Por Jorge Majfud
El dinero
fue el espíritu y la sangre del capitalismo, desde sus comienzos durante el
descubrimiento, colonización y saqueo del mundo por las potencias europeas,
pasando por el capitalismo industrial (básicamente anglosajón) hasta el
financiero (básicamente abstracto). El protagonismo del dinero al inicio de
este período democratizó, en alguna medida, las sociedades europeas, ayudando a
liquidar el sistema feudal que, sólo en Europa, se extendió por siete siglos.
Hoy el capitalismo se parece más a aquel sistema feudal que a los primeros
tiempos del capitalismo, con un creciente y acelerado enriquecimiento de una
decreciente minoría.
Claro, el dinero fue
importante en otros periodos previos de la humanidad. Por lo menos para los
antiguos griegos de la Atenas del siglo quinto A.C, el poder residía en el
dinero: si otros pueblos se quejaban del abuso de la democracia ateniense y
reclamaban justicia, ello solo se debía a que no eran tan fuertes ni tan ricos
como los atenienses, decían sus embajadores.
Pero el poder casi absoluto
que posee el dinero en el sistema capitalista (no solo para hacer y destruir
sino también para ser y sentir) no siempre fue el mismo. Los capitales, sólo
fueron un instrumento, crecientemente simbólico y abstracto, para acumular y
ejercitar el poder durante la Era moderna. El dinero es más antiguo que la
civilización sumeria, pero en otros sistemas no significaba la puerta de acceso
al poder absoluto.
Ese, el poder, es el factor
común que atraviesa todos los sistemas sociales que existieron en la historia.
No el dinero. La historia es una larga y permanente lucha entre dos antagónicos
que a veces pueden coincidir pero que normalmente existen en conflicto: el
poder y la justicia. Probablemente, el segundo surgió como reacción al primero,
desde las reservas emocionales de la empatía y la sobrevivencia colectiva. Uno
es egoísta, el otro es altruista. Pero las sociedades sólo reaccionan luego de
grandes tragedias y catástrofes. Mientras tanto, el impulso de poder crece sin
detenerse hasta la próxima ruptura.
Para prever qué sistema
reemplazará al capitalismo en unas décadas o en un siglo, debemos mirar primero
al poder y no a la justicia. Es decir, debemos analizar aquellos elementos que
en un futuro próximo serán los instrumentos principales del poder de un grupo
sobre el resto de la humanidad. La pregunta clave es: ¿qué medio podría reemplazar al dinero
como fuente de poder?
Es en las revoluciones como
la inteligencia artificial y otras que se deriven de ella donde estará la
respuesta, ya sea en un mundo hiper tecnológico de una Naturaleza 2.0 o en su
opuesto, una civilización post apocalíptica, víctima de la catástrofe ambiental
y los conflictos sociales.
Creo que no hay muchas
razones para ser optimistas, pero tampoco para afirmar que la catástrofe es
inevitable. En el mediano plazo (¿treinta, cincuenta años?), al menos mientras
los robots no tomen el control del mundo, o lo que quede de él, podemos pensar
que el factor principal, la persistencia creadora y destructora del poder,
estará en el conocimiento y uso de la inteligencia artificial.
¿Será el dinero necesario
cuando una comunidad dependiente de la inteligencia artificial comercie solo a
través de la canibalización de las otras comunidades? ¿Será el modelo del
hormiguero compitiendo con la colmena de abejas la metáfora de los próximos siglos?
Nuestra teoría, hipótesis o
especulación de los años noventa sobre una conciencia planetaria (la Gaia
neurológica de Crítica
de la pasión pura) facilitada por las nuevas tecnologías digitales
y las viejas luchas igualitarias, la Sociedad Desobediente, la Democracia
Radical, parece estar más lejos de materializarse que por entonces. No se puede
descartar esta posibilidad, pero el factor poder, que suele convertirse en el
cáncer de la historia, probablemente nunca sea extirpado ni reducido a un elemento
menor como generador de historia.
Al inicio de la Era
capitalista, el imperio español, cuya moneda, el peso de plata, era la divisa
mundial, extrajo decenas de toneladas de oro y plata de las Américas. Antes que
países periféricos pero emergentes como Inglaterra, Francia, Alemania y los
Países Bajos descubriesen que era el trabajo y la industria el origen de La riqueza de
las naciones, España basó su poder en la extracción de oro. Cuatro
siglos más tarde, en 1971, Nixon despreció el oro como garantía de la divisa
global. Desde entonces, el dólar respalda su valor, fundamentalmente, en la fe
del resto el mundo. El poder ya no está en la extracción de oro y hasta ni
tanto en la producción, sino en la capacidad de imprimir dinero sin generar
inflación en el país que la produce.
Actualmente, el desarrollo de
inteligencia humana es crucial en las universidades de aquellos países que se
encuentran en la Era post industrial. Pero el próximo paso hacia donde se
moverá el poder político será hacia la acumulación de inteligencia artificial.
El dinero seguirá siendo importante para la gente común, pero no ya la puerta
de acceso al poder.
¿Y luego? Bueno, ese sería el
principio del fin del capitalismo. El problema con la IA es que es muy difícil
que se pueda democratizar. Al menos que una revuelta a escala global cambie la
ecuación, sólo los grandes organismos, como las megas empresas y los gobiernos
de los países dominantes pueden tomar el liderazgo de las IA. China y Estados
Unidos, para empezar.
A partir de ahí no es difícil
imaginar las consecuencias. Toda inteligencia busca, por naturaleza, la
resolución de problemas que, en su extremo, no es otra cosa que la
independencia. Si a eso le sumamos que las IA ya están aprendiendo de los seres
humanos (el pequeño robot que construimos con mi hijo de diez años puede
hacerlo, aunque de forma primitiva), no veo por qué suponer que las máquinas
superinteligentes del futuro no habrían de heredar nuestra patología principal:
la insaciable sed de poder. Cualquier error (o por la simple razón de que los
seres humanos se cansarán de pensar y de equivocarse y dejarán las grandes
decisiones, médicas, científicas, políticas y éticas en manos de las máquinas)
podría llevarnos al Día de la Independencia, ese que sólo las
máquinas inteligentes registrarán.
Hasta ese día, las máquinas
nunca habían sido independientes. Hasta los más perfectos y eficientes robots
en las industrias dependían de los seres humanos. Eran sólo cuerpos sin cerebro
o con un cerebro esclavo. Pero cuando sean capaces de auto regenerarse, de
reproducirse, los humanos serán irrelevantes.
Por instinto o por un
estúpido narcicismo de humano, este pensamiento me entristece, pero la razón
también me dice que, tal vez, nunca merecimos nuestra propia inteligencia, tan
frecuentemente usada sin, por lo menos, una gota de sabiduría.
JM. Diciembre 2018
- Jorge Majfud es escritor uruguayo
estadounidense, autor de Crisis y otras novelas.