Por Ana Muñoz y Alan Wood
El origen del día internacional de la
mujer trabajadora se remonta a principios del SXX en la lucha por igualdad de
derechos para la mujer, y desde sus inicios siempre tuvo un marcado carácter de
clase y socialista. La primera celebración que se recuerda fue la de los
socialistas en Estados Unidos en 1908. Una
jornada internacionalista de lucha obrera
El origen del día internacional de la
mujer trabajadora se remonta a principios del SXX en la lucha por igualdad de
derechos para la mujer, y desde sus inicios siempre tuvo un marcado carácter de
clase y socialista. La primera celebración que se recuerda fue la de los
socialistas en Estados Unidos en 1908. En 1909 se declaró la huelga general de
mujeres obreras del textil en la que 30.000 obreras textileras en los Estados
Unidos fueron a la huelga durante 13 largas semanas de un frío invierno, en
lucha por mejores condiciones de trabajo.
En 1910, una conferencia internacional de
mujeres socialistas decidió la declaración del día internacional de la mujer
trabajadora. En la conferencia estaban representadas organizaciones de mujeres
socialistas de 17 países diferentes. La primera celebración internacional se
produjo en 1911 y tuvo particular fuerza en países como Austria, Dinamarca,
Alemania y Suecia. Más de un millón de obreras y obreros participaron en actos
públicos exigiendo el derecho de voto a la mujer, el derecho al trabajo y el
fin de la discriminación en el empleo. Así la lucha por la emancipación de la
mujer nacía como parte integral del movimiento socialista internacional.
Una semana después, más de 140 mujeres
trabajadoras del textil morían en el Incendio del Triangulo en Nueva York, sin
poder escapar de su lugar de trabajo. El respeto a la memoria de esas
trabajadoras se incorporó al Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Uno de los 8 de marzo con más trascendencia
fue el de 1917 en Petrogrado, cuando la celebración del día internacional de
las obreras se convirtió en la chispa que hizo estallar la revolución de
Febrero y el derrocamiento de la odiada autocracia zarista.
Aunque en tiempos recientes las
instituciones burguesas han querido negarle el carácter de lucha a esta
jornada, los socialistas debemos reivindicarla como jornada de combate por la
emancipación de la mujer como parte de la emancipación de la clase trabajadora
en su conjunto.
Por este motivo publicamos aquí el
documento "El marxismo y la emancipación de la mujer¨
......
"Cambiar
de raíz la situación de la mujer no será posible hasta que no cambien todas las
condiciones de la vida social y doméstica”.
Trotsky, Escritos sobre la cuestión femenina
El capitalismo está en un callejón sin salida. La crisis mundial
del capitalismo golpea con mayor dureza a las mujeres y a la juventud. En el
siglo XIX Marx ya señaló la tendencia del capitalismo a conseguir grandes
beneficios mediante la explotación de mujeres y niños. En el primer volumen de El
Capital, Marx escribe lo siguiente:
“Por eso, el trabajo de las mujeres y los niños fue
la primera palabra de la aplicación capitalista de la maquinaria. Este poderoso
sustituto de trabajo y de obreros se transformó inmediatamente en un medio para
aumentar el número de asalariados, colocando a todos los miembros de la familia
obrera, sin distinción de sexo ni edad, bajo el dominio inmediato del capital.
El trabajo forzado al servicio del capitalista usurpó no sólo el lugar de los
juegos infantiles, sino también el trabajo libre dentro de la esfera doméstica,
dentro de los límites morales, para la propia familia” (C. Marx, El
Capital. Madrid, Akal Editor, 1976, Vol I,
Tomo II, pág. 110).
En los países capitalistas desarrollados el cambio de los modos de
producción y el constante intento de los capitalistas de aumentar la tasa de
beneficios, ha llevado al incremento del empleo de mujeres y jóvenes, que
trabajan a cambio de salarios bajos, en malas condiciones laborales y con pocos
o ningún derecho. Sólo en Estados Unidos, durante los últimos 50 años se han
incorporado al mundo laboral cuarenta millones de mujeres y en Europa treinta
millones.
En 1950 aproximadamente un tercio de las mujeres estadounidenses en
edad laboral tenían un trabajo remunerado; el año pasado esta proporción casi
era de tres cuartas partes. Según las estadísticas, hoy en día el 99% de las
mujeres estadounidenses ha trabajado en algún momento de su vida. El empleo de
mujeres —por sí mismo un acontecimiento progresista—, es la condición previa
para liberar a las mujeres de los estrechos límites del hogar y familia
burgueses, y también el primer paso para su libre y pleno desarrollo como seres
humanos y miembros de la sociedad.
Pero el sistema capitalista considera a las mujeres sólo una fuente
conveniente de mano de obra barata y parte del “ejército de reserva de
trabajadores”, las incorpora al mundo laboral cuando hay escasez de mano de
obra en determinados sectores de la producción, y cuando estas necesidades
desaparecen, las expulsa de nuevo del mundo laboral.
Presenciamos este proceso durante las dos guerras mundiales,
entonces las mujeres entraron en las fábricas para sustituir a los hombres
enviados al frente y después cuando terminó la guerra se las obligó a regresar
al hogar. La mujer volvió a incorporarse al trabajo en el periodo de auge
capitalista de la posguerra, durante los años 50 y 60, su papel fue similar al
de los trabajadores inmigrantes —una reserva de mano de obra barata—. En el
periodo más reciente, el número de trabajadoras ha aumentado para ocupar los
huecos existentes en el proceso productivo. A pesar de todo lo que se dice
sobre el “mundo de la mujer” y el “poder femenino”, a pesar de todas las leyes
que supuestamente garantizan su igualdad, las trabajadoras todavía son uno de
los sectores más explotados y oprimidos del proletariado.
En el pasado, la sociedad de clases condicionaba a las mujeres a
que fuesen políticamente indiferentes, a no organizarse, y sobre todo, a ser
pasivas y por lo tanto proporcionar una base social para la reacción. La
burguesía utilizó los servicios de la Iglesia y la prensa burguesa (revistas
femeninas, etc.,) para basarse en esta capa y mantenerse en el poder. Pero esta
situación ha cambiado en la medida que se transforma el papel de las mujeres en
la sociedad. Cada vez son menos las mujeres —al menos en los países
capitalistas desarrollados—, que están dispuestas a mantenerse en la ignorancia
y a someterse pasivamente al papel tradicional de kirche, kücher and kinder (iglesia,
cocina y niños).
Este cambio es un fenómeno progresista que tendrá consecuencias
importantes para el futuro. De la misma forma que la burguesía ha perdido su
antigua reserva social de masas para la reacción entre el campesinado, en EEUU,
Japón y Europa Occidental, las mujeres ya no constituyen esa reserva atrasada
de la reacción como ocurría en el pasado. La crisis del capitalismo, sus
constantes ataques a la mujer y a la familia, radicalizará aún más a amplias capas
de las mujeres y las llevará en una dirección revolucionaria. Para los
marxistas es importante comprender el gran potencial revolucionario que existe
entre las mujeres.
Las mujeres potencialmente llegan a ser incluso más revolucionarias
que los hombres, porque a menudo están más oprimidas que los hombres, están
frescas y libres de la rutina conservadora que con frecuencia caracteriza la
vida sindical “normal”. Cualquiera que haya presenciado una huelga de mujeres
ha podido ver su tremenda determinación, coraje y empuje. Es un deber para los
marxistas, tomar todas las medidas necesarias para animar a las mujeres a que
entren y participen en los sindicatos, en igualdad de derechos y condiciones.
La
cuestión de la mujer, teoría y práctica del marxismo
La cuestión de la mujer siempre ocupó un lugar central en la teoría
y en la práctica del marxismo. En 1845 Engels había escrito La situación de la
clase obrera en Inglaterra. Engels describe detalladamente las condiciones de
vida y laborales completamente insoportables de los trabajadores británicos en
aquella época. Según las fuentes citadas por Engels, muchos de los trabajadores
industriales eran mujeres. En las hilanderías las mujeres constituían
aproximadamente el 70% de la fuerza laboral total (F. Engels, La
situación de la clase obrera en Inglaterra. Panther
Books, 1974, pág. 171, en la edición inglesa).
Engels cita un discurso de Lord Ashley en la Cámara de los Comunes
en 1844:
“De los 419.560 trabajadores industriales que en 1839
había en el imperio británico, 192.887 —casi la mitad—, tenían menos de
dieciocho años de edad, y 242.296 eran mujeres...”.
Engels documenta sus vidas como trabajadoras, madres y esposas.
“El trabajo fabril deja su huella en el físico
femenino. Las deformidades creadas por ocho horas largas de trabajo son
bastante más serias entre las mujeres. Las largas horas de trabajo a menudo
originan deformidades en la pelvis, en parte debido al desarrollo anormal de
los huesos de la cadera, y en parte también por deformaciones en la parte
inferior de la columna vertebral” (Op. Cit., pág. 188).
“Esas trabajadoras tienen un parto más difícil que
otras mujeres, y esto está confirmado por varias comadronas y obstetricias,
también tienen más predisposición al aborto. Además, sufren el debilitamiento
general que es común a todos los trabajadores, y cuando están embarazadas
continúan trabajando en la fábrica hasta el momento del parto, de otra forma,
perderían sus salarios y temen que se las sustituya si dejan de trabajar
demasiado pronto. Con frecuenta ocurre que las mujeres están trabajando una
noche y a la mañana siguiente, dan a luz en la fábrica entre la maquinaria...
Si no se obliga a estas mujeres a regresar al trabajo en dos semanas, están
agradecidas y se sienten afortunadas. Muchas regresan a la fábrica después de
ocho e incluso después de tres o cuatro días... Naturalmente, el temor a ser
despedidas, el miedo al hambre las lleva a la fábrica a pesar de su debilidad y
desafiando al dolor” (Op. Cit., pág. 189).
“El empleo de mujeres con frecuencia rompe la
familia, porque si la esposa trabaja doce o trece horas diarias en la fábrica y
el marido trabaja el mismo tiempo aquí o en otra parte, ¿qué ocurre con los
niños?”.
Engels también responde esta pregunta:
“Crecen como la maleza salvaje; son puestos al
cuidado de una niñera a cambio de un chelín o dieciocho peniques semanales,
cómo les tratan no es difícil de imaginar. Por eso es tan elevado el número de accidentes
que sufren los niños pequeños en los barrios obreros” (Op. Cit., pág. 171).
Según el informe que cita Engels, más del 57% de los niños de
Manchester morían antes de cumplir los cinco años de edad. Engels escribía
sobre la vida familiar del trabajador, casi imposible bajo el sistema social
existente, con problemas domésticos interminables y riñas familiares. Y culpaba
de esta situación a las “condiciones sociales existentes”.
Engels también demuestra que los propietarios de las fábricas
solían seducir a las trabajadoras bajo amenaza de despido y algunos convertían
su fábrica en un harén privado. De este modo se extendía la prostitución.
Este libro —La situación de la clase obrera en Inglaterra—
demuestra que Marx y Engels conocían perfectamente la situación en la que se
encontraban las mujeres de la clase obrera, y por supuesto estaban preocupados
por la difícil situación de estas mujeres, como también se preocupaban por la
difícil situación de la clase obrera su conjunto. Engels, en el libro, acusa a
la clase dominante de Inglaterra de ser la responsable de esta situación. En el
mismo año —1845— Marx publicó La sagrada familia. Aquí
parafrasea generosamente a Fourier y escribe:
“Los progresos sociales y los cambios de periodos se
operan en razón directa del progreso de las mujeres hacia la libertad y las
decadencias de orden social se operan en razón del decrecimiento de la libertad
de las mujeres... porque aquí, en la relación de hombres y mujeres, del débil y
el fuerte, la victoria de la naturaleza humana sobre la brutalidad, es más
evidente. El grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la
emancipación general” (C. Marx y F. Engels, La sagrada familia. Madrid, Akal
Editor, 1981, pág. 215).
Marx no estaba en contra de la participación de mujeres y niños en
la producción. Pero sí se oponía a las terribles condiciones en las que tenían
que trabajar y vivir. En la reunión del Consejo General de la Internacional
dijo lo siguiente:
“No digo que sea un error que mujeres y niños
participen en nuestra producción social”, sino “la forma en que tienen que
trabajar” (Actas
del Consejo General de la Internacional. Vol. II, pág. 232, en la
edición inglesa).
Por esta razón la clase obrera tenía el deber de luchar por la
protección de mujeres y niños, a través de la legislación, contra la peor clase
de explotación. Y por supuesto para reducir la jornada laboral semanal.
Marx escribe en El Capital:
“Los obreros tienen que juntar sus cabezas y, como
clase, forzar una ley estatal, una barrera social prepotente, que les impida a
ellos mismos venderse y vender a su descendencia para la muerte y la esclavitud
mediante un contrato voluntario con el capital” (C. Marx, El
Capital. Madrid, Akal Editor, 1976. Tomo I,
Vol. II, pág. 400).
