En estos días
aciagos, mientras la hiperinformación embota el pensamiento y los anuncios
gubernamentales desbordan de cifras meteóricas que apenas pueden analizarse,
muchos son los diagnósticos -no solamente médicos- sobre este cuerpo mundial
atacado por un virus. Pero ¿cuál es el tratamiento recetado?
Por Andrea D´Atri

Con el perfeccionamiento inaudito que permiten las nuevas
tecnologías del siglo XXI, se toman medidas medievales como el confinamiento
masivo e indiscriminado, consensuado sin fisuras, después de haber diseminado masivamente
la propaganda del terror. El mismo método del siglo XIV se hace más llevadero
con las videoconferencias en streaming.
Pero es inconcebible que los avances científicos y tecnológicos no se apliquen,
con la misma celeridad, para testear copiosamente a la población y -como parte
de un plan integral coherente- tomar medidas racionales de aislamiento, que
evitarían generar un caos mayor al que ya se ha provocado.
Nos dicen que, en las condiciones actuales, no se puede hacer eso.
El caos sanitario, social y económico que ya se ha generado comienza por allí.
Queda demostrado que el paciente cero de esta pandemia no es un turista
irresponsable de tal o cual nacionalidad, sino el desmantelamiento de los
sistemas de salud pública que, como tantas otras cosas, se vieron afectados por
los recortes después de la crisis de 2008, tanto en España como en otros países
del mundo.
“el paciente cero de esta pandemia no es un turista
irresponsable de tal o cual nacionalidad, sino el desmantelamiento de los
sistemas de salud pública”
El paciente cero es el
capitalismo
Pero escribo confinada en un piso de Barcelona, así que me permito
empezar señalando que, en una década de recortes desde aquella crisis donde el
Estado capitalista salvó a los bancos y las grandes empresas a costa de hundir
a millones, se redujo la inversión en salud en 21 mil millones de euros y la
plantilla de médicos en 9 mil profesionales; se quitaron 5 mil camas y se envió
a 80 mil trabajadoras y trabajadores sanitarios al paro.
La sanidad privada mueve 30 mil millones de euros al año. Solo por
mencionar al grupo Quirón Salud, tenemos que cuenta con 43 hospitales, 39
centros de día y 35 mil trabajadores y está construyendo un centro oncológico
de protonterapia de vanguardia tecnológica, con una inversión de más de 40
millones de euros. Imaginen esto mismo a escala internacional.
En España, la intervención inmediata de todo el sector privado para
actuar coordinadamente con el sector público ya fue ordenado por el gobierno de
coalición del PSOE y Unidas-Podemos. Pero esto no alcanza, porque el personal
sanitario está agotado; se denuncia la falta de elementos básicos para prevenir
los contagios y atender a los pacientes; los stocks y la producción de batas,
mascarillas, sábanas, guantes no alcanzan.
Proyecten esto que sucede aquí, por la cantidad de países más ricos
del mundo, donde se vive algo similar. Sumen a esto que el virus amenaza con
propagarse en los países pobres en las próximas semanas y meses.
Son ellos o nosotros
Por esa razón, en algunos países, las grandes empresas automotrices
empiezan a reconvertir su producción como sucedió en la Segunda Guerra Mundial.
Algunos gobiernos lo solicitan y otros lo imponen. En el Estado español, el
multimillonario Amancio Ortega -el dueño de Zara y
otras marcas- amenaza con despidos y suspensiones a los trabajadores de sus
empresas, mientras ofrece modificar sus líneas de producción de indumentaria,
para fabricar material sanitario que espera venderle al Estado en medio de la
desesperación generalizada.
Pero también se necesitan respiradores artificiales y otros
instrumentales médicos complejos, químicos, mobiliario, catering y muchas cosas
más que hoy están escaseando, mientras algunas fábricas siguen produciendo
bienes innecesarios para la emergencia y sin cuidar las condiciones de
seguridad de sus plantillas y otras cierran, enviando a las trabajadoras y
trabajadores a su casa con suspensiones y despidos, pero todos igualmente
confinados en cuarentena.
Solo por mencionar a las principales empresas del Estado español,
que conforman el Ibex35, tenemos que reportaron 47 mil millones de ganancias el
año pasado. Además de la Telefónica, el Banco Santander y otras, entre ellas se
encuentra el emporio de Amancio Ortega. Monedero, en su artículo, después de
describir la barbarie que hay que combatir, plantea que "las empresas no
son el enemigo". Solo con el recuerdo de 2008, millones de personas
afirmarían que si no son el enemigo, se le parecen bastante. ¿Es acaso,
irracional, sugerir que resignen, aunque más no fuera, una parte de sus
ganancias, cuando a la población se le imponen penurias inauditas?
