La
geoingeniería y la destrucción creativa de la Tierra por el capitalismo
Por John Bellamy Foster
Monthly Review
Se está
quemando un fusible corto. Al ritmo actual de crecimiento de las emisiones
mundiales, se estima que la atmósfera alcanzará en menos de dos décadas el
billón de toneladas métricas de las emisiones acumuladas de carbono,
desbordando el presupuesto mundial del carbono [1] [*]. Esto marcaría el inicio
de un período de peligrosos cambios climáticos que resultarían ser irreversibles,
afectando al clima durante siglos, si no milenios.
Aún si hoy mismo toda la
economía mundial fuera a cesar de emitir dióxido de carbono, el carbono
excedente ya acumulado en la atmósfera ya asegura virtualmente que continuará
el cambio climático, con efectos dañinos para la especie humana y la vida en
general. Sin embargo, cuando se llegue a aumentar 2 grados centígrados sobre la
temperatura promedio, asociada con un nivel de concentración de carbono en el
medio ambiente de 450 ppm (partes por millón), esto nos llevará a una situación
cualitativamente diferente. En ese momento, entrarían en acción las
retroalimentaciones climáticas, amenazando catapultar las temperaturas globales
promedio a 3°C o 4°C por encima de los niveles preindustriales en este siglo,
lo que ya sucederá durante la vida de muchas personas que habitan hoy en
nuestro planeta. La situación se agrava por la emisión de otros gases de efecto
invernadero, que incluyen al metano y al óxido nitroso.
Los enormes peligros que presenta a la humanidad de
conjunto el rápido cambio climático, y la incapacidad para enfrentarlos por
parte de la estructura político-económico capitalista existente, simbolizado
por la presencia de Donald Trump en la Casa Blanca, han engendrado una búsqueda
desesperada de “soluciones técnicas”, bajo la forma de una geoingeniería,
que es como se define al conjunto de intervenciones humanas masivas y
deliberadas para manipular al clima del planeta como un todo.
A la geoingeniería ahora la están impulsando
entusiastamente la clase multimillonaria, representada por figuras como Bill
Gates y Richard Branson; las organizaciones ambientalistas como el Environmental
Defense Fund (Fondo de defensa ambiental) y el Natural
Resources Defense Council (Consejo de defensa de los recursos
naturales); los comités de expertos como el Instituto Breakthrough y el Climate
Code Red (“Código rojo climático”); y las empresas extractivas de
combustibles fósiles , como Exxon Mobil y Shell; y también los gobiernos de los
EE. UU., el Reino Unido, China, y Rusia. El Panel Intergubernamental sobre el
Cambio Climático (siglas en inglés: IPCC), ha incluido las estrategias de
emisiones negativas, basada en la geoingeniería, bajo la forma de Bio-Energía
con Captura y Almacenamiento de Carbono (siglas en inglés: BECCS) en casi todos
sus modelos climáticos. Incluso algunas figuras en la izquierda política (donde
recientemente se han impuesto en algunos círculos las ideas “aceleracionistas”)
se han aferrado a la geoingeniería como un deus ex machina; lo que
es una manera de defender una estrategia económica y tecnológica
eco-modernista, como puede comprobarse en una cantidad de contribuciones al
número de Verano 2017: “Earth, Wind, and Fire” de la revista Jacobin [2].
De acuerdo al climatólogo James Hansen [3], para
que el sistema Tierra evite llegar a 450 ppm de concentración de carbono en la
atmósfera, y vuelva al promedio de la época del Holoceno de 350 ppm, se
necesitará hacer emisiones negativas por medios tecnológicos, y por lo tanto la
geoingeniería, por lo menos en una escala limitada. Sin embargo, la estrategia
de Hansen, como la de la mayoría de otros científicos, sigue basándose en el
sistema actual. O sea, excluye la posibilidad de una revolución ecológica a
gran escala, que implique la auto-movilización de la población en torno a la
producción y el consumo. Lo que sigue siendo cierto es que todo intento de
implementar la geoingeniería (aún en la forma de esquemas tecnológicos para la
eliminación del carbono) como la estrategia dominante para abordar el
calentamiento global, subordinada a los fines de la acumulación del capital,
resultaría ser fatal para la humanidad. Los costos de esa acción, la carga que
pondría sobre las generaciones futuras, y los peligros para las especies
vivientes, incluyendo la nuestra, son tan grandes, que el único curso racional
es una larga revolución ecológica, dirigida a la reducción más
rápida posible del dióxido de carbono y las emisiones de otros gases de efecto
invernadero, unida a un énfasis en la agroecología y la restauración de
ecosistemas globales, incluyendo bosques, para absorber el dióxido de carbono
[4]. Esto necesitaría ser acompañado por una reconstitución de largo alcance de
la sociedad en su mayor parte, re-instalar a un más alto nivel las prácticas
colectivas e igualitarias, que habían sido socavadas por el crecimiento del
capitalismo.