Marx consideraba que por un lado, sacar a las mujeres y niños del
aislamiento social y de la opresión patriarcal de la familia campesina para que
“cooperasen en la producción social, es una tendencia legítima, correcta y
progresista”. Pero por otro lado “bajo el Capital este proceso se convertía en
una abominación” (C. Marx, La Primera Internacional,
pág. 88, en la edición inglesa).
“La mujer se ha convertido en parte activa de nuestra
producción social. Alguien que sepa algo de historia sabe que son imposibles
las transformaciones sociales importantes sin la agitación entre las mujeres”,
(C. Marx, Cartas a Kugelmann, en la edición inglesa).
Marx estaba a favor de la incorporación de las mujeres, como
agentes activos, a la actividad política y en 1871 promovió una norma, y la
Internacional la aprobó, en la que se recomendaba la creación de secciones de
mujeres, sin excluir la posibilidad de que en ellas participasen ambos sexos.
En esa época prevalecían unas condiciones de atraso donde se miraba con
desprecio a las mujeres que participaban activamente en política o que asistían
a las reuniones.
Después del colapso de la Primera Internacional, Marx y Engels
participaron como consejeros en los partidos de la clase obrera recién creados
y que más tarde conformarían la Segunda Internacional. Por ejemplo, ayudaron a
escribir el programa del Partido Francés de los Trabajadores para las
elecciones de 1880. Marx escribió la introducción y en ella deja bien claro que
“la emancipación de las clases productoras implica a todos los seres humanos
sin distinción de sexo o raza” (C. Marx, La Primera Internacional,
pág. 376, en la edición inglesa).
Además. tenemos el libro de Engels, El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado, publicado en 1884. El libro en conjunto es un
trabajo pionero, incluso los antropólogos, arqueólogos e historiadores de hoy
en día se ven obligados a mencionarlo.
Desde su publicación se han realizado muchos descubrimientos, pero
Engels en el libro aborda la cuestión de la mujer desde el punto de vista del
materialismo histórico. Y demuestra que el patriarcado no es algo eterno, sino
todo lo contrario.
Lenin siguió los pasos Marx y Engels y también consideraba muy
importante el trabajo de los socialistas entre la mujer (y los hombres). En el
apéndice del libro de Lenin La emancipación de la mujer,
podemos encontrar Mis recuerdos de Lenin, de
Clara Zetkin. Y leemos lo siguiente:
“El camarada Lenin habló conmigo repetidas veces
acerca de la cuestión femenina. Evidentemente, atribuía al movimiento femenino
una gran importancia, como parte esencial del movimiento de masas, del que, en
determinadas condiciones, puede ser una parte decisiva. De suyo se comprende
que concebía la plena igualdad social de la mujer como un principio
completamente indiscutible para un comunista” (Lenin, La
emancipación de la mujer. Moscú, Editorial Progreso,
1979, pág. 105).
Lenin no consideraba un tema secundario el trabajo de
los comunistas entre las mujeres. Incluso expresó su descontento con aquellas
secciones de la Internacional Comunista que no hacían lo suficiente en ese
terreno y era muy sincero. “Saber movilizarlas [las masas femeninas] con una
clara comprensión de los principios y sobre una firme base organizativa, es
cuestión de la que dependen la vida y victoria del Partido Comunista. Pero no
debemos engañarnos. En nuestras secciones nacionales no existe todavía una
comprensión cabal de este problema” (Ibíd. pág. 125).
“Nuestras secciones nacionales conciben la labor de
agitación y propaganda entre las masas femeninas, su despertar y su
radicalización, como algo secundario, como una tarea que afecta exclusivamente
a las mujeres comunistas (...) ¿En qué se basa esta posición errónea de
nuestras secciones nacionales? (No hablo de la Rusia soviética). En definitiva,
esto no es otra cosa que una subestimación de la mujer y de su trabajo” (Ibíd.,
págs. 125-126).
No es muy conocido que la hija de Marx —Eleanor—, jugó un papel
activo en el trabajo entre las mujeres obreras en la industria del East End
londinense. Eleanor publicó un artículo en la prensa en el que defendía la
formación de un sindicato de mecanógrafas, formado por todas las trabajadoras,
tanto las que trabajaban en casa como las que escribían en las oficinas de las
empresas: “si quieres vivir de tu trabajo, tienes que trabajar con una presión
enorme, durante ocho horas diarias o más” (Ivonne Kapp, Eleanor
Marx, The Crowded Years, 1884-98, pág. 364, en la edición inglesa).
¡Qué relevantes suenan estas palabras cien años después!
Un importante punto de inflexión en la lucha de las mujeres en Gran
Bretaña, fue la huelga de las cerilleras londinenses en 1888, éste era uno de
los sectores más explotados y oprimidos de los trabajadores, y se rebelaron
contra sus opresores. En la fábrica Bow, en el pobre East End, todos los
trabajadores eran mujeres, desde chicas de trece años a madres de familia. Las
bárbaras condiciones laborales eran muy similares a las que hoy sufren los
trabajadores del Tercer Mundo. El fósforo blanco utilizado para fabricar las
cerillas producía una espantosa enfermedad que desgastaba los huesos de la
mandíbula; éste era el resultado de comer en el centro de trabajo en una
atmósfera contaminada por el fósforo. Los malos salarios empeoraban por el
sistema de multas, con frecuencia se imponían por errores triviales que eran
fruto de la fatiga. Gracias a este sistema los accionistas conseguían un
dividendo del 22%.
En julio de 1888, las cerilleras dejaron a un lado sus temores y
672 mujeres iniciaron una huelga. A los quince días, gracias al apoyo de los
sindicatos y a una campaña pública de recogida de dinero que consiguió la
considerable suma de 400 libras, las mujeres consiguieron concesiones
importantes. Estas trabajadoras no cualificadas organizaron el Sindicato de Manchester,
el sindicato femenino más grande de Inglaterra. Esto fue un paso de gigante
hacia adelante en la explosión del “Nuevo Sindicalismo” en Gran Bretaña, por
primera vez el proletariado no cualificado se organizaba en sindicatos. De esta
lucha se pueden extraer lecciones importantes y útiles para la situación
actual; hoy, como hace cien años, muchos trabajadores no cualificados y
semicualificados están desorganizados, y una parte importante son mujeres.
Los
bolcheviques y la mujer
Los bolcheviques siempre dieron mucha seriedad al trabajo
revolucionario entre las mujeres obreras. En concreto Lenin daba una enorme
importancia esta cuestión, especialmente durante el periodo de insurrección
revolucionaria de 1912-14, y en la Primera Guerra Mundial. Fue en esta época en
la que comenzó a celebrarse el Día Internacional de la Mujer (el
8 de marzo) con manifestaciones masivas de trabajadores. No es casualidad que
la Revolución de Febrero (marzo según el nuevo calendario) comenzara el Día de
la Mujer, en que las mujeres se manifestaban contra la guerra y por el elevado
coste de la vida.
Los socialdemócratas comenzaron a realizar un trabajo constante
entre las mujeres obreras en el periodo de 1912-14. Los bolcheviques
organizaron en 1913 el primer mitin para conmemorar el día internacional de la
mujer trabajadora en Rusia. Ese mismo año, Pravda comenzó a publicar una página
regular dedicada a los problemas que afectaban a las mujeres. En 1914 los
bolcheviques lanzaron un nuevo periódico —Rabotnitsa (Mujer
Obrera)—, el primer número apareció el día internacional de la mujer
trabajadora, para distribuirlo en las manifestaciones convocadas por el
partido. El periódico fue prohibido en julio junto con el resto de la prensa
obrera.
El periódico bolchevique se financiaba con el dinero que recogían
las trabajadoras en las fábricas y ellas lo distribuían en los centros de
trabajo. En él se informaba de las condiciones y las luchas de las
trabajadoras, tanto en Rusia como en el extranjero, y desde sus páginas se
animaba a las mujeres a que participaran junto con sus compañeros en la lucha.
También se insistía en que rechazaran el movimiento femenino iniciado por las
mujeres burguesas después de la revolución de 1905.
El trabajo revolucionario de los socialdemócratas rusos durante la
Primera Guerra Mundial se enfrentó a enormes dificultades. El partido y los
sindicatos estaban ilegalizados. En 1915 el movimiento empezó a recuperarse de
los golpes recibidos en los primeros meses de la guerra. Un sector donde
empezaron rápidamente a conseguir importantes avances fue entre las mujeres
trabajadoras, muchas de ellas expulsadas del trabajo industrial. Cuando estalló
la guerra, las mujeres eran un tercio de los trabajadores industriales, y esta
proporción era aún mayor en la industria textil. Durante la guerra aumentó esta
proporción en la medida que los hombres eran movilizados para ir al frente. La
situación de las mujeres empeoró durante la guerra, muchas mujeres tenían que
hacer frente solas al mantenimiento de sus familias, a las escaseces y al
encarecimiento del coste de la vida. Las mujeres obreras participaron en muchas
huelgas y manifestaciones para protestar contra los penurias derivadas de la
participación de Rusia en la guerra.
El Partido Bolchevique estaba formado fundamentalmente por hombres
(en el Sexto Congreso bolchevique celebrado en agosto de 1917, las mujeres eran
el 6% de los delegados). El siguiente extracto es del panfleto titulado A
las obreras de Kiev, distribuido por los bolcheviques en Kiev
(Ucrania) el 8 de marzo en 1915. El panfleto nos da una idea de la forma en que
los bolcheviques abordaban la cuestión de la mujer en su agitación pública. En
él hacen un llamamiento para vincular la opresión de la mujer con el
sufrimiento de los trabajadores, y la defensa de un programa para la liberación
de la clase obrera en su conjunto:
“Es lamentable la suerte del trabajador, la situación
de la mujer es incluso peor. En la fábrica, en el taller, ella trabaja para un
empresario capitalista, en casa lo hace para la familia.
"Miles de mujeres venden su fuerza de trabajo al
capital; miles de esclavos alquilan su trabajo; miles y cientos de miles sufren
el yugo de la familia y la opresión social. A la gran mayoría de las
trabajadoras les parece que esto tiene que ser así. Pero ¿es verdad que las
mujeres trabajadoras no pueden esperar un futuro mejor y que el destino las ha
deparado una vida de trabajo y sólo trabajo sin descansar noche y día?
“¡Camaradas trabajadoras! Los compañeros trabajan
duro junto a nosotras. Su destino y el nuestro es el mismo. Pero hace tiempo
que ellos han encontrado el único camino hacia una vida mejor, el camino de la
lucha obrera organizada contra el capital, el camino de la lucha contra toda
opresión, maldad y violencia. Compañeras, no tenemos otro camino. Los intereses
de los trabajadores y las trabajadoras son iguales y son los mismos. Sólo
mediante la lucha unificada con los trabajadores, en las organizaciones de
trabajadores —el Partido Socialdemócrata, los sindicatos, clubs obreros y
cooperativas— , conseguiremos nuestros derechos y una vida mejor” (Lenin’s
Struggle for a Revolutionary International, pág. 268, en la edición
inglesa).
La
mujer después de Octubre
En la Rusia zarista las mujeres eran legalmente esclavas de sus
maridos. Según la ley zarista:
“La esposa tiene que obedecer a su marido, como jefe
de familia, permanecer junto a él, amarle, respetarle, obedecerle siempre,
hacer todo lo que le favore En la Rusia zarista las mujeres eran legalmente
esclavas de sus maridos. Según la ley zarista: “La esposa tiene que obedecer a
su marido, como jefe de familia, permanecer junto a él, amarle, respetarle,
obedecerle siempre, hacer todo lo que le favorezca y demostrarle su afecto como
esposa”.
El programa del Partido Comunista en 1919 decía:
“En el momento actual, la tarea del partido es
trabajar en primer lugar, en el reino de las ideas y la educación, para
destruir completamente todos los vestigios de desigualdad o viejos prejuicios,
particularmente entre la capa más atrasada del proletariado y el campesinado.
Sin limitarse sólo a la igualdad formal de las mujeres, el partido tiene que
liberarlas de las cargas materiales del obsoleto trabajo familiar y sustituirlo
por casas comunales, comedores públicos, lavanderías, guarderías, etc”.
Sin embargo, la puesta en práctica de este programa dependía del
nivel de vida general y de la cultura de la sociedad, como explicó Trotsky en
su artículo De la vieja familia a la nueva, publicado en Pravda el
13 de julio de 1923:
“El preparar las condiciones para una nueva vida y
una nueva familia no puede aislarse, repito, de las tareas generales de la
construcción del socialismo. El Estado obrero debe fortalecerse económicamente
para estar en condiciones de encarar seriamente la educación pública de los
niños y liberar a la mujer de las tareas domésticas. Necesitamos más formas
económicas socialistas. Sólo bajo tales condiciones podremos liberar a la
familia de las tareas que en la actualidad la oprimen y la desintegran. Los
lavaderos públicos tendrían que ocuparse del lavado, los restaurantes públicos
de la comida, las tiendas estatales de la costura. Los niños deberían ser
educados por buenos maestros con verdadera vocación para esta tarea. Entonces
las relaciones entre las parejas se liberarían de todo lo externo y accidental,
y dejarían de absorberse la vida mutuamente. Entonces se establecería una
verdadera igualdad. Las relaciones estarían condicionadas sólo por el amor. Y
sobre estas bases se establecería realmente, no de la misma manera para todos,
por supuesto, pero sin imposiciones para nadie” (León Trotsky, Escritos
sobre la cuestión femenina. Barcelona, Editorial Anagrama,
1977, págs. 32-33).
