Por Isabelle Garo
La
cuestión europea ha relanzado, en el seno de la izquierda radical, los debates
sobre el internacionalismo. Se ha afirmado progresivamente en su seno la
necesidad de repensar un internacionalismo concreto, rechazando la alternativa
ruinosa entre el nacionalismo racista defendido por la extrema derecha y el
internacionalismo del capital encarnado por la Unión Europea, pero renunciando
igualmente a las facilidades de un internacionalismo abstracto.
Éste
postula en particular que, debido precisamente a la internacionalización del
capitalismo, quedarían resueltas las cuestiones estratégicas de la articulación
de los espacios —locales, nacionales e internacionales— en la definición de un
proyecto de ruptura anticapitalista, y de la pertenencia nacional del proletariado.
Esta última cuestión se intenta abordar en este texto interrogando al concepto
de “pueblo” en Marx y
las tomas de posición de este último sobre los movimientos de liberación
nacional.
La
cuestión del pueblo en Marx es
una cuestión compleja, a pesar de las tesis rotundas que con frecuencia se le
adjudican sobre este tema. En un primer momento, en efecto, se tiene tendencia
a pensar que Marx construye
la categoría política de proletariado precisamente contra la noción clásica de
pueblo, demasiado global y sobre todo demasiado homogeneizadora, que borra los
conflictos de clase. En este sentido, la noción de pueblo sería ilusoria,
incluso peligrosamente ilusionante cuando es políticamente instrumentalizada.
Sin
embargo, si Marx desconfía
claramente de toda concepción orgánica del pueblo, retoma el término en varias
ocasiones y, en particular, para pensar las luchas nacionales de su tiempo,
cuando éstas intentan conquistar la independencia contra las potencias
colonizadoras. Lo utiliza igualmente para designar las especificidades
nacionales, que caracterizan las relaciones de fuerzas sociales y políticas
siempre singulares y que, en su opinión, hay que seguir analizando en tal marco
nacional. En fin, el término de pueblo designa un cierto tipo de alianza de
clases en el marco de conflictos sociales y políticos de gran amplitud.
En
estos tres usos, el término de “pueblo” no es jamás liberado por Marx de toda
diferenciación social, muy al contrario. Hay que recordar que en él está
directamente heredado de la Revolución francesa y de las obras políticas que la
enmarcan, desde Rousseau hasta Babeuf y Buonarroti: según esta
tradición, el término de “pueblo” designa a los grupos sociales opuestos a la
aristocracia, y no es el sustantivo indeferenciado que usos posteriores
valorizarán.
Quisiera
abordar aquí sucesivamente estos diferentes usos marxianos, confrontándolos a
la cuestión del proletariado, que Marx elabora
paralelamente. En el curso de esta elaboración, y sobre todo a partir de
finales de los años 1850, Marx va
a interesarse de forma precisa por las luchas de emancipación y por la
colonización, en India y China, implicándose activamente, de forma particular,
en el apoyo a Irlanda y a Polonia.
I. Pueblo y proletariado, ¿conceptos antagonistas?
Hay
que recordar que la aparición de la noción de proletariado es antigua. Desde su
origen, designa no al pueblo sino a una fracción del pueblo, fracción
caracterizada por su situación social. Esta situación puede ser definida de dos
formas distintas: o bien como desenlace y pobreza, o bien como situación de
explotación y de dominación, si se analiza un modo de producción y por tanto
una función social activa, no solo un estatus económico subalterno. Se puede
decir, esquemáticamente, que con Marx el
término va a transitar irreversiblemente de su primero hacia su segundo
sentido.
Retomemos
rápidamente esta historia: en el derecho romano, los proletarios, del latín
proles, “linaje”, constituyen la última clase de los ciudadanos, desprovistos
de toda propiedad y considerados como útiles solo por su descendencia. Por esta
razón estarán exentos de impuestos. Recuperado en el medio francés, el término
conoce un fuerte aumento de interés en el siglo XIX cuando se desarrolla la
crítica social, política y económica del naciente mundo industrial.