La geoingeniería del planeta bajo el régimen del
“capital fósil”[**]
La geoingeniería como idea data del período de los
primeros descubrimientos del rápido cambio climático antropogénico. Comenzando
a principios de la década de 1960, Mijail Budyco, el principal climatólogo de
la Unión Soviética (y en esa época, del mundo), fue el primero en lanzar una
serie de advertencias sobre el carácter inevitable del cambio climático
global acelerado en el caso de sistemas basados en la combustión de
combustibles fósiles [5]. Aunque hacía tiempo que se había reconocido la
existencia del cambio climático antropogénico, lo nuevo fue el descubrimiento
de importantes retroalimentaciones climáticas, como el derretimiento del hielo
ártico y la interrupción del efecto albedo cuando el hielo blanco era
reemplazado por el color azul del agua de mar, incrementando la cantidad de
radiación solar absorbida por el planeta y el aumento de la temperatura global
promedio. En 1974, Budyco propuso, como una posible solución al cambio
climático, el uso de aviones de gran altura para soltar partículas de sulfuro
(creando una especie de aerosoles de sulfato) en la estratósfera. Con ello se
pretendía imitar el rol que jugaba la acción volcánica al lanzar sulfuro en la
atmósfera, creando así una barrera parcial, limitando el ingreso de la
radiación solar. Su argumento se basaba en que las economías capitalistas, en
particular, no podrían restringir el crecimiento en que se basaba la
acumulación del capital, con el uso de la energía y sus emisiones, a pesar del
peligro que significaba para el clima [6]. Por consiguiente, había que explorar
alternativas tecnológicas para estabilizar el clima. Pero recién en 1977, cuando
el físico italiano Cesare Marchetti propuso un esquema para capturar las
emisiones de dióxido de carbono provenientes de las plantas de energía
eléctrica y utilizar tuberías para secuestrarlo y retenerlo en las
profundidades oceánicas, fue que apareció la palabra “geoingeniería” [7].
La propuesta precursora de Budyco, de usar
partículas de sulfuro para bloquear una parte de los rayos solares, conocida
ahora como “inyección estratosférica por aerosol”, y la temprana idea de
capturar y secuestrar el carbono en el océano, representan los dos primeros
abordajes a la geoingeniería (respectivamente, la administración de la
radiación solar (SRM) y la eliminación de dióxido de carbono (CDR). El SRM fue
diseñado para limitar la radiación solar que llega a la Tierra. Y el CDR
procura capturar y eliminar el carbono para disminuir la cantidad que entra en
la atmósfera.
Además de la inyección estratosférica por aerosol,
hay otro abordaje al SRM que ha ganado adherentes con influencia en los últimos
años, que es abrillantar las nubes marinas. Esto implicaría enfriar la tierra
modificando las capas bajas de estratocúmulo que cubren alrededor de una
tercera parte de los océanos, haciéndolas más reflectantes. En un escenario
estándar, una flota especial de 1.500 barcos no tripulados, controlados por
satélite, recorrerían los océanos, esparciendo en el aire gotas
submicrométricas de agua de mar que se evaporarían dejando residuos salinos.
Estas partículas brillantes de sal reflejarían la radiación solar que ingresa.
También actuarían como núcleos de condensación de las nubes, aumentando su área
superficial, con el resultado de que habría aún más reflexión de la radiación
solar.
