Por Patrick Martin
Quizás la
calumnia más estúpida de las muchas lanzadas al movimiento de los chalecos
amarillos en Francia por parte de la prensa corporativa es la afirmación de que
los trabajadores involucrados en las militantes protestas contra la desigualdad
social, la pobreza y los salarios miserables se oponen a las preocupaciones
ambientales porque se resistieron al impuesto sobre la gasolina impuesto por el
presidente Emmanuel Macron.
El New York Times, el cual esparce
regularmente tales detracciones, publicó un artículo de opinión el domingo bajo
el título “¿Será el ambientalismo solo para los ricos?”. Escrito por el Dr.
Neil Gross, un profesor de sociología de la Universidad Colby en Maine, afirma
que las manifestaciones de los chalecos amarillos “están poniendo nerviosos a
los ambientalistas” y luego elogia el impuesto sobre la gasolina de Macron como
“parte de un esfuerzo ambicioso y continuo para combatir el calentamiento
global”.
Gross
compara directamente a los chalecos amarillos con los trabajadores en Estados Unidos:
“Así como el apoyo de la clase obrera a la tambaleante industria del carbón en
Estados Unidos, surge la pregunta: ¿será el ambientalismo un tema de boutique,
una preocupación que solo los ricos pueden costear?”. Luego cita un estudio
sociológico de 1995 que describe como un supuesto “hito”, mostrando que el
apoyo al ambientalismo es mayor en los niveles de ingreso más altos porque los
“ciudadanos podían priorizar las inquietudes ambientales solo si eran lo
suficientemente ricos para no tener que preocuparse de cosas más básicas como
comida y vivienda”.
El
aumento de la desigualdad económica solo empeora el problema, indica Gross,
aduciendo que “en muchas de las democracias capitalistas de hoy, los
resentimientos de clase y estatus, impulsados por una desigualdad desenfrenada
y atizados por políticos oportunistas, se han desarrollado a un grado tan alto
que las cuestiones como el ambiente que afectan a todos se ven cada vez más
desde el punto de vista de conflictos intergrupales y luchas partidistas”.
Un
movimiento consciente de clase de la clase trabajadora (es decir, uno que vea
las problemáticas “desde el punto de vista de conflictos intergrupales”) debe
ser hostil, por definición, a las preocupaciones ambientales que “afectan a
todos”. Mientras que Gross es sin duda hostil a populistas derechistas como
Donald Trump y Marine le Pen, esencialmente hace eco de sus argumentos de que
proteger al medio ambiente y proteger los trabajos y niveles de vida de los
trabajadores son objetivos incompatibles.
Gross
ignora el hecho obvio de que las medidas propuestas por el Gobierno de Macron
no “afectan a todos” y ciertamente no lo hacen de igual manera a distintos
grupos. Recortan los niveles de vida de la clase obrera en nombre de reducir el
consumo de combustibles fósiles, mientras que Macron regala recortes fiscales,
medidas desregulatorias y otros favores a la élite empresarial.
Un segundo artículo de opinión del Times el
lunes es más abiertamente reaccionario hasta llegar a parecer absurdo. El
profesor de filosofía de la Universidad Clemson en Carolina del Sur, Todd May,
plantea la interrogante en su título, “¿Sería la extinción humana una
tragedia?”. May sugiere que una sugerencia tan espantosa es válida y un tema
activo de discusión en los círculos filosóficos de la burguesía.
¿Por qué?
“[E]stamos devastando la Tierra y causando un sufrimiento inimaginable a los
animales”, lo que presumiblemente justifica la exterminación de siete mil
millones de seres humanos y sus descendientes. May concluye que “si el planeta
no tuviera más seres humanos… podría ser algo bueno”.
El
profesor argumenta que la raza humana en su totalidad es culpable de los
crímenes contra la naturaleza: “Es la humanidad la que está perpetrando algo
indebido, algo indebido cuya eliminación posiblemente requeriría la eliminación
de la especie…”. Esto indebido incluye la contribución humana al cambio
climático, la transgresión de la actividad humana contra varios ecosistemas y
el desarrollo de métodos agrícolas-industriales que promueven “la creación de
millones de millones de animales a los que no ofrece nada más que sufrimiento y
miseria antes de masacrarlos frecuentemente en formas barbáricas”.
