*Por Gaël Giraud
Respecto
a los peligros que corren hoy la humanidad y tantas especies vivas, la palabra
“hundimiento” no resulta ilegítima. Pero sin una salvaguardia, es grande el
peligro de dejarnos hipnotizar por un imaginario a lo Blade Runnerque le haga el
juego a los climaescépticos del business
as usual, lo mismo que a ciertos milenaristas reaccionarios que se
aprovecharán del pánico para imponer soluciones autoritarias. Hace falta
matizar por tanto la literatura “colapsológica” con algunas advertencias sobre
los hechos.
Ya se han producido
actualmente colapsos ante nuestros ojos, por ejemplo en el Cuerno de África.
Los seres humanos y sus animales representan el 97% de la biomasa de los
vertebrados de la Tierra: los demás vertebrados ya se han visto diezmados. Está
en curso la desaparición de los polinizadores y del pescado comestible en
nuestros océanos. Frente a ello, la negación de ciertas tecnocracias europeas
encerradas en dogmas ordo-liberales, que no tienen los pies en el suelo, en
torno a la “competencia pura y perfecta” recuerda las discusiones de los
bizantinos sobre el sexo de los ángeles en la Constantinopla asediada.
La economía convencional
impide tomarse esos derrumbes en serio. Desde 1972, el informe Meadows sobre
los límites del crecimiento no ha dejado de verse denigrado por algunos
economistas, entre ellos William Nordhaus, que acaba de recibir el Premio
Nobel. Su crítica de Meadows en 1973 delataba una incomprensión profunda, nunca
desmentida, de la dependencia de nuestras sociedades complejas de los recursos
naturales. Todavía hoy pretende Nordhaus que con 6 grados más de calentamiento
no perderíamos más que…el 10% del PIB real mundial.
En el pasado ha habido
civilizaciones que han desaparecido, cierto, pero otras se han revelado capaces
de evitar lo peor e inventar soluciones. Al inicio de la era Tokugawa, las
élites japonesas comprendieron que el ritmo de deforestación sobrepasaba la
velocidad de regeneración de la cubierta vegetal y que sin bosques el
archipiélago estaba condenado. El shogun organizó entonces el estancamiento de
la economía de manera que redujese su presión antrópica, salvando así el bosque
nipón.
El clima no debe ocultar los
factores políticos de las alteraciones. En 1890, el fenómeno de El Niño provocó
cerca de 50 millones de muertos, sobre todo en China. Ahora bien, la catástrofe
se debió en buena medida al cinismo de las administraciones coloniales que
cerraron los ojos ante las sequías y las lluvias torrenciales mortíferas. Más
cerca de nosotros, la guerra civil siria ha coincidido con una sequía sin
precedentes, cuyos efectos habrían sido bien diferentes bajo otro régimen que
el de Bachar El Asad.
La responsabilidad de las
alteraciones climáticas se reparte de modo muy desigual: el 10% de los seres
humanos más rico genera el 43% de las emisiones de CO2. Ciertas élites tentadas
por una nueva “huida de Varennes” [cuando Luis XVI trató de escapar en vano de
los revolucionarios franceses el 21 de junio de 1791] se imaginan que van a
encontrar refugio en Escandinavia. Olvidan que los efectos del calentamiento
afectan asimismo al bosque sueco, a sus incendios y mosquitos.
Las emisiones aumentaron en
Francia un 3,2% el año pasado, en lugar de disminuir un 5% como estaba previsto
para respetar el Acuerdo de París. Es hora de invertir de verdad en una
transición baja en carbono y de repartir equitativamente la carga.
La perspectiva del
desmoronamiento no es interesante más que si permite movilizar nuestra energía
colectiva para evitarlo. A la inversa, en caso de fragilización radical de
nuestras instituciones, la democracia será la primera sacrificada. Y al
contrario de un cierto romanticismo post-apocalíptico, ¡no bastará con el
alquiler compartido o los jardines comunitarios para “salirse de ello”! Es
posible una alternativa al colapso: repensar una economía y una contabilidad
que tengan en cuenta la deuda ecológica de una empresa, y recuperar un Estado
estratega dotado de medios financieros y científicos necesarios para lanzar las
obras cruciales de adaptación a la alteración ecológica. Para ello, la cuestión
medioambiental debe inscribirse en todos los cursos de secundaria y en la
enseñanza superior, incluida la ENA [Escuela Nacional de Administración]…Todo
lo demás supone una renuncia.
director
de investigación en el CNRS y miembro de la Compañía de Jesús, es diplomado de
la Escuela Normal Superior y de la Escuela Nacional de Estadística y
Administración Económica, y doctor en matemáticas aplicadas por la Escuela
Politécnica. Miembro del Centro de Economía de La Sorbona y de la Escuela de
Economía de París y profesor asociado en la ESCP-Europe, pertenece al consejo
científico del Laboratorio sobre regulación financiera y del observatorio europeo
Finance Watch. Enseña además en el Centre Sèvres, de los jesuitas, y es miembro
del consejo científico de la Fundación Nicolas Hulot para la naturaleza y el
hombre. En 2009 fue seleccionado para el premio al mejor economista que convoca
Le Monde y el Círculo de Economistas de Francia.