Marcos Salgado
CLAE / Rebelión
La apabullante coyuntura venezolana tiene elementos
que permanecen constantes, y que probablemente explican por qué Venezuela está
lejos de los discursos apocalípticos de algunos presidentes de la región y de
dirigentes opositores.
Repasar los hechos salientes del 2018 en Venezuela
lleva varias veces a la misma pregunta: “¿eso pasó este año? Una elección
presidencial adelantada, nueva victoria de Maduro, una hiperinflación de millón
por ciento no resuelta por un plan económico anunciado como la salvación, un
dron que explota cerca del presidente… Después abrazo con Erdogan y Putin y
bombarderos supersónicos intercontinentales que parecen reeditar los ¿viejos?
tiempos de la guerra fría. Todo en un año.
Pero la apabullante coyuntura venezolana tiene
también otros elementos que permanecen constantes, y que probablemente explican
por qué Venezuela está lejos de los discursos apocalípticos de algunos
presidentes de la región y de dirigentes opositores.
Uno de los elementos que no varió, o varió poco, en
2018 es la hegemonía política ejercida desde el Palacio de Miraflores. El
gobierno manejó los tiempos del pulso político, ante una oposición
autodesactivada tras sucesivas ausencias en las urnas y (otra constante)
absoluta carencia de liderazgo.
Permanece también el limbo institucional de la
Asamblea Nacional de mayoría opositora. Ya ni sus medios de comunicación
adscriptos cubren sus sesiones, si es que realmente éstas se realizan. Nadie
parece saberlo bien, mucho menos los ciudadanos que les otorgaron la victoria, en
el lejano 2015.
Tampoco varió el panorama económico. ¿Puede
mantener hegemonía política un gobierno que parece no controlar nada en la
economía?, en Venezuela, sí. El plan económico lanzado con bombos y platillos
en agosto se quedó a mitad de camino. No fue lo que reclamaban los empresarios
y no resolvió las penurias diarias de los ciudadanos de a pie. La inflación se
aceleró aún más, superando con creces el aumento también desmesurado del dólar
paralelo.
El Estado no logró controlar los precios, ni defender
el nuevo signo monetario, el Bolívar Soberano. También quedaron en los papeles
otras medidas que asomaban como indispensables, como el aumento de la gasolina
(hoy un tanque de combustible se llena con 0,0024 bolívares de los nuevos, pero
no hay monedas ni billetes para descender a ese no-valor).
Un censo automotor que convocó a multitudes que
esperaban acceder a un inminente sistema de distribución de combustible con
subsidios quedó en la nada. Se suponía que aquellos que no se adhirieran al
sistema pagarían el combustible a precios internacionales. Pero no, la navidad
encuentra a los venezolanos (a todos, los que tienen un automóvil económico y a
los de camionetas de mil cilindros) cargando gratis, o casi gratis (algo hay
que dejarle al empleado de la estación de servicio).
Pero la debacle económica y la ausencia de
soluciones no necesariamente aumenta la tensión social. O al menos no a límites
incontrolables. Las venezolanas y venezolanos parecen listos para encarar una
Navidad manteniéndose a flote. En Caracas se vieron largas colas para comprar y
comprar, a precios viles y no tanto. Probablemente en eso se fueron,
parcialmente, las últimas remesas de ciudadanos en el exterior, una fuente de
ingresos cuyo volumen es difícil de mensurar pero que nadie niega que existe y
crece.
Así, Venezuela transita hacia el 10 de enero. La
fecha en la que algunos esperan (especialmente fronteras afuera) que pase de
todo, pero tal vez no pase nada. El gobierno ya adelantó sus fichas y advirtió
que los países que no reconozcan el nuevo mandato de Nicolás Maduro pueden
cerrar sus embajadas.
La reciente tensión diplomática entre Colombia y
Venezuela. (Bogotá deportó a un ciudadano venezolano vinculado a la embajada,
Caracas contestó expulsando al Cónsul General de Colombia) puede seguir en
ascenso. A eso se sumarán posicionamientos de países de la región que
desconocerán a Maduro y el nuevo régimen de Brasil también moverá piezas, tal
vez no sólo retóricas.
El gobierno de Maduro también exhibió apoyos. A la
visita del presidente turco Erdogan se sumó la visita con foto de Maduro a
Putin en Moscú. El ruso dijo que “intercambiaron notas” sobre la situación en
América (como hacen los aliados).
Y enseguida volaron dos cazabombarderos
intercontinentales rusos al aeropuerto de Maiquetía en medio de versiones de
que son apenas la antesala de una estancia más prolongada de este tipo de naves
en la isla de La Orchila, en el caribe venezolano, muy cerca de Caracas. “Ojalá
hubiera no una sino diez bases (rusas)”, dijo el presidente de la Asamblea
Nacional Constituyente, Diosdado Cabello.
De esta forma, la movida anunciada del (parcial)
desconocimiento internacional a Maduro a partir de su juramentación para el
mandato 2019 – 2025 parece perder fuerza. No parece el gobierno estar quedando sin
cartas.
Por el contrario, todavía se pueden cerrar los
tiempos de la Constituyente, aprobar una nueva Carta Magna y revalidar los
poderes (al menos el ejecutivo y el legislativo) en nuevas elecciones
adelantadas que tomarían a contrapierna, de nuevo, a una oposición que ni de
lejos tiene candidato. Elecciones que podría ganar el mismísimo Nicolás Maduro,
y que dejaría sin argumentos a la comunidad internacional.
Parece
demasiado, pero nunca se sabe en la Venezuela donde nada pasa y pasa todo.
Marcos Salgado: Periodista argentino del equipo fundacional
de Telesur. Corresponsal de HispanTv en Venezuela. Analista asociado al Centro
Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)