La
corrupción resulta antipática en cualquier sociedad. El informe de Guillermo
Oglietti, Corrupción y anticorrupción, flagelos de Latinoamérica,
hace una descripción aguda sobre los elementos centrales que giran en torno a
este problema. ¿Es posible eliminar la corrupción? El documento responde las
preguntas clave, y realiza las críticas importantes. La más relevante es cuando
se critica de manera minuciosa la literatura teórica de los años noventa, en la
que se aseguraba que la corrupción podía generar eficiencia en el sector público
de la región.
La percepción sobre la falta
de transparencia de las autoridades en Latinoamérica es realmente alarmante. El
problema aparece en forma reiterada en la literatura y en el cine
latinoamericano, y deja manchas en Gobiernos de todas las ideologías. El poder
económico, no obstante, se empecina en clasificar a los gobiernos progresistas
de la región como los verdaderos artífices del robo de los recursos de las
arcas públicas.
La
plataforma de contenido audiovisual Netflix es el mejor ejemplo para poder
entender la situación. En medio de la campaña presidencial de Brasil se lanzó El Mecanismo, una serie de ocho
episodios del director José Padilha. Se narra la operación Lava Jato, en la que
aparecen políticos y empresarios comprometidos por la corrupción.
¿Tiene sentido basarse en la
imaginación popular para medir la corrupción? No, porque de esa forma es
imposible explicar y cuantificar el impacto real de la corrupción, que excede a
un Gobierno y es intrínseco al sistema de acumulación. El objetivo de este
informe es observar qué recursos encuentra la literatura especializada para
intentar medir cuánto y cuáles son los efectos de largo plazo que genera la
opacidad sobre los bienes públicos.
Los
indicadores más usuales
Una
búsqueda rápida por la tinta volcada sobre temas de corrupción a nivel global
indica que el principal índice para cuantificar el problema es el de
Transparency International[1].
Se trata de un organismo que se autodefine como un movimiento que busca
erradicar la corrupción desde las zonas rurales de la India hasta los pasillos
del poder en Bruselas. La entidad realiza una encuesta de percepción sobre la
corrupción en 180 países y arroja los siguientes resultados para 2017:
Suiza y Canadá tienen una valoración
positiva para los encuestados. Sus gobiernos no tienen fama de corruptos. En
Latinoamérica, la economía que mejor se ubica en la lista es Chile. Paraguay,
en contraste, es una de las peores del ranking.
Estos indicadores pueden
estar mostrando una parte de la realidad, pero esconden mucho de lo que ocurre.
Suiza es un país que logró vivir de las finanzas gracias a transformarse en el
paraíso fiscal de los ricos del mundo. Muchos de estos hombres de negocios y
políticos hicieron su dinero en base a maniobras opacas en sus países. ¿Eso no
es corrupción?
Otro elemento clave para ver
la encuesta desde una perspectiva crítica es que tanto Chile como Paraguay,
pese estar en niveles muy distintos del ranking, presentan niveles de
desigualdad de la riqueza de los más elevados de la región. Si en Chile la
corrupción no es tan significativa como en Paraguay ¿donde están los recursos
estatales? ¿Por qué sigue habiendo diferencias tan grandes entre los pobres y
los ricos?
El informe de Oglietti da
algunas pistas para entender la falta de practicidad de estas encuestas de
percepción de la corrupción. El investigador explicó que esta clase de
estimaciones son altamente cuestionadas porque resulta difícil transformar los
juicios personales en medidas cuantitativas. “La percepción subjetiva de los
que responden las encuestas no se basa en la experiencia personal ni es
independiente de los medios formadores de opinión”, planteó. Esto implica que
con esta clase de metodología, que no sólo utiliza el Transparency
International sino también el Banco Mundial, volvemos al problema inicial: la
falta de un estimador para poder cuantificar la cantidad de dinero en dólares
fugado por maniobras opacas en cada país.
Corrupción
y riesgo país
Antes
de pasar a otra serie de estimaciones que intentan medir la corrupción sin
hacer uso de las percepciones, puede mencionarse que la lógica del mainstream emplea los índices de
Transparency International para justificar muchas cosas. Incluso el riesgo país.
