Movilizaciones en Hungría. Entrevista a Catherine
Horel
Por Marine Buisson
Nacida
a partir de la adopción de una reforma laboral muy controvertida, la
contestación crece. El movimiento quiere frenar la iniciativa gubernamental en
los medios de comunicación. Para la especialista Catherine Horel, en Hungría
“pitan el final del descanso”.
Una semana de protestas y una
revuelta que no acaba de cuajar. El anuncio de la adopción, el último
miércoles, de una ley que flexibiliza la legislación laboral cristalizó en el
descontento de una parte de la opinión pública contra el gobierno conservador
de Viktor Orban. Que ha continuado desde entonces con manifestaciones
cotidianas.
La nueva legislación eleva a
400 el número de horas extraordinarias que el empresariado puede pedir a su
personal húngaro asalariado cada año. Es decir, el equivalente a dos meses de
trabajo. Un volumen juzgado como exorbitante por la oposición
y los sindicatos, que denuncian la creación de un derecho a la
esclavitud.
Al descontento suscitado por
esta ley, ha venido a sumarse un nuevo desafío este lunes: que la televisión
pública se ha inclinado a favor del poder. Considerada como un punto neurálgico
del régimen de Orban, la MTVA ha sido acusada de estar controlada por el
partido Fidesz del primer ministro húngaro.
Hecho inédito desde la vuelta
al poder de Orban en 2010, la oposición de izquierdas, liberal y de extrema
derecha, desfilaron bajo la misma pancarta el domingo y continuaron haciendo un
frente común el lunes.
Un abanico contestatario muy
variado y manifestantes que no se corresponden con el perfil típico según Catherine
Horel, especialista en Europa Central contemporánea y directora de
investigación en el CNRS [Consejo nacional de investigaciones científicas].
Como destaca ella:
“De un puñado de
irreductibles, el movimiento de protesta ha pasado a 15.000 manifestantes el
domingo 16 de diciembre... y no parece que vaya a debilitarse.
Incluso parece adquirir mayor
amplitud. Evidentemente hay que ser prudentes, las protestas están muy
concentradas en la capital. Es complicado tener noticias de lo que ocurre en
provincias, el pluralismo mediático se ha convertido en una ilusión; no en
vano, la televisión pública está en el punto de mira [de las movilizaciones].
Es normal que en un país tan centralizado como Hungría la capital marque el
tono, pero mientras en provincias no se mueva nada el movimiento quedará
circunscrito a Budapest y será menos importante.
En cualquier caso, es
interesante que el abanico de las protestas se amplíe: va de la extrema
izquierda a la extrema derecha pasando por encima del partido gubernamental. El
Jobbik (Movimiento para una Hungría mejor, ultranacionalista, racista y
antisemita) no ha sido excluido. Viendo llegar a la extrema derecha organizada,
se podría imaginar que se trataba de una contramanifestación antifascista, pero
no fue el caso. Hay un plantel muy amplio en las manifestaciones; por primera
vez, menos jóvenes estudiantes urbanos y mucha más gente de todas las edades,
más modesta, es decir, muy modesta. Esto se explica fácilmente: la ley contra
la que se protesta afecta al trabajo y a todas las personas de Hungría, no solo
a las concienciadas políticamente”.
- P. ¿Asistimos
al nacimiento de un movimiento ciudadano capaz de sacudir el poder actual?
- C. H. Digamos que todo ha
partido de la base, de un movimiento muy ciudadano al que han unido todos los
partidos de la oposición y los movimientos alternativos que existen en Hungría
desde hace dos o tres años, como Dialogue, Momentum. Es extremadamente amplio y
es ahí donde reside la fuerza de un movimiento que aspira a desequilibrar a Orban.
Puede que esta unión se posicione contra el Primer Ministro; este se dará
cuenta de que no puede permitirse todo. Actualmente, Orban quiere imponer su
posición de fuerza; cree que todo le está permitido. Por ello, que la
ciudadanía pite el final del partido es bastante saludable. Si las protestas
desembocan en un verdadero movimiento ciudadano, asistiremos a un episodio
importante en Hungría. La cuestión ahora es saber si la revuelta seguirá
durante las fiestas y si continuará en benefico de la preparación de las
elecciones europeas.
- P. Después de siete días las
reivindicaciones se han multiplicado, ya no se habla solamente de la
legislación de las horas extraordinarias.
- C. H. Exacto. La ausencia
de pluralismo mediático ha hecho a la gente salir a la calle. Porque si la
juventud urbana puede informarse correctamente a través de las redes, otras
personas, especialmente en provincias, gente quizás de más edad, no tienen el
reflejo de ir a buscar una información alternativa y se queda encerrada en las
cadenas y periódicos públicas que bloquean el pluralismo y que pretenden que
los medios alternativos intoxican y alimentan las teorías del complot. Es
suficiente ver la forma en la que la televisión publica cubre las
manifestaciones. Bien informa poco, bien las desfigura de forma caricaturesca,
anunciando que la ciudadanía está manipulada, por ejemplo, por George Soros, la
Unión Europea, Occidente...
A través de esta reforma
laboral, es toda la política de Orban la que enfada a la gente. Hay una
incoherencia total en la política del gobierno. La ley anima a la gente a
trabajar más, el paro es muy bajo, Hungría está en recesión demográfica... hay
que hacer entrar mano de obra. En otras palabras, emigrantes.
Orban lo sabe, está rodeado
de suficientes empresarios y de oligarcas para ser consciente de ello. Pero al
haber hecho campaña contra las personas migrantes, no puede dar marcha atrás.
Estas manifestaciones muestran también que la población húngara no es tonta;
piden al gobierno ampliar la contratación en lugar de imponer un derecho
a la esclavitud.
- P. ¿Viktor Orban debe temer por su
popularidad?
- C. H. Este movimiento puede
afectar a un electorado que en en el fondo no es orbanófilo, es
decir, el personaje irrita a la derecha clásica. Pero no hay que equivocarse,
Orban está aún en una posición muy segura.
Entrevista publicada en Le
Soir el 19/12, reproducida con la autorización del editor en À
L’encontre
Traducción viento sur