente, reproduce la
cultura de la sumisión y el conformismo. Despolitiza a la población en general
para que sean acríticas del devenir histórico, incluso en las áreas que más le
afectan o atañen; donde el sistema educativo capitalista juega un papel
principal al reproducir los valores de la supremacía de la clase dominante
sobre las mayorías sociales, con una incidencia vital en todos los niveles
etarios y ámbitos de la vida social, local, nacional e internacional.
En la actualidad presenciamos
una lucha hegemónica por el poder mundial de los mercados con tendencia
creciente a la concentración de capitales, sin precedentes en la historia, y
una mercantilización acelerada de los territorios y la vida cotidiana en
general que está destruyendo pueblos y culturas enteras y a la naturaleza, incrementado
la injusticia y exclusión social a niveles impresionantes en todas las
sociedades a nivel mundial. Esto vulnera los derechos humanos, impide los
desarrollos endógenos y reduce la soberanía de los pueblos a nivel mundial en
las decisiones vitales de su existencia. En esta barbarie resulta imposible
ocultar los efectos perversos sobre la vida en el planeta y de su futuro,
aunque la mayoría de la población no entienda por qué hemos llegado a tales
extremos y, menos aún, cómo superarla antes de que se acabe la vida en el
planeta o se dañe de modo irreversible buena parte de él. A pesar de la
complejidad de esta situación, que es el resultado de un proceso histórico muy
largo, es relativamente fácil comprender por qué se ha producido esta
concentración de capitales, en cada vez menor número de personas, ya que forma
parte de la racionalidad competitiva de la economía de libre mercado que
beneficia a los que tienen mayor poder. Que pueden aprovechase de la asimetría
económica y de control político sobre los Estados/nación para elevar sus tasas
y niveles de ganancia.
La intrincada red de
producción mundial que mantiene el poder económico y el control político a
nivel de las grandes corporaciones económicas opera bajo una racionalidad
económica-social y política que tiende a profundizar aún más la desigualdad
centro-periferia entre las naciones y al interior de ellas; en la que se impone
la supremacía en todos los órdenes sociales, económico, político y cultural.
Además, que crea la falsa expectativa de una posibilidad de desarrollo para las
formaciones socio-estatales dentro de esta lógica –cuando la experiencia dice
lo contrario– a la par que se renuevan vínculos de mayor dependencia y amarre,
que tienden a hacer más difícil zafarse airosamente de ellas. Cada intento de
superación bajo estas formas de acuerdo se tiende a revertir contra el propio
Estado/nación que la promueve. Cuyos efectos adversos, en tiempo y magnitud,
dependerán de las características de cada uno y de sus condiciones
particulares, en las cuales se presentan dichas relaciones político-económicas.
Bajo el pretexto de la cooperación al desarrollo y con el “amparo” del derecho
internacional público se establecen convenios entre países-centro y
países-periféricos donde las relaciones de supremacía colonial-neoliberal se
imponen y tienden a ocultarse bajo diferentes formas de manipulación mediática,
chantaje, extorsión, amenaza o injerencia directa o encubierta para impedir o
aniquilar la resistencia de los movimientos sociales que luchan para impedir
estos acuerdos, que obviamente los perjudica. La fuerza hegemónica imperial
está en capacidad de seguir imponiendo su lógica como poder instituido. Por eso
resulta inaceptable e incomprensible que se subestime la necesidad de una
ruptura estructural progresiva por parte de las fuerzas contrahegemónicas, sin
que por ello se avance en logros reivindicativos que otorgan fuerza al poder
popular.
La
rebelión contra la supremacía colonial del pensar y del actuar
Vivimos en un momento histórico en el que el poder colonial-neoliberal en su descarnada y violenta lucha por el control económico del planeta, ya no puede ocultar su cara y arremete con amenazas y acciones que lo ponen en evidencia pública, siempre con intención se intimidar antes de actuar. La aparición en escena de un crecimiento abierto y descarado de xenofobia, racismo, misoginia, homofobia y violación de derechos civiles y sociales, que tiende a judicializar la protesta y la disidencia, así como mantener la disposición a obviar pactos y negociaciones, busca como fin profundizar al máximo las reformas neoliberales con nuevas formas de control extraterritorial, hacia las periferias y sectores históricamente vulnerados de la sociedad. De allí, que se estimule y propicie el apoyo a los golpes de Estado, a la intervención militar en Estados/nación que defienden su soberanía y usan estrategias para destituir gobiernos democráticamente electos. Y, paralelamente, se apoyan a las dictaduras, a gobiernos ultra-neoliberales y totalitarios que arremeten contra el pueblo, e intervienen en la política interna de otros países de acuerdo a sus intereses y violando el derecho público internacional. Cada vez más, se evidencia la impunidad frente a la tortura, a los actos terroristas y asesinatos a líderes populares y comunidades que impugnan el poder hegemónico que los oprime[1].
