Por Michael Löwy
1. Nacimiento de la oposición de
izquierda internacional. La oposición de izquierda rusa tenía partidarios en
diferentes países, pero fue a partir de 1929 –Trotski, expulsado a Turquía, dirigió
ese año una carta a los opositores– cuando se organizó a escala internacional.
En abril de 1930 tendrá lugar en París una primera conferencia internacional de
los “bolcheviques-leninistas” (término elegido para designar a esta corriente),
constituyéndose un pequeño secretariado internacional (Kurt Landau –asesinado
por los estalinistas en España en 1937–, Alfred Rosmer, León Sedov). En
Copenhague, en 1932, tendrá lugar otra conferencia, en la que participó
Trotski, y una tercera en febrero de 1933, en la que se aprobó una resolución
de 11 puntos por la que esta corriente se reclamaba del legado de los cuatro
primeros congresos de la Internacional Comunista (IC).
Hasta entonces, la orientación de la oposición
apuntaba a la regeneración de la IC. Fue después de la victoria de Hitler –sin
resistencia por parte del Partido Comunista alemán, que había rechazado,
durante aquellos años decisivos, toda política de frente único antifascista–
cuando se decidió, en un pleno internacional que tuvo lugar en el verano de
1933, emprender la vía de la ruptura y construir una nueva Internacional. En
aquel momento, agosto de 1933, se reunió en París una conferencia internacional
de las oposiciones al estalinismo, que elaboró un documento llamado “La
Declaración de los Cuatro”: la Liga Comunista Internacionalista (los
partidarios de Trotski), el SAP (Partido Socialista Obrero alemán) y dos
organizaciones neerlandesas, que poco después se unirían con el nombre de RSAP
(Partido Socialista Obrero Revolucionario), dirigido por Henk Sneevliet
(fusilado por los nazis durante la guerra). Lamentablemente, esta iniciativa no
dio frutos y cuando se reunió la primera “Conferencia por la IVª Internacional”
en Ginebra, en julio de 1936, solamente participaron los trotskistas. Sin embargo,
esta conferencia consideró que todavía no había condiciones para proclamar una
nueva Internacional.
2. Fundación de la IVª
Internacional. Así que
fue en septiembre de 1938, en la casa de Alfred Rosmer en Périgny, en las
afueras de París, donde tendría lugar la fundación de la IVª Internacional. En
circunstancias trágicas: Rudolf Klement y León Sedov, que se habían encargado
de preparar el congreso, acababan de ser asesinados por agentes del servicio
secreto soviético (GPU). Y entre los participantes en la reunión clandestina,
un ruso, Mark Zborowski, llamado “Etienne”, era un infiltrado de la GPU.
Hay que decir que Trotski no había abandonado la
idea de una Internacional más amplia. En una carta de la época a Marceau Pivert
podemos leer: “Los bolcheviques-leninistas se consideran una fracción de la
Internacional en construcción. Están dispuestos a trabajar codo a codo con las
demás fracciones realmente revolucionarias” 1/.
El Partido Socialista Obrero y Campesino (PSOP) y el Partido Obrero de
Unificación Marxista (POUM) quisieron enviar observadores, pero por motivos de
clandestinidad no lo hicieron. Los participantes en el congreso procedían de
once países, pero las organizaciones afiliadas estaban presentes en 28 países.
Entre los asistentes hubo varios franceses (Pierre Naville, Yvan Craipeau),
norteamericanos (Max Schachtmann, James P. Cannon), belgas (León Lesoil),
brasileños (Mario Pedrosa) y griegos (Michel Raptis, llamado “Pablo”).
El congreso fundacional adoptó un documento
esencial, que hoy en día sigue siendo una referencia para el marxismo
revolucionario: el Programa de transición.
3. El programa de transición. Con vistas al congreso
fundacional, León Trotski redactó un documento fundamental: “La agonía del
capitalismo y las tareas de la IVª Internacional”, más conocido por el nombre
de Programa de transición. Como cualquier texto político, tiene
limitaciones que corresponden a un momento histórico concreto. La más evidente
es la que aparece en el mismo título del documento: la convicción de que el
capitalismo se halla “agonizante”, que las fuerzas productivas han dejado de
crecer, que la burguesía está desorientada y que la crisis económica no tiene
salida. Sin embargo, Trotski no cae en la trampa del fatalismo
optimista: es perfectamente consciente de que el capitalismo no morirá
nunca de muerte natural. El porvenir no está decidido ni viene determinado por
las condiciones objetivas; si no triunfa el socialismo, la humanidad conocerá
una nueva y terrible guerra, una catástrofe que amenaza a la propia
civilización humana; palabras que fueron proféticas. El marxismo de Trotski
atribuye un papel decisivo al factor subjetivo, a la conciencia y
la acción del sujeto histórico: “todo depende del proletariado”.