La revolución bolchevique sentó las bases para la emancipación
social de las mujeres, y aunque la contrarrevolución política estalinista
representó un paso atrás parcial, es innegable que las mujeres en la Unión
Soviética consiguieron enormes pasos adelante en la lucha por la igualdad. Las
mujeres ya no tenían la obligación de vivir con sus maridos o acompañarlos si
se cambiaban de trabajo. Tenían los mismos derechos para ser cabeza de familia
y disfrutaban de igualdad salarial. Se prestaba mucha atención a la maternidad
y se aprobaron leyes que prohibían a las mujeres embarazadas trabajar largas
jornadas y también estaba prohibido el trabajo nocturno, existía la baja
maternal con salario y las familias disponían de guarderías. El aborto se
legalizó en 1920, el divorcio se simplificó y bastaba con inscribir el
matrimonio en el registro civil. El concepto de hijo ilegítimo también fue
eliminado. En palabras de Lenin: “En el sentido literal, no hemos dejado un
solo ladrillo de las despreciables leyes que colocaban a la mujer en una
situación de inferioridad comparada con los hombres...”.
Los avances materiales facilitaron la plena incorporación de las
mujeres a todas las esferas de la vida social, económica y política —comida
gratuita en las escuelas, leche gratis para los niños, comida, ropa, centros de
maternidad, guarderías y otras facilidades—.
En La revolución traicionada Trotsky escribe:
“La
Revolución de Octubre cumplió honradamente su palabra en lo que respecta a la
mujer. El nuevo régimen no se contentó con darle los mismos derechos jurídicos
y políticos que al hombre, sino que hizo —lo que es mucho más— todo lo que
podía y, en todo caso, infinitamente más que cualquier otro régimen para darle
realmente acceso a todos los dominios culturales y económicos. Pero ni el
“todopoderoso” parlamento británico, ni la más poderosa revolución pueden
hacer de la mujer un ser idéntico al hombre, o hablando más claramente,
repartir por igual entre ella y su compañero las cargas del embarazo, del
parto, de la lactancia y de la educación de los hijos.
La revolución trató heroicamente de destruir el
antiguo “hogar familiar” corrompido, institución arcaica, rutinaria,
asfixiante, que condena a la mujer de la clase trabajadora a los trabajos
forzados desde la infancia hasta su muerte. La familia, considerada como una
pequeña empresa cerrada, debía ser sustituida, según la intención de los
revolucionarios, por un sistema acabado de servicios sociales: maternidades,
casas cuna, jardines de infancia, restaurantes, lavanderías, dispensarios,
hospitales, sana torios, organizaciones deportivas, cines, teatros, etc. La
absorción completa de las funciones económicas de la familia por la sociedad
socialista, al unir a toda una generación por la solidaridad y la asistencia
mutua, debía proporcionar a la mujer y, en consecuencia, a la pareja, una
verdadera emancipación del yugo secular” (León Trotsky, La
revolución traicionada. Madrid, Fundación Federico Engels,
1991, pág. 147).
La
Internacional Comunista
La Internacional Comunista (IC) siguió las tradiciones del Partido
Bolchevique, prestó gran importancia al trabajo entre las mujeres y dio
instrucciones a los partidos comunistas para
“que extendieran su influencia entre las más amplias
capas de la población femenina, mediante la creación de organismos especiales
dentro del partido y utilizar métodos especiales para llegar a las mujeres, con
el objetivo de liberarlas de la influencia de las ideas de la burguesía o la
influencia de los partidos conciliadores, además de educarlas como luchadoras
decididas por el comunismo y consecuentemente por el pleno desarrollo de las
mujeres”.
Para la IC la creación de “organismos especiales” para trabajar
entre las mujeres, no significaba la creación de organizaciones femeninas
separadas. Esta idea por sí sola habría sido una abominación, de la misma forma
que la creación de organizaciones revolucionarias separadas para las naciones
oprimidas, los judíos, negros, etc.; Lenin y Trotsky siempre se opusieron a
esta idea. Las tesis dicen claramente que “el Tercer Congreso de la
Internacional Comunista se opone firmemente a cualquier clase de asociaciones
femeninas separadas en el seno de los partidos y sindicatos o a las
organizaciones especiales de mujeres.” (Tesis, resoluciones y manifiestos de los
cuatro primeros congresos de la Tercera Internacional, pág. 217, en
la edición inglesa).
La IC defendía la necesidad de crear grupos especiales formados por
compañeros especializados y cualificados para este tipo de trabajo, para las
tareas técnicas de la edición de propaganda, panfletos, etc. y en general para
organizar el trabajo. Y también dejaba claro que este grupo no podía trabajar
al margen del partido, y estaban bajo el control de los órganos electos del
partido. Los principales objetivos de este trabajo eran los siguientes:
“1)
Educar a las mujeres en las ideas comunistas y atraerlas a las filas del
partido.
"2)
Luchar contra los prejuicios existentes entre el proletariado masculino hacia
las mujeres, e incrementar la conciencia de los trabajadores y trabajadoras
para hacerles comprender que tienen intereses comunes.
"3)
Fortalecer la voluntad de las trabajadoras implicándolas en todas las formas de
conflicto civil, animar a las mujeres de los países burgueses a participar en
la lucha contra la explotación capitalista, en la acción de masas contra la
carestía de la vida, contra la escasez de vivienda, el desempleo y otros
problemas sociales, y las mujeres de las repúblicas soviéticas deben participar
en la formación de la personalidad y estilo de vida comunistas.
"4)
Poner el tema en el orden del día del partido e incluir propuestas legislativas
relacionadas directamente con la emancipación de la mujer, confirmar su
liberación, y defender sus intereses como madres.
"5) Llevar adelante una lucha organizada contra
el poder de la tradición, las costumbres burguesas y las ideas religiosas,
preparar el camino para unas relaciones entre los sexos más sanas y armoniosas,
garantizando la vitalidad física y moral de la clase obrera” (Ibid., pág, 218).
La Internacional Comunista con Lenin y Trotsky nunca habría
aceptado una actitud negligente o descuidada en esta área vital del trabajo. En
el Tercer Congreso de la Internacional Comunista se decía que:
“Sin
la participación activa de amplias masas de mujeres proletarias y
semiproletarias, el proletariado nunca podrá tomar el poder ni llegar al
comunismo.
"Al mismo tiempo, el Congreso una vez más llama
la atención de todas las mujeres, porque sin el apoyo del Partido Comunista en
todos los proyectos de liberación de la mujer, no se podrá conseguir el
reconocimiento de los derechos de las mujeres como seres humanos iguales ni
tampoco su verdadera emancipación” (Ibíd., págs, 213-214).
Desde el principio la Internacional Comunista con Lenin y Trotsky,
explicó el papel central de la cuestión de la mujer, pero a) lo abordaron desde
un punto de vista exclusivamente de clase y revolucionario y b) explicó que la
verdadera emancipación de la mujer sólo se podría conseguir bajo el socialismo.
La Internacional Comunista insistía en la necesidad de integrar el trabajo de
las mujeres en el trabajo general del partido, y nunca debería ir segregado:
“Para fortalecer la camaradería entre las
trabajadoras y los trabajadores, sería deseable no organizar cursos y escuelas
especiales para las mujeres comunistas, sino escuelas generales del partido, en
las que no debemos olvidar discutir los métodos de trabajo entre las mujeres”
(Ibid., pág. 227).
En el Cuarto Congreso —el último congreso genuinamente leninista de
la IC— se publicó un breve balance; en él se destacaba la gran importancia que
este trabajo tenía para una Internacional revolucionaria (e incluía referencias
especiales al problema de la mujer en los países atrasados y coloniales de
Oriente), pero también decía que las secciones no habían dedicado todo el
esfuerzo que se merecía este trabajo:
“La
necesidad e importancia de organizaciones especiales para el trabajo comunista
entre las mujeres, han quedado demostradas por la actividad del Secretariado de
la Mujer en Oriente, que ha realizado un trabajo importante y fructífero en
unas condiciones nuevas y poco comunes. Desafortunadamente, el Cuarto Congreso
Mundial de la Internacional Comunista tiene que admitir que algunas secciones
no han cumplido total o parcialmente con la responsabilidad de realizar un
trabajo comunista consistente entre las mujeres. Al día de hoy, todavía no se
han tomado las medidas necesarias para organizar a las mujeres comunistas
dentro del partido, y no se han creado organizaciones vitales del partido para
el trabajo entre las masas femeninas y para establecer vínculos con ellas.
"El Cuarto Congreso exige a los partidos
interesados a que solucionen estos fallos urgentemente y con la mayor rapidez
posible. Además, pedimos a todas las secciones de la Internacional Comunista
que hagan todo lo posible para promover el trabajo comunista entre las mujeres,
en vista de la gran importancia que tiene este trabajo. No se podrá conseguir
un frente unido del proletariado sin la participación activa de las mujeres. En
condiciones concretas, con la existencia de vínculos correctos y cercanos entre
los partidos comunistas y las mujeres obreras, las mujeres se pueden convertir
en las pioneras de la unidad del proletariado y de los movimientos
revolucionarios de masas” (Ibid., pág. 326).
El
papel del estalinismo
El gran socialista utópico francés Fourier, dijo —sabiamente— que
la situación de la mujer era la expresión más clara de la verdadera naturaleza
de un régimen social. La revolución socialista comenzó a establecer las bases
materiales y legales para la verdadera liberación de la mujer, pero la
contrarrevolución estalinista dio un giro dramático a la situación.
Desaparecieron muchas de las conquistas conseguidas con la revolución. Se
ilegalizó el aborto, el divorcio se convirtió en algo difícil de conseguir y
costoso económicamente. Se arrestaba a las prostitutas, a diferencia de la
política bolchevique que arrestaba sólo a los propietarios de los burdeles,
intentaba desenmascarar a los hombres que utilizaban a las prostitutas y
promovía la formación laboral voluntaria de las prostitutas. Durante el
estalinismo también se redujeron los horarios de las guarderías para que
coincidieran con las horas de la jornada laboral. A las niñas se les enseñaba
en las escuelas materias especiales y las preparaban para su papel de madres y
esposas.
En 1938 Trotsky describió la situación con las siguientes palabras:
“La posición de la mujer es el indicador más gráfico y elocuente
para evaluar un régimen social y una política estatal. La Revolución de Octubre
escribió en su bandera la emancipación femenina y creó la legislación más
progresista de la historia sobre el matrimonio y la familia. Esto no significa
por supuesto que una ‘vida feliz’ estaba disponible inmediatamente para la
mujer soviética. La genuina emancipación de las mujeres es inconcebible sin un
adelanto general de la economía y la cultura, sin la destrucción de la unidad
familiar económica pequeñoburguesa, sin la introducción de la preparación
socializada de los alimentos y la educación.
Mientras tanto, guiada por su instinto conservador,
la burocracia se ha alarmado ante la ‘desintegración de la familia’. Comenzó
cantando panegíricos a la cena y la lavandería familiares, es decir a la
esclavitud doméstica de la mujer. Para rematar, la burocracia ha restaurado el
castigo criminal por los abortos, regresando oficialmente a las mujeres al
estado de animales de carga. En completa contradicción con el abecé del
comunismo, la casta gobernante ha restaurado así el núcleo más reaccionario e
ignorante del régimen de clase, es decir, la familia pequeñoburguesa” (León
Trotsky. Escritos.
Nueva York, Pathfinder Press, 1976, Tomo IX, Vol. I, pág.
193).
Después de la muerte de Stalin en 1953, se implantaron algunas
reformas como por ejemplo el aborto legal, pero la situación de las mujeres en
la Unión soviética nunca recuperó los niveles alcanzados con Lenin y Trotsky.
Aún así, tenían muchas ventajas con respecto a las mujeres de Occidente. El
crecimiento económico de la posguerra —conseguido gracias a la economía
planificada y nacionalizada—, permitió una mejora general: jubilación a los 55
años, derecho de las mujeres embarazadas a reducir la jornada laboral con todo
el salario, 56 días libres antes y otros 56 días después del nacimiento del
niño. En 1970 se prohibió el trabajo nocturno y subterráneo para las mujeres.
En 1927 el 28% de las mujeres cursaban estudios superiores, en 1960 el 43% y en
1970 el 49%. Los únicos países del mundo en donde las mujeres constituían más
del 40% del total de estudiantes en la educación superior, eran Finlandia,
Francia y EEUU. En 1950 había seiscientas doctoras en ciencias en la Unión
soviética y en 1984 había 5.600.