En
este contexto, el sustantivo “proletariado” aparece en 1832 para designar al
conjunto de los trabajadores pobres, cuya miseria es percibida como el
resultado del egoísmo de las clases dirigentes. Es la tesis defendida por el
primero en utilizarla, Antoine
Vidal, en el primer diario obrero de Francia, Lʼecho de la fabrique (Guilhaumou,
2008), que inventa el término en 1832 en referencia directa a la revuelta de
los canuts (tejedores de seda) de Lyon de 1831. Para Vidal, la “clase proletaria” es a la
vez la más útil a la sociedad y la más despreciada. Es llamativo que
reivindique consiguientemente que sea ésta “algo”,
retomando así las palabras y la temática de Sieyès, en Qu’est-ce que le Tiers-Etat? (1789),
a la vez que dibuja las fronteras sociales de una clase popular que no coincide
ya con los contornos jurídicos del tercer estado del Antiguo Régimen.
En
un segundo tiempo, el término se encuentra traspuesto al alemán en 1842 por el
economista Lorenz von
Stein, que estudia las corrientes socialistas, en particular
francesas, aun siendo hostil al comunismo. Luego es retomado por el joven
hegeliano Moses Hess,
entonces cercano a Engels y Marx. Los tres
reivindicaban su adhesión al comunismo. Se le encuentra desde 1843 bajo la
pluma de Marx,
en quien adquiere un sentido nuevo y una importancia teórica central. Su
redefinición marxiana se elabora en tres etapas.
1/
En primer lugar, el término aparece a finales de 1843, al final de la crítica
emprendida por el joven Marx sobre
la filosofía hegeliana del derecho. En el prefacio que redacta para el
manuscrito de Kreuznach, que emprende la crítica de la concepción hegeliana del
Estado, designa al sujeto social al fin identificado de la emancipación general
de la sociedad civil moderna. El proletariado, porque es la clase que “sufre la injusticia a secas”,
no puede tener por objetivo más que “una
reconquista total del hombre” (Marx, 1843 [1975]: p. 211).
2/
En La Ideología Alemana (1845)
y luego en el Manifiesto
del Partido Comunista(1848), Marx y Engels afirman el
papel histórico motor de la lucha de clases y definen el antagonismo moderno
que opone al proletariado y la burguesía. Precisan así un análisis emprendido
primero por Engels en
su estudio sobre La
situación de la clase obrera en Inglaterra. El proletariado se
define por su lugar en el seno de un modo de producción y de las relaciones
sociales que le corresponden. Es a la vez la clase que produce las riquezas sin
poseer medios de producción y la que está llamada, por eso mismo, a la
transformación radical del capitalismo.
3/
En fin, en El Capital y
en el amplio conjunto de sus manuscritos preparatorios, el descubrimiento de la
plusvalía y de su origen, la fracción de tiempo de trabajo no pagada que se
apropia el capitalista, permite a Marx precisar
esta noción y exponer su dimensión dialéctica. El proletariado no es ante todo
pobre, está desposeído de la riqueza social que crea. Como resultado, su unidad
y su identidad de clase se constituyen en contradicción con el carácter privado
de la apropiación burguesa y tienen por objetivo el comunismo. Pero, por otro
lado, el proletariado sufre también una competencia viva entre sus miembros,
competencia mantenida por la clase capitalista y que obstaculiza poderosamente
su toma de conciencia unitaria y su papel revolucionario.
El
proletariado en el sentido marxiano es una noción que se pretende socialmente
descriptiva pero que presenta siempre al mismo tiempo una dimensión política y
filosófica constitutiva. Quisiera insistir principalmente en el primer momento
de esta construcción.