El aparato ideológico del
Estado nos impone una forma de pensar y de actuar que no vemos y
que asumimos como naturales y que solo entran en contradicción cuando los
contrastamos con nuestros ideales de vida y de convivencia. Por eso, comprender
la violencia con la que se arremete contra las poblaciones que deciden resistir
y no rendirse frente al atropello y la desidia es más fácil de percibirla hoy,
porque la realidad se nos muestra tal cual como es, en el propio discurso y
debate en los medios controlados por el poder económico, en la palabra y la
acción. Para que no se comprenda la barbarie intentan tapar el sol con un dedo,
desviar el análisis y mantener el espectáculo para vender noticias y seguir en
la cultura del terror, que paralice cualquier movilización. Solo se necesita
ampliar la mirada y darle sentido a nuestra posibilidad de vida, frente al
sinsentido que nos obliga a vivir en la oscuridad.
El pueblo que lucha con
convicción por sus condiciones de vida digna sin discriminación alguna requiere
liberación de las ataduras del sistema hegemónico y de la posibilidad de acumular
fuerza, conquistando nuevos espacios de pensamiento y acción para la
prefiguración y construcción del futuro deseado. Para acumular fuerza creciente
e independiente de los centros de poder mundial necesita romper mitos, superar
obstáculos epistemológicos y fetiches, así como barreras espaciales y del
saber, en la que requiere aprender en la diversidad histórica cultural
existente y de múltiples sentidos de la historia, como una virtud del ser
humano en su hacer-histórico para avanzar en una nueva civilización. En una
sociedad solidaria, en la que se complementen las capacidades, las culturas y
se compartan con equidad los recursos geofísicos en los territorios donde se
cohabita, en simbiosis y equilibrio con la naturaleza a la que pertenecemos. En
pocas palabras, un lenguaje en permanente creación, producto y productor de
nueva cultura, de capacidad organizativa geopolítica en crecimiento y de
capacidad de razonamiento crítico-reflexivo para prefigurar colectivamente un
horizonte de cambio posible; que oriente la creación permanente de nuevas
estrategias y tácticas de acción desde la acción misma, de metas y caminos en
permanente revisión y corrección, en relación con el impacto que se tenga de la
praxis social en transformación.
Los efectos en las mayorías
populares de los acuerdos neoliberales colonialistas han alertados a las más
politizadas, que han “despertado”, o renovado sus fuerzas, al comprender que se
trata de una falacia que termina revirtiéndose contra los sectores ya
vulnerados severamente. Las anteriores ofertas que han realizado los órganos
que representan los intereses de las grandes corporaciones económicas,
financieras y productivas, han sabido inteligentemente maquillar sus ofertas
para no aparecer como los responsables de un futuro nuevo fracaso. Este
planteamiento deja de lado las obvias desventajas de una relación
desproporcionadamente asimétrica en cuanto al poder económico y bélico; que
está detrás de cualquier negociación bilateral o de bloques económicos, que
marcan la pauta en el destino de tales acuerdos, de sus efectos asimétricos en
el desarrollo de las condiciones de vida para la población. Resulta cada vez
menos creíble, que los “únicos responsables” de los graves problemas sociales,
así como de las debilidades en sus sistemas políticos y de gobierno,
fragilidades de sus sistemas legales y las limitaciones para un desarrollo
socioeconómico sean, justamente, los poseedores y proveedores de riquezas que
son codiciadas e indispensables para mantener la supremacía del “cooperante”.
Sería un verdadero contrasentido dentro de la lógica liberal burguesa, que
pregona la libre competencia y la libertad de empresas imponiendo el derecho
privado sobre el derecho público, no actuar de esa manera. Para cambiar esta
tendencia se requiere algo más que voluntad política de ambos lados de la
relación. ¿Quiénes están dispuesto a hacerlo? Esto define los sujetos políticos
del cambio, qué y con quiénes se puede negociar, los posibles aliados, riesgos
y alcance del acuerdo.