La importancia del documento, incluso su
genialidad, radica en el método de intervención política que propone, que
podríamos llamar el método del programa de transición. Este
método, que se inspira en la experiencia de la Revolución de Octubre y en las
luchas sociales de las décadas de 1920 y 1930, tiene como punto de partida la
filosofía de la praxis de Marx, es decir, la comprensión de que la conciencia
social de los explotados, su autotransformación, su capacidad para convertirse
en sujetos históricos, se deriva sobre todo de su propia práctica, de su propia
experiencia de lucha y conflicto social.
Rompiendo con la vieja tradición socialdemócrata de
separación entre un programa mínimo reformista y un programa
máximoabstractamente socialista, Trotski propuso unas
reivindicaciones transitorias que, partiendo del nivel de
conciencia real de los trabajadores, de sus exigencias concretas e inmediatas,
conduzcan a una confrontación con la lógica del capitalismo, a un conflicto con
los intereses de la gran burguesía. Por ejemplo: la abolición del secreto
comercial –o del secreto bancario– y el control obrero de
las fábricas, o también la escala móvil de los salarios y de la jornada laboral
en respuesta al paro, así como la expropiación de la gran banca y la
nacionalización del crédito. Más que esta u otra reivindicación, lo decisivo en
este documento es el enfoque dialéctico, la transición de lo
inmediato a la confrontación con el sistema.
Lo que inspira el Programa de transición de
1938 es, a pesar de las terribles derrotas y las crisis del movimiento obrero
en la década de 1930, una apuesta racional por la posibilidad
de una salida revolucionaria a las contradicciones del capitalismo, por la
capacidad de los trabajadores de tomar conciencia, por su experiencia práctica
en la lucha, de sus intereses fundamentales; en suma, una apuesta por la
vocación de las clases explotadas y de los oprimidos de salvar a la humanidad
de la catástrofe y la barbarie. Esta apuesta no ha perdido ni un ápice de su
actualidad en este comienzo del siglo XXI.
4. Un imperativo moral y
político. Desde
muchos puntos de vista cabe pensar que aquel acto fundacional de 1938 fue un
desacierto: mientras que la IIIª Internacional se había fundado en 1919, tras
una revolución victoriosa, en pleno ascenso de la ola revolucionaria en Europa,
con la participación de organizaciones que agrupaban a decenas o centenares de
miles de miembros, la IVª fue proclamada en plena desbandada del movimiento
obrero, cuando Europa se hallaba cerca del momento que Victor Serge calificó de
“medianoche en el siglo”; con delegados que no representaban más que a
organizaciones muy pequeñas (salvo en EE UU y tal vez en Grecia); en una
reunión clandestina, en ausencia de su principal dirigente, exiliado en México;
sin el apoyo de los principales partidos próximos a la oposición de izquierda,
como el POUM, el PSOP francés, el SAP alemán o el RSAP neerlandés. En suma, un
puñado de irreductibles aislados, que pretendían fundar el partido mundial
de la revolución socialista. Daniel Bensaïd recordó los argumentos de los
delegados polacos (Hersch Mendel) en el congreso fundacional: Marx, Engels y
Lenin se precavieron de fundar la Iª, la IIª o la IIIª Internacional en
periodos de reflujo 2/.
Sin embargo, la ruptura con la Comintern
estalinizada era un imperativo político y moral ineludible; salvó del
estalinismo el legado de la revolución rusa y del comunismo. La fundación de la
Cuarta Internacional ha permitido, gracias a una red internacional activa, la
existencia de una izquierda revolucionaria independiente, mientras que todas
las grandes organizaciones no estalinistas –el SAP alemán, el RSAP neerlandés,
el POUM español, el PSOP francés, el ILP inglés, etc.– que no quisieron
asociarse a la nueva Internacional, han desaparecido desde hace tiempo. También
ha permitido, gracias a la contribución de compañeros como Ernest Mandel o
Daniel Bensaïd –y también de los congresos mundiales, que han debatido sobre el
feminismo, la ecología, la causa LGBTI–, renovar la teoría, la estrategia y el
programa del marxismo revolucionario.
Seguimos siendo un movimiento muy pequeño, es
cierto, muy alejado de las ambiciones de los fundadores; pero un movimiento que
actualmente, en varios países –solo o en unidad con otras corrientes
anticapitalistas, como en Portugal y España–, tienen más influencia que los
herederos de la Tercera Internacional estalinista.
Si nuestra Internacional sigue viva, no solo se lo
debemos a los grandes pensadores que han enriquecido nuestra reflexión e
inspirado nuestra práctica, sino también, y sobre todo, a los y las
militantes anónimas. En un emotivo homenaje a Roberto
Mackenzie, un militante negro de nuestra organización en Colombia, asesinado
por paramilitares, Daniel Bensaïd insistió en este hecho: la historia
revolucionaria la hacen estos combatientes desconocidos, anónimos, que dedican
su vida a la causa de la emancipación de los explotados y oprimidos.
* Michael Löwy, militante de la IVª
Internacional, es sociólogo y filósofo ecosocialista. Publicamos aquí la
versión en castellano de la conferencia que dio en inglés en el Instituto
Internacional de Formación e Investigación (IIRE-IIRF-IIER) de Amsterdam el 26
de octubre de 2018.
Traducción: viento sur