En
efecto, desde la Introducción
a la Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel,
redactada a partir de finales de 1843, Marx desarrolla su tesis concerniente
al papel histórico del proletariado moderno, y más particularmente del
proletariado alemán. Ahora bien, lejos de proponer sustituir el pueblo por el
proletariado, se encuentra precisamente allí la puesta en relación dialéctica
de las nociones de proletariado y de pueblo. De una parte, Marx distingue dos
historias nacionales y dos escenarios de emancipación: “hemos compartido, en efecto, las
restauraciones de los pueblos modernos (die modernen Wölker) sin compartir sus
revoluciones. Hemos conocido restauraciones, en primer lugar, porque otros
pueblos han osado hacer una revolución, y en segundo lugar porque otros pueblos
han sufrido una contrarrevolución” (Marx, 1843 [1975]: p. 199).
Aquí,
las nociones de pueblo y de revolución (o de contrarrevoluciones) se hacen
inmediatamente eco. Hay culturas políticas populares, y esas culturas políticas
conducen a determinarse a favor o en contra de la revolución, teniendo esta
última ante todo por modelo la “gran” revolución antifeudal francesa. En
relación con este horizonte, que liga pueblo y revolución antifeudal como
entidades políticas asociadas, indisociables incluso, Marx va a utilizar
la noción de proletariado para ligarla a un nuevo tipo de revolución, más
avanzada, que se puede calificar de anticapitalista o de comunista,
radicalizando la revolución precedente. Resulta de lo anterior, por una parte,
que las luchas alemanas, por atrasadas que estén, presentan sin embargo un
alcance universal, al igual que en su tiempo la Revolución francesa.
Se
encontrará posteriormente, mucho más desarrollada, la idea de que las luchas
emancipatorias de un pueblo importan a la suerte de todos los demás. Desde este
punto de vista, la solidaridad con los pueblos oprimidos es bastante más que
filantropía. Por decirlo de otra manera, no es solo de naturaleza moral, es de
orden fundamentalmente político: “E
incluso para los pueblos modernos, esta lucha contra el contenido limitado del
statu quo alemán no puede estar privada de interés, pues el statu quo alemán es
la realización confesa del antiguo régimen y el antiguo régimen es el defecto
oculto del Estado moderno” (Marx, 1843 [1975]: p. 201).
Así,
la noción de “pueblo” conserva su validez, a pesar de sus límites, debido al
mantenimiento del Antiguo Régimen, incluso en el seno de las naciones que han
realizado su revolución antifeudal. En otros términos, esta revolución parcial
e inacabada se hace matriz de revoluciones más radicales, de la misma forma que
los pueblos se determinan como clases populares ellas mismas más o menos
radicales, siendo el proletariado el nombre de esta radicalización popular, a
la vez social y política.
Es
en este punto en el que se encuentra una definición del proletariado muy
original: a la vez fracción del pueblo, representa al pueblo entero y
tendencialmente a la misma humanidad, debido a la condición que sufre al mismo
tiempo que a las exigencias políticas y sociales de la que es portadora. Lejos
de proponer una secesión social, que aislaría al proletariado de las demás
componentes y haría de él una vanguardia social y política, es claramente como
representante universal, representante de hecho del sufrimiento, de la
explotación y de la voluntad de emancipación, como el proletariado adopta sus
contornos y se singulariza, como clase ofensiva, apta para organizarse
políticamente.
Pero
inmediatamente hay que precisar que en virtud de esta dimensión universal la
revolución que viene no es, no será una simple revolución política. “¿Dónde reside la posibilidad positiva de
la emancipación alemana?”, se pregunta Marx. Y responde:
En la formación de una clase radicalmente esclavizada, de una
clase de la sociedad civil que no sea una clase de la sociedad civil, de un
estado social que sea la disolución de todos los estados sociales, de una
esfera que posea un carácter de universalidad por la universalidad de sus
sufrimientos (…), que no pueda ya apelar a un título histórico sino solo al
título humano (…), de una esfera en fin que no pueda emanciparse sin
emanciparse de todas las demás esferas de la sociedad y sin emancipar por ello
a las demás esferas de la sociedad, que sea, en una palabra, la pérdida total
del hombre y no pueda por tanto reconquistarse sin una reconquista total del
hombre. Esta disolución de la sociedad realizada en un estado social
particular, es el proletariado (Marx,
1843 [1975]: p. 211).
