Por Guillermo Oglietti y
Camila Vollenweider
Los gobiernos populares que dieron a luz
la década ganada también contribuyeron, sin buscarlo, a engendrar el clima
social que posibilitó la victoria de figuras como Jair Bolsonaro, Mauricio
Macri y otros articuladores del odio. Los avances de la década ganada fueron
importantes. Las políticas sociales que aplicaron los gobiernos progresistas
fueron revoluciones dentro del sistema, dentro del capitalismo. Se hicieron
cambios redistributivos, necesarios en la región más desigual del planeta,
cambios en el alcance de los derechos humanos, indispensables por la tradición
autoritaria de la región y cambios desarrollistas, requeridos para revertir el
atraso productivo. Pero, en general, no hubo un desafío al capital. Fue una
época de orden y estabilidad después de mucho tiempo de incertidumbre y
desorden neoliberal en el plano político y económico.
A todas luces, no hay
correspondencia entre el carácter de las políticas implementadas y el odio
engendrado. A simple vista, las transformaciones realizadas no justifican el
crecimiento del odio que hoy asola la región y cunde en votos conservadores y
antiprogresistas.
El avance electoral de quienes
representan fuerzas conservadoras y neoliberales es un fenómeno multicausal.
Sabemos que la democracia es una institución muy frágil, indefensa; frente a la
información sesgada de medios que comunican a favor de sus intereses; frente a
la manipulación en las redes sociales; frente a la moral de “candidatos
Pinocho” que saben que no tendrán que rendir cuentas por sus promesas; y frente
al apoyo de algún culto religioso para promover un candidato o del Poder
Judicial para proscribirlo. Estas y otras razones inciden en la explicación del
deterioro de la democracia liberal como instrumento de representación de las
mayorías y se hallan detrás del triunfo electoral de Mario Abdo, Macri y
Bolsonaro, y de la permanencia de Lenín Moreno en el cargo.
Sin embargo, en esta nota
intentamos especular sobre algunas de las razones que explican por qué las
posturas más incorrectas, las ideas más extremistas, a veces desopilantes y
antiderechos, colonizaron fácilmente el imaginario de muchos ciudadanos. No
basta con afirmar que los ciudadanos fueron engañados, porque una mentira
efectiva requiere que alguien esté predispuesto a aceptarla. Así, en esta nota,
tratamos de pensar sobre esta predisposición.
Partimos
de la hipótesis de que algunos preceptos humanos, atávicos y profundos en
nuestra psiquis, han servido de base argumentativa para impulsar el odio. Nos
basamos en un artículo de Bowles y Gintis traducido recientemente al castellano
en el número 2 de la revista www.propuestasparaeldesarrollo.com.[1]
Si hay algo innato en el ser
humano, es la “ética redistributiva”, es decir, la predisposición a compartir
una parte de nuestro ingreso, incluso con absolutos desconocidos. Es una
preferencia moral grabada en los genes, desde épocas prehistóricas. Esta
predisposición es uno de los valores morales generados por la evolución que le
permitió al ser humano prosperar frente a otras especies, individualmente mucho
más fuertes que nosotros, pero que no tuvieron ninguna posibilidad frente a la
fuerza de la organización colaborativa de los humanos. La “selección por
grupos” fue la estrategia evolutiva que dio el éxito a los humanos, es decir,
no se trata de la supervivencia del individuo más apto, sino del grupo más
apto.
Existen
innumerables experimentos controlados[2] que
comprueban que esta predisposición a compartir la tienen por igual todos los
pueblos y culturas humanas, aunque no todos los individuos. El homo economicus, el único
personaje de la novela neoclásica, es apenas un actor más en el repertorio de
la sociedad. Aproximadamente una cuarta parte de los individuos parece
ajustarse a la caracterización egoísta del homo economicus, el
75% restante tiene diferentes grados de predisposición a compartir.
Posiblemente existan individuos puramente altruistas, es decir, que están
dispuestos a compartir ante cualquier circunstancia, sin embargo, el individuo
más común es el que tiene una predisposición a compartir “condicionada”.
Sabemos que los individuos
están más dispuestos a compartir mientras menor sea la distancia genética. Es
decir, son más proclives a compartir mientras más cercano sea el parentesco.
Esto explica que a nadie le parezca mal subsidiar a un hijo, entregándole una
herencia, por ejemplo, mientras que son más renuentes a subsidiar a un completo
desconocido. También sabemos que la predisposición a compartir es mayor
mientras menor es la distancia social y cultural. Por ejemplo, es más fácil
compartir con un vecino del mismo pueblo, con alguien de la misma religión, con
alguien culturalmente similar, con alguien de la misma cosmovisión y con
alguien de la misma afiliación política.