“Monedero plantea que ’las empresas no son el
enemigo’. Solo con el recuerdo de 2008, millones de personas afirmarían que si
no son el enemigo, se le parecen bastante”
Multipliquen esta mínima medida de emergencia por todas las grandes
corporaciones del mercado mundial. Si vamos a una guerra, mejor estar
pertrechados. Nadie ganó ninguna batalla, quedándose en casa de brazos
cruzados.
Tampoco alcanzan las camas, los espacios adecuados para el
aislamiento de los pacientes. Pero las grandes y millonarias cadenas hoteleras
españolas vieron mermar sus reservas y despidieron a sus plantillas o las
enviaron a casa, aprovechando la cuarentena, con una paga del 70% de su salario
de la que se tiene que hacer cargo el Estado.
Sin embargo, aunque ahora lloren las pérdidas que les provocó el
coronavirus y exijan que el Estado las rescate, según un informe de setiembre
de 2019, las 6 mil empresas hoteleras españolas sumaron unas ventas de casi 20
mil millones de euros apenas en 2017. Es hora de que devuelvan al pueblo
español, una parte de lo que ganaron durante la última década de esplendor de
la explotación turística, usufructuando los bellos paisajes, el clima agradable
y la cultura del país.
¿No es hora de que se abran esas habitaciones -sin pago- para
organizar a las personas afectadas, atendiendo a sus necesidades según los
niveles de riesgo que presenten? ¿No es urgente transformarlos en viviendas
transitorias para las 40 mil personas sin techo que hay en todo el Estado
español?
Lo pueden hacer aquí y en el resto del mundo. Pero el gobierno
español ha prometido desembolsar 117 mil millones de euros para hacer frente a
esta crisis y la mayor parte de ese dinero irá a los bolsillos de los
empresarios por vía directa o indirecta, sosteniendo con subsidios a las
plantillas suspendidas por las patronales, mientras los de siempre se vuelven a
enriquecer. Y lo mismo sucede en el resto de los países golpeados por la
pandemia.
Tocamos sus intereses ahora o saldremos de esta crisis, como de las
anteriores, con ricos más ricos, pobres más pobres, y quizás, millones de
muertos.
El
virus no tiene pasaporte
Ante todo este desastre que nos transmiten por televisión y
compartimos por redes sociales, desde nuestros confinamientos, las fronteras
demuestran más que nunca que, más que la solución, son parte del problema. La
pandemia se propaga con las fronteras cerradas y los vuelos cancelados, no
conoce de impuestos aduaneros ni tasas de importación. El coronavirus no tiene
pasaporte. Cada estado nacional resolviendo sus asuntos domésticos, introducen
más caos al caos y son un obstáculo a la planificación.
Como en un loop de
pesadilla, en la Unión Europea vemos los mismos acontecimientos suceder en cada
país, con apenas días de diferencia. Y ahora, vemos cómo ingresan en esta
espiral macabra, los países de América Latina. ¿Qué sucederá en ese continente,
con millones de personas sumergidas en la pobreza más extrema, con su sistema
inmunitario deprimido por la desnutrición y las condiciones precarias de vida?
¿Cuánto falta para que se repita este mal sueño en África, donde más de 25
millones de personas viven con VIH, lo que las convierte en población de
riesgo? A esos grupos de la población, el coronavirus afectará sin preguntar
edades y las tasas de mortalidad podrían dispararse brutalmente.
Para millones de latinoamericanos y africanos, quedarse en casa
podría empeorar la situación o, en el mejor de los casos, no tener ninguna
relevancia frente a las extremas condiciones de riesgo en las que viven
cotidianamente.
“El coronavirus no tiene pasaporte. Cada estado
nacional resolviendo sus asuntos domésticos, introducen más caos al caos y son
un obstáculo a la planificación.”
La clase trabajadora
puede resolver el caos creado por los capitalistas
Como se ve, son muchas y disímiles las tareas para hacer frente a
la pandemia. Pero tienen algo en común: para fabricar tests de coronavirus,
mascarillas, camas hospitalarias, respiradores artificiales o nuevos hospitales
se necesitan trabajadoras y trabajadores que no estén confinados en su
domicilio, como hoy mismo no lo está el personal sanitario ni el de otros
sectores esenciales.
