Por Sergio
Rodríguez Gelfenstein
La incertidumbre es una variable siempre
presente en el análisis de los temas referidos al funcionamiento del sistema
internacional, sobre todo porque es imposible obviar el impacto que factor
subjetivo tiene sobre la realidad que se va a estudiar. Sin embargo, los
últimos años (en particular desde la llegada de Donald Trump a la más alta
instancia de administración del poder de Estados Unidos) han estado impregnados
de una alta dosis de indecisión, perplejidad y duda respecto de las decisiones
que se toman, y que tienen transcendente influencia en la vida de los pueblos,
de los países y del mundo.
En ese marco (cuando la
subjetividad y la incertidumbre se manifiestan en tan elevados niveles) las
decisiones no dan certezas respecto de su veracidad y posibilidades reales de
ejecución.
Se ha tornado natural la
presencia de la mentira en el quehacer y en la retórica cotidiana de estadistas
y políticos, ya no sólo cuando ésta se utiliza para encubrir delitos o actuaciones
al margen de la ley, sino incluso como fundamento para determinadas
actuaciones. Recientemente el presidente colombiano, con abierta impudicia y en
interés de mostrar total lealtad a Estados Unidos, después de una reunión con
el secretario de Estado Mike Pompeo, no tuvo inconvenientes en falsear la
historia de manera repugnante al inventar un supuesto apoyo de ese país a las
luchas independentistas de Colombia cuando cualquiera sabe que eso jamás
ocurrió. Más allá de la anécdota, tal opinión encarna un pensamiento y una
voluntad para lograr un objetivo a cualquier precio. Tal hecho hace patente que
la ética como principio del quehacer político ha sido definitivamente
abandonada por las élites oligárquicas que ostentan el poder gracias al apoyo
de los funestos medios de comunicación y las no menos funestas redes sociales
inventadas para sostener el poder del sistema que los procreó como instrumentos
masivos de engaño. Según el conteo de The Fact Checker publicado por The
Washington Post, el presidente Trump mintió 836 veces en sus primeros 6 meses
de gobierno, 3001 vez al cumplir 466 días en la presidencia y 4229 veces hasta
el 4 de agosto del año pasado al completar 558 días de mandato, o lo que es lo
mismo, 7,6 mentiras por día, rompiendo el récord el 5 de julio del año pasado
cuando mintió 79 veces, siendo los sensibles temas de migración, problemas
económicos, cifras de desempleo y acuerdos comerciales los que han sido de
mayor utilización adulterada por parte del presidente de Estados Unidos
Ante estas cifras tan
avasalladoras, uno podría preguntarse cuánta certeza puede haber en el análisis
si los mismos están basados en los informes del presidente de la nación más
poderosa de la tierra si, por ejemplo dice que va a retirar las tropas de Siria
de inmediato, y solo unos días después, tras miles de opiniones a favor y en
contra en todo el mundo, reuniones de la oposición demócrata, renuncia de
algunos de los funcionarios de gobierno muy cercanos al presidente y
declaraciones de decenas de líderes en todo el planeta, afirma que jamás le
había puesto plazos a dicha retirada. ¿En qué condición quedan los miles de
incautos analistas, especialistas y expertos que emitieron profundas y
estudiadas opiniones sobre el tema? ¿Se ve dañada su reputación y credibilidad
al respecto? Pero, lo más importante es la inquietud que genera para los
pueblos no saber a qué atenerse cuando están en manos de mentirosos compulsivos
que, así como juegan con la verdad, juegan con la vida y el futuro de millones
de personas.
En este sentido, vale la pena
referirse a la declaración de guerra contra Venezuela que ha hecho el Grupo de
Lima este jueves 4 de enero. Con el fin de justificar tal manifestación de
clara agresión a otro país recurren a la mentira más burda al decir que “condenan
cualquier provocación o despliegue militar que amenace la paz y la seguridad en
la región”. Con esta mentira, han hecho precisamente todo lo contrario: dar el
aval para que se realicen provocaciones que justifiquen una intervención
militar en Venezuela. ¿Cuál despliegue ha hecho Venezuela?, que no sea el
necesario para salvaguardar su soberanía.