La creencia de la racionalidad
liberal-burguesa de la posibilidad de un desarrollo de todas las naciones y
pueblos, y de que éste depende fundamentalmente del esfuerzo y sacrificio de
los países que aspiran mejorar las condiciones de vida de la población, está
perdiendo peso y legitimidad en los sectores populares politizados; luego de
los nefastos efectos de las medidas neoliberales y ultra-neoliberales de hoy,
que contrastan con los intentos de hacer valer sus propias capacidades y
potencialidades de cambio. Esto se evidencia en los avances de la organización
popular y en la fuerza creciente de los movimientos de resistencia y defensa de
la soberanía y las identidades histórico-culturales de muchos pueblos en el
mundo, en medio de una nueva arremetida colonial-neoliberal, caracterizada por
el uso de la fuerza bélica, en todas sus formas de guerra convencional o de
cuarta y quinta generación.
En síntesis, en esta relación
de dominación-subordinación que protagonizan las clases subalternas en su lucha
contra toda forma de opresión y despojo-dominio de sus territorios, contra la
desestabilización de sus sistemas políticos de gobierno –o posibilidades de
tenerlo– y la destrucción de culturas que se resisten al dominio hegemónico
mundial que intenta imponen su cultura de la mercantilización y la sociedad del
consumo. Este mecanismo es el que garantiza mayor explotación-opresión al
pueblo trabajador y la elevación del beneficio en la acumulación del capital.
Adicionalmente el sistema capitalista/colonialista favorece la exclusión social
creciente de sectores socialmente “desechados” en tanto no les son útiles a los
fines que persiguen. Nuestro interés por aportar a la construcción de una nueva
civilización, que recupere el sentido humano en sociedad, nos ha llevado a
desarrollar investigaciones desde y para la acción, que conciba al sujeto en
colectivo como el centro del cambio necesario y posible. Un sujeto que transite
el camino de la descolonización del saber-pensar y del saber-hacer como
categorías que definen la sabiduría popular. Un sujeto que valora el sentido
del saber-vivir y de convivir, en tanto saber político-cognitivo que le otorga
potencia al hacer-transformador desde su propia realidad y praxis creadora.
La urgencia inaplazable de
construir alternativas que nos orienten hacia ese horizonte nos coloca en el
compromiso impostergable de crear teoría y práctica sobre situaciones concretas
emancipadoras de la vida en sociedad. Es así como la experiencia de lucha, de
los movimientos y organizaciones populares, se convierte en fuerza vital
transformadora, con capacidad de autoformación colectiva y autoorganización y
de una nueva forma de conocer la realidad y aprender un nuevo hacer-histórico
con innovadores y creativos caminos y metas, para incidir en ella, con un
potencial emancipatorio que le confiere fuerza creciente al poder popular en
lucha por una vida digna y una convivencia solidaria en sana paz.
Madrid, 18/12/2018
Bibliografía
referenciada
Luxemburgo,
Rosa. (2008). Obras
escogidas. Ediciones digitales Izquierda Revolucionaria. www.marxismo.org
Santos,
Boaventura de Sousa. (2010) “La democracia revolucionaria, un proyecto para el
siglo XXI. Entrevista a Boaventura de Sousa Santos, por Antoni Jesús Aguiló
Bonet”. Revista
internacional de filosofía política. RIFP (Madrid) nº 35, octubre 2010.
Zemelman, Hugo. (1995). Determinismos
y Alternativas de las Ciencias Sociales Latinoamericanas, Caracas,
Editorial Nueva Sociedad, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro
Regional de Investigaciones Multidisciplinarias.
Elizabeth Alves Pérez
Dra.
en Educación (UPEL-Venezuela) y Ciencias Políticas (UCM-España). Profesora e
investigadora vinculada a la lucha social. Autora de varios libros sobre el
Saber emancipador para la transformación raizal de la sociedad.
[1] La
redimensión de la política imperialista de EEUU exige como reiteradamente lo
declara Donald Trump, desde la presidencia de la principal potencia a nivel
mundial, una política internacional agresiva contra todo el que no acepte
incondicionalmente su dominio hegemónico. Como Presidente se enfrenta a la
mayor crisis estructural económica y social en su historia como potencia
hegemónica mundial. Por eso, no vacila en destruir a quien se interponga en su
camino para imponer el “América primero”.