Es una forma simple de liberar de culpas al mercado de la especulación
financiera.
El
Banco Interamericano de Desarrollo (BID) publicó un informe reciente en el que
busca relacionar el peor desempeño de las calificaciones soberanas de los bonos
con una percepción mayor de la corrupción[2]:
“La
correlación entre las calificaciones emitidas por las tres principales agencias
de calificación (Standard & Poor’s, Moody’s y Fitch) e indicadores de
corrupción usados habitualmente es robusta. Lo es incluso si se controla por el
hecho de que la corrupción también está correlacionada con el nivel de
desarrollo, el monto de la deuda pública, el balance en cuenta corriente y un
indicador de la inestabilidad macroeconómica” (BID)
El organismo abre el paraguas y asegura
que estadísticamente no es posible conocer si la corrupción genera un alza del
riesgo país o si el riesgo país provoca mayores niveles de corrupción. Pero no
importa la causalidad. El análisis permite deducir que si hay percepción de
corrupción está justificado que los inversores del mundo le presten a tasas
usurarias.
Correlacionar ambas variables
es una forma fácil de justificar a los grandes capitales financieros del mundo,
que realizan estrategias de inversión de cortísimo plazo sin tener en cuenta el
resultado para la producción y el empleo de los países en los que realizan sus
operaciones. En el detalle de la investigación se precisa que los coeficientes
de correlación oscilan entre 70% para índices Moody’s y 83% para los resultados
de índices Fitch.
Los
indicadores puramente cuantitativos
La posibilidad de medir en
cantidad de dólares las pérdidas por corrupción es compleja. Se trata de un
juego en que empresarios y políticos tienen una promesa de silencio implícita.
No le conviene ni a uno ni al otro hacer alarde las cantidades manipuladas en
operaciones opacas contra recursos del sector público.
Uno de los intentos por
cuantificar sin usar percepciones apunta a evaluar y proyectar datos sobre
causas probadas. Se trata de indicadores objetivos que miden el nivel de
corrupción basándose en la recopilación de datos judiciales, de auditorías
específicas o mediciones del contraste entre las infraestructuras y la
inversión pública involucrada.
Estos indicadores no han sido
los más desarrollados porque tienen, también, problemas para poder reflejar la
realidad. Algunas dificultades son:
·
La
falta de causas penales puede reflejar pasividad de parte del Poder Judicial.
·
La
abundancia de casos puede representar una activa política de control de la
corrupción.
·
Las
auditorias y mediciones son demasiado costosas.
·
Es
difícil realizar comparaciones intertemporales o interregionales.
Existen, además, indicadores
que apuntan a basarse en las metodologías de rendición de cuentas y de
transparencias para encontrar diferencias sustanciales. Esto aplica
principalmente a gastos de capital del sector público, pero no pueden
extrapolarse en tanto no permiten tener una dimensión a nivel agregado del
problema.
Reflexiones
finales
La corrupción es un verdadero
agujero negro para las economías. Pero poco dicen los indicadores que buscan
medirla en base a la percepción de la población. Se trata de indicadores que
tienen que ver más con la subjetividad que con un dato preciso de dólares
perdidos por la corrupción. Incluso son indicadores que pueden manipularse
fácilmente.
Los intentos de medir
efectivamente el derroche de dinero público por la corrupción, también
encuentran serias dificultades. Este tipo de indicadores no han prosperado
debido a la falta de datos. Es lógico. Nadie declara lo que no gana en forma
lícita. Y es imposible suponer que todos los casos de corrupción llegan la
justicia.
La conclusión es que, en la
línea del trabajo de Oglietti, la posibilidad de cuantificar en dólares
constantes y sonantes el nivel de enajenación del patrimonio público es
prácticamente imposible. La tarea de buscar herramientas en la literatura para
intentar obtener esos números no es provechosa. Pero sí lo es identificar el
problema e intentar encararlo con una agenda propia. Permite evitar los
perjuicios socioeconómicos de la corrupción y el flagelo antidemocrático de la
agenda anticorrupción que nos viene dada.
[2] https://publications.iadb.org/bitstream/handle/11319/8562/El-uso-de-indicadores-de-corrupcion-en-las-calificaciones-soberanas.PDF?sequence=6