Por Julio César Guanche
La pregunta parece válida: ¿Por
qué un “negro” vota por Bolsonaro? Su punto de partida “lógico” es el sostenido
ataque de Bolsonaro a los negros, de quienes ha dicho que “no sirven ni para
procrear”.
Hace una década la discusión
sobre la película Tropa de élite (José Padilha, 2007) anunció
parte del debate actual sobre el “fascismo” en Brasil. El film tenía
como protagonista al capitán Nascimento, un héroe torturador, jefe del BOPE,
unidad de élite que hacía limpieza social (y étnica) en las favelas de Río.
La actuación abierta del capitán
en contra de los derechos humanos fue recibida con entusiasmo por una parte del
público carioca, que convirtió la pieza en la más vista de la historia en ese
país. Una multitud de habitantes de las favelas celebraron al héroe que
asesinaba, por encima de la ley, a sus propios “vecinos”.
Padilha —también
documentalista— negó la
acusación sobre su película como “fascista”: “Hay que ser muy ignorante para
decir que la película es fascista. Los que dicen eso no saben lo que es el
fascismo. El fascismo es un partido político organizado con una agenda política
para todo el país, que intenta controlar el Estado, los medios de comunicación
y el sistema educativo. Los del BOPE no tienen ningún interés político ni son
regidos por una agenda política. Esa declaración no tiene ningún sentido, es
pura estupidez decir eso”.
En Brasil ahora ha ganado las
elecciones un ex capitán que luce parecidos con el capitán Nascimento. Celebra
la tortura, añora la dictadura, pero tiene un partido, apoyo social, agenda
política y control del gobierno.
El apoyo
“negro” a Bolsonaro
La pregunta parece válida: ¿Por
qué un “negro” vota por Bolsonaro? Su punto de partida “lógico” es el sostenido
ataque de Bolsonaro a los negros, de quienes ha dicho que “no sirven ni para procrear”.
La respuesta no es simple.
Primero, no se trata de “un” “negro”. En la primera vuelta electoral el
entonces candidato a la presidencia de Brasil, Jair Bolsonaro, ahora presidente
electo, consiguió cerca de 37% del electorado negro, un apoyo considerable.
La prensa que ha reportado los
motivos de personas negras para votar por el ex capitán, al que llaman “El
Mito”, no recoge muchos posicionamientos del tipo “yo soy negro y por eso voto
por Bolsonaro”.
En un contexto de violencia estructural,
un “negro” no tiene por qué verse a sí mismo como tal. Puede ver como “negro”
al que —en sus palabras—, roba, mata, causa inseguridad y no recibe respuesta
“dura” de las autoridades. De ese modo, no se siente interpelado de igual
manera por el racismo. Ello, unido a demandas contra la corrupción
gubernamental y un importante grado de rechazo al Partido de los Trabajadores —ou
Partido dos Trabalhadores— (PT), habrían dado apoyo a Bolsonaro entre
sectores afrobrasileños.
Además, Bolsonaro supo capitalizar
dos grandes descontentos.
Primero, frente a la crisis
global iniciada en 2008, cuyos efectos siguen golpeando en Brasil, sobre todo,
a los sectores más vulnerables. Dentro de ellos, ocupan importante espacio
negros y mestizos, señaladamente en lugares como Río de Janeiro y Sao Paulo.
Contra la pretensión del marxismo dogmático (la crisis facilita una “situación
revolucionaria”), no será la primera vez que opciones de derecha ganan en la
coyuntura de una gran crisis. Recordemos los casos del fascismo, en los 1930, y
del neoliberalismo en los 1970.
Segundo, Bolsonaro, a pesar de
llevar casi tres décadas en la política (como un diputado mediocre, pero
congresista al fin), logró que varios sectores lo imaginaran como un outsider,
capaz de enfrentarse “frontalmente” a la mentira y la demagogia de la política
tradicional y a la “prisión” de la corrección política, que “obliga” a la
hipocresía social. En ese contexto, es probable que las demandas perentorias de
comida, empleo y seguridad hayan recibido prioridad frente a las amenazas
racistas de Bolsonaro.[1]
¿Qué
significa ser negro?
La pregunta inicial de este texto
sugiere un problema de connotaciones mayores a las de la coyuntura: la noción
de “negro” no tiene un único significado.
La historia del “negro” no es la
de “ser” negro sino la historia de cómo se convirtió en
“negro”. Es la historia, también, de las diferencias entre las razas y “al
interior” de la raza.
Sea dicho de antemano: la raza es
un concepto de la zoología. En él, por ejemplo, las razas no son interfecundas.
La especie humana es inclasificable en “razas”. Pero si bien no existe la raza,
sí existen los usos sociales de la raza, como el racismo.
Quizás resulta más fácil entender
nociones que consideran las razas como entidades diferenciadas entre sí. Eso
hicieron el racismo científico y la doctrina fascista.
En las primeras décadas del siglo
XX cubano, el racismo científico —en la criminología de Israel Castellanos y en
la obra del “primer” Fernando Ortiz— identificó al ñáñigo como
una reminiscencia “africana”. Para Castellanos, los “brujos” estaban en ese momento
“en el mismo estado antropológico, que cuando fueron introducidos” a Cuba desde
África. Tal argumento trataba al negro ñáñigo como barbarie.