Marx no cambiará jamás de opinión en cuanto al carácter humano,
es decir universalmente humanizante, de la emancipación social. En cambio, tras
haber entrado en lo que llama el “laboratorio
de la producción”, es decir, tras haber emprendido la crítica de le
economía política, desarrollará una concepción más compleja y menos optimista
del proletariado como clase ofensiva, dejando cada vez más lugar a las
contradicciones que le dividen consigo mismo. La competencia obrera está a la
vez inscrita en las relaciones de producción capitalistas y sistemáticamente
instrumentalizada por la burguesía, en particular por su fracción industrial.
Pero insistirá igualmente en la emergencia, en el marco de la gran industria
naciente, del trabajador polivalente, portador de una cultura y de facultades
humanas desarrolladas, lejos de todo miserabilismo y de toda “victimización”.
En fin, dejará lugar a la complejidad del proceso político que debe llegar a la
abolición de la apropiación privada de las riquezas socialmente producidas, al
comunismo por tanto.
En
cualquier caso, la concepción de la relación entre proletariado y pueblo se
revela desde el comienzo contradictoria, o más exactamente: eminentemente
dialéctica, lo que es bastante diferente. Pues Marx, ya trate de
política o de economía, no deja de ser filósofo. Aquí, la singularidad es el
lugar en que emerge lo universal, no el lugar de formación de una identidad
separada y cerrada sobre sí misma. Lo mismo ocurrirá con las nacionalidades:
división de la humanidad en entidades políticas jamás completamente aisladas,
las naciones son en ciertos casos y en ciertos momentos portadoras de una
historia emancipatoria que les hace universales.
II. Pueblos en lucha y liberaciones nacionales
Así,
paralelamente a la especificación social y política de las clases en el marco
del modo de producción capitalista, la noción de pueblo sigue siendo sin
embargo utilizada por Marx para
pensar realidades nacionales diversas, irreductibles, en las que se especifican
singularmente las relaciones de clase. Sobre este punto, también, se atribuye
a Marx a
menudo una subestimación profunda de la cuestión de las nacionalidades y de las
diferencias nacionales, para poder pensar un proletariado de entrada
mundializado, formado de obreros que “no
tienen patria”, como proclama el Manifiesto del partido comunista (Marx
y Engels, 1848 [1986]: p. 83) en 1848, en vísperas de la “primavera de los pueblos” y
cuando se despiertan las conciencias nacionales. En esto, también, el análisis
marxiano es bastante más complejo de lo que se dice habitualmente.
De
una parte, Marx y Engels reconocen,
desde esa época, esta dimensión nacional, constitutiva de la construcción de
movimientos obreros distintos, dependiendo de un grado de desarrollo económico
y social dado, dependiendo igualmente de un nivel de cultura política
determinado: “aunque no sea,
en cuanto al fondo, una lucha nacional, la lucha del proletariado contra la
burguesía reviste al principio su forma. El proletariado de cada país debe, por
supuesto, acabar ante todo con su propia burguesía” (Marx y Engels,
1848 [1986]: p. 72).
Aquí,
la idea de nación tiende a reemplazar la idea anterior de pueblo, definido por
su antagonismo con la aristocracia. La nación es el marco de una relación
social que enfrenta a todas las clases, sean dominantes o dominadas. Pero el
análisis se sitúa igualmente a otro nivel: se detiene en la capacidad de
uniformización del mercado mundial por un lado, que entra en contradicción, por
el otro, con el mantenimiento, incluso el refuerzo, de las especificidades
nacionales. Así, Marx y Engels continúan
durante un tiempo pensando que es la revolución alemana, primero antifeudal o
burguesa, la que “no podrá ser
más que el preludio de una revolución proletaria” (Marx y Engels,
1848 [1986]: p. 106). Este escenario será profundamente conmocionado
posteriormente, y en varias ocasiones.