No ha sido Venezuela el
inventor de los “falsos positivos” para simular información militar y mostrar
éxitos encaminados a obtener mayores recursos de Estados Unidos para la guerra,
no ha sido Venezuela el país que atacó militarmente a un vecino violando su
soberanía, no ha sido Venezuela el que ha permitido que se establezcan bases
militares para agredir a otros países, no ha sido Venezuela el país que ha
tenido una guerra por más de 50 años en su territorio amenazando
permanentemente a sus vecinos por la extensión del conflicto fuera de sus
fronteras, no es Venezuela el país cuyo gobierno apoya, financia y entrena
paramilitares para realizar operaciones ocultas, masacres y violaciones de
derechos humanos, no es Venezuela el mayor productor de cocaína del mundo, con
el visto bueno y apoyo de la DEA.
Deben saber los países del
Grupo de Lima que los soldados venezolanos portan orgullosos en su uniforme una
escarapela que dice “forjador de libertades” porque son herederos de la gesta
del ejercito patriota que salió del territorio nacional para ayudar al logro de
la independencia y la libertad de pueblos hermanos, entre ellos dos que forman
parte del Grupo de Lima y que bajo el mando de Simón Bolívar, nacido en Caracas
y de Antonio José de Sucre, nacido en Cumaná (no de George Washington ni de
Thomas Jefferson) derrotaron definitivamente al ejército colonial español en
Ayacucho y deben saber que esta ha sido la única vez en la historia que las
fuerzas armadas venezolanas han salido de su historia. Jamás han apoyado las
aventuras militares de Estados Unidos como si han hecho otros, ni tampoco han
servido de represores de pueblos hermanos, formando falsas misiones de paz de
la ONU que en realidad sirven para defender intereses imperiales. Haití para
nosotros sí es la madre patria y como dijo el historiador Yldefonso Finol, el
General Petion, si debería considerarse un padre fundador. De paso, vale decir
que para nosotros, los pueblos del Cribe si son nuestros hermanos y sus
gobiernos dignos representantes a los que no acudimos solo para buscar votos
cuando hay elección en la OEA.
Claro, no puede esperarse
mucho de las élites peruanas, continuadoras de aquellas que traicionaron
primero a San Martín y después a Bolívar o las colombianas que intentaron
asesinar a Bolívar, como después lo harían con Sucre.
Estas mentiras que configuran
su declaración de guerra obligan a la movilización general del pueblo
venezolano para evitar que el enfrentamiento bélico se concrete. Lo único
cierto que dice la declaración de guerra del Grupo de Lima es que los problemas
de los venezolanos lo deben resolver los venezolanos y que yo sepa no hay nadie
del Grupo de Lima que lo sea. Deben saber que si esa guerra se desata, también
morirán algunos de los casi 7.5 millones de ciudadanos de los países del Grupo
de Lima que viven en Venezuela, sin ningún tipo de restricción ni
discriminación, sin que jamás el gobierno de Venezuela esté llorando tragedias
como miserablemente lo hacen estos países ante la llegada de los venezolanos.
Debe saber también el Grupo
de Lima que si se concretara la agresión a la que le han dado visto bueno, los
venezolanos y las venezolanas pelearán como lo hicieron en Boyacá, como lo
hicieron en Pichincha, como lo hicieron en Junín, como lo hicieron en Carabobo
y como lo hicieron siempre victoriosos en Ayacucho…y después aténganse a las
consecuencias.
Los pueblos hermanos de
América Latina y el Caribe siempre tendrán en Venezuela un país hermano cuando
vengan con la verdad, pero si sus élites quieren utilizar la mentira como
instrumento de agresión, deben saber que los fusiles del pueblo venezolano
escupirán el fuego sagrado que incinerará a la mentira y a sus adláteres.