La idea ofrecía un argumento
“científico” para expulsar a esenegro de la nación cubana.
También, lo “sacaba” de su África natal, un espacio diverso donde nunca fue
considerado “un negro”.
El presidente José Miguel Gómez,
para justificar la masacre del Partido Independiente de Color (1912),
generalizó la idea de Castellanos hacia todos los negros insurgentes, que según
él se habían colocado “fuera del radio de la civilización”.
Para el nazismo, las razas eran
entidades radicalmente separadas entre sí. Tenían origen en troncos diferentes,
con nada en común. Los discursos fascistas decían: “no todo lo que tiene rostro
humano es un hombre”. Uno de los propósitos de esa idea era negar la
universalidad de la humanidad, en tanto “género humano”.
Ese era uno de los legados más
poderosos de la ideología igualitaria revolucionaria de 1789, aunque parte de
sus hacedores no fuesen antiesclavistas ni antirracistas.
Para los nazis, si no existía la
“humanidad” no existía ninguna norma moral universalmente válida ni algún
derecho “humano”. Tampoco podría existir el Derecho “Internacional”. Para
quedar obligados solo a ella, subrayaban la “originalidad” de su nueva
doctrina. Goebbels aseguró que el mayor triunfo nazi había sido “borrar el año
1789 de la historia alemana”.[2]
Las
diferencias al interior de la “raza”
El modo de producción capitalista
acumula poder y renta, pero también acumula diferencias. Sus sujetos
privilegiados usan el racismo para establecer fronteras de exclusión entre
blancos y negros, y para fomentar divisiones dentro de la misma “raza”.
“Todos los negros” no son
iguales, como tampoco lo son todos los blancos o todas las mujeres. La idea de
la “opresión común” de los negros, que espera que todos reaccionen de la misma
manera, esconde las diferencias al interior de la población “negra” y las
situaciones de ventaja a las que algunos de ellos acceden y necesitan proteger.
Durante el nazismo, Himmler tuvo
particular obsesión contra los mestizos, esa “amenaza frente al orden natural
del mundo, que disolvía lo bueno en lo mediocre.” Sin embargo, la imagen
positiva del mulato, por encima del negro, ha sido el resultado de un largo
proceso de acumulación de diferencias. Por ejemplo, fue importante para
combatir el impulso antirracista de la revolución haitiana.
A principios del siglo XX, el
término “mulato” tenía aún connotaciones negativas en Cuba: “los negros son
hijos del amor, pero los mulatos lo son del abuso, hijos de su madre con el
amo. ¡La sangre mulata está ´maldesía´!”
Décadas después, al gran músico
Miguelito Valdés —Mr. Babalú—, no le bastó ser mulato para evitar la
discriminación contra lo que se entendía en general como “negro”, esto es,
como no blanco. En una fiesta celebrada en una sociedad de blancos,
en Morón (1939), se armó una riña tumultuaria cuando “una rubia contundente”
insistió en bailar con el famoso músico y una banda de enérgicos caballeros
blancos se opuso a semejante afrenta.
La explotación de la raza para
legitimar desigualdades sigue siendo un hecho muy actual. A raíz de la elección
entre Donald Trump y Hillary Clinton, Nancy Fraser acuñó la frase “neoliberalismo
progresista”, para denunciar la complicidad entre neoliberalismo y
multiculturalismo.
Según Fraser, una zona del
neoliberalismo (representada por Obama y Hillary Clinton) ganó consensos y
legitimidad cuando a la defensa de su proyecto neoliberal en torno al mercado,
la política económica, la cuestión social, etcétera, sumó cierta defensa de la
diversidad, el empoderamiento de las mujeres y de los afroamericanos, y los derechos
LGBTQ.
Más
problemas con Bolsonaro
La victoria de Bolsonaro ha sido
leída como una derrota de la izquierda, aunque otros análisis muestran que
la mayor derrotada allí es la centroderecha. No obstante, acaso hay derrotas
que durarán más tiempo que el periodo que dure la presidencia del ex capitán.
La cuestión central radica en las
soluciones que se ven representadas por Bolsonaro: la celebración de la
violencia y el combate frente a toda deliberación y procesamiento colectivo de
las diferencias, la renuncia radical a la centralidad que debería tener la ley
y el Derecho, la naturalización de la acumulación de las diferencias entre las
“razas”, y la renuncia consciente al lenguaje de los derechos como fundamento
de la vida política.
Pensando en el futuro, no puedo
dejar de pensar en el pasado: Brasil fue el país que más tarde (1888) abolió la
esclavitud en todas las Américas.
Notas
[1] Agradezco los comentarios de Amílcar Pérez Riverol sobre este
texto, particularmente en este punto.
[2] Ver Johann Chapoutot, La revolución cultural nazi,
traducido del francés por Elena M. Cano e Íñigo Sánchez-Paños, Alianza
Editorial, S. A., Madrid, 2018
es un
jurista y filósofo político cubano, miembro del Consejo Editorial de Sin
Permiso, muy representativo de una nueva y brillante generación de
intelectuales cubanos partidarios de una visión republicano-democrática del
socialismo.