También se introdujeron reformas en el cuidado de los niños de edad
preescolar: en 1960 había 500.000 plazas de guardería y en 1971 había más de
cinco millones. Los tremendos avances conseguidos gracias a la economía
planificada, con las consiguientes mejoras en la sanidad, se reflejaron en el
aumento de la esperanza de vida femenina, que se dobló y llegó a los 74 años, y
también en el descenso en un 90% de la mortalidad infantil.
La
contrarrevolución capitalista
El movimiento de regreso al capitalismo rápidamente conllevó la
pérdida de todas las conquistas del pasado, y de nuevo llevó a las mujeres a
una situación de miserable esclavitud en el nombre hipócrita de la familia. Las
mujeres han soportado la mayor parte de la carga de la crisis. Fueron las
primeras en perder su empleo, las mujeres hace unos años representaban el 51%
de la fuerza laboral rusa y el 90% de las mujeres trabajaban, por eso el
aumento del desempleo ha hecho que más de 70% de los parados rusos sean
mujeres, en algunas zonas la cifra alcanza el 90%.
El colapso de los servicios sociales y el aumento del desempleo, ha
hecho desaparecer sistemáticamente para la mujer todos los beneficios de la
economía planificada. El incremento del paro condenará a muchas más personas a
la pobreza en Rusia que en Occidente, porque muchos de los beneficios sociales
en Rusia los proporcionaban directamente las empresas:
“El desempleo todavía implica un profundo estigma en
Rusia. Sólo dejó de ser un crimen en 1991. Aquellos que no tiene un empleo se
enfrentan a la amenaza de la pobreza absoluta. El subsidio de paro equivale al
salario mínimo —14.620 rublos mensuales—, un tercio del nivel oficial de
subsistencia y una séptima parte aproximadamente del salario medio. Los parados
normalmente se encuentran en una situación bastante peor de lo que dicen las
cifras, porque son las empresas y no los ayuntamientos, las que proporcionan la
mayoría de los servicios básicos —sanidad, educación y transporte—, y por lo
tanto estos servicios sólo están disponibles para los que tienen un empleo” (The
Economist, 11/12/93).
Durante el régimen zarista el salario de las mujeres era un 70%
inferior al de los hombres, ahora es un 40% inferior. Si mantener a la familia
con un salario ya era bastante difícil en la antigua Unión Soviética, ahora,
con el aumento de la pobreza, es prácticamente imposible. Las mujeres son las
principales víctimas de este régimen reaccionario. La prostitución ha
aumentado, las mujeres venden su cuerpo para sobrevivir y conseguir dinero,
sobre todo se venden a los “nuevos ricos” y a los extranjeros. En muchos casos
la mafia las exige un 20% de lo que ganan. En las revistas occidentales, las
mujeres rusas se anuncian junto a las mujeres del Tercer Mundo y se ofrecen
como esposas a los extranjeros. La esclavitud humillante que sufren las mujeres
rusas, las ha reducido a una simple mercancía.
El 10 de febrero de 1993, el entonces Ministro de Trabajo, J.
Melikyan, anunció la solución del gobierno para el problema del desempleo. En
un lenguaje similar al de los políticos burgueses occidentales de derechas,
señaló que no veía la necesidad de implantar programas especiales para ayudar a
que las mujeres regresaran al mundo laboral.
“¿Por qué deberíamos dar un empleo a las mujeres, si
los hombres están parados o se benefician del subsidio de desempleo? Dejemos
que los hombres trabajen y que las mujeres cuiden el hogar y los hijos”.
En el pasado, este lenguaje habría sido impensable y ahora es algo
normal y aceptable. En esta cuestión es donde se puede ver con mayor claridad la
verdadera cara de la contrarrevolución capitalista, un retroceso monstruoso a
los días de la esclavitud zarista en los que todo esclavo debía permitir que el
‘señor’ disfrutara de su esposa e hijas.
Esta situación no sólo ocurre en Rusia. En la antigua República
Democrática Alemana (RDA), nueve de cada diez mujeres trabajaban a tiempo
completo. El trabajo para la mujer era un derecho. Para que las mujeres
pudieran combinar el trabajo y la familia, el Estado proporcionaba guarderías y
escuelas gratuitas para todos los niños. En la actualidad han desaparecido
todas estas conquistas de la economía nacional planificada. Ya no existen las
guarderías gratuitas. Después de la unificación alemana, desapareció un tercio
del empleo femenino, sobre todo en el sector público, textil y agricultura.
“Durante los últimos años la tasa de paro femenina en
Alemania Oriental ha estado en torno al 20%, cinco puntos por encima de la tasa
masculina, y dos veces por encima de la tasa, tanto de hombres como de mujeres,
de Alemania Occidental. Las mujeres de Alemania Oriental privadas de su
capacidad de ganar dinero (y del sistema público de guarderías), han reducido
el número de hijos. En 1989 la tasa de nacimientos en el Este era de 1,56 hijos
por mujeres, ahora es inferior, menos de un hijo por mujer”.
El
‘Tercer Mundo’
En los países capitalistas desarrollados ha mejorado la situación
de la mujer. Al menos formalmente las mujeres tienen los mismos derechos que
los hombres. Tienen el mismo derecho a la educación, y hasta cierto punto, ha
mejorado su acceso al trabajo.
Sin embargo, en el mundo ex colonial, donde vive dos tercios de la
humanidad, no ocurre lo mismo. La esclavitud de la mujer es hoy peor que en
cualquier otro momento de la historia. Cada año mueren 500.000 mujeres debido a
las complicaciones surgidas durante el embarazo y otras 200.000 mueren víctimas
de los abortos. Los países ex coloniales gastan en sanidad sólo el 4% del PIB,
una media de 41 dólares por habitante, comparados con los 1.900 dólares que
gastan los países capitalistas desarrollados. Se calcula que cien millones de
niños en una edad comprendida entre los seis y once años, no reciben ningún
tipo de educación. Dos tercios son niñas. La principal causa de la espantosa
pobreza que padece el Tercer Mundo es el saqueo económico que sufren a través
del comercio, además de una deuda externa de dos billones de dólares.
El dominio absoluto que ejerce el imperialismo y las grandes
multinacionales, garantiza la extracción despiadada de la última gota de
plusvalía de hombres, mujeres y niños sin distinción. El trabajo infantil
existe incluso en los países capitalistas desarrollados, pero es la norma en
Asia, África y América latina. A los padres que viven en la pobreza no les
queda otra alternativa que vender a sus hijos, incluida la peor clase de
esclavitud, la prostitución. La plusvalía extraída por esos representantes de
la civilización humana, cristiana y occidental, contiene la sangre, sudor y
lágrimas de millones de mujeres y niños explotados, como ocurría en los tiempos
de Marx. La burguesía nos intenta convencer de que está horrorizada ante este
sufrimiento, pero mientras se llenan los bolsillos de dinero.
Los grandes monopolios —como Disney o Nike—, consiguen los
beneficios del trabajo esclavista en países como Haití. El capital ha destruido
las viejas relaciones patriarcales, como bien señalaron Marx y Engels en las
páginas de El Manifiesto Comunista. La explotación
capitalista del Tercer Mundo ha adquirido un carácter particularmente feroz. La
antigua protección de la que disfrutaban mujeres y niños en el pasado,
trasmitidas a través de la familia y las normas de la sociedad tribal, han
desaparecido y en su lugar no hay nada.
En el subcontinente indio las mujeres todavía sufren los antiguos
tormentos, sobrepuestos en la bárbara explotación económica del sistema
capitalista. La burguesía india después de medio siglo de “independencia” no ha
conseguido eliminar el sistema de castas. Todavía existe el terrible sutte, que
consiste en obligar a las mujeres a lanzarse a la pira funeraria de su marido
muerto. Cada año se producen cientos de casos. Y aquellas viudas que consiguen
escapar de este destino, se las trata como parias y no tienen derecho a la
vida. Se las golpea, se las obliga a pasar hambre y los parientes las humillan
hasta que no les queda otra salida que el suicidio.
En las comunidades agrícolas de Asia el nacimiento de una niña es
considerado una desgracia. El infanticidio femenino es algo común. En los
orfanatos públicos chinos, la mayoría son niñas. El motivo es que en Asia, en
países donde no existen las pensiones de jubilación los campesinos pobres de
Asia necesitan familias grandes para que les mantengan cuando lleguen a la
vejez. Por eso los niños son más valiosos que las niñas, porque éstas además
necesitan una dote para casarse. En la India si la dote es considerada
insuficiente, la familia del novio puede asesinar a la novia. Esta es la
situación de la India a principios del siglo XXI.
Pero la situación en Pakistán no es mucho mejor, allí la sharia (la
ley islámica) es la norma. Las mujeres prácticamente no tienen ningún derecho y
tienen que casarse con quien elija su familia. Pero Pakistán es un paraíso
liberal comparado con Afganistán bajo el dominio de los talibanes.
Antes de la revolución de 1979, la principal actividad económica en
Afganistán era la venta de novias. Los estalinistas afganos aprobaron leyes en
las que se concedían derechos de las mujeres. Hoy nada de eso existe. Las
mujeres no tienen derechos y están confinadas en el hogar. Como no pueden
trabajar, están obligadas a pasar hambre. Esta ley bárbara se aplica
estrictamente, incluso aunque hay escasez de mano de obra debido al elevado
número de hombres que murieron en la guerra. No importa que muchas de estas
mujeres sean profesoras o enfermeras y que sean necesarias. Les está prohibido
trabajar. Esta es la verdadera cara de la reacción islámica. Pero los
verdaderamente responsables son los imperialistas de Washington y sus títeres
de Pakistán que armaron y financiaron a estos monstruos para luchar contra el
“comunismo”.
En Afganistán la lucha por los derechos de la mujer está unida
inseparablemente a la lucha revolucionaria por la transformación socialista de
la sociedad, y al derrocamiento de este régimen horrible de reacción religiosa.
Las mujeres en Afganistán constituyen una poderosa reserva para la revolución.
Esto se pudo comprobar en Irán. Después de veinte años de reacción islámica las
masas están cansadas del dominio de los mulás. La carga del fundamentalismo es
más onerosa para las mujeres, y ahora comienzan a desafiarla, lo pudimos
comprobar cuando Irán ganó a Estados Unidos en un partido de fútbol, las
mujeres desafiaron la ley y salieron a la calle a cantar y bailar junto con los
hombres, sin el chaddor (velo), y los mulás no pudieron
hacer nada para evitarlo. En la próxima revolución en Irán, también las mujeres
jugarán un papel fundamental.
Lenin dijo en una ocasión que “el capitalismo es horror sin fin”.
Ese horror afecta sobre todo a las mujeres y de forma más cruel a las del
Tercer Mundo. El fracaso del “socialista” FLN en la revolución de Argelia,
también ha terminado en el actual callejón sin salida sangriento. Las
horrorosas masacres de hombres, mujeres y niños, pueblos enteros literalmente
cortados a trozos con navajas y hachas, se producen continuamente con el
silencio cómplice de Occidente. Es evidente que estas atrocidades no son sólo
monopolio de los terroristas islámicos, también es, y principalmente, obra del
régimen militar y sus escuadrones de la muerte. Además de estos horrores, las
mujeres tienen que sufrir las violaciones y los raptos. Muchas de estas mujeres
se suicidan después. El uso de la violación como un arma de la reacción lo
vimos también en Indonesia, cuando el régimen de Suharto organizó pogromos
contra los ciudadanos chinos, lo mismo hizo el régimen zarista contra los
judíos. Estos horrores nos demuestran de lo que es capaz la clase dominante. En
el futuro, si los trabajadores no toman el poder, también veremos hechos
similares en los países capitalistas desarrollados.
La principal carga de la opresión siempre recae en las mujeres de
las capas más pobres de la sociedad. Sin embargo, sobre todo en el Tercer
Mundo, muchas mujeres de otras clases también sufren tratos brutales e
inhumanos. Los marxistas debemos luchar contra todo tipo de injusticia social,
pero siempre debemos basarnos en la clase obrera, la única que puede sacar a la
sociedad de este callejón sin salida, pero también debemos denunciar las
injusticias que se cometen contra las mujeres.
Sin molestar la sensibilidad religiosa, con la utilización de un
lenguaje cuidadoso, debemos exponer el papel de la religión. La lucha
revolucionaria en Asia y Oriente Medio exige una lucha despiadada contra toda
clase de oscurantismo y fundamentalismo religioso, que independientemente de su
demagogia “antiimperialista”, siempre juega el papel más reaccionario en la
sociedad. La emancipación de las mujeres será una utopía si no va acompañada de
la lucha contra toda religión, que sostiene y perpetúa la esclavización de las
mujeres.
La
mujer y el desempleo
La crisis del capitalismo se manifiesta en la existencia de altas
tasas de desempleo incluso en periodos de auge económico. El paro afecta a las
mujeres y a los jóvenes más seriamente que a otros sectores de la sociedad. Las
tasas oficiales de desempleo femenino en la mayoría de los países están por
encima de la media.