En la actualidad, tanto la inyección estratosférica
por aerosol como el abrillantamiento de las nubes marinas son ampliamente
criticadas por suponer enormes riesgos además del propio cambio climático,
aunque solo abordan los síntomas y no las causas del mismo. La primera, que
sería suministrada a la estratósfera por medio de tubos, cañones, aeróstatos, o
aviones, podría alterar al ciclo hidrológico global con enormes efectos
impredecibles, conduciendo probablemente a sequías masivas en importantes
regiones del planeta. Se teme que podría terminar con el sistema del monzón en
la India, perturbando la agricultura para 2 mil millones de personas [8].
También se teme que podría afectar a la fotosíntesis y la producción agraria en
gran parte del mundo [9]. La inyección de partículas de sulfuro en la atmósfera
podría contribuir a la reducción de la capa de ozono [10]. Gran parte del
sulfuro excedente podría cayendo en la tierra, generando la lluvia ácida [11].
Lo más preocupante de todo, la inyección estratosférica por aerosoles tendría
que ser repetida año tras año. En el caso de terminar bruscamente este tratamiento,
el ascenso en la temperatura asociada con el carbono adicional acumulado
aparecería casi inmediatamente con la temperatura mundial subiendo posiblemente
2 o 3°C en una década, que es un fenómeno conocido como el “problema de la
terminación” [12].
Como sucedería con la inyección estratosférica por
aerosoles, el abrillantamiento de las nubes marinas podría afectar
drásticamente al ciclo hidrológico de maneras impredecibles. Por ejemplo,
podría general una severa sequía en la región del Amazonas, secando al
ecosistema terrestre más vital del mundo con efectos incalculables y
catastróficos para la estabilidad el sistema de la Tierra [13]. Muchos de los
peligros del abrillantamiento de las nubes son similares a los de la anterior
medida. Como otras formas de la SRM, no haría nada para detener la
acidificación de los océanos causada por los crecientes niveles de dióxido de
carbono.
La primera forma de la CDR en atraer la atención
por parte de grupos con intereses económicos e inversores fue la idea de fertilizar
los océanos con hierro, fomentando así el crecimiento del fitoplancton, de modo
de promover una mayor absorción oceánica de carbono. Ha habido una docena de
experimentos en esta área y las dificultades relacionadas con este proyecto han
resultado ser muchísimos. Los efectos sobre los ciclos del fitoplancton, del
zooplancton y una multitud de otras especies marinas hasta llegar a las
ballenas al final de la cadena alimentaria son indeterminados. Aunque algunas
partes del océano se volverían más verdes debido al hierro adicional, otras
partes se volverían más azules, más carentes de vida, porque estarían privadas
de los nutrientes –nitratos, fósforo y sílice- necesarios para el crecimiento
[14]. Hay evidencias que sugieren que gran parte del carbono asimilado por el
océano quedaría en la superficie o en los niveles intermedios del mismo, y solo
una pequeña parte llegaría a las profundidades oceánicas, para ser retenida en
forma natural [15].
Entre los diversos proyectos de la CDR, es la
BECCS, debido a su propuesta de hacer emisiones negativas, la que hoy atrae el
mayor apoyo. Esto es porque parece permitir a las naciones rebasar los
objetivos relacionados con el clima, sobre la base de que el carbono podría ser
eliminado de la atmósfera en décadas posteriores. Aunque en la actualidad la
BECCS existe mayormente como un modelo de computadora aún no sometido a
ensayos, ahora se lo incorpora en casi todos los modelos climáticos utilizados
por el IPCC [16]. Tal como se lo ha diseñado, la BECCS quemaría cultivos
agrícolas para generar electricidad, con la captura y el almacenamiento
subterráneo del dióxido de carbono resultante. En teoría, dado que los cultivos
pueden ser considerados como neutrales en carbono, pues inicialmente toman el
dióxido de carbono de la atmósfera y al final del proceso lo liberan
nuevamente- la BECCS, al quemar la biomasa, luego capturar y retener las
emisiones de carbono, sería un medio de generar electricidad, aunque al mismo
tiempo daría por resultado una reducción neta del carbono atmosférico.