Si
la dimensión nacional es claramente tomada en consideración, Marx y Engels afirman al
mismo tiempo la fuerza de expansión mundial del capitalismo, fuerza estimada
primero socialmente homogeneizante, tesis que Marx corregirá
posteriormente. Se puede suponer que en un texto que tiene vocación de
manifiesto político se dediquen en primer lugar a hacer valer una perspectiva
que se calificará más tarde de “internacionalista”, de la misma amplitud que el
mercado mundial en vías de formación, pero portadora de perspectivas
completamente diferentes. De hecho, el texto que prolonga la célebre afirmación
de que “los obreros no tienen
patria” añade: “como
el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, erigirse en
clase nacional, constituirse él mismo en nación, es aún por eso nacional,
aunque en ninguna forma en el sentido en que lo entiende la burguesía”
(Marx y Engels, 1848 [1986]: p. 83). Se puede añadir, evidentemente: en ninguna
forma en el sentido en que los nacionalismos chauvinistas lo entenderán
posteriormente.
Marx y Engels continúan:
“las demarcaciones nacionales
y las oposiciones entre los pueblos desaparecen cada vez más con el desarrollo
de la burguesía, la libertad de comercio, el mercado mundial, la uniformidad de
la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden.
El proletariado en el poder las hará desaparecer”. Y algunas líneas
más adelante se lee: “el día
en que caiga la oposición de las clases en el interior de la nación caerá
igualmente la hostilidad de las naciones entre sí” (Marx y Engels,
1848 [1986]: p. 83). Internacionales, pero solo por anticipación; las luchas de
los proletariados nacionales tienen claramente la nación como marco pero no
como objetivo.
¿Es
aún el proletariado aquí, al menos durante un tiempo, la figura del pueblo, o
más exactamente, su reconfiguración social y política? Sí y no. No, si se tiene
en cuenta el argumentario que acabo de precisar. Sí, sin embargo, en el marco
de luchas nacionales que tienen por objetivo la emancipación. En este caso
aparece un paralelismo entre la lucha del proletariado, en un marco nacional
cualquiera, y la lucha de ciertos pueblos, a los que la opresión sufrida
confiere un papel histórico mayor y, una vez más, un alcance universal.
La
palabra “pueblo” ve entonces coincidir sus dos sentidos, fundidos en una nueva
definición. El pueblo es a la vez una entidad política delimitada
nacionalmente, pero es también la entidad social que lucha con y contra otras,
en el plano internacional: digamos que el alcance descriptivo o analítico del
término encuentra de nuevo su dimensión política, abierta a las
radicalizaciones que Marx desea.
Si el término “pueblo” no se convierte, sin embargo, en ocasión de una
teorización separada, no desaparece del vocabulario marxiano porque solo él
permite comprender los movimientos de independencia nacional en tanto que
luchas también portadoras de universalidad, y esto más allá incluso de su
componente proletaria. Este es por supuesto el caso cuando se producen las
luchas campesinas contra una potencia colonial.
Esta
recuperación abre una reflexión nueva y completamente esencial sobre las
perspectivas de revolución comunista. Pues, a partir de ahí, Marx va a
orientarse hacia escenarios que escapan a toda concepción lineal y no hacen de
la constitución de un proletariado nacional la condición sine qua non de la
emancipación. Dicho de otra forma, llega a pensar que es posible acceder al
comunismo sin pasar necesariamente por la vía capitalista. Y la noción de
pueblo es finalmente y de nuevo la más utilizable para pensar estos procesos
diferenciados.
En
efecto, Marx va
a abandonar durante los años 1850 la tesis del alcance civilizador de la
colonización, de la que se encuentran a veces huellas en sus textos anteriores.
