Por Lance Selfa
Cuando
Donald Trump se acerca al segundo aniversario de su toma de posesión, crece la
posibilidad de que no llegue a su tercer año de legislatura.
Al menos esa es la conclusión
a la que un número creciente de personalidades del establisment en
Washington está llegando, dadas las múltiples amenazas legales y crisis
políticas a las que Trump, su familia y su administración se enfrentan.
Considere lo siguiente:
La investigación del
Departamento de Justicia sobre la posible colusión entre el equipo de Trump y operativos
rusos durante las elecciones de 2016 ha hecho que el director de campaña y el
subdirector de campaña de Trump, el asesor de seguridad nacional, el principal
amañador legal de Trump y una gran cantidad de figuras menores se declaren
culpables y colaboren con la investigación.
La imputación de su abogado
Michael Cohen por un cargo de violación a ley de finanzas de campañas
electorales ha señalado a Trump como un “co-conspirador no acusado” en un
esquema para asegurar el silencio mediático de dos mujeres con las que Trump
tuvo relaciones sexuales extramaritales.
La investigación dirigida por
el ex director del FBI Robert Mueller ha abierto múltiples vías de
investigación sobre Trump, su círculo y su administración, incluyendo el
tráfico de influencias de las monarquías del Golfo, el lavado de dinero y la
corrupción del comité de inauguración.
Dado que los demócratas
tomarán control de la Cámara de Representantes el 3 de enero, la Casa Blanca y
las agencias administrativas se enfrentarán a una ráfaga de citaciones que
afectarán a su personal con múltiples solicitudes de documentos, audiencias en
el Congreso y aplastantes facturas legales. Es de esperar que más casos de
corrupción en la administración sean revelados.
El personal clave de la
administración, del Jefe de Gabinete al Secretario de Defensa, está huyendo de
lo que parece ser un barco que se hunde, y Trump está teniendo dificultades
para encontrar sustitutos.
Las bolsas de valores
estadounidenses experimentaron su peor caída en diciembre desde la Gran
Depresión, mientras los analistas de Wall Street señalan la preocupación sobre
las políticas comerciales de Trump y una posible recesión. Las llamadas del
Secretario del Tesoro Steven Mnuchin a los jefes de los bancos más grandes de
Estados Unidos para asegurarles que el gobierno tenía suficiente liquidez
monetaria provocaron una caída aún más fuerte en los mercados.
Como si todo eso no fuera
suficiente, 2019 comenzó con un cierre forzado del gobierno federal que dejó a
más de 800.000 trabajadores federales sin sueldo durante los días festivos.
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La corrupción y los ultrajes
han sido el procedimiento operativo estándar desde que Trump asumió el cargo.
Cualquiera que fuera la opinión oficial de Washington sobre ellos, tendía a
ignorarlos. Pero algo pareció cambiar en diciembre, cuando Trump anunció la
retirada de las fuerzas estadounidenses de Siria. Esta acción provocó la
renuncia del Secretario de Defensa James Mattis y Brett McGurk, el enviado de
Estados Unidos ante la Alianza anti-Estado Islámico en Siria.
Repentinamente, el consenso
belicista bipartidista en Washington comenzó a advertir contra las terribles
consecuencias de esta acción y expresó su preocupación de que Trump había ido
demasiado lejos.
Los mismos que apoyaron a
Trump cuando se negó a criticar a los racistas y fascistas en Charlottesville,
forzó la separación de familias inmigrantes a lo largo de la frontera de
México-Estados Unidos, o trató de quitarles el seguro médico a millones de
personas, descubrieron que Trump ahora representa una amenaza para la
república, y descubrieron que la carta de renuncia de Mattis, en la que
reprendía a Trump por faltarle el respeto a los aliados y por tener ilusiones
en “actores malignos” (Rusia) y en “competidores estratégicos” (China), es un
documento histórico similar al discurso de Gettysburg de Lincoln.
Uno de los principales
cronistas imperiales de Washington, Thomas Friedman del New York Times, hizo un
llamado al Partido Republicano para que lleve a cabo una “intervención”:
“Hasta
ahora no he estado a favor de destituir al Presidente Trump de su cargo. Tenía
la firme convicción de que lo mejor para el país sería que se marchara por
donde llegó, a través de las urnas. Pero la semana pasada fue un momento
decisivo para mí y para muchos estadounidenses, incluso para algunos
republicanos.
