Río de Janeiro. Evangélicos, obras faraónicas y
favelas
Por Raúl Zibechi
Viernes de noche en el morro de Timbau, en la
megafavela Maré, a unos doscientos metros de la populosa avenida Brasil,
siempre atestada de autobuses y coches. Un pequeño grupo de seis personas
conversa frente a un minúsculo local que ofrece cervezas artesanales. Por la
estrecha calle que forma parte del laberinto urbano se afanan motos, coches y
transeúntes que suben y bajan casi rozando las sillas y las aceras. La música
de los locales que se amontonan en la callejuela es tan potente que hablamos
gritando.
“La música fuerte incomoda a las clases medias
cuando vienen a la favela”, comenta Timo, con una sonrisa socarrona y una
mirada que pretende incluirnos en la provocación. Pero la distinción de clases
es más compleja, ya que en los últimos años todos sus amigos favelados están
cursando en las universidades federales o del estado. Entre los conductores de
coches y de motos despuntan armas, algunas largas, que son portadas con
indiferencia, como si el conductor llevara una prenda más. Nadie se inmuta, ni
siquiera cuando un chico hace corcovear la moto en una finta imposible por el
escaso espacio.
El ambiente es de fiesta, como todos los días en
Timbau. Nadie podría decir que existe la menor preocupación por el ascenso de
Jair Bolsonaro. Sólo los que compartimos la mesa hablamos de política, los
demás se mueven al ritmo lento y cansino de la favela.
Subiendo la cuesta aparece un grupo de personas,
varones y mujeres, mestizos y negros en torno a los 30 años, bien vestidos pero
no elegantes, que reparten volantes en todos los comercios. Con amabilidad
explican que nos están invitando a un “congreso de jóvenes” en el enorme
espacio de la Asamblea de Dios, tres cuadras más abajo. El volante es pequeño,
pero está muy bien impreso, a todo color, con fotos de las ceremonias
religiosas y poco texto.
“Un gran coro de 200 jóvenes y una bella orquesta
estarán adorando a Dios con lindos himnos”, puede leerse en el reverso. “Usted
es nuestro invitado y será un enorme placer recibir su visita.” Luego viene la
dirección y los horarios de las misas diarias, que invariablemente son a las 7
de la tarde, cuando la gente retorna de sus trabajos.
Imposible no quedarse pensando en el silencio y el
respeto que infunden. Las iglesias evangélicas y pentecostales están muy
arraigadas en la favela, al punto que en el camino hacia la casa de Timo,
apenas cien metros cuesta arriba, reparamos en que en el trayecto hay tres
iglesias pequeñas, tamaño garaje, donde media docena de vecinos escuchan música
y conversan. Contrastan con las grandes iglesias, enormes galpones capaces de
cobijar a miles de fieles.
En algún momento alguien acerca otro volante, del
doble de tamaño que el de los evangélicos. Una sopa de letras en blanco y
negro, con un discurso ideologizado. “Democracia=participación del pueblo.”
“Bolsonaro=defiende la dictadura=pueblo no participa=trabajador sin derechos”,
reza debajo de un encabezado donde se lee: “La Maré de Trabajadores, que vota
en la democracia”. No lo firma ningún partido, pero es evidente que se trata de
propaganda del PT.
El complejo de favelas bautizado Maré (por “marea”,
ya que está en una zona inundable de la bahía de Guanabara) está formado por 15
barrios o favelas en la zona norte de Rio de Janeiro y cuenta con 150 mil
habitantes. Timbau fue el primer barrio en ser poblado, hacia 1940, porque
estaba en una zona no inundable y tiene cierta altura desde la que se divisan
las demás favelas.
Complejo del Alemão
El niño de unos 7 años huye corriendo bajo la
sombra del edificio abandonado que se yergue imponente como un monumento a la
nada. Se escuchan cohetes, o disparos, a poca distancia, y el chico llora
desconsolado. Algunos vecinos le dicen que se vaya a su casa, pero sus amigos
siguen jugando imperturbables.
Desde el Morro da Baiana hay una vista estupenda de
todo el Complexo do Alemão, pero también de las favelas vecinas, como Maré, más
poblada y extensa. Baiana es uno de los 16 barrios de este complejo de favelas
surcadas por cinco morros unidos por un teleférico que ya no funciona. Con 100
mil habitantes, es el segundo conjunto en importancia de favelas de la región
norte de la ciudad. Según datos oficiales del Instituto Brasileño de Geografía
y Estadística, el Alemão es la región más pobre de Rio. Y la más violenta.
Nos acompaña Leo, un joven de tez oscura que
integra el colectivo Ocupa Alemão, en sintonía con el Occupy Wall Street pero
en clave pobre y afro. Explica que la zona es muy tranquila y que sólo se
alborota cuando hay guerra entre las bandas de narcotraficantes que se disputan
el territorio. Caminando entre cacas de perros y basurales donde picotean las
palomas, y en un ambiente de abandono y tristeza gris, comenta la historia del
teleférico, que parece un relato extraído del realismo mágico.