Sin embargo, en el momento en que se pasa de lo
abstracto a lo concreto, se comienza a cuestionar la factibilidad de este
proyecto. Los modelos de nivel medio del IPPC que se proyectan son para
eliminar 630 gigatoneladas de dióxido de carbono de la atmósfera, que son
alrededor de dos tercios del total emitido entre la Revolución Industrial y el
año 2011 [17]. Esto se llevaría a cabo en gigantescas plantaciones de cultivos
comerciales, gestionadas por agroempresas. Para eliminar un billón de toneladas
de dióxido de carbono de la atmósfera, como se prevé en los escenarios más
ambiciosos, habría que ocupar una superficie de tierra que duplicaría el tamaño
de la India (o igual al de Australia), o sea aproximadamente tanta tierra como
la que se cultiva en la actualidad, lo que exigiría proveer tanta agua dulce
como la que se utiliza hoy en día para la agricultura a nivel mundial [18]. El
climatólogo James Hansen -que ha señalado críticamente que las emisiones
negativas se han “propagado como un cáncer” en los modelos climáticos del IPCC-
ha estimado que el costo para implementar la BECCS en la escala proyectada
exigiría cientos de billones de dólares, con un “costo mínimo estimado” de
alrededor de 570 billones de dólares para este siglo [19]. Los efectos de la
BECCS –usada como un mecanismo primordial y diseñado para evitar la
confrontación con el actual sistema de producción- significarían por
consiguiente el desplazamiento masivo de los pequeños agricultores y de la
producción mundial de alimentos.
Por otra parte, se ha demostrado que la idea de que
las formas de la producción agrícola comercial en gran escala presupuestas en
los modelos de la BECCS serían neutrales en carbono y que de este modo darían
por resultado emisiones negativas con la retención del carbono, resulta ser
exagerada o falsa cuando se toman en cuenta sus efectos mayores en la tierra a
nivel global. Se supone que el cultivo agrícola de la BECCS tendrá lugar en
enormes plantaciones de monocultivo, desplazando otras formas de uso de la tierra.
Sin embargo, los ecosistemas biológicamente diversos tienen sustancialmente
mayores índices de retención de carbono en el suelo y la biomasa que los que
tienen los de monocultivo [20]. Una alternativa a la BECCS en la promoción de
retención de carbono sería promover una restauración ecológica masiva,
planetaria, incluyendo la reforestación, junto a la promoción de una
agroecología diseñada sobre las formas tradicionales de la agricultura,
organizada alrededor del reciclamiento de nutrientes y de métodos adecuados
para mejorar el suelo [21]. Esto evitaría la grieta metabólica asociada con los
monocultivos de los agronegociosos, que son menos eficientes en lo que respecta
a la producción de alimentos por hectárea y en la retención del carbono.
Otro “arreglo tecnológico” generalmente
recomendado, la captura y retención del carbono (CCS) no es estrictamente una
forma de geoingeniería, pues está dirigida a capturar y retener las emisiones
de carbono de determinadas plantas de energía eléctrica, como las centrales
térmicas a carbón. Sin embargo, la promoción de una infraestructura de CCS a
escala planetaria como medio de abordar el cambio climático –eludiendo de ese
modo la necesidad de una revolución ecológica en la producción y en el consumo-
se la puede ver más bien como una forma de geoingeniería a escala planetaria,
debido a las inmensas dimensiones económicas y ecológicas proyectadas. Aunque
la CCS permitiría teóricamente quemar combustibles fósiles sin emisiones de
carbono en la atmósfera, la escala y los costos de las operaciones de CCS son
prohibitivos. Como escribe Clive Hamilton en Earthmasters: The Dawn of
the Age of Climate Engineering, la CCS para una sola planta del tamaño
“estándar a carbón de 1.000 megawatts (…) necesitaría 30 kilómetros de maquinarias
aspiradoras de aire y seis plantas químicas, con un espacio de 6 kilómetros
cuadrados” [22]. El experto en energía, Vaclav Smil, ha calculado que “para
secuestrar o retener solo una quinta parte de las emisiones actuales [año 2010]
de CO2, tendríamos que crear una industria mundial totalmente nueva de
absorción-concentración-condensación-transporte-almacenamiento cuya capacidad
anual debería ser alrededor de un 70 por ciento mayor que el volumen anual
ahora maneja la industria petrolera del crudo mundial, cuya inmensa
infraestructura de pozos, oleoductos, estaciones de compresión y
almacenamiento, llevó generaciones para construir” [23]. La captura y el
secuestro de las emisiones estadounidenses actuales de dióxido de carbono
exigirían 130.000 millones de toneladas de agua por año, que es igual a
alrededor de la mitad del flujo anual del Río Columbia. A esta nueva y
gigantesca infraestructura se la debería colocar encima de la actual
infraestructura del combustible fósil; todo ello para permitir que se continúe
quemando combustibles fósiles [24].