Es
el momento en que hay que preguntarse si realmente podemos sobrevivir dos años
más con Trump como presidente, si este hombre y su comportamiento demente — que
sólo empeorará cuando la investigación Mueller concluya — desestabilizan
nuestro país, nuestros mercados, nuestras instituciones claves y, por
extensión, al mundo. Y por lo tanto, su destitución ahora tiene que estar sobre
la mesa”.
Más vergonzosos fueron los
liberales, cuyas críticas a la política de Trump en Siria comenzó a hacerse eco
de la retórica del expresidente George W. Bush o del exvicepresidente Dick
Cheney. Frank Rich, de la New
York Magazine, es un ejemplo:
“Tenemos
un presidente de los Estados Unidos que está cerrando el gobierno al mismo
tiempo que invita a los adversarios de los Estados Unidos a romper sus
defensas. Las retiradas en Siria y Afganistán, combinadas con la salida del
último alto funcionario de la administración que aspiraba a servir a los
intereses nacionales en lugar de los de Trump, invitan al Estado Islámico,
Rusia, China, Corea del Norte, y a los talibanes afganos a tomar medidas
hostiles contra los Estados Unidos.
Esto
ha llamado la atención incluso del cínico Mitch McConnell: Se ha declarado
“angustiado” por la dimisión de Mattis, un gran paso en la escalada retórica de
un partido en el que las patéticas expresiones periódicas de “preocupación” de
Susan Collins son motivo de crítica a un presidente proscrito. Las palabras de
Marco Rubio fueron más fuertes, una táctica para proteger su viabilidad para
otra candidatura presidencial, pero habrá más líderes republicanos indignados.
Lo
que los indignará no es necesariamente la agenda aislacionista de Trump, sino
el daño que su comportamiento, tanto en el extranjero como en el país, está
infligiendo a los mercados financieros. La pura incertidumbre de una
presidencia caótica está empujando al Dow a su peor diciembre desde la Gran
Depresión.
McConnell
y su humillado compañero Paul Ryan han tolerado el racismo, la misoginia y el
nativismo de Trump, su debilitamiento de las alianzas de Estados Unidos, su
cleptocracia y su lealtad a Vladimir Putin. También han tolerado su estafa
contra los mineros del carbón, los trabajadores siderúrgicos y los trabajadores
de la industria automotriz de su base electoral. Pero serán condenados si
defienden a un presidente que amenaza los bolsillos de los donantes del Partido
Republicano”.
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Al menos Rich llega a una
conclusión importante al final de esa cita. El factor que ha dado poder a Trump
a lo largo de su desastroso gobierno ha sido la inclinación de los ricos y sus
sirvientes en Washington de mirar a otro lado ante sus transgresiones, siempre
y cuando las políticas de Trump les llenaran los bolsillos con recortes de
impuestos y desregulación. Si esa apuesta deja de dar resultado, entonces Trump
debería empezar a preocuparse.
Casi desde el momento en que
asumió el cargo, los observadores políticos han advertido que la administración
de Trump podría terminar con su impugnación y su destitución del cargo.
Mientras partidarios más
fervientes del Partido Demócrata esperan ese momento desde hace dos años, los
líderes del Partido Demócrata han tratado incluso de evitar hablar de
destitución. En su ruta a la elección de noviembre 2018, los demócratas
evitaron los llamamientos a la impugnación por temor a que Trump los usara para
reagrupar a sus partidarios.
Al final, Trump tuvo éxito
movilizando a sus partidarios, principalmente con su campaña racista contra la
caravana de inmigrantes a la frontera del sudoeste. La movilización de los
partidarios de Trump, junto con la enorme movilización anti-Trump del lado
demócrata, se combinaron para producir la mayor participación electoral en unas
elecciones legislativas en un siglo. Incluso con la participación de la base de
Trump, los republicanos sufrieron una derrota aplastante.
Pero ahora que están a cargo
de la Cámara de Representantes, la táctica demócrata podría cambiar.
Ciertamente, la administración Trump, desde el “lumpen-capitalista” que la
preside hasta el elenco de estafadores y representantes corporativos en cargos
administrativos, proporcionará a los investigadores del Congreso una lista completa
de corrupción y actos indecorosos que podrían provocar enjuiciamientos. Pero
estallará un terremoto político si el informe de Mueller documenta la
participación de Trump en delitos ilegales e impugnables.