Estas cifras subestiman la verdadera situación ya que excluyen a un
gran número de mujeres que han perdido toda esperanza de encontrar un empleo y
por lo tanto no visitan las oficinas de desempleo. La “flexibilización del
empleo” afecta más a las mujeres. La mayoría de las mujeres están condenadas a
ganar un salario inferior y a trabajar en unas condiciones laborales peores. Su
situación ha ido de mal en peor. La extensión incontrolada del trabajo a tiempo
parcial y temporal, en teoría más conveniente para las mujeres, es la excusa
ideal para aplicar estas condiciones laborales a los sectores más indefensos de
la sociedad:
“En
EEUU, que disfruta de un auge económico y tiene un mercado laboral ajustado,
las mujeres, para muchos empresarios, son un regalo del cielo. Es más barato
emplear a mujeres, están más dispuestas a ser flexibles y suelen protestar
menos por las malas condiciones de trabajo. Muy pocas están afiliadas a un
sindicato. Pero la única sorpresa es que a pesar de todo esto, la tasa de paro
femenino en EEUU no es inferior a la masculina” (The Economist, 18/7/98).
“Muchas se encuentran en lo que llaman los
economistas laborales ‘empleo atípico’, el que mejor se ajusta a la industria
de servicios: tiempo parcial, contrato temporal, horarios irregulares o poco
comunes y con contratos base. Algunas están sin asegurar y muchas tienen
salarios muy bajos. Las mujeres, ansiosas por encontrar una forma de combinar el
trabajo con la familia, están dispuestas a ser más flexibles y se adaptan mejor
que los hombres a esta nueva forma de trabajar” (Ibid.).
Los trabajos a tiempo parcial se
extienden por todas partes. Para muchas mujeres, esta es la única forma que las
permite combinar el trabajo y la familia. Esto les va bien a los empresarios
porque pueden tratar a sus empleados como les gusta, pueden presionarlos para
obtener un mayor rendimiento laboral a cambio de un salario de miseria. Ahora
han aparecido nuevas variantes. La última es el trabajador “contingente”: en
esencia, alguien que no espera que le dure mucho el empleo. Estos trabajadores
trabajan en una amplia gama de industrias, o se les contrata temporalmente o
están a disposición de la empresa para cuando ésta les llame. En EEUU las
cifras últimas del Departamento del Trabajo sitúan la cifra en torno a los 5,5
millones de trabajadores, más de la mitad son mujeres. Estos trabajadores ganan
menos que el resto de trabajadores y a menudo no tienen ningún derecho social.
La versión alemana se llama “empleo secundario” y muchos economistas
reconocen que crece a pasos de gigante. El gobierno exime a estos trabajadores
que ganan menos de 340 dólares mensuales de pagar impuestos, pero a cambio, no
tienen derecho a pensión ni subsidio de desempleo. Se calcula que cuatro
millones de trabajadores trabajan en los “empleos secundarios”.
“Debido a las responsabilidades familiares, las
mujeres por regla general hacen menos horas en sus empleos que los hombres, por
eso ganan bastante menos que los hombres. En el conjunto de la Unión Europea,
aproximadamente un tercio de todas las mujeres asalariadas trabajan menos de
35-40 horas semanales, (aunque esa media encubre grandes diferencias ver
tabla), entre los hombres la proporción de trabajadores a tiempo parcial es del
5%, y la mayoría son estudiantes o jubilados. En EEUU, la proporción de mujeres
trabajando a tiempo parcial es más pequeña que en Europa. Pero mayor en
proporción con los hombres. Las cifras japonesas son similares a las europeas,
pero muchas de las trabajadoras a ‘tiempo parcial’, en la práctica trabajan las
mismas horas que a tiempo completo; aunque ganan menos que los trabajadores a
tiempo completo. En todas partes, el tiempo parcial a menudo equivale a una
‘segunda clase” (The Economist, 18/7/98).
El
sobretrabajo y la familia
The Economist publicó
recientemente una encuesta, en ella se presentaba un dibujo horrible del tipo
de sobretrabajo que aflige a los estadounidenses, no sólo a los trabajadores de
cuello azul, sino también a los de cuello blanco y tiene efectos corrosivos en
la vida familiar y en las relaciones personales:
“Donde
trabajan los dos padres (antes era la norma para los ejecutivos más viejos de
la empresa), un día típico comenzaría al amanecer, preparan a los niños y los
llevan a la guardería de la empresa. Los padres pasarán entonces una larga
jornada de trabajo y recogerán a los niños en la guardería diez horas después,
comprarán algo de camino a casa, cocinarán, pondrán la ropa sucia en la
lavadora, recogerán la casa, leerán a los niños un cuento para dormir y después
se irán a la cama completamente derrotados. Y estos son los días en que no
ocurre nada fuera de lo normal.
“Esos
empleados que raramente piden un permiso paternal, tenían un horario laboral
más flexible y se aprovechaban del ofrecimiento de algún familiar o amigo.
Ahora pasan más horas en el trabajo, con frecuencia su horario es más largo del
habitual. Algunas veces sí necesitaban los ingresos extras, pero en la mayoría
de las ocasiones, se enfrentan a la elección entre el estrés en el trabajo y el
estrés en el hogar, hombres y mujeres eligen el trabajo, allí al menos están en
contacto con sus colegas, se les toma en serio y cobran por sus penas, mientras
que en el hogar se sienten aislados, y tienen que hacer frente a exigencias
interminables. El trabajo se ha convertido en el hogar y el hogar se ha
convertido en un trabajo duro...
“Muchas familias estadounidenses con hijos en edad
escolar llevan este tipo de vida” (Ibíd.).
Lógicamente estos trabajadores no están satisfechos con su suerte.
Más de la mitad considera que su principal problema es la “falta de tiempo”.
Ésta es otra de las contradicciones del capitalismo moderno. En un momento en
que los avances de la ciencia y la tecnología han proporcionado lo necesario
para revolucionar la vida de las personas, que permitirían tener un trabajo
mejor y una jornada laboral más corta, millones están condenados a la miseria y
al paro, mientras, otros millones de “afortunados” que tienen un empleo, están
condenados a vivir de medicamentos, y a pasar largas horas bajo la presión
inexorable del trabajo. Están condenados a sacrificar su salud y bienestar
físico, igual que su vida familiar e hijos.
El empresario utiliza los avances de la tecnología para aumentar la
esclavitud del trabajador, los convierte en esclavos de la oficina y los somete
a una jornada laboral inacabable. Inventos como los teléfonos portátiles, los
buscas, etc., permiten a los empresarios un nivel de control sobre el
trabajador sin precedentes, sin la supervisión directa del empresario. La
distinción entre el centro de trabajo y el hogar, entre la jornada laboral y el
tiempo de ocio ha dejado de tener significado. La tiranía del capital, su
absoluto dominio de los trabajadores y sus familias, ya es algo absoluto. A
principios del siglo XXI no deberíamos preguntarnos si “hay vida después de la
muerte”, sino más bien “¿Hay vida antes de la muerte?”.
‘El
segundo turno’
Las mujeres con hijos, si quieren trabajar, deben encontrar alguna
forma de cuidarlos. En una sociedad justa la educación universal y gratuita
debería extenderse a todos los niños, además de implantar mejores condiciones
laborales y garantizar una remuneración para que los padres puedan cuidar a sus
hijos de corta edad. En lugar de esto, los padres trabajadores tienen que dejar
a sus hijos al “cuidado” de personas que en la mayoría de los casos están
escasamente cualificadas y sin experiencia. Esta situación provoca muchas
tragedias. La prensa sensacionalista encuentra en estos casos la oportunidad
para atacar a estas mujeres desafortunadas, pero se cuida mucho de no acusar a
la sociedad que crea las condiciones para que se produzcan estas
monstruosidades.
De acuerdo con un reciente estudio del Instituto Nacional de Cuidado Infantil y
Desarrollo Humano, el 80% de los niños estadounidenses en el primer
año de vida están al cuidado de alguien que no es su madre, la mayoría se
quedan al cuidado de otra persona a partir de los cuatro meses de edad, y estos
niños suelen estar una media de treinta horas semanales al cuidado de otra
persona que no es su madre. Además:
“La mayoría de estos casos están en una situación por
debajo de la que consideraríamos... óptima. Apenas adecuado es el término
técnico que podría describir el cuidado infantil típico en este país (...)
aproximadamente entre el 15-20% son sombríos e incluso peligrosos” (Ibid., el
subrayado es nuestro).
Incluso estas condiciones primitivas son demasiado costosas para
muchas mujeres a las que no les queda otro remedio que trabajar. A pesar de
todas las palabras sobre la emancipación de la mujer, empleo femenino y cosas
por el estilo, muchas todavía están atrapadas entre las cuatro paredes del
hogar. En Europa aproximadamente un tercio de las mujeres en edad laboral, se
describen como amas de casa, entre éstas probablemente algunas tendrán un
empleo a tiempo parcial. Cuantos más hijos tienen, más probable es que se
queden confinadas en casa.
“Esa no es necesariamente una receta para la
felicidad. Casi en todos los países de la UE, las mujeres que trabajan fuera
del hogar parecen más sanas y satisfechas con la vida que las amas de casa.
Pero las que trabajan no se libran del ‘segundo turno’: una jornada laboral en
el hogar después de trabajar para su empresario” (Ibid.).
La mujer sufre una doble esclavitud: la esclavitud en el trabajo y
además el “segundo turno” en el hogar. Las trabajadoras japonesas, por ejemplo,
pasan tres horas y media diarias en las tareas domésticas, además de su jornada
de trabajo remunerado habitual. Esta situación es la misma en el resto de
sociedades occidentales llamadas civilizadas.
Las
mujeres y los sindicatos
La transformación socialista de la sociedad sería impensable sin la
lucha cotidiana para conseguir dar pasos adelante bajo el capitalismo. No somos
indiferentes a la lucha por las reformas. Pero para los marxistas lo más
importante es que los trabajadores aprendan a través de la lucha. Nuestra
principal tarea es “explicar pacientemente” a las mujeres más activas y
conscientes que se encuentran en los sindicatos y partidos obreros, la
necesidad de la transformación socialista de la sociedad, no sólo nacional sino
también internacionalmente.
Debemos tener cuidado de no caer en la trampa de muchos
reformistas, de la miríada de sectas, y también de algunas feministas
burguesas, que piensan que a las mujeres sólo les interesan los “temas
femeninos”. Aunque muchos de estos temas son importantes, sería un error
subestimar los intereses de las mujeres en otras cuestiones más amplias y
cotidianas que son fundamentales. Hay que atraer a las mejores luchadoras a la
teoría y al programa revolucionario del marxismo.
La lucha de la mujer por sus intereses, comienza en el centro de
trabajo. La lucha para organizar a las trabajadoras en los sindicatos, la lucha
para conseguir salarios decentes y condiciones laborales dignas, y la lucha por
su completa igualdad con los trabajadores, es el primer deber de los marxistas.
Las trabajadoras son un colosal potencial revolucionario para el movimiento
obrero, y la burocracia sindical conservadora es incapaz de desarrollar ese
potencial. Las nuevas condiciones de producción, la expansión de la llamada
industria de servicios, ha incrementado el número de trabajadoras, a la vez que
la gran mayoría no están organizadas en los sindicatos. Éstos deben tomar la
iniciativa para organizar a las capas desorganizadas, en particular a las
mujeres y los jóvenes.
La primera cuestión es la descarada discriminación que sufre la
mujer en el centro trabajo. Las mujeres de todo el mundo, en general, ganan
menos que los hombres —un 20-30% menos—, por el mismo trabajo. Un salario más
bajo normalmente supone menos o ningún beneficio y una pensión de jubilación
más pequeña. Esto no sólo perjudica a las mujeres, también a los trabajadores.
Si un grupo de trabajadores acepta salarios más bajos esto tiene un efecto
depresor sobre los salarios y condiciones laborales en general. Aceptar que las
mujeres y los jóvenes ganen salarios más bajos que el resto de los trabajadores
es reaccionario, divide al movimiento obrero y es contraproducente. Eso también
explica la indiferencia de muchas mujeres hacia los sindicatos porque no hacen
nada por ellas.
Organizar a los desorganizados es el deber fundamental de los
sindicatos, especialmente en la época actual. Es importante luchar para
conseguir que “a igual trabajo igual salario”. Los empresarios pueden eludir
fácilmente este principio de “a igual trabajo igual salario” porque a veces es
difícil e imposible comparar los diferentes tipos de trabajos que hacen hombres
y mujeres en diferentes ramas de la producción.
“Hoy oportunamente, han encontrado el trabajo que
esperaban. Con la reestructuración de las economías desarrolladas, se han
creado muchos empleos en el nuevo sector servicios diferente al empleo tradicional:
seguro, a tiempo completo, en la industria manufacturera formada
fundamentalmente por hombres. Muchos de estos nuevos empleos son a tiempo
parcial o con horarios extraños, ofrecen y requieren un grado de flexibilidad
que a menudo conviene a las mujeres. Muchos de los empleos, demasiados, están
en la escala más baja, sectores peor pagados como el comercio, alimentación y
limpieza, que ayudan muy poco al sostenimiento de la familia” (Ibid.).