El
genial Darwin, en el siglo XIX, anticipaba esta facultad del ser humano de
tender puentes y estrechar las distancias sociales: “A medida que el hombre
avanza en la civilización, y las pequeñas tribus se unen en comunidades más
grandes, el razonamiento más simple le diría a cada individuo que debe extender
sus instintos y simpatías sociales a todos los miembros de la misma nación,
aunque personalmente no los conozca. Una vez alcanzado este punto, solo hay una
barrera artificial para evitar que sus simpatías se extiendan a los hombres de
todas las naciones y razas”.[3]
Los experimentos científicos
nos dan muchas pistas acerca de las condiciones que estimulan o desalientan esa
predisposición a compartir. Sabemos que hay más predisposición a compartir con
alguien que tuvo mala suerte, que se enfermó, por ejemplo, o con un emprendedor
que fracasó o, ya en menor medida en nuestras sociedades “meritocráticas”, con
alguien que nació en un hogar pobre que no tuvo suficientes posibilidades. Por
el contrario, no están de acuerdo en compartir con los percibidos como
holgazanes, ni con delincuentes, ni con egoístas parasitarios.
Es
muy revelador el experimento denominado juego sobre Bienes Públicos, que
consiste en que los participantes reciben un dinero y tienen dos opciones,
donarlo a un pozo común o quedárselo. El administrador del juego recibe las
donaciones al pozo común, las duplica y luego las distribuye en partes iguales
entre los todos los participantes, hayan o no donado. Si todos contribuyen al
pozo, cada uno recibirá el doble de lo originalmente recibido. Si ninguno dona,
recibirán solo el dinero original, mientras que cuando algunos donan, los que
no aportan se aprovechan de la predisposición a distribuir de los demás (son
llamados free riders, o parásitos en
castellano) y recibirán el dinero original más su parte del pozo común
duplicado. La solución que brinda mayores ingresos al conjunto, es que todos
cooperen. La solución más eficiente para cada uno es no contribuir y recibir,
además, su parte del bote común aportado por el resto.[4] El
resultado de las partidas sucesivas del juego, es que los participantes
egoístas no donan, mientras que los cooperativos comienzan donando, pero al
percibir que algunos parasitan a los cooperativos, dejan de hacerlo. Lo hacen
sólo para evitar la injusticia que generan los individuos egoístas. La moraleja
del juego es que la predisposición a contribuir inicial es socavada por los
mismos individuos egoístas que no aportan y se aprovechan parasitariamente de
los esfuerzos de la cooperación del resto.
Esta es una característica
evolutiva de los seres humanos. Los estudiosos de la evolución especulan que,
para los primeros grupos humanos o tribus, la tarea productiva de la caza y la
recolección era tan importante para la supervivencia del grupo como la tarea de
evitar el parasitismo de los individuos egoístas. Después de todo, si muchos
parasitan a los cooperativos, sin duda, sería malo para la supervivencia del
grupo.
Los experimentos modernos
analizados apuntan a la misma hipótesis. Si bien la predisposición a compartir
es un rasgo universal que explica el éxito del Estado de Bienestar moderno (de
acuerdo con los autores citados), el hecho de que la predisposición esté
condicionada también explica que el Estado de Bienestar haya perdido gran parte
del soporte popular original. Porque si los ciudadanos perciben que las
políticas alientan conductas parasitarias o antisociales de parte de los grupos
favorecidos por la ayuda, pues le retiran en consecuencia el soporte a esas
políticas.
El razonamiento es como
sigue: Para producir mejor, es mejor cooperar, para cooperar, es mejor
compartir (redistribuir) porque el reparto estimula la cooperación, y para
compartir hay que asegurarse de que todos contribuyan de algún modo (que nadie
parasite). Aquí, al fin, llegamos al meollo de la cuestión.
Nuestra hipótesis es que el
descuido de los gobiernos progresistas de la región ha estado en el diseño
institucional de las políticas redistributivas y otras políticas sociales.
Proponemos que una parte significativa de la población tuvo la percepción, a veces
real, a veces no tanto, de que las políticas públicas más o menos masivas
aplicadas durante la década ganada incubaban conductas socialmente inaceptables
o parasitarias. En particular, aquellas que beneficiaron a los sectores más
desfavorecidos –con los que el común de los “incluidos” poco se identifica- y
cuyas exigencias fueron percibidas como insuficientes ,en tanto los adultos
beneficiados con capacidad de cooperar socialmente sólo debían abocarse a velar
por sus intereses, podríamos decir, privados (como velar por la escolaridad o
la vacunación de los hijos). Asimismo, dado que la exigencia para la inclusión
en dichos programas era, justamente, la exclusión social, normalmente eso se
percibió como un círculo vicioso que desincentivaba la participación
productiva, tal vez un eufemismo de “devolución social” de la ayuda). Estos
programas también fueron desacreditados, en ocasiones, por la inclusión en
ellos de personas que no formaban parte del grupo de los excluidos,
entendiéndolos como injustos y permeables al abuso.