Un principio de precaución planetario para el
Antropoceno
Si la emergencia planetaria de nuestros días es un
producto de siglos de guerra contra el planeta, considerado como un mecanismo
de la acumulación del capital, a los proyectos de geoingeniería generados por
el capital fósil los podemos considerar como gigantescos proyectos para
permitir que el sistema siga librando esta guerra hasta su culminación. La
geoingeniería bajo el régimen actual de acumulación tiene como único objetivo
mantener intacto el status quo; sin perturbar las relaciones dominantes de la
producción capitalista y sin siquiera intentar suprimir a la industria del
combustible fósil, con la que está profundamente relacionada. Las ganancias, la
producción, y la solución a la pobreza energética en las partes más pobres del
mundo, se convierten así en las justificaciones para siga funcionando el actual
sistema del capital fósil, manteniendo a toda costa al régimen ambiental
capitalista. La mentalidad prometeica que yace detrás de ello ha sido bien
captada por una pregunta que hizo Rex Tillerson, cuando era CEO de la Exxon
Mobil Corporation, -sin rastro de ironía- en una reunión anual de accionistas
en 2013: “¿De qué sirve salvar al planeta si la humanidad sufre?" [25]
Toda la historia de las crisis ecológicas que
condujeron a la actual emergencia planetaria, marcada por numerosos desastres –
desde la destrucción casi total de la capa de ozono, la carga de nutrientes y
la propagación de zonas muertas en el océano, hasta el propio cambio climático,
sirve para subrayar la marcha de los disparates asociados con todo intento de
aplicar la geoingeniería a todo el planeta. La complejidad del sistema de la
Tierra nos asegura que podrían surgir consecuencias imprevisibles. Como lo
advirtió Frederick Engels en el siglo XIX: “No debemos… lisonjearnos demasiado
de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Esta se venga de nosotros
por cada una de las derrotas que le inferimos. Es cierto que todas ellas se traducen
principalmente en los resultados previstos y calculados, pero acarrean, además,
otros imprevistos, con los que no contábamos y que, no pocas veces,
contrarrestan los primeros”. [26]
Frente a la incertidumbre, acompañada de una
probabilidad extremadamente alta de infligir un daño incalculable al sistema de
la Tierra, es fundamental invocar lo que se conoce como el Principio de
Precaución cada vez que se plantea la cuestión de la geoingeniería planetaria.
Como lo ha explicado el economista ecológico Paul Burkett, la versión fuerte
del Principio de Precaución abarca necesariamente los siguientes puntos:
- El propio
Principio de Precaución, que dice que si una acción puede causar un
daño grave, tenemos que contrarrestarla con medidas para asegurar que no
tenga lugar la acción.
- El Principio
de la Inversión de la Carga, bajo el cual es responsabilidad de
quienes apoyan una acción demostrar que no es gravemente peligrosa, y por
consiguiente cambiar el peso de la prueba de aquellos que son
potencialmente dañados por la acción (por ejemplo, la población en general
y otras especies que ocupan el mismo ambiente). En resumen, es la
seguridad, no el peligro potencial, lo que se necesita demostrar.
- El Principio
de la Evaluación Alternativa, estipulando que no se llevará a cabo
ninguna acción potencialmente peligrosa, si hay acciones alternativas
accesibles que logren de manera segura los mismos objetivos que la acción
propuesta.
- Todas
las deliberaciones sociales relacionadas con la aplicación de los
artículos 1 al 3 deben ser abiertas, informadas y democráticas, y deben
incluir a todas las partes afectadas [27].