En aquellos sectores donde hay más mujeres que hombres, los salarios
suelen ser inferiores. Esto es lo que ocurre en el comercio, limpieza y
alimentación, y menos en empleos como la enfermería o la enseñanza, porque
fundamentalmente pertenecen al sector público. Con tantas mujeres concentradas
en sectores con salarios muy bajos, no es sorprendente que, a pesar de toda la
legislación de igualdad salarial, exista un abismo en todos los países entre
los salarios de los hombres y las mujeres. Gracias a la presión de las
trabajadoras y los sindicatos, se ha acortado algo esta diferencia: en los
últimos veinte años en EEUU, el salario por hora de las mujeres ha pasado del
64% al 80% con relación al de los hombres. Pero todavía existe diferencia, y
cuanto más bajamos en la escala salarial, mayor es la diferencia. Mientras que
los jóvenes, los profesionales del cuidado infantil y otros trabajos a tiempo
completo en EEUU, tienen igualdad salarial, en las industrias las mujeres ganan
menos que los trabajadores.
Las mujeres también sufren discriminación por la maternidad. Tener un
hijo debería ser un motivo de regocijo, en esta sociedad con frecuencia es una
calamidad, especialmente para la madre. A menudo significa la pérdida del
empleo, la pobreza y la humillante dependencia de las ayudas públicas. La
prensa burguesa —especialmente en Gran Bretaña y EEUU—, califican cínicamente a
las madres solteras de parásitos “que viven a costa del estado”, pero no
explica que a estas mujeres se les niega el acceso al mercado laboral y que se
las margina la sociedad de la forma más brutal e inhumana. Incluso si consiguen
mantener el empleo, la maternidad supondrá el descenso de sus ingresos.
“Si la mujer decide tener un hijo, su salario caerá y
cuantos más hijos tenga, más caerá su salario” (Ibid., el subrayado es
nuestro).
¿Marxismo
o feminismo?
Los marxistas debemos defender enérgicamente la causa de la mujer,
debemos luchar contra la desigualdad y contra todas las manifestaciones de
opresión, discriminación e injusticia. Pero siempre debemos hacerlo desde un
punto de vista de clase. Mientras luchamos decididamente para conseguir todas
aquellas reformas que representen un paso adelante real para la mujer, también
debemos explicar que la única salida para conseguir realmente la completa
emancipación de la mujer —y de las otras capas oprimidas de la sociedad—, es
mediante la abolición del sistema capitalista. Esta lucha requiere la máxima
unidad entre los trabajadores y las trabajadoras en su lucha contra el
capitalismo. Cualquier tendencia que se califique de feminista, que intente
enfrentar a la mujer contra el hombre, que divida o segregue a las mujeres del
resto del movimiento obrero en nombre de “la liberación de la mujer” u otra
cosa por el estilo, es reaccionaria y debemos combatirla enérgicamente.
Nosotros luchamos por la unidad del proletariado,
independientemente de su sexo, raza, color, religión o nacionalidad. Nuestra
lucha por la causa de la mujer necesariamente presupone la lucha implacable
contra todo tipo de feminismo burgués y pequeño burgués (contra la idea de que
la lucha por la emancipación de la mujer sólo es posible separada de la lucha
de la clase obrera por el socialismo y especialmente contra cualquier intento
de enfrentar a la mujer contra el hombre). Estas tendencias, allí donde
consiguen influencia en el movimiento obrero, siempre caen en manos de los
elementos más reaccionarios, juegan un papel divisorio y arrojan confusión
entre aquellas mujeres que se dirigen hacia el socialismo. En esta cuestión es
necesario mantener siempre una postura de clase firme.
El Partido Bolchevique y la Internacional Comunista en sus
resoluciones siempre hablaban de “mujeres trabajadoras” y no de la mujer en
general. Sobra decir que la lucha por los derechos de la mujer incluye a todas
las mujeres proletarias, incluidas las esposas, paradas, estudiantes, etcétera.
Pero el elemento clave son las mujeres trabajadoras que representan a un sector
cada vez más grande de la clase obrera.
La conquista de “derechos iguales” formales sin la transformación
de las relaciones sociales, es una conquista muy limitada y deja inalterables
las raíces de la opresión de la mujer en la sociedad capitalista. En el último
periodo la mayoría de las “mejoras” relacionadas con “la discriminación
positiva” han servido de vehículo para el ascenso de una capa de arribistas de
la pequeña burguesía. En la última década la voz del feminismo pequeño burgués,
antiguamente tan estridente con sus reivindicaciones de “igualdad” (el derecho
de la mujer a ser sacerdote, directores de empresa y otras cosas por el
estilo), cada vez tiene menos audiencia. ¿Por qué? Porque las feministas de
clase media hace mucho tiempo que han conseguido lo que querían.
La burguesía ha dejado un hueco para los directores de empresa,
juezas, banqueras, burócratas y sacerdotisas. El ascenso de la mujer a los
puestos medios de dirección en EEUU ha pasado del 4 al 40% en los últimos
veinte años. Hoy día, 419 empresas de las incluidas en la lista Fortune 500
cuentan con al menos una mujer en sus consejos de dirección, y un tercio de
estas empresas tienen dos o más mujeres. Las empresas más grandes promocionan
más a la mujer que las del final de la lista de Fortune 500. Para algunas
mujeres las cosas les van muy bien. Estas arribistas burguesas y pequeño
burguesas siempre estuvieron a favor de la emancipación de la mujer, “una a
una, comenzando por sí misma”.
Por esa razón, siempre hemos mantenido una lucha implacable contra
el feminismo burgués y pequeño burgués. Éste no tiene nada en común con la
lucha real por la emancipación de la mujer. Estas mujeres una vez han
solucionado su “problema” personal dentro de los confines del capitalismo, ya
son felices y se olvidan del 99% de las mujeres que sufren la opresión y
explotación más espantosa, mientras que las antiguas “feministas “se unen a las
filas de los explotadores. Un fenómeno similar ha ocurrido con los negros de
clase media en EEUU que han conseguido hacer fortuna en los últimos años. La
clase dominante siempre se puede permitir hacer este tipo de “concesiones” que
no amenazan su dominio como clase.
No estamos a favor de la “discriminación positiva”, sea de mujeres,
negros o de cualquier otro sector. Es una reivindicación pequeño burguesa que
sirve para desviar la atención de las verdaderas raíces de la desigualdad. Por
su propia naturaleza, la imposición de cuotas arbitrarias para mujeres, negros,
etcétera, sirve como vehículo para el avance de una minoría de arribistas y da
la impresión de que “se está haciendo algo”, mientras los problemas fundamentales
siguen inalterables. Este método no responde al problema de la discriminación,
desvía la atención de lo verdaderamente importante y es un ejercicio de
simbolismo. Es el método utilizado con frecuencia por la burocracia para
bloquear el avance de la izquierda en los órganos de dirección de los partidos
y sindicatos obreros, en ayuntamientos y parlamentos. El caso más evidente
ocurre en Estados Unidos, allí la burguesía utiliza hábilmente este método para
calmar el tema racial creando una pequeña capa de arribistas negros. Los negros
de clase media han utilizado la lucha contra el racismo para acceder a los
mejores empleos, con buenos salarios y después deciden que lo mejor para ellos
es ser más “moderados” y “razonables”.
Algunas veces trabajadoras y jóvenes honestas se pueden calificar a
sí mismas de feministas, sin que comprendan claramente lo que significa eso.
Debemos tener una actitud flexible y positiva con ellas. Lo mismo ocurre con
aquellos que pertenecen a las minorías oprimidas. De la misma forma que nos
oponemos al nacionalismo, debemos oponernos el feminismo. Y esta postura no
afecta a nuestra lucha contra la discriminación. Siempre abordamos la cuestión
de la desigualdad desde el punto de vista de la clase obrera y del socialismo,
nunca desde otro punto de vista. Una cosa es que las trabajadoras expresen su
preocupación por los problemas a los que se enfrentan debido a su sexo
(desigualdad salarial, el trabajo en el hogar, los problemas del cuidado de los
hijos, el acoso sexual y la violencia contra la mujer) y luchar contra estos
problemas, y otra cosa muy distinta es cuando las tendencias burguesas y
pequeño burguesas intentan explotar los problemas de las mujeres para librar
una guerra entre los sexos. La preocupación natural de las trabajadoras es la
desigualdad que padecen y luchan contra ella. Este debe ser el punto de partida
en la lucha para cambiar la sociedad en líneas socialistas, el feminismo
burgués y pequeño burgués trata la cuestión de la mujer de una forma aislada y
busca la solución dentro de los confines del sistema capitalista. Esto
invariablemente conduce a conclusiones reaccionarias.
La
amenaza cultural
Las mujeres tienen problemas concretos a los que hay que prestar
atención. No sólo la discriminación en el trabajo, la discriminación salarial
por razón de sexo, la ausencia de derechos, etc., sino también cuestiones
relacionadas con la maternidad, el embarazo, etc. El papel de la mujer como
madre también plantea necesidad de derechos especiales para la protección de
las mujeres embarazadas y las madres. La introducción de la igualdad formal,
sin duda es un paso adelante, pero no soluciona el problema fundamental de la
mujer:
“La reivindicación feminista más radical —la
extensión del sufragio a las mujeres en el marco del parlamentarismo burgués—
no resuelve la cuestión de la igualdad real para las mujeres, especialmente de
las que pertenecen a las clases desposeídas. La experiencia de las trabajadoras
en aquellos países capitalistas en los que durante los últimos años la
burguesía ha introducido la igualdad formal entre los sexos es bastante
diáfana. El voto no acaba con la primera causa de esclavitud de la mujer en la
familia y en la sociedad. Algunos Estados burgueses han sustituido el
matrimonio civil por el matrimonio indisoluble. Pero mientras las mujeres
proletarias dependan económicamente del empresario capitalista y de su marido,
el sostén familiar y la ausencia de medidas generales que protejan la
maternidad y la infancia, que socialicen la educación y el cuidado infantil, no
se igualará la situación de la mujer en el matrimonio ni resolverá el problema
de las relaciones entre los sexos” (Tesis, resoluciones y manifiestos de los
cuatro primeros congresos de la Tercera Internacional, pág. 215, en
la edición inglesa).
Toda la historia de las reformas sociales relacionadas con las
mujeres durante el siglo pasado, demuestra que esto es completamente correcto.
Los problemas de la mujer no se terminan en la fábrica u oficina,
se extienden al hogar y a la sociedad. Debemos luchar por la eliminación de
toda legislación discriminatoria; por la completa igualdad de la mujer y el
hombre ante la ley; por el pleno derecho al divorcio y al aborto; por el libre
acceso a los anticonceptivos y a la sanidad; por guarderías universales, gratuitas
y de calidad para todos los niños. Debemos elaborar un programa de
reivindicaciones transicionales, el punto de partida deben ser las necesidades
más inmediatas y perentorias de las mujeres, no son el centro trabajo sino
también el hogar, cuidado infantil, educación, vivienda, transporte público,
pensiones, ocio, derechos legales, etc. Mientras luchamos por cada una de estas
reivindicaciones progresistas que tienden a mejorar la situación de la mujer,
es imperativo que demos a todas estas demandas un contenido de clase.
Por ejemplo, debemos exigir la creación de guarderías diurnas de
calidad financiadas por el Estado. Pero la lucha cotidiana por los derechos de
las trabajadoras no se termina aquí, además hay que concienciar a estas mujeres
de su situación como miembros de una clase explotada, de la necesidad de luchar
por un tipo diferente sociedad en la que se garanticen sus derechos como seres
humanos.
La decadencia de este sistema amenaza todos los cimientos de la
civilización. Junto a los problemas sociales y económicos creados por la
pobreza, los bajos salarios y el desempleo, el proletariado además tiene que
enfrentarse al problema de la droga, el crimen y los abusos de todo tipo que
amenazan sobre todo a las mujeres, niños y jóvenes. Los reaccionarios y los
curas gimen por los síntomas de “decadencia moral”, pero son incapaces de
relacionarla con la crisis del sistema en el que viven.
El deber del movimiento obrero es luchar para defender los
elementos de la cultura y la civilización que existen y que son amenazados por
la decadencia del capitalismo. La vieja familia comienza a desaparecer, pero
nada ocupa su lugar. El resultado de este vacío es que millones de mujeres
—muchas de ellas jóvenes y vulnerables—, se enfrentan una vida de miseria al
convertirse en madres solteras sin otra alternativa que la dependencia de la
misericordia y las migajas de la burocracia estatal. Como si no fuera
suficiente su sufrimiento, los hipócritas de la burguesía liberal han iniciado
una campaña despiadada contra ellas, las insultan, humillan, criminalizan, las
presentan como parias sociales, “viviendo a expensas de la sociedad” (que es
exactamente lo que hace la burguesía).
En Gran Bretaña, una de las primeras medidas del gobierno Blair fue
atacar las ayudas que recibían las madres solteras. Por ejemplo, en Australia
hay 360.000 madres solteras que reciben un total de 2.900 millones de dólares
anuales, el presupuesto para gastos sociales es de 42.000 millones de dólares.