El teleférico fue uno de los proyectos estrella de
los gobiernos del PT y forma parte del Programa de Aceleración del Crecimiento
(Pac) del estado de Rio de Janeiro impulsado por Dilma Rousseff, lo que le
valió el apodo de “madre del Pac”. Para construir cada una de las seis
estaciones, un edificio de una manzana en lo alto de los morros, hubo que
demoler decenas de viviendas en cada lugar, dejando a varios cientos de
familias desplazadas.
El teleférico fue inaugurado en julio de 2011. Los
Juegos Olímpicos finalizaron en agosto de 2016, y en octubre el teleférico dejó
de funcionar. Las instalaciones se están deteriorando y el material de
transporte se convierte rápidamente en chatarra: más de 200 millones de reales
(unos 80 millones de dólares) tirados a la basura. Cuando Dilma Rousseff lo
inauguró en 2011, junto al gobernador Sergio Cabral, del Mdb, hoy preso en el
marco de la operación Lava Jato, dijo que el sistema transportaría a 30 mil
personas por día. Nunca superó las 10 mil, apenas el 10 por ciento de la
población del Alemão.
Fue tan mal planificado que no puede funcionar sin
subvenciones. Cada viaje tiene un costo de 6,7 reales (más de dos dólares), el
doble que el metro y los autobuses que recorren trayectos mucho más largos que
los tres quilómetros del teleférico. Leo se pregunta si no hubiera sido mejor
invertir en saneamiento o en obras de urbanización, señalando las montañas de
basura donde se alimentan bandadas de palomas.
“Aquí estaba previsto invertir en vivienda, en
saneamiento integrado con redes de abastecimiento de agua potable, espacios
deportivos, escuelas y guarderías que nunca se hicieron”, dice a Brecha el
militante de Ocupa Alemão. Lo que sigue funcionando al lado de la estación
Baiana es una Unidad de Policía Pacificadora (Upp), el fracasado proyecto de
llevar a los uniformados para dar “seguridad” a los favelados.
Incluso los edificios del teleférico abandonados
fueron ocupados por la Policía Militar, para “evitar que los ocupen otros”, dice
Leo, en referencia a los miles de vecinos que sobreviven en viviendas muy
precarias.
El otro teleférico, el de Morro de Providencia, la
primera favela de la ciudad maravillosa formada por ex combatientes de la
guerra de Canudos (a fines del siglo XIX), cerró el mismo año, apenas dos meses
después que el del Alemão. Lo construyeron para los turistas, para unir el
Puerto Maravilla y el Sambódromo con la Estación Central. Dejaron en pie una de
las columnas de soporte, que invadió completamente el único espacio público con
que contaba el morro.
Las obras como los teleféricos generan desplazados
urbanos, al igual que todas las emprendidas para la infraestructura del Mundial
de 2014 y las Olimpíadas de 2016, o las faraónicas, como las represas
hidroeléctricas concebidas para alimentar el desarrollo. Un estudio del
Instituto Igarapé sobre los desplazados a la fuerza entre 2000 y 2017 llega a
la alucinante conclusión de que en el Brasil progresista hubo casi 9 millones
de pobres que debieron cambiar obligadamente sus sitios de residencia.
El estudio, titulado “Migrantes invisibles. La
crisis del desplazamiento forzado en Brasil”, reveló la existencia de por lo
menos 8,8 millones de personas que fueron obligadas a cambiar de lugar donde
vivir. La enorme mayoría de ellas, cerca de 6,4 millones, debieron dejar sus
hogares por desastres naturales provocados por otros seres humanos, incendios o
ruptura de represas. Los proyectos de desarrollo, como las carreteras y
represas, desplazaron a más de 1,2 millones, y la violencia rural en el marco
de la expansión del agronegocio desplazó a 1,1 millones. 1/ Nadie
menciona estas cifras cuando se evalúan los impactos del progresismo. Brasil
está a la cabeza en América Latina en cuanto a la cantidad de sus desplazados
internos, y supera incluso a Colombia, que sufrió una guerra de seis décadas.
Acelerar la corrupción
En realidad, no debe sorprender la construcción de
teleféricos inútiles, ya que buena parte de las obras del Pac fueron
desastrosas y los empresarios y políticos involucrados en ellas están envueltos
en tramas de corrupción.
El informe Modernización fracasada, publicado como
libro, señala que las diez mayores obras de ese programa desarrollista adoptado
en 2007 fueron un rotundo fracaso. Apenas una está en funcionamiento, dos
fueron abandonadas o interrumpidas y las demás funcionan con restricciones o de
forma irregular 2/.