Es evidente que un fuerte Principio de Precaución,
basado en cada uno de los criterios que hemos descrito, descartaría
completamente a la geoingeniería promovida en el contexto de un régimen
capitalista de máxima acumulación Hay una certeza casi total del peligro
extremo para la especie humana de conjunto que surge de todos las principales
propuestas de la geoingeniería. Si se pusiera la carga de la prueba sobre los
promotores del orden establecido de la geoingeniería capitalista, para que
demuestren que no se infligiría un gran daño al planeta, como un lugar de
habitación humana, esas propuestas fracasarían en la prueba. Dado que la
alternativa de no quemar más los combustibles fósiles y promover formas
alternativas de energía es totalmente factible, mientras que la geoingeniería
planetaria conlleva inmensos peligros que se agregarían al sistema de la Tierra
de conjunto, dicha tecnología como medio principal de controlar al
calentamiento global también sería excluida por ese criterio. Finalmente, la
geoingeniería bajo el actual sistema económico y social invariablemente implica
alguna entidad proveniente de la estructura del poder –un multimillonario, una
corporación, un gobierno o una organización internacional- que implemente esa
acción ostensiblemente en nombre de la humanidad en general, aunque dejen
afuera del proceso de toma de decisiones a las partes más afectadas del mundo,
con cientos, quizás miles, de millones, de personas que pagan los costos
ambientales, a menudo con sus vidas. En pocas palabras, la geoingeniería, en
particular si está subordinada al proceso de acumulación del capital, viola la
versión más sagrada del Principio de Precaución, que se remonta a la
antigüedad: Primero no dañar.
La eco-revolución como la única alternativa
Como una prolongación de la guerra actual contra el
planeta, un régimen de geoingeniería climática diseñado para mantener en
funcionamiento el presente modo de producción se opone diametralmente a la idea
que enunció Barry Commoner en 1992 en Making Peace with the Planet,
“Si el ambiente está contaminado y la economía está enferma, el virus que los
causa se hallará en el sistema de producción”. [28] Hoy no puede haber dudas de
que el actual modo de producción, en particular el sistema del capital fósil,
que se necesita cambiar a escala mundial. Para parar el cambio climático, la
economía mundial, la economía mundial debe cambiar rápidamente a las emisiones
netamente cero de dióxido de carbono. Con un esfuerzo concertado por parte de
la sociedad humana de conjunto, utilizando los medios tecnológicos sustentables
ya existentes, esto se halla a nuestro alcance; especialmente cuando se lo
acompañe con los cambios necesarios en la organización social para reducir el
colosal despilfarro de recursos y vidas que está incorporado en el actual
sistema de producción alienada. Esos cambios no podrían ser meramente
implementados desde arriba por las élites, sino que requerirían la auto
movilización de la población, inspirada por las acciones revolucionarias de la
juventud en pos de soluciones igualitarias, ecológicas, colectivas y
socializadas, consciente de que es el mundo que ella heredará lo que está más
en juego.
Esta necesaria revolución ecológica incluirá en
primer lugar: 1) una moratoria de emergencia sobre el crecimiento económico en
los países ricos, acompañada de una redistribución hacia abajo del ingreso y la
riqueza; 2) reducciones radicales en las emisiones de gas de efecto
invernadero; 3) eliminación gradual de toda la estructura de la energía del combustible
fósil; 4) sustitución por una infraestructura de energía alternativa, basada en
alternativas sustentables como la solar y la eólica, controladas localmente; 5)
cortes masivos en el gasto militar con los excedentes económicos liberados para
que sean usados en la conversión ecológica; 6) promoción de economías
circulares y sistemas de despilfarro cero para disminuir la producción de
energía y recursos; 7) creación de un sistema de transporte público efectivo,
junto con medias para disminuir la dependencia en el automóvil privado; 8)
restauración de ecosistemas globales, de acuerdo con comunidades locales,
incluyendo las indígenas; 9) transformación de la producción de monocultivos
destructiva e intensiva en energía y productos químicos de las agroempresas, en
una agroecología basada en pequeñas granjas sustentables y el cultivo campesino
con su mayor productividad de alimentos por hectárea; 10) institución de
fuertes controles sobre la emisión de productos químicos tóxicos; 11) prohibir
la privatización de los recursos de agua dulce; 12) imponer una fuerte gestión
basada en la comunidad humana de los océanos comunes orientada a la
sustentabilidad; 13) tomar nuevas medidas para proteger a las especies en
peligro de extinción; 14) imponer límites estrictos al excesivo y destructivo
marketing consumista por las corporaciones; 15) reorganizar la producción para
deshacer las cadenas mercantiles actuales orientadas a la acumulación rapaz y
la filosofía de aprés moi le déluge; y 16) desarrollar formas de
producción más razonables, justas, y menos despilfarradoras, y más colectivas
[29].