Estas mujeres tienen una edad media de 33 años, consiguen 107 dólares a la
semana, con ellos tienen que alimentarse, pagar la vivienda y vestir a su
familia, si el Estado quiere ahorrarse esta suma tendría que llevar a estos
niños a los orfanatos. En el resto de países se repiten este tipo de ataques a
este sector tan vulnerable de la sociedad con la excusa de atacar la llamada
cultura de dependencia. Es un ejemplo de las virtudes de la “moralidad
cristiana” e hipocresía al servicio del capitalismo. También dice mucho sobre
la actitud de la sociedad burguesa hacia las mujeres y los niños.
La situación de las mujeres divorciadas también es una cuestión de
clase. Los efectos del divorcio y la soledad son muy diferentes, dependiendo de
a qué clase social pertenezca la mujer. Un juez americano concedió el divorcio
a la esposa del millonario Robert I. Goldman, presidente del Congreso
Financiero, y recibió el 50% de sus cien millones de dólares. ‘Bienvenido al
divorcio del nuevo ejecutivo” (Business Week, 5/8/98).
Los sociólogos burgueses presentan la familia monoparental
“moderna” como un ejemplo perfecto del progreso social y la emancipación. Según
la Oficina del Censo de Estados Unidos en los últimos veinte años se ha doblado
el número de mujeres que viven solas y alcanza los quince millones. En un reciente
libro titulado The Improvised Woman, Reinventing Women in a Single Life,
se presenta un cuadro ideal de estas mujeres despreocupadas: “Mujeres solteras
que se compran coches, se quedan embarazadas o adoptan un niño, y elevan su
posición e influencia”. Pero las estadísticas generales revelan el abismo que
separa a la gran mayoría de madres solteras, muchas de ellas negras, que viven
en los guetos urbanos de las ciudades en el país más rico del planeta, en
condiciones tercermundistas, sometidas a la pesadilla de la pobreza, las
drogas, el crimen y la violencia.
La crisis del capitalismo se manifiesta en el intento universal de
reducir el gasto público. El ataque al empleo, los niveles de vida, la sanidad
y la educación afecta a la clase obrera en general, pero tiene su efecto más
pernicioso sobre la mujer, que se encuentra al final de la cadena de
explotación, los peores empleos, con la peor protección y seguridad. Además, la
mujer está sometida a una doble opresión. Son oprimidas como miembros de la
clase obrera y también como mujeres. La única forma de solucionar los problemas
de la mujer es luchando por el derrocamiento del capitalismo y su sustitución
por el socialismo, un sistema que pueda garantizar la verdadera libertad tanto
a hombres como a mujeres, la libertad de desarrollarse personal e
intelectualmente.
Conscientes de que sólo una sociedad socialista terminará con la
esclavitud que sufren hombres y mujeres, también debemos luchar, en la media de
la posible, contra el atraso y las actitudes reaccionarias, especialmente en el
movimiento obrero, que perjudican la unidad de los trabajadores y retrasan la
causa de la emancipación de la clase obrera. Debemos luchar por una verdadera
moral proletaria que trate a todos los trabajadores: hombre o mujer, blanco o
negro, como iguales, unidos en la causa común de la lucha contra el capital.
Las
mujeres en la lucha
Es necesario llegar a las mujeres obreras allí donde estén. Esto
significa llegar a los centros de trabajo y a los sindicatos. Pero muchas
mujeres también pueden entrar en la lucha contra el capitalismo por otras
cuestiones —mala vivienda, carestía de la vida, alquileres elevados...—. Esto
se pudo comprobar en la lucha contra el poll tax en Gran
Bretaña. En una huelga donde predomina la fuerza laboral masculina, es vital
implicar activamente a las esposas de los huelguistas. Ellas pueden
proporcionar unas reservas de fuerza colosales, pero esto frecuentemente es
pasado por alto por los trabajadores.
Durante la huelga minera de 1984-85, las esposas de los huelguistas
organizaron comités de apoyo, vinculados a los sindicatos y comités de huelga,
jugando un papel inestimable en la lucha, y al mismo tiempo ellas aprendieron
muy rápidamente. También es necesario asegurar que los maridos de las
trabajadoras las apoyen plenamente en la lucha. Los maridos también pueden
aprender mucho de la lucha de sus esposas.
Una vez que la mujer se convierta en parte activa de la lucha,
rápidamente transformarán sus puntos de vista. Incluso mujeres antiguamente
atrasadas políticamente, conservadoras y religiosas pueden desarrollar
rápidamente conciencia revolucionaria. Es obvio que esto se debe hacer en
estrecho contacto con los sindicatos y comités de huelga, no se debe
contraponer al movimiento oficial, como hacen las sectas y los anarquistas.
Estos comités ad hoc no pueden tener una actividad independiente y desaparecen
cuando el movimiento termina. Cualquier intento de mantenerlos de una forma
superficial, terminará por burocratizarlos y serán monopolizados por los
elementos menos representativos, pequeño burgueses, sectarios, y cuando el
movimiento comienza de nuevo se convierten en un obstáculo. El objetivo de
participar en estos comités no es para ponerlos en contra de los sindicatos,
sino asegurar que las mujeres comienzan a participar de una forma activa en las
organizaciones obreras para transformarlas. Según se transforma la naturaleza
de la producción y las viejas industrias pesadas son sustituidas por modos de
producción más modernos, basados en la tecnología de la información, las
mujeres se convierten en una parte decisiva de la fuerza laboral, incluso en la
mayoría.
Sin embargo, en última instancia la emancipación de la mujer sólo
se conseguirá con la emancipación del conjunto de la clase obrera:
“Al mismo tiempo que mejoramos el trabajo del partido
entre las proletarias —una tarea inmediata tanto para los partidos comunistas
de Occidente como para los de Oriente—, el Tercer Congreso de la Internacional
Comunista debe al mismo tiempo señalar a las mujeres trabajadoras de todo el
mundo que su liberación de siglos de esclavitud, ausencia de derechos y
desigualdad, sólo es posible con la victoria del comunismo, y que los
movimientos de las mujeres burguesas son completamente incapaces de garantizar
a las mujeres lo que el comunismo las garantiza. Mientras exista la propiedad
privada y el poder del capital, la liberación de la mujer de la dependencia del
marido no puede ir más allá del derecho a disponer de su propiedad y salario, y
decidir en términos de igualdad con su marido el futuro de sus hijos” (Tesis,
resoluciones y manifiestos de los cuatro primeros congresos de la Tercera
Internacional, págs. 214-215, en la edición inglesa).
El
comunismo y la familia
Desde los inicios del marxismo, la cuestión de la emancipación de
la mujer ha ocupado un lugar central en su pensamiento. En El
Manifiesto Comunista podemos leer:
“Las
declamaciones burguesas sobre la familia y la educación, sobre los dulces lazos
que unen a los padres con sus hijos, resultan más repugnantes a medida que la
gran industria destruye todo vínculo de familia para el proletario y transforma
a los niños en simples artículos de comercio, en simples instrumentos de trabajo.
“¡Pero
es que vosotros, los comunistas, queréis establecer la comunidad de las
mujeres! —nos grita a coro toda la burguesía.
“Para
el burgués, su mujer no es otra cosa que un instrumento de producción. Oye
decir que los instrumentos de producción deben ser de utilización común, y,
naturalmente, no puede por menos de pensar que las mujeres correrán la misma
suerte con la socialización.
“No
sospecha que se tata precisamente de acabar con esa situación de la mujer como
simple instrumento de producción.
“Nada
más grotesco, por otra parte, que el horror ultramoral que inspira a nuestros
burgueses la pretendida comunidad oficial de mujeres que atribuyen a los
comunistas. Los comunistas no tienen la necesidad de introducir la comunidad de
mujeres: casi siempre ha existido.
“Nuestros
burgueses, no satisfechos con tener a su disposición las mujeres y las hijas de
sus obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer
singular en seducir mutuamente las esposas.
“El matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad
de las esposas. A lo sumo, se podría acusar a los comunistas de querer
sustituir una comunidad de las mujeres hipócritamente disimulada, por una
comunidad franca y oficial. Es evidente, por otra parte, que con la abolición
de las relaciones de producción actuales desaparecerá la comunidad de las
mujeres que de ellas se deriva, es decir, la prostitución oficial y no oficial”
(C. Marx y F. Engels, El Manifiesto Comunista.
Madrid, Fundación
Federico Engels, 1996, pág. 56).
Los orígenes de la esclavitud de la mujer —como explicó Engels—, se
encuentran en la propiedad privada, y sólo se podrán superar con la abolición
radical de la propiedad privada de los medios de producción y de la división
del trabajo. Engels escribe en El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado:
“Hemos
visto cómo en un grado bastante primitivo del desarrollo de la producción la
fuerza ‘trabajo del hombre’ llega a ser apta para suministrar un producto mucho
más cuantioso de lo que exige el sustento de los productores, y cómo este grado
de desarrollo es en lo esencial el mismo donde nacen la división del trabajo y
el cambio entre individuos. De esto no hubo sino un paso para descubrir la gran
‘verdad’ de que el hombre mismo puede servir de mercancía, que la fuerza
‘trabajo humano’ puede llegar a ser un objeto de cambio haciendo del hombre un
esclavo.
“Apenas comenzaron los hombres a practicar el cambio,
cuando ellos mismos fueron cambiados. El activo se convirtió en pasivo,
quisieran o no los hombres” (F. Engels, El origen de la familia, la propiedad,
privada y el Estado. México, Editores Mexicanos Unidos,
1980, pág. 202).
Vemos cómo la opresión de la mujer ya estaba presente en el periodo
precapitalista, en las primeras formas de organización social, la familia de la
antigüedad. Con el desarrollo de la familia patriarcal y de la familia monógama
se consolidó junto con una economía familiar separada, vinculada a la propiedad
privada.
En la familia, vemos que la primera división original del trabajo
tiene una base psicológica, si se hubieran administrado los recursos de una
forma comunista, no se habría producido el sometimiento de la mujer al marido.
Con la llegada de la monogamia y el desarrollo de los medios de producción, la
división del trabajo siguió igual, pero el hombre adquirió un peso mayor, sólo
él participaba en la producción social y el plusproducto. Engels explica que la
opresión de la mujer aparece con el surgimiento de la propiedad privada y la
división del trabajo, y con ello la separación de papeles entre hombres y
mujeres.
“Con arreglo a la división del trabajo en la familia
de entonces, el papel del hombre consistía en proporcionar la alimentación y
los instrumentos de trabajo necesarios para ello, y, por consiguiente, era
propietario de estos últimos” (F. Engels, El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado. México, Editores Mexicanos Unidos,
1980, pág. 61).
En La ideología alemana, Marx y Engels escriben:
“Con la división del trabajo, que lleva implícitas
todas estas contradicciones y que descansa, a su vez, sobre la división natural
del trabajo en el seno de la familia y en la división de la sociedad en
diversas familias opuestas, se da, al mismo tiempo, la distribución y,
concretamente, la distribución desigual, tanto cuantitativa como
cualitativamente, del trabajo de sus productos; es decir, la propiedad, cuyo
primer germen, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer
y los hijos son los esclavos del marido. La esclavitud, todavía muy
rudimentaria, latente en la familia, es la primera forma de propiedad, que se
corresponde perfectamente con la definición de los modernos economistas, según
la cual el derecho del trabajo y la propiedad privada son términos idénticos:
uno de ellos, dice, referido a la actividad, lo mismo que el otro, referido al
producto de ésta” (C. Marx y F. Engels, La ideología alemana.
Barcelona, L’Eina Editorial, 1988, págs. 28-29).
En la etapa de la división del trabajo, después del abandono de la
organización comunista tribal, cada individuo estaba fijo a la actividad
concreta que se le asignaba: él ya no es responsable junto a los demás de la
producción y el consumo de la comunidad, ahora está ‘prisionero’ en un papel,
en una actividad concreta que realiza para el propietario de la fuerza de
trabajo, y de acuerdo con la voluntad del propietario. Más tarde, en la medida
que la sociedad se organiza de una forma más compleja, esta relación que surge
dentro de la familia, se convierte en la norma de las relaciones de la
comunidad dividida en clases, clases que se encuentra en antagonismo mutuo
debido a la posición diferente que ocupan con respecto a la propiedad de los
medios de producción.
No es casualidad que Engels en El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado, haga referencia al antagonismo entre el hombre
y la mujer en el matrimonio monógamo, como el primer contraste de clase que
aparece en la historia e identifica la opresión del sexo femenino por el
masculino, como el primer episodio de la opresión de clase. En este texto
podemos leer: “en la familia él (el hombre) es el burgués, la mujer representa
al proletario”.
En la transición del feudalismo al capitalismo el orden social, y
por lo tanto también la familia, sufre cambios que para la mujer abre enormes
posibilidades de emancipación, aunque también conlleva un aumento de su
opresión. Mientras en el periodo precapitalista la familia era la unidad de
producción dentro de la que aún se encuentran los medios para su subsistencia,
bajo el capitalismo se convierte sencillamente en una unidad de consumo. Esto
creó las condiciones para que la inacabada relación matrimonial de cada miembro
de la familia ya no esté sujeta formalmente a la jerarquía basada en las
capacidades productivas directas, sino que él o ella se vean como un individuo
con aspiraciones democráticas e igualitarias.