A la luz en particular de las situaciones india y china, que estudia entonces,
juzga que la peor barbarie se encuentra en realidad del lado de los colonos
británicos. Paralelamente, se interesa y toma partido a favor de Polonia e
Irlanda, a favor de los antiesclavistas americanos, antes de emprender sus
análisis sobre Rusia.
El
caso de Irlanda es particularmente interesante, en lo que concierne a la
relación entre pueblo, clase obrera y nación tal como Marx se esfuerza
por concebir, modificando con el paso del tiempo sus concepciones iniciales. Me
apoyo aquí en la notable obra de Kevin
Anderson: Marx
at the Margins (2010). En sus artículos y sus declaraciones de
aquella época sobre Irlanda, Marx combina
las cuestiones de clase, de identidad étnica y de realidades nacionales, ya
abordadas precedentemente.
En
Irlanda, el proletariado se presenta como fracción del proletariado británico,
fracción sobreexplotada y dominada. Al mismo tiempo, Irlanda se presenta como
colonia británica, que lucha por su independencia nacional. Frente a esta
situación compleja, por una parte, Marx y Engels aconsejan a
los revolucionarios irlandeses dar toda su importancia a la cuestión de las
clases y les reprochan la utilización de la violencia tanto como la fijación
religiosa identitaria.
Por
otra parte, Marx llega
poco a poco a considerar que el movimiento irlandés es el punto de apoyo de las
luchas obreras inglesas, y no a la inversa. En una carta a Engels del 10 de diciembre de
1869, escribe:
durante mucho tiempo he pensado que era posible derrocar el
régimen actual de Irlanda gracias al ascenso de la clase obrera inglesa (…) Sin
embargo, un análisis más en profundidad me ha convencido de lo contrario. La
clase obrera inglesa no hará jamás nada mientras no se libre de Irlanda. Es en
Irlanda donde hay que poner la palanca. Por eso la cuestión irlandesa es tan
importante para el movimiento social en general (Marx y Engels, 1984: p. 232).
Presente
igualmente en el suelo inglés, la clase obrera irlandesa es motivo de
disensiones internas en el movimiento obrero, que paralizan a este último y que
son deliberadamente mantenidas por la patronal inglesa, siguiendo el modelo del
racismo y del esclavismo norteamericano. En este punto, Marx concede una
conciencia muy superior a la clase capitalista, mientras que la clase obrera,
ya sea irlandesa o inglesa, no logra superar su antagonismo, con la lucha de
razas y la xenofobia tomando preeminencia sobre las luchas de clase, que
deberían lógicamente federar a proletariado británico y subproletariado
irlandés.
Para
concluir sobre el considerable alcance político de estas reflexiones, me
parecen importantes dos puntualizaciones:
La
primera se refiere al famoso debate que opondrá a Marx y Bakunin en el seno
de la I Internacional. Se conoce la acusación de autoritarismo y de estatalismo
dirigida por Bakunin a Marx. Se sabe menos que
esta oposición se refiere también a la situación en Irlanda. Pura distracción,
para los bakuninistas, la causa irlandesa hace daño, en su opinión, a la causa
revolucionaria. Para Marx,
es una componente de ella, al contribuir la emancipación de los pueblos
oprimidos a la emancipación obrera, y más en general a la emancipación humana.
La
segunda se refiere a a especificidad de la sociedad irlandesa: Irlanda es ante
todo una colonia agrícola de Inglaterra, lo que incita a los independentistas a
hacer de la insurrección campesina el punto de partida de la revolución
nacional. El pueblo irlandés lucha ante todo contra la oligarquía inglesa de la
tierra. Marx da
entonces a la cuestión de la propiedad de la tierra un papel político clave,
como punto de partida de una revolución social en la propia Inglaterra.