En esa eco-revolución se necesitará dar prioridad a
la eliminación más rápida imaginable de las emisiones provenientes del
combustible fósil, pero esto a su vez exigirá cambios fundamentales en la
relación humana con la tierra y en la relación de los seres humanos entre sí.
Tendrá que ponerse un nuevo énfasis en el desarrollo humano sostenible y en la
creación de un sistema orgánico de reproducción social metabólica. Se deberán
superar los siglos de explotación y expropiación, incluyendo las divisiones
sobre la base de la clase, el género, la raza y la etnicidad.
Notas:
[1] http://trillionthtone.org,
visitada el 3 de junio de 2018. Notemos que el billón de toneladas métricas se
refiere al carbono acumulado (no al dióxido de carbono).
[*] N. del T.: "No habría que confundir la
terminología “Presupuesto Mundial del Carbono” como título de
la publicación editada desde el 2005 por este grupo, con la acepción del argot
que entiende este sintagma (presupuesto de carbono) como la cantidad de
emisiones que aún quedarían para cumplir un objetivo climático, como pueda ser
el de evitar el incremento en 2°C en el calentamiento del planeta."]
[2] Jacobin,
vol. 26 (2017).
[3] James Hansen et al.,
“Young People’s Burden: Requirements of Negative CO2 Emissions”, Earth
System Dynamics 8 (2017): 577-616; James Hansen et al., “Young
People’s Burden: Requirements of Negative CO2 Emissions”, 18 de julio de 2017,
http://columbia.edu.
[4] Ver John Bellamy
Foster, “The Long Ecological Revolution”, Monthly Review 69,
no. 6 (noviembre 2017), 1-16.
[**] N. del T: el autor llama así al capital que se
basa en el uso masivo de combustibles fósiles
[5] Spencer Weart, “Interview
with M. I. Budyko: Oral History Transcript”, marzo 25, 1990, http://aip.org, The
Discovery of Global Warming (Cambridge, MA: Harvard University Press,
2003): 85-88; Climate and Life (Nueva York: Academic, 1974),
485; M. I. Budyko y Y. A. Izrael, ed., Anthropogenic Climate Change (Tucson:
University of Arizona Press, 1991), 1-6; Blue Planet Prize, “The
Laureates:Mikhail I. Budyko (1998)”, http://al-info.or.jp; john
Bellamy Foster, “Late Soviet Ecology and the Planetary Crisis”, Monthly
Review 67, no. 2 (junio 2015): 7-10.
[6] M. I. Budyco, Climate
Changes (Washington, D.C.: American Geophysical Union, 1977), 235-36,
239-46; Foster, “Late Soviet Ecology”, 11-
[7] Oliver Morton, The
Planet Remade (Princeton: Princeton University Press, 2016), 137-38.
[8] Alan Robock, Luke Oman,
and Georgy L. Stenchikov, “Regional Climate Responses to Geoengineering with
Tropical and Arctic SO2 Injections”, Journal of geophysical
Research 113 (2008): D16101; Alan Robock, “20 Reasons Why
Geoengineering May Be a Bad Idea”, Bulletin of Atomic Scientists 64,
no.2 (2008): 15; Clive Hamilton, Earthmasters (New Haven: Yale
University Press, 2003), 64.
[9] Robock, “20 Reasons Why
Geoengineering May Be a Bad Idea”, 16.
[10] Íbid.
