La
metástasis del individualismo sí será televisada
Por Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Instituto de Cultura y Comunicación UNLa
Se sabe,
desde siempre, que un modo (entre muchos combinados y desiguales) para derrotar
a un enemigo u oponente, radica en hacerle perder todo lo que de confianza
hubiera podido abrigar respecto a su victoria. Arrebatarle su certeza, su
dignidad y sus destrezas convenciéndolo (antes, durante o después de la
batalla) de su insolvencia, su pequeñez, sus complejos y su inferioridad:
desmoralizarlo pues. Y para ese fin se han estudiado, y se estudian, mil modos
de precipitar la derrota del oponente desde las más cotidianas, y aparentemente
intrascendentes, burlas, desprecios, calumnias... hasta las más sofisticadas
agresiones, verbales o simbólicas, entrenadas en laboratorios de guerra
psicológica. Aquí se entiende la moral como la entendía Adolfo Sánchez Vázquez.
Bajo el capitalismo el repertorio de las
“contiendas” es muy variado aunque en su base esté la manía monopólica
sustancial de quién quiere eliminar del escenario toda competencia que
complique la dictadura de los precios. Pero en escala mayor, la madre de todas
las luchas es la lucha de clases y de ella -y para ella- se prodiga toda forma
de combate desembozado o disfrazado, capaz de asegurar un “triunfo” que, además
de imponer hegemonía económica esclavista sea, al mismo tiempo, rentable. Y no
les importa si eso resulta ser un retroceso o descalabro monumental contra la
humanidad.
Su sueño dorado sería que, en la dinámica de la
lucha, los opresores pudiesen ahorrar en armas y soldados, economizar en todo
lo posible y lograr que el enemigo se derrote a sí mismo (producto del engaño,
la manipulación ideológica, el odio contra sus pares...) y por añadidura -no
tan azarosa- sacar ganancias de ello. Sería apoteósico, no importa si con ello
se despliegan las conductas más obscenas y los anti-valores más degradantes.
Como las guerras.
Desarmar al enemigo antes de que se entere, hacerle
creer que lucha con denuedo y luego probable su impotencia para arrodillarlo y
que, además, lo agradezca... que le otorgue la razón a su opresor y que haga de
la derrota una herencia “honrosa” para su prole. En las escuelas o teorías de
guerra se insiste en la importancia de golpetear al enemigo hasta que pierda
todo ímpetu pero, como en no pocos casos, la pérdida del ímpetu no es sinónimo
del abandono de la resistencia, el capitalismo en su fase imperial pretende que
el pueblo, desmoralizado, también sirva como agente de combate contra su propia
clase. Para eso sirven los “medios de comunicación” que en realidad son armas
de guerra ideológica. Hoy baluartes del sueño invasor más ambicioso que
consiste en dominar la capacidad de ubicuidad y de velocidad. Como las
“agencias de noticias” que en realidad son fábricas de falacias y linchamientos
políticos.
Además de todos los repertorios de gestos gruñidos
y vociferaciones intimidatorias, las estratagemas desmoralizadoras recurren a
muchos de los baluartes estéticos de sus industrias culturales. Como las
agencias de publicidad. Dicen que “lo lindo vende” y para sus fines de
belicismo desmoralizador, inventan por ejemplo, bellezas discriminatorias que
desmoralizan a quien no tiene atributos similares al estereotipo burgués. El
belicismo del “lujo” no es una forma cándida de exhibir tentaciones o fetiches
de ricos... es una metralla desmoralizadora que golpea la autoestima del
desposeído que por serlo se siente nada.
La idea burguesa de que “en la guerra todo se vale”
no es más que la legitimación de una deformación ética al servicio de la
canallada. Cuando los pueblos luchan no repiten la lógica de los opresores ni
reproducen sus valores de combate. Principalmente porque no luchan por
negocios. Aunque la burguesía quiera convencernos de sus métodos de lucha son
los mismos que “cualquiera usaría” si se dieran las condiciones, lo cierto es que
la Moral de Batalla en manos de los pueblos se funda en objetivos humanistas y
de justicia social cuya organización y resultados muy otros. Simplemente porque
no somos lo mismo en el sentido de clase más riguroso.
Ellos, los oligarcas, mantienen su moral de lucha
basados en las ganancias y en el odio de clase que aprendieron a cultivar desde
hace siglos. Ellos alimentan su despareció de clase sabedores de que “el otro”
es su enemigo histórico, que constituye una mayoría y que en cualquier momento
asciende la conciencia de su fuerza organizándose. Y para impedir su ascenso,
acicatean una crisis de dirección revolucionaria en la que las ganas y las
fuerzas de la lucha se disipen. A cualquier precio. Para ellos es una
inversión.
Para salvarnos como especie, y para salvar al
planeta, necesitamos consolidar nuestra conciencia de clase y nuestras fuerzas
simbólicas enmarcadas por un programa revolucionario y humanista de nuevo
género capaz de desmenuzar toda estrategia desmoralizadora y profundizar los
baluartes de nuestra moral y no la de ellos. Cuando se asume conscientemente un
conjunto de principios (que se profundizan y perfeccionan en el crisol de la
praxis) nada puede quebrantar la moral emancipadora. Por ejemplo: 1. Al
trabajador no se lo explota. 2. La propiedad privada es obscena en un mundo de
desposeídos. 3. La tierra es de quien la trabaja. 4. Prohibido manipular la
educación, la conciencia y el estado de ánimo de los pueblos 5. A cada cual
según sus necesidades. Las verdaderas victorias son un motor de conciencia y de
moral invencibles. Son patrimonio que no admite fronteras y que anidan en los
corazones de los pueblos. Ni un paso atrás. Ni un espacio descuidado. Ni una
claudicación.
Combatir la Desmoralización Inducida de ninguna
manera significa suspender la crítica. Todo lo contrario. Implica el ejercicio
de la crítica responsable y fundamentada que salvaguarda la unidad y no le
simplifica al enemigo el trabajo de destruimos. Desmoralizados somos nada. En
todo caso, está por fuente nutricia la convicción de que debemos rescatar a la
especie humana y al planeta del sistema económico más depredador y criminal de
la historia. Está la alegría por salvar la alegría de las personas. El amor por
el amor en todas sus expresiones, la importancia de la justicia social y la
vida buena para todos. Está la lucha de grandes hombres, de los indispensables,
que siempre es social y siempre es histórica. Está el futuro que es posible y
urgente sin amos, sin miedos, sin clases sociales y sin amargura. Esta la
herencia del ejemplo heredado por los pueblos y sus luchas victoriosas,
antídotos todos magníficos que cultivados en colectivo son certeza de vida
buena.