Esto
plantea a la vez el problema de las alianzas de clase, en particular el de la
alianza de la clase obrera y el campesinado, muy lejos de la idea de que el
proletariado sería él solo la clase destinada a dirigir la historia y a dirigir
las revoluciones. Por otra parte, este análisis se inscribe en la reflexión
cada vez más afinada de Marx sobre
vías de desarrollo no capitalistas. En estos casos, que conciernen a muchas
sociedades en el mundo, que analiza con más o menos precisión (China, India,
Rusia, México, Perú, Argelia, etcétera), la revolución comunista no tiene como
previo la industrialización capitalista y la formación de una clase obrera.
Desaparece
entonces toda concepción lineal de la historia, y la sucesión obligada de los
modos de producción cede su lugar a una atención sobre formas de propiedad
tradicionales, comunales. Para Marx,
estas formas persistentes podrían proporcionar el punto de partida concreto de
una reorganización económica y social igualitaria, ahorrándose el paso de
ciertos pueblos por el capitalismo y los sufrimientos que este conlleva.
Conclusión
Como
se ve, la figura del proletariado es compleja. Para entenderla, hay que tener
en cuenta la especificidad de su formación nacional y por tanto ponerla
obligatoriamente en relación con la idea de pueblo. Pero, según Marx, es preciso
también, a medio plazo, apuntar a una emancipación que sepa superar las
barreras nacionales y los antagonismos, sin unificar a pesar de ello las vías
políticas, ni las culturas en el seno de un guión unitario, preescrito, de
superación del capitalismo. La atención a la periferia no occidental del
capitalismo, cuya importancia se revelará plenamente en el marco de las
descolonizaciones del siglo XX, se encuentra ya en el propio Marx, que contempla que
determinadas sociedades puedan pasar al comunismo sin pasar por el capitalismo,
ahorrándose así su violencia social y su barbarie colonial.
En
total, se puede concluir que el proletariado no es una categoría sociológica
estable, aún menos el nombre de un sujeto unificado de la historia, sino una
construcción dinámica, siempre definida por su antagonismo con ciertas clases y
sus alianzas con otras clases sociales. Este antagonismo tanto como estas
alianzas hay que concebirlas ante todo como construcciones políticas, según una
perspectiva estratégica que a veces faltará al marxismo posterior, pero que
será retomada por algunas de sus componentes.
Y
debido a esta plasticidad de la noción, la categoría de pueblo se mantiene, con
el objetivo de pensar el carácter siempre nacional de tal construcción. Sin
embargo, el pueblo no es jamás tampoco una entidad sustanciada o fijada. Es,
pues, claramente la dialéctica proletariado-pueblo, sometida al examen preciso
de lo que es en cada situación histórica, lo que da sentido, es decir abre (o
cierra) perspectivas políticas de emancipación que, por su parte, apuntan
claramente, a fin de cuentas, a la humanidad entera.
Isabelle Garo es filósofa. Ha
publicado entre otras obras L’idéologie ou la pensée embarquée (La fabrique,
2009), Foucault, Deleuze, Althusser. La politique dans la philosophie
(Demopolis, 2011) y Lʼor des images. Art – Monnaie – Capital (La ville brûle,
2013).
Bibliografía citada
Anderson, K. B.
(2010) Marx at the
Margins -On Nationalism, Ethnicity and Non-Western Societies. Chicago:
The University of Chicago Press.
Guilhaumou, J. (2008)
“De peuple à prolétaire(s):
Antoine Vidal, porte-parole des ouvriers dans LʼEcho de la Fabrique en
1831-1832”, Semen, 25, pp. 101-115.
Marx,
K. (1843 [1975]) Critique du droit politique hégélien, “Introduction à la Contribution à la
critique de la philosophie du droit de Hegel”, trad. A. Baraquin,
París, Editions sociales. Ver en castellano en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1844/intro-hegel.htm.
Marx,
K.
y Engels, F. (1848 [1986]) Le
manifeste du parti communiste, trad. G. Cornillet, París,
Messidor/Editions sociales. En castellano: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48- manif.htm
—
(1984) Correspondance, vol. X, trad. G. Badia et J. Mortier, París, Editions
sociales.