[11] Michael E. Mann and
Tom Toles, The Madhouse Effect (Nueva York: Columbia
University Press, 2016):123; Robock, “20 Reasons Why Geoengineering May Be a
Bad Idea”, 16.
[12] Hamilton, Earthmasters,
65-67; Robock, “20 Reasons Why Geoengineering May Be a Bad Idea”, 17;
Daisy Dunne, “Six Ideas to Limit Global Warming with Solar “Geoengineering”,
Carbon Brief, May 9, 2018, http://carbonbrief.org.
[13] Hamilton, Earthmasters,
52-55; Carbon Brief, “Six Ideas”.
[14] Hugh Powell,
“Fertilizing the Ocean with Iron”, Oceanus 46, no. 1
(2008), http://whol.edu;
Hamilton, Earthmasters, 27-35.
[15] Powell, “Fertilizing
the Ocean with Iron”, Hamilton, Earthmasters, 35.
[16] Abby Rabinowitz and
Amanda Simson, “The Dirty Secret of the World’s Plan to Avert Climate
Disaster”, Wired, 10 de diciembre de 2017.
[17] Rabinowitz and Simson,
“The Dirty Secret of the World’s Plan to Avert Climate Disaster”.
[18] Julia Rosen, “Vast
Bioenergy Plantations Could Stave Off Climate Change and Radically Reshape the
Planet”, Science, 15 de febrero de 2018; Rabinowitz and Simson,
“The Dirty Secret of the World’s Plan to Avert Climate Disaster”; ETC Group,
Biofuel Watch, Heinrich Böll Stiftung, The Big Bad Fix: The Case
Against Climate Geoengineering (2017) 22, http://boell.de.
[19] Hansen et al., “Young
People’s Burden”
[20] ETC Group, Biofuel
Watch, Heinrich Böll Stiftung, The Big bad Fix, 20-22; Michael
Friedman, “Why Geoengineering Is Not a Remedy for the Climate Crisis”, MR
Online, 22 de mayo de 2018, http://mronline.org.
[21] Friedman, “Why
Geoengineering Is Not a Remedy for the Climate Crisis”.
[22] Hamilton, Earthmasters,
47-50.
[23] Vaclav Smil, “Global
Energy: The Latest Infatuations”, American Scientist 99
(2011), http://americanscientist.org. Ver
también Jeff Goodell, “Coal’s New Technology”, Yale Enviroment 360, July 14,
2008, http://e360.yale.edu.
[24] Andy Skuce, ”’We’d
Have to Finish One New Facility Every Working Day for the Next 70 Years’-Why
Carbon Capture Is No Panacea”, Bulletin of the Atomic Scientists,
October 4, 2016; http://the-bulletin.org.
[25] Tillerson quoted in
Michael Babad, “Exxon Mobil CEO: “What Good Is It to Save the Planet if
Humanity Suffers?” Globe and Mail, May 30, 2017 (updated June 19, 2017).
[26] Federico Engels, Dialéctica de la
Naturaleza, México D.F., Editorial Grijalbo, 1961: pág. 151.
[27] Paul Burken, “On
Eco-Revolutionary Prudence: Capitalism, Communism, and the Precautionary
Principle”, Socialism and Democracy 30, no. 2 (2016): 87.
[28] Barry Commoner, Making
Peace with the Planet (Nueva York: New Press, 1992), ix.
[29] Ver ETC Group, Biofuel
Watch, Heinrich Böll Stiftung, The Big Bad Fix, pág. 10.
John Bellamy Foster es Director de Monthly
Review y autor, entre otros libros, de The Ecological
Rift (coautor con B. Clark y R. York), The Planet Emergency, Marx’s
Ecology y The Vulnerable Planet.
Este artículo fue publicado en Monthly
Review, Vol. 70, N°4, en septiembre 2018, y en Science for the
People. Agradecemos a las direcciones de ambas revistas la gentil
autorización para la traducción y publicación de este texto en Herramienta.
Translated and reprinted by permission of Monthly Review
Magazine and Science for the People. (c) Monthly Review vol. 70, no.
4, September 2018. All rights reserved.
La traducción para Herramienta es de Francisco T. Sobrino