Por
Andrés Piqueras
El ascenso mundial del nuevo despotismo ha mostrado
su cara esta semana en Andalucía (comunidad autónoma del Reino de España).
Allí, como en tantos lugares, ya sólo vota un poquito más de la mitad del
electorado. A veces es un poco menos, a veces bastante menos, pero en cualquier
caso no es importante para los planes del capitalismo actual. Con mucho menores
porcentajes de participación se dan por legitimados los resultados queridos
(como bien se demostró en los referenda sobre la constitución europea).
La extrema derecha se hace fuerte y enseña la
cresta de gallo. Mientras, la izquierda integrada o ya podríamos decir,
entregada, como que no tiene nada que aportar, sin proyecto, sin principios,
sin historia, sin fundamentos, se queda en la práctica reducida a la misma
futilidad que su palabrería.
Ante el decaimiento del valor, la mercancía, el
dinero y el trabajo asalariado, en un marasmo de guerras, de extensión de la
miseria, de tráficos abominables (de fuerza de trabajo migrante, de mujeres y
menores prostituidas, de drogas sucias, de armas, de órganos, de especies
protegidas…) que se convierten en fuente de ganancia más allá del valor, hasta
el punto que se encuentran entre los principales negocios del planeta, el
capital(ismo) no puede seguir manteniendo la fachada democrática. Con ello, sus
versiones históricas “progres” (la socialdemocracia vigesimonónica) pierden su
sentido y su papel.
El despotismo, que es inherente a este capitalismo
terminal, está ya aquí. Personajes como Trump, Bolsonaro, Orban, Duque,
Duterte, Macri, Le Pen, Casado, Haider… se explican en este contexto. La nueva
versión despótica del capital no será igual a la que se expresó en forma de fascismo,
en el siglo XX. Entre otras cosas, porque el fascismo es un régimen de
conjunción político-institucional para la permanente organización y
movilización de masas. Fue la forma 'necesaria' del capitalismo en crisis del
siglo XX, ante la ruptura revolucionaria de las fuerzas del trabajo (URSS,
soviets de Hungría, Alemania, Austria, la República española...) y el ascenso
de su fortaleza organizada en toda Europa.
En cambio, en la actualidad, una vez que las
sociedades han sido derrotadas (fase neoliberal del capital) la forma despótica
del capital terminal (fase post-neoliberal) de lo que trata es precisamente de
lo contrario, de desmovilizar a la población y de atomizarla al máximo.
Dirigiendo sus vidas por medio de una economía financiarizada, cada más
ficticia, cada vez más letal para la humanidad. Levantando a ciertos sectores
claves de las poblaciones sólo cuando sea necesario, con campañas y artilugios
programados de movilización, que puedan desembocar en toda clase de
“primaveras” y “revoluciones de colores” como las del Este de Europa, o en
desestabilizaciones sociales de amplio espectro.
Los resultados son y serán semejantemente brutales
para las poblaciones, con procesos de disciplinamiento social y laboral
parecidos, con represión en todos los niveles y descuartizamiento de la
democracia representativa, pero sin necesidad, por lo general, de desplegar
legiones de choque para ello, ni especiales dispositivos
extra-económico-políticos. Hoy el despotismo se ejerce en nombre de la propia
"democracia" (despotismo democrático). Se realiza a golpe de
elecciones (jugadas con todas las ventajas que dan el poder, el dinero, los
sistemas de ponderación de votos, el control del oligopolio mediático, las
amenazas y a menudo también con la compra directa de votos y los votos
cautivos…)i;
se imparte a través de directrices supraestatales (UE, G20, Foro de Davos, FMI,
Banco Mundial, OMC…) o, cuando hace falta, de 'impeachments' y punchs
judiciales. Sólo en casos extremos se recurrirá a la guerra económica
excepcionalii (Cuba,
Venezuela…) o a la intervención militar directa (Yugoeslavia, Libia, Siria,
Irak, Afganistán, Tchad, Somalia…), donde juega un creciente papel el
paramilitarismo y el terrorismo financiado, pertrechado y entrenado por las
grandes potencias imperiales y subimperiales.
Pero estas opciones no son necesarias para las
izquierdas integradas europeas. Apenas con la amenaza de principio de guerra
económica abierta se rindió Syriza, por ejemplo.