Hasta ahora, la opinión
pública ha asumido que Trump será capaz de superar la tormenta para llegar a la
reelección en 2020.
Primero, incluso si los
demócratas de la Cámara de Representantes lo impugnaran, los republicanos del
Senado no votarían para destituirlo de su cargo. En segundo lugar, los memorandos
internos del Departamento de Justicia redactados durante el escándalo Watergate
a principios de la década de 1970 sugieren que un presidente en activo no puede
ser imputado. Si Mueller y el Departamento de Justicia de Trump siguen esa
política, entonces Trump tiene todos los incentivos para aferrarse a la
presidencia.
Finalmente, los demócratas,
habiendo visto cuán efectivo es Trump para movilizar a la base demócrata,
tienen todos los incentivos para no destituirlo de su cargo.
Pero las elecciones de 2018
debilitaron la posición de Trump en Washington, y los otros signos de caos
-desde la caída del mercado de valores hasta las dimisiones de alto nivel-, han
hecho más probable el juicio político.
Este fue el mensaje de la
veterana periodista Elizabeth Drew en el editorial del New York Times del 27
de diciembre de 2018. Drew, cuya carrera inicial incluye un reportaje incisivo
del escándalo Watergate, escribió que cree que Mueller ha descubierto
suficientes pruebas para un juicio político de Trump, y concluye que Trump
puede enfrentarse a la disyuntiva a la que Richard Nixon se enfrentó en 1974:
dimitir o ser destituido del cargo. Según Drew, en una editorial del 27 de
diciembre:
“No
comparto la opinión convencional de que si el Sr. Trump es impugnado por la Cámara
de Representantes, el Senado dominado por los republicanos nunca agruparía los
67 votos necesarios para condenarlo. La coyuntura determinaría el resultado,
pero la situación actual, que ya está cambiando, habrá quedado muy atrás para
cuando los senadores se enfrenten a esa pregunta. Los republicanos, que alguna
vez fueron aliados firmes del Sr. Trump, ya han criticado abiertamente algunas
de sus acciones recientes, incluyendo su apoyo a Arabia Saudi a pesar del
asesinato de Jamal Khashoggi y su decisión sobre Siria. También deploran
abiertamente la partida del Sr. Mattis.
Siempre
me pareció que la turbulenta presidencia del Sr. Trump era insostenible y que
los republicanos más importantes finalmente decidirían que se había convertido
en una carga demasiado grande para el partido o en un peligro demasiado grande
para el país. Es posible que ese momento haya llegado. Al final, los
republicanos optarán por su propia supervivencia política. Casi desde el
principio algunos senadores republicanos han especulado sobre cuánto tiempo
duraría su presidencia. Algunos seguramente notaron que su base no ganó en las
elecciones a media legislatura".
El hecho de que el aliado de
Trump y principal halcón, el senador Lindsey Graham (R-S.C.), tratase de
ayudarlo a amortiguar el culetazo que siguió a la decisión sobre Siria sugiere
que sus principales valedores republicanos aún no están dispuestos a
abandonarlo.
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La última vez que el gobierno
de Estados Unidos se enfrentó a una crisis como ésta, durante Watergate, estuvo
a punto de sufrir su mayor derrota en una guerra (Vietnam) hasta entonces.
La crisis de Vietnam, junto
con los movimientos sociales de la época, produjo protestas y disensiones en
toda la sociedad estadounidense. En última instancia, el escándalo Watergate
fue resultado de la guerra que Nixon desató contra la disidencia y cuando su
acoso a los radicales se extendió al Comité Nacional Demócrata.
Aunque la crisis actual de la
política imperial de Estados Unidos no sea tan grave como a la que enfrentó
el establishment durante
Vietnam, hay algunas similitudes que vale la pena considerar.
El plan de Estados Unidos de
reestructurar el Medio Oriente a través de la guerra en Irak fracasó
abrumadoramente. Las tropas yanquis en Afganistán ya han participado en la guerra
más larga de Estados Unidos, sin fin a la vista.
Mientras tanto, Estados
Unidos se está preparando para las próximas décadas, donde enfrentará desafíos
tanto económicos como militares de China. Aunque Estados Unidos no enfrenta una
crisis imperial como la de Vietnam en estos momentos, sin duda se encuentra en
un período de transición en el que las estructuras imperiales creadas después
de la Segunda Guerra Mundial no reflejan el equilibrio de poder que está