Las
consignas electorales que auparon el éxito electoral de la derecha en Argentina
y Brasil, se basaron en expresiones de rechazo a estas conductas parasitarias,
encarnadas en los planes sociales, en los “vagos” que creaban los partidos de
izquierda, en los hijos que proliferaron los programas como la asignación
universal por hijo junto a otros planes recibidos en función del número de hijos[5] o
los programas Bolsa Familia y Bolsa Escola en Brasil.
Note
el lector que no es necesario que los programas sociales efectivamente hayan
estimulado conductas parasitarias. De hecho, los estudios académicos
disponibles sobre políticas como el programa Bolsa Familia y la Asignación
Universal por Hijo, concluyen que no estimularon la natalidad ni
desincentivaron la participación femenina en el mercado de trabajo.[6] Por
el contrario, estos programas fueron exitosos, reconocidos y generaron
beneficios sociales en términos de salud y escolaridad de los infantes. Sin
embargo, apenas basta con que “sea posible” que alguien se aproveche del
programa, o que existan algunos ejemplos de parásitos (aunque sean
estadísticamente insignificantes), para que puedan deslegitimarse los programas
y políticas sociales que tanta estabilidad y beneficios aportaron a la región.
Los intereses políticos
conservadores, los neoliberales y sus medios de comunicación tuvieron una tarea
fácil explotando esta predisposición a castigar las conductas “parasitarias”
para cambiar fácilmente la percepción sobre estas políticas y desacreditar a
los partidos que las promovieron. Engendraron odio apoyándose en esta
predisposición innata. En las décadas ganadas por venir tendremos que tener en
cuenta que, si bien el diseño de las políticas sociales debe priorizar el
impacto sobre el bienestar y el crecimiento, también deben ser creativas y
tener en cuenta para su diseño esta predisposición innata contra lo que se
percibe como parasitismo. Sólo así lograremos hacerlas perdurar y evitar que
sean utilizadas como semillas del odio.
[1] Bowles,
S. y Gintis, H. (2000). Reciprocidad, interés propio y Estado de Bienestar.
Traducción del artículo original publicado como Reciprocity, self-interest, and
the Welfare State. Nordic Journal of Political Economy. 26(1), 33-53. Revista
Propuestas para el Desarrollo, año II, número II, páginas 163-184. http://www.propuestasparaeldesarrollo.com/inicio/index.php/ppd/article/view/49/95
[2] Estos
experimentos consisten en recreaciones de situaciones de la vida real llevadas
a cabo con individuos seleccionados al azar e involucran premios y costos para
los participantes, habitualmente en dinero, como el juego del Dictador (en este
juego se le da dinero a un individuo y se le pide -sin obligarlo- que
redistribuya el dinero recibido con otro participante (la mayoría regala sumas
que van entre el 20%-60% del dinero recibido). En el juego del Ultimátum (que
es igual al anterior salvo que si al receptor de la redistribución el monto le
parece injusto, puede rechazarla, en cuyo caso, ninguno de los dos recibe
dinero) habitualmente se comparte entre 40%-50% y los repartos por debajo del
30% habitualmente son considerados injustos y rechazados. Queda claro que
cuando el receptor de la transferencia la rechaza por considerarla injusta,
solo tiene pérdidas, por lo que no encaja con el perfil del homo economicus.
[3] Darwin, C.
(1871) The Descent
of Man, and Selection in Relation to Sex (Primera
edición), Londres (p.83).
[5] “Defiendo
el rígido control de la natalidad… Quien no tiene condiciones de tener hijos,
no debe tenerlos (Bolsonaro, 1993). “Las personas se acostumbran a la
ociosidad…, en el nordeste, usted no consigue ni una persona para trabajar en
su casa (debido al programa Bolsa Familia)” (Bolsonaro, 2012). “Un hombre y una
mujer con educación en Brasil difícilmente querrán tener un hijo para engordar
un programa social” (Bolsonaro, Folha). “No podemos hacer
discursos demagógicos, apenas conseguimos recursos del gobierno para atender
esos miserables que proliferan cada vez más por la nación” (Bolsonaro, Folha).
El hijo de Bolsonaro, Carlos, llegó a proponer que solo puedan ser
beneficiarios del Bolsa Familia quienes se sometan a la ligadura de trompas o
la vasectomía. “Tienen más hijos porque les van a pagar 400 pesos por quedar embarazada”
(Chiche Duhalde, Argentina) etc. y etc.
http://www.scielo.br/scielo.php?pid=S0034-71402012000400004&script=sci_arttext&tlng=es, http://www.ie.ufrj.br/images/pesquisa/publicacoes/discussao/2017/tdie0192017rocha.pdf.