Por ejemplo, la construcción del Complejo
Petroquímico de Rio de Janeiro (Comperj), una obra de importancia estratégica
para ampliar la capacidad de refinación y procesar lo obtenido en los ricos
yacimientos de petróleo y gas de las cuencas de Santos y Campos, fue
interrumpida pese a que ya se llevaba invertida la astronómica cifra de 13.000
millones de dólares. Otras obras grandiosas, e innecesarias, como la usina
hidroeléctrica Belo Monte, nunca producirán lo estimado, pese al brutal daño
ambiental y social que han provocado.
Habría que escuchar a los “refugiados de Belo
Monte” –como los denomina la periodista Eliane Brum–, las personas desalojadas
de sus casas e instaladas en la periferia de la ciudad de Altamira, en
condiciones de precariedad, que le valieron a la usina el nombre de “Belo
Monstruo” (El País, edición brasileña, 16-V-18). La cuarta hidroeléctrica del
mundo sólo benefició el ego de los gobernantes y los bolsillos de las grandes
constructoras (Camargo, Correa, Odebrecht, Andrade Gutiérrez, entre las más
conocidas).
“Lo que el gobierno no dice es que en la temporada
de seca del río Xingú, la producción de energía baja drásticamente”, señala
Brum. En esos momentos producirá menos de la mitad de su capacidad, “lo que la
coloca como una de las hidroeléctricas menos productivas en relación con la
capacidad instalada”.
Favela-crimen
Un informe de Folha de São Paulo revela que el
mismo crimen cometido por un habitante de una favela supone una condena mucho
más dura que si fue hecho por alguien que vive en un barrio de clase media. El
diario hizo una investigación basada en datos del Banco Nacional de Órdenes de
Prisión, creado por el Consejo Nacional de Justicia. En Rio de Janeiro, en el
41 por ciento de las 82 mil órdenes de prisión por tráfico de drogas “el reo
fue acusado o fue condenado además por asociación al tráfico”, mientras la
media nacional es de 12 por ciento, y en San Pablo de 10 (Folha de São Paulo,
27-IV-18).
De ese modo, cuatro de cada diez personas
encontradas con drogas sufrieron una pena mayor por el “delito” de vivir en
favelas. El coordinador de la defensa criminal de Rio, Emanuel Queiroz, dijo al
diario paulista que “el Ministerio Público pregunta a la policía: ‘¿Esa área
está dominada por el narco?’. ‘Sí.’ Con eso ya basta para darle tres años más
de pena, por considerarlo asociado al tráfico. Es rutina”.
Según Queiroz, la doble acusación es una estrategia
de la Policía Civil y del Ministerio Público para “inviabilizar pedidos de
libertad provisional, ya que las penas mayores a ocho años se cumplen en un
régimen cerrado”.
Un estudio de la Defensoría Pública de Rio analizó
3.475 procesamientos por tráfico de drogas entre 2014 y 2015 y concluyó que en
el 75 por ciento de ellos se aplicó una doble pena, por el lugar donde fue
aprehendida la persona. Lo más grave es que para la justicia alcanza con la
declaración de un policía para decretar la pena. En varios casos analizados por
Folha, los policías escuchados en el proceso dieron “declaraciones idénticas,
usando las mismas palabras”. Para algunos abogados defensores, la ley de drogas
aprobada en 2006 “creó un salvoconducto para la arbitrariedad en la periferia,
empezando por la distinción entre usuarios y traficantes”. Los primeros son de
clase media, los segundos son pobres.
Y volviendo a los evangélicos: “Lo que molesta de
los gays y lesbianas es la ostentación pública de identidad. No su condición,
porque en la favela siempre hubo mucha tolerancia”, explica Leo, intentando
descifrar las razones por las cuales sus vecinos se volcaron hacia los
pentecostales y evangélicos.
No es tan difícil de entender. Con Folha Universal
en la mano, el semanario a todo color de la Iglesia Universal, del que se
reparten casi 2 millones de ejemplares, las cosas terminan cerrando. En la
portada, niños y niñas sonriendo. En las páginas interiores se suceden los
temas: familia, alimentación sana, retraso escolar, deporte infantil, una
sección dedicada al mioma uterino y otra a combatir los celos como señal de
debilidad.
Más allá de los discursos, ¿quién se ocupa de los
más pobres? Los empresarios y los gobiernos hicieron sus negocios, como lo
demuestra el desastre del teleférico, dando prioridad al turismo por encima de
necesidades tan urgentes como la salud y el saneamiento, que en ninguna favela
están satisfechas. Los evangélicos están cerca de la gente. Son parte de la
favela. No pude ver ningún local de partidos de izquierda en las favelas que
visité, en varias ocasiones, en los últimos años. Las iglesias pentecostales
siguen creciendo y lo seguirán haciendo hasta que las izquierdas dejen los
discursos y vuelvan a pisar el barro.
Notas
[i] 2 Jacob Binsztok y Jorge Luiz Barbosa, Modernização fracasada,
Consequência. Rio de Janeiro, 2018.