A esta altura de la crisis, todos los sectores son esenciales si se
reorganizan, bajo el control de sus trabajadores que sabrán establecer,
democráticamente, un régimen de licencias pagadas al 100 por ciento para
quienes lo necesiten, jornadas reducidas, rotación y medidas de seguridad e
higiene para cuidar de sí mismos. Los capitalistas, por el contrario, sólo dan
muestras de poner, por encima de las necesidades colectivas, su sed de
ganancias. Los gobiernos, por su parte, defienden los intereses de los
capitalistas, salvando empresas de la quiebra con fondos públicos o
exigiéndoles que produzcan lo que se necesita pero para comprárselo con dinero
que luego se quitará a la población con recorte de prestaciones y ajustes.
Lo que vemos en estos días demuestra que, ante una crisis como la
que estamos atravesando, el confinamiento indiscriminado de la población aporta
más caos a la situación. Muchos millones de trabajadoras y trabajadores siguen
sosteniendo el funcionamiento precario del mundo durante esta pandemia en la
industria alimentaria, farmacéutica, en los servicios sanitarios, la recolección
de residuos, la limpieza, el transporte, etc. Muchos otros millones, capaces de
poner en movimiento esta extraordinaria y enorme maquinaria de la industria
química, automotriz, metalúrgica, textil y tantas otras que, reconvertidas
podrían colaborar en la lucha contra la pandemia, están encerrados en sus
casas.
“A esta altura de la crisis, todos los sectores
son esenciales si se reorganizan, bajo el control de sus trabajadores”
Adiestran
sus perros armados para enfrentar rebeliones
El confinamiento generalizado, impuesto en forma repentina y sin
estar integrado a un plan que contemple otras medidas y sin tener en cuenta la
situación social de millones, no resuelve por sí mismo el problema. Para muchos
trabajadores ha significado que su única salida en este caos sea reclamar que
lo envíen a casa, aunque para eso tenga que resignarse a cobrar una ayuda
estatal inferior a su salario.
Contradictoriamente, ahora cuando se empieza a hacer evidente que
es necesario que millones trabajen para paliar la propagación de la pandemia y
avanzar aceleradamente en la atención y cura de los enfermos, el Estado (que ya
ha conseguido fortalecer suficientemente el consenso social para que las fuerzas
represivas actúen contra los que se rebelan al confinamiento, aunque fuera para
sacar a pasear a su perro) podrá recurrir a toda la fuerza de su aparato
punitivo y represivo, si es necesario, para enviarnos a trabajar a punta de
pistola.
Por eso, son ellos o nosotros y es ahora. Si queda en sus manos, no
podremos esperar ninguna solución para nuestros padecimientos, sino todo lo
contrario. Y ni siquiera estamos hablando de lo que nos esperaría en el futuro
si no logramos quitarle el mando de esta guerra a los canallescos generales que
privilegian sus beneficios de hoy, por sobre la vida de millones que se
arriesgan a infectarse con coronavirus. Los mismos sobre los que mañana querrán
descargar las consecuencias de sus empresas quebradas, con millones de parados,
sin techo y condenados al hambre y la miseria.
El reforzamiento actual de los aspectos punitivos del Estado es el
preparativo indispensable de los capitalistas para las posibles rebeliones que
genere la guerra que nos han declarado. Porque el capitalismo es barbarie más o
menos disimulada en tiempos saludables, pero abiertamente descarnada cuando las
crisis económicas, sociales y políticas se aceleran por la quiebra de una
compañía global de servicios financieros, como en 2008, o la aparición de un coronavirus
como en 2020.
Tomar el destino en
nuestras manos
Que los progresismos y las izquierdas reformistas acepten con
resignación esta realidad, proponiendo paliativos como kits de higiene para repartir a los sin
techo, suspensión de los desahucios mientras dure la crisis o rentas
universales de supervivencia mínima, es pura demagogia miserable. Si la
elección ante la que nos encontramos, como dice Monedero en su artículo, es
"socialismo o barbarie", las prescripciones parecen bastante lejos del
diagnóstico. Como si nos anunciaran una enfermedad terminal en fase aguda y nos
recetaran un analgésico.
La concatenación de los acontecimientos conduce aceleradamente a
una encrucijada de escala internacional: los gobiernos seguirán priorizando el
salvataje de los capitalistas a costa de nuestras vidas o las masas
trabajadoras impondrán su programa que, necesariamente, ataca las ganancias y
beneficios empresarios para salvar a la humanidad de estos estragos. Los
utópicos reformadores del capital que sigan marcando el paso con altisonantes
discursos y acciones impotentes, terminarán barridos de la Historia, por las
masas hastiadas de padecer tantos agravios inauditos. Nuestras vidas valen más
que sus beneficios.
Socialismo o barbarie,
no es tan solo un diagnóstico. Hoy, más que nunca, es una consigna para la
acción.