Por Marcelo Colussi
Que
el hombre sienta la necesidad de hacer trabajo voluntario es una cosa interna y
que el hombre sienta la necesidad de hacer trabajo voluntario por el ambiente
es otra. Las dos deben estar unidas. El ambiente debe ayudar a que el hombre
sienta la necesidad de hacer trabajo voluntario, pero si es solamente el
ambiente, las presiones morales las que obliguen a hacer al hombre trabajo
voluntario, entonces continúa aquello que mal se llama la enajenación del
hombre.
Ernesto
Guevara
El
cubano Yassel
Padrón afirma, observando los socialismos reales surgidos como
primeras experiencias de Estados revolucionarios durante el siglo XX, que “El principal error que se cometió en el
socialismo real fue competir con la producción capitalista en su propio terreno”.
La consideración es muy válida, y plantea interrogantes: ¿qué se esperaba de
una sociedad regida por la clase trabajadora, donde desaparecen los
propietarios individuales de los medios de producción?
Los
interrogantes abiertos son múltiples: acerca del carácter y naturaleza de esa
nueva sociedad en formación, sobre la forma en que se podrá terminar
definitivamente con las injusticias conocidas en el capitalismo y, quizá como
cuestión clave, la posibilidad de construir el socialismo en
un solo país. En relación a esto último, la experiencia de esos primeros pasos
(Unión Soviética, China, Cuba) muestra que es posible a medias.
Construir
y mantener un paraíso de igualdad en medio del ataque furioso del mundo
capitalista es sumamente difícil. Países inconmensurablemente grandes y ricos
en recursos, como Rusia o China, pudieron sostener, no sin dificultades, un
proyecto socialista, afianzarse y crecer en todo sentido, garantizando equidad
para su población. Pero la historia deja muchas preguntas: ¿por qué cayó la
Unión Soviética?, ¿por qué la República Popular China se abrió a mecanismos de
mercado?
En países
mucho menos ricos, con menos recursos (Cuba, Nicaragua, Norcorea, Vietnam), la
cuestión se acrecienta: ¿por qué allí se buscan salidas de capitalismo
controlado? ¿Acaso el socialismo no logra las cuotas de justicia que se
esperaba? Todo indica que sí: “En
el mundo hay 200 millones de niños de la calle. Ninguno de ellos vive en Cuba”,
pudo decir con sano orgullo Fidel Castro. Sin ningún lugar a dudas, los modelos
socialistas llenaron las necesidades básicas de los pueblos infinitamente más
que los planteos capitalistas. Pero queda una duda: ¿por qué las experiencias
de socialismo no siguieron adelante con su esquema inicial sin tropiezos, y por
qué en muchos casos involucionan hacia formas de libre mercado? ¿La población
se cansó de la escasez? ¿Quizá la producción planificada lleva inevitablemente
a ese aburrimiento?
La
respuesta puede darse en dos vías: por un lado, porque parece imposible
desarrollar plenamente una experiencia socialista, antesala del comunismo, de
la sociedad sin clases (“productores
libres asociados” dirá Marx) en el mar de países capitalistas que
acechan. La caída de la Unión Soviética es, seguramente, el ejemplo más
evidente. Por otro lado, la cultura del individualismo que lega el capitalismo
está hondamente arraigada, y todo indica que se necesitarán muchas,
decididamente muchas generaciones para poder cambiar eso, lo cual requiere
harto tiempo. Y en eso queremos profundizar ahora.
El
socialismo produjo justicia, comenzó a borrar las asimetrías económico-sociales
pero, tal como lo apunta Yassel Padrón, “compitió
en el propio terreno” del capitalismo. Es decir: se enfrentó
especularmente. A cada misil estadounidense se le oponía un misil soviético; a
cada avance tecnológico capitalista se buscaba uno similar con carácter
“proletario y revolucionario”. Pero si de producir riqueza se trata
(entendiendo como tal la sumatoria de bienes y servicios), el capitalismo
definitivamente tiene la delantera. La tiene, al menos con ese esquema, porque
hace siglos que viene acumulando, y la riqueza producida lo es a partir del
trabajo alienado de la clase trabajadora. Es decir: el verdadero productor no
es dueño de lo producido sino que, plusvalía mediante, los propietarios de los
medios de producción embolsan esa riqueza. La acumulación alcanzada por los
grandes capitales hoy día es fabulosa, sin parangón. ¿Hay que generar algo
igual desde el socialismo para poder beneficiar a la totalidad de la población?
Los planes quinquenales no consiguieron esa abundancia. ¿Por qué?
Tema
difícil, espinoso: el socialismo real pudo repartir equidad (¡no hay niños de
la calle!), pero no sobra la riqueza. Y en un mundo mayoritariamente capitalista,
donde los oropeles y espejos de colores siguen encegueciendo a las grandes
mayorías, esas carencias se pagaron caro. Eso fue, junto a otra suma de
errores, lo que catapultó la caída de la URSS. Y lo que hizo que China(¿también
Cuba, Vietnam y Norcorea?) buscara mecanismos capitalistas para apurar ese
crecimiento económico.
Sin
dudas, China lo está logrando. Con su difícilmente comprensible (para los occidentales)
“socialismo de mercado”, en 30 años multiplicó por 17 su PIB por habitante,
cosa que ningún país capitalista ha conseguido jamás. Ahora ahí hay riqueza,
abunda, florece por todo el país. Lo cual abre inquietantes dudas: ¿no hay más
alternativas que la super explotación de la clase trabajadora para lograr eso?
Para
llegar a la esperanzadora situación descrita por Marx en 1875, en la Crítica al
Programa de Gotha, que anuncia “De
cada quien según sus capacidades, a cada quien según sus necesidades”,
debe transitarse aún por el socialismo (“primera
fase de la sociedad comunista”), donde la regla sería “De cada quien según sus capacidades, a
cada quien según su trabajo”. Esto es: se consume de acuerdo a lo
que se produce, a lo que se aporta; principio donde aún resuenan los aires
capitalistas, donde prima el individualismo.
¿Acaso no
hay otra forma de incentivar la producción que no sea a través del premio
material, premio al propio esfuerzo? En la Unión Soviética, durante la era
estalinista de entreguerras, hubo un movimiento que intentó fomentar el aumento
de la productividad: el stajanovismo (impulsado por el minero Alekséi
Stajánov), consistente en el pago de bonos extras por el aumento de la
producción. “Bajo el
capitalismo, esto es una tortura, o un engaño”, dijo Lenin
refiriéndose a los premios que otorgaba a sus trabajadores la industria
estadounidense. “Hay elementos
de “tortura y engaño” en los récords soviéticos también”,
agregó León
Sedov (hijo mayor de Trotsky), analizando el stajanovismo,
que no es sino una fórmula capitalista de fomento del individualismo, del
premio al voluntarismo personal.
¿Cuál es
la clave para fomentar la productividad entonces, si entendemos que ese es el
camino para el aumento de la riqueza? ¿Estaremos condenados a aquella máxima de
“el ojo del amo engorda el ganado”? La rígida planificación estatal se mostró
cuestionable. Los cambios introducidos por Mijaíl Gorbachov con su intento de
reestructuración (Perestroika) intentaban introducir incentivos personales de
tipo stajanovista. Los resultados ya son demasiado conocidos.
El actual
“socialismo de mercado” chino logró un aumento impresionante de la riqueza
nacional en unas pocas décadas. Todo pareciera indicar, entonces, que la
competencia es fuente de desarrollo. ¿Qué decir ante todo esto? Si el
socialismo es posible a partir de una fenomenal riqueza generada por la
industria moderna, ¿no queda más alternativa que establecer lógicas de mercado,
(controladas por el Estado socialista en todo caso, como se supone que es
China), fomento del individualismo para acumular riquezas? Debate impostergable
que aquí solo se esboza, invitando a desarrollarlo exhaustivamente.
Por lo
pronto, algunas conclusiones (quizá preliminares), para ampliar esa discusión:
1) las únicas experiencias socialistas reales no vinieron de países
industrializados, sino fundamentalmente agrarios. 2) tenemos muy internalizada
la idea que riqueza es hiperconsumo, acumulación de bienes; quizá se trate de
cambiar ese modelo (atentatorio de la dignidad humana y del planeta). 3) la
solidaridad y el espíritu comunitario, producto de un milenario esquema
individualista que nos rige, exponencialmente potenciado por el capitalismo,
deben fomentarse (tarea del Estado socialista), no nacen solos.