May
concede que la humanidad ha realizado importantes contribuciones como el
desarrollo de la razón, el arte y la ciencia y admite, “Si nuestra especie se
extinguiera, todo eso se perdería”. Sin embargo, luego procede con un argumento
equivaliendo las vidas humanas y animales, planteando una pregunta que
aparentemente ve como incontestable: “¿cuánto sufrimiento y muerte de vidas no
humanas más toleraremos a cambio de salvar a Shakespeare, nuestras ciencias y
demás?”. Responde: “Al menos que creamos que haya una separación moral entre el
estatus del humano y los animales no humanos, cualquier respuesta razonable a
la que lleguemos se verá superada por el daño y sufrimiento que infligimos
sobre los animales”.
Arriesgando acusaciones de “especismo”, es
necesario decir que el artículo de May que pide la pena capital para la
humanidad por su crueldad a los animales pertenece más al Onion que
al New York Times. Sin embargo, este sombrío producto del santuario
académico es una advertencia seria sobre la desorientación política de
secciones de la clase media-alta ante la expansión de los conflictos de clases
dentro del capitalismo. Ambos artículos de opinión, el de May y Gross,
demuestran el punto muerto, literalmente, al que se llega el pensamiento dentro
del marco socioeconómico del sistema de lucro.
No es la
“humanidad” la que es culpable de contribuir al cambio climático o la
destrucción del ecosistema, como afirma May. Es la clase capitalista que
controla la economía mundial y determina sus actividades y desarrollo,
incluyendo el impacto sobre el ambiente. Tampoco es verdad, como dice Gross,
que ver las cosas “desde el punto de vista de conflictos intergrupales” bloquea
el desarrollo a soluciones a la crisis ambiental que afecta todo el planeta.
Por el contrario, solo una perspectiva basada en la movilización política
independiente de la clase obrera ofrece una salida.
La
incapacidad del capitalismo y el sistema de los Estados nación a resolver la
crisis ambiental se mostró claramente en las últimas dos semanas en Katowice,
Polonia, la sede de otra cumbre del clima patrocinada por la ONU. Los
representantes de más de 200 Gobiernos, incluyendo a 25.000 burócratas,
científicos y diplomáticos, ni siquiera pudieron ponerse de acuerdo sobre
aceptar o no un reporte sobre los peligros inminentes del calentamiento global,
ni hablar de tomar pasos serios para detenerlo.
Adoptaron
un conjunto de reglas insignificantes para implementar el acuerdo climático de
París, que los climatólogos consideran como un documento completamente
inadecuado. Esto se hizo para preservar la pretensión de unidad internacional
bajo condiciones en las que el Gobierno de Trump ya anunció su intención de
dejar el acuerdo de París el próximo año, lo más temprano que lo puede hacer
legalmente.
La
premisa tácita de toda la discusión sobre el ambiente por parte de la clase
capitalista y sus representantes es que, para detener el cambio climático, la
clase obrera debe ser la que sufra. Pero, ¿por qué deberían ser los
trabajadores los que paguen por la criminalidad, la incompetencia y la tozudez
nacionalista de las élites capitalistas gobernantes?
La crisis
del cambio climático subraya las consecuencias mortales del carácter anárquico
y no planificado de la producción capitalista, la cual es impulsada por
consideraciones de ganancias e intereses estratégicos de los Estados nación
capitalistas más poderosos. Lejos de que la degradación ambiental sea
responsabilidad de “todos”, el Carbon Majors Report del 2017 demostró que el 70
por ciento de las emisiones de gases del efecto invernadero entre 1988 y 2015
vinieron de tan solo 100 empresas. Todas son controladas por multimillonarios y
milmillonarios de las clases capitalistas de los principales países.
La única
respuesta realista a la crisis ambiental es socialista: la nacionalización de
las corporaciones y bancos gigantes bajo control obrero, la planificación
científica de la economía mundial y la abolición del capitalismo y del sistema
de Estados nación.