Las máquinas y la nueva tecnología sitúan en segundo lugar la
relativa debilidad física de la mujer, la permite acceder al mundo laboral y
salir del estrecho marco familiar. Esta situación sienta las bases para la
superación de la vieja división psicológica del trabajo entre hombre y mujer.
En este contexto, la abolición del matrimonio basado en la violencia, el
reconocimiento del derecho político de la mujer, el divorcio, la eliminación
formal de la discriminación entre sexos, son obra del papel positivo que ha
jugado la industrialización. Al mismo tiempo cada vez es más necesario adecuar
la familia a la explotación de la fuerza laboral masculina y femenina bajo el
capitalismo.
Los empresarios están contentos ante la posibilidad de utilizar
gran cantidad de mano de obra, porque esto les permite reducir los costes de
producción. Si en la familia precapitalista el hombre tenía que obtener por sí
mismo y por su trabajo los artículos de primera necesidad para mantener a toda
la familia, ahora esa remuneración se puede repartir entre los salarios de
todos los miembros de la familia que entran al mundo laboral.
En el primer volumen de El Capital leemos:
“El valor de la fuerza de trabajo no se determinaba
ya por el tiempo de trabajo necesario para el sustento del obrero adulto
individual, sino por el requerido para mantener a la familia obrera. Al lanzar
la maquinaria a todos los miembros de la familia obrera sobre el mercado de
trabajo, reparte el valor de la fuerza de trabajo del hombre entre toda su
familia. De ahí que desvalorice su fuerza de trabajo. La compra de la familia
fraccionada, por ejemplo, en cuatro fuerzas de trabajo, tal vez cueste más que
costaba antes la adquisición de la fuerza de trabajo del cabeza de familia,
pero en cambio se tienen cuatro jornadas de trabajo en lugar de una, y su
precio disminuye en proporción al excedente de plustrabajo de los cuatro sobre
el plustrabajo de uno. Los cuatro tienen que suministrar no sólo trabajo, sino
también plustrabajo para el capital, a fin de que la familia viva. De esta
manera, la maquinaria amplía desde un principio, junto con el material de
explotación humano, el verdadero campo de explotación de capital, también el
grado de explotación” (C. Marx, El Capital. Madrid, Akal
Editor, 1976, Vol. I, Tomo II, pág. 110).
Cuando marido y mujer trabajan en el presupuesto familiar aumentan
los ingresos, pero al mismo tiempo también aumentan los gastos, la reducción
del tiempo dedicado a las “tareas del hogar” conlleva más gastos, por ejemplo,
hay que comprar un congelador adecuado a las nuevas necesidades alimenticias,
pagar a alguien para que cuide a los hijos, etc., Esto ocurre porque el
capitalismo no proporciona los servicios sociales necesarios, incluidas las
guarderías que liberen a la mujer de la carga de sostener la economía familiar
y que la situaría al mismo nivel que el hombre. La situación actual favorece a
los intereses de los empresarios que pueden crear una categoría laboral más
barata.
Por lo tanto, es incorrecto y es un error hacer referencia al trabajo
doméstico como un remanente del pasado o un resto de la producción
precapitalista, también es incorrecto creer que éste se puede eliminar bajo el
capitalismo, porque el trabajo doméstico es un elemento necesario para la
reproducción de la fuerza laboral y para el debilitamiento de la fuerza laboral
femenina dentro del mercado laboral.
Aquí llegamos a una de las diferencias fundamentales entre la
esclavización del proletariado masculino y el femenino. Cuando el trabajador
masculino entró el primero en la fábrica, formalmente se emancipó como
trabajador asalariado libre. Se liberó de la relación de servidumbre feudal que
dominaba la producción precapitalista. Este no fue el caso de la mujer. La
relación entre la mujer y el capital se mide por la relación con el hombre y
por consiguiente, a diferencia del trabajador masculino, la situación de la
mujer no nace o desaparece en la división social del trabajo bajo el
capitalismo. La mujer antes de ser trabajadora es esposa: el lugar original y
concreto de su opresión es el hogar, y las relaciones que se establecen en él.
La mujer tiene la obligación de cumplir con todas las ‘obligaciones’
familiares, mientras que su papel productivo en la sociedad es secundario: en
la mayoría de los casos el salario del hombre es más elevado y el salario de la
mujer tiene un carácter marginal en el ingreso global de la familia. Como el
poder de un individuo bajo el capitalismo viene dictado por la posesión de
dinero, la mujer tiene menos poder y por lo tanto continúa esclavizada al
hombre.
La producción familiar se convierte en un sector privado y el
trabajo de la mujer se convierte en la propiedad del padre o el marido. Este
modo de producción —aunque necesario—, también entra en contradicción con la
producción capitalista que impone a la mujer, el tiempo, la velocidad y la
opresión del modo capitalista de producción. Un ejemplo clásico es cuando los
empresarios exigen a las trabajadoras firmar una cláusula en la que se
comprometen a no tener hijos, si no serán despedidas. Esta contradicción se
produce porque la producción capitalista es la producción de mercancías o
servicios para vender, mientras que el trabajo familiar produce mercancías y
servicios que no se venden y que son simplemente para el uso familiar. Por esta
razón las tareas de la esposa en el hogar tienen unas características similares
al trabajo real, en una sociedad basada en el intercambio de mercancías el
trabajo doméstico no tiene ningún valor. Y la persona que realiza este trabajo
(la mujer) tampoco tiene valor porque no obtiene dinero por él.
Para superar esta contradicción algunos sectores de la burguesía
defienden el salario del ama de casa. Nosotros nos oponemos a esta demanda que
pretende reconocer el carácter social del trabajo en el hogar, condenando a las
mujeres —por una miseria—, a permanecer dentro de las cuatro paredes del hogar.
No es casualidad que el salario para el ama de casa sea una bandera de las
fuerzas conservadoras —las católicas en primer lugar—, que sitúan en el centro
de su política la “defensa del núcleo familiar”. Esta situación obligaría a la
mujer a cambiar su trabajo en el hogar por una parte del salario del padre o el
marido, que está integrado en la producción social real.
La única forma de socializar el trabajo doméstico es transferir las
tareas de las amas de casa a trabajadores asalariados fuera de la familia, a
través de la creación de guarderías públicas, comedores públicos, etc., y en
general con la extensión del estado del bienestar. Estas medidas serían el
primer paso necesario para la verdadera socialización del trabajo doméstico,
que sería un aspecto decisivo de la economía comunista.
A la consigna del salario para el ama de casa, nosotros
contraponemos la reivindicación de un salario para todos los parados. Esta
reivindicación significa reconocer plenamente a las amas de casa como parte de
la clase obrera y pedir su inclusión en el mundo laboral en condiciones de
igualdad, con el objetivo de integrarlas en la lucha general del movimiento
obrero por el pleno empleo, y nos oponemos a la política de la burguesía que
utiliza a las amas de casa como una reserva de fuerza laboral para ser
utilizada en momentos de producción máxima y en condiciones de superexplotación
(trabajo en el hogar, trabajo eventual, etc...).
Las relaciones entre hombres y mujeres bajo el capitalismo son
inhumanas y están distorsionadas porque el sistema universal de producción de
mercancías reduce las personas a cosas. No sólo la relación entre los sexos,
sino que todas las relaciones en general se deshumanizan bajo lo que Marx y
Engels calificaron como el “nexo del dinero”. Esta sociedad no es natural, está
dominada por relaciones artificiales. ¿Acaso no nos asombra que a veces las
personas en lugar de comportarse como seres humanos inteligentes se comportan como
monstruos? Los padres consideran a los hijos su propiedad privada. Los maridos
consideran a sus esposas de la misma forma. Debido a las implacables presiones
de la vida en la “economía de mercado”, donde el dinero es el dios, las
relaciones se distorsionan de tal forma que no se reconocen. Como explica
Engels:
“Hoy, el producto domina aún al productor; hoy, está
regulada la producción total de la sociedad, no conforme a un plan elaborado en
común, sino por leyes ciegas que se imponen con la violencia de los elementos,
en último término, en las tempestades periódicas de las crisis comerciales”
(Ibid., pág. 202).
Bajo el capitalismo, las relaciones
personales adquieren valor en la medida que reproducen o se subordinan a las
relaciones de explotación, con el objetivo de incrementar el poder de los
individuos que participan en ellas, por ejemplo, conseguir más dinero. El
trabajador vende su trabajo al patrón a cambio de un salario, la mujer vende su
servicio, cuida a los niños y al productor, a cambio de una parte del salario
obtenido por su compañero. La alienación del trabajo se basa en que el
trabajador no es directamente responsable de la planificación y consumo de su
producto social, sólo es un vendedor de su fuerza de trabajo y crea las
condiciones objetivas para la alienación de la mujer dentro de la familia. El
trabajador en la familia se comporta según este modelo de relaciones.
Consiguientemente, la desalienación de la relación hombre-mujer es posible sólo
con la desalienación de las relaciones sociales y viceversa. Marx en los Manuscritos
económicos y filosóficos, señala que a través del carácter de la
relación entre los sexos “podemos juzgar el grado de civilización alcanzado por
el hombre”.
Si tratamos seriamente la cuestión de la esclavitud de la mujer, no
basta con tratar sus manifestaciones más obvias. Como ya hemos dicho es
necesario luchar contra todo tipo de desigualdad y discriminación. Pero hasta
que no se erradique el origen de la opresión femenina, la esencia del problema
seguirá sin resolver. La mujer sólo se liberará cuando el hombre sea libre. Es
decir, cuando la humanidad comience a vivir una existencia verdaderamente
humana.
Engels explica:
“Pero lo que seguramente desaparecerá de la monogamia
son todos los caracteres que le han impreso las condiciones de la propiedad a
las cuales deben su origen; estos caracteres son, en primer término, la preponderancia
del hombre, y luego la indisolubilidad. La preponderancia del hombre en el
matrimonio es consecuencia, sencillamente, de su preponderancia económica y
caerá por sí sola con ésta. La indisolubilidad del matrimonio es consecuencia,
en parte de la situación económica de donde salió la monogamia, y en parte es
una tradición de la época en que, mal comprendido aún el enlace de esa
situación económica con la monogamia, fue exagerado hasta el extremo por la
religión. Actualmente está desportillada ya por mil lados. Si el matrimonio
fundado en el amor es el único moral, sólo podrá serlo donde el amor persista.
Pero la duración del acceso del amor sexual es muy variable según los
individuos, particularmente entre los hombres; y la desaparición del afecto ante
un amor apasionado nuevo hace de la desaparición un beneficio, lo mismo para
ambas partes que para la sociedad (Ibid., pág. 92).
El programa de la Internacional Comunista para la transición al
socialismo defendía:
“Comedores públicos, lavanderías, talleres de
reparaciones, instituciones de bienestar social, viviendas, etc., que
transformen la vida cotidiana en líneas comunistas completamente nuevas y
alivien a las mujeres de las dificultades del periodo transicional. Estas
instituciones sociales que ayudan a emancipar la vida cotidiana de las mujeres,
convierten a la esclava del hogar y la familia en miembros libres de la clase
obrera, la clase que es su propio patrón y el creador de nuevas formas de vida”
(Tesis,
resoluciones y manifiestos de los cuatro primeros congresos de la Tercera
Internacional, pág. 220, en la edición inglesa).
La familia y el Estado no pueden desaparecer de la noche a la
mañana. La desaparición gradual de ambos en la transición a una sociedad sin
clases, depende de la transformación de las condiciones materiales de
existencia y por lo tanto, de la transformación de la manera de pensar de las
personas y de relacionarse entre ellas. Finalmente, con la conquista de la
superabundancia y la elevación del nivel cultural, las antiguas costumbres y la
psicología esclavista se transformarán y con ellas las relaciones entre hombres
y mujeres. Pero la condición previa es la transformación de las condiciones de
vida. La reducción de la jornada laboral a su mínima expresión es una condición
indispensable para la emancipación social. Los avances tecnológicos harán
posible la virtual desaparición del trabajo doméstico: la base para la
esclavitud de la mujer. Lo poco que quede del trabajo doméstico lo podrán
compartir fácilmente todos los componentes de la familia.
La raíz de toda opresión, sea de mujeres, negros u otros grupos
oprimidos, en última instancia se basa en la esclavización y alienación unida a
la producción de mercancías. Sólo cuando esta desaparezca y las condiciones de
vida de toda la sociedad se transformen, la familia y el Estado —dos restos de
la barbarie— dejarán de existir. Cuando la vieja psicología primitiva e
inhumana, fruto de la miseria, sea cosa del pasado, se crearán las condiciones
materiales para la existencia de un nuevo orden social en el que desaparecerán
los últimos vestigios de la coerción social, y finalmente, hombres y mujeres
podrán relacionarse entre sí como seres humanos libres.