Sin embargo, esta nueva versión despótica sí toma
del fascismo aspectos ideológicos cada vez más explícitamente exhibidos, porque
necesita que aquellas sociedades que fueron atomizadas funcionen como
electorados pasivos movidos a discreción gracias a sentimientos como los de
(falsa) seguridad que el propio sistema está muy lejos de brindarles.
Mientras más parte de las derechas se desplazan al
extremo y quieren romper con el antiguo orden del capital
neoliberal-financiarizado, siendo ellas las que propugnan la ruptura con la UE,
y la consecución de una pretendida “soberanía nacional”, de protección de
"los nuestros", las izquierdas integradas-entregadas nos hablan de
"reformar" aquellas instituciones hechas para ser irreformables, de
hacer una escuela o un carril bici más o de subirnos unos puntos el salario.
Por groseras o espúreas que sean las propuestas de las derechas ligadas a lo
que queda del capital nacional-productivo, tienen la clave de lanzar un mensaje
fuerte para ganarse a gentes abatidas, centradas en sí mismas, al tiempo que
huérfanas de esperanza y de rumbo. A esas gentes, las propuestas paliativas y
nunca cumplidas de las izquierdas integradas-entregadas les causan hastío.
Entre otras cosas porque no podrían cumplirlas aunque quisieran. Un capitalismo
en declive respecto al valor y al beneficio no puede ofrecer mejoras, ni
pactos, ni distribución social.
Frente al ascenso del “despotismo democrático” esas
mismas izquierdas integradas llaman ahora a hacer un Frente Antifascista. El
truco es viejo. Los mismos que, por ejemplo, no repudiaron la UE ni la OTAN,
los mismos que aceptan los fundamentos básicos del orden capitalista que es el
que conduce a esto, los mismos que defienden la venta de armamento para el
genocidio, los mismos que se juntan a gobernar con “la casta del sistema”…
ahora nos llaman a un Frente Antifascista. Esos Frentes aseguran que las
versiones “progres” del Sistema, e incluso las “derechas democráticas”,
recuperen algo de espacio y encaucen los miedos de la sociedad hacia ellas.
En la Europa del Oeste la extrema derecha hace
todavía la función de dóbermans, que el sistema enseña para disciplinar las
opciones y el voto. “Si no nos votáis a nosotros vienen los dóbermans”. Así,
pase lo que pase, se consigue la aceptación y la legitimidad de las distintas
opciones del capital, mientras este sigue su curso de destrucción social.
También de destrucción natural (el capitalismo ha terminado ya con el 60% de la
diversidad de la vida en el planeta).
Por eso, y aunque su construcción sea en principio
mucho más difícil, de lo que se trata en realidad es de levantar una vasta y
conjuntada opción anticapitalista. ¿De qué nos sirve impedir
supuestamente el paso a las versiones más brutales del capital si es el propio
capital el que las genera una y otra vez, especialmente ahora que ya no puede
apenas ofrecer una versión “amable”?
Eso pasa por promover un movimiento altersistémico,
una izquierda integral, una recuperación de la Política con
mayúsculas, en un sentido metabólico, para afectar todas las claves de
posibilidad y de reproducción de este orden social. Y no sólo jugar en el
raquítico marco institucional que él ofrece.
El propio capital(ismo) nos aboca cada vez más al
todo o nada. Sus nuevas versiones despóticas en ascenso son una muestra de
ello.
Que están dispuestos a matar sociedades enteras, si
lo necesitan, también lo demuestran todos los años.
Notas
i El Sistema ha dado vida a
toda una caterva de ONGs, organismos y supuestos defensores internacionales de
derechos humanos y libertades, que vigilan con celo que todo lo que no sean las
reglas “democráticas” del capital, sea considerado como no-democrático ni
respetuoso con esos principios-pantalla. De ahí tenemos que buena parte de
nuestras izquierdas integradas salgan de cuando en cuando con firmas y
declaraciones apoyando esas campañas, o solicitando “elecciones libres”, como
por ejemplo hemos visto recientemente para el caso de Nicaragua. Sin
explicarnos nunca en qué consistiría esa “libertad” en los hechos, claro.
Llamaría a la hilaridad, si no fuera tan dramático.
https://www.alainet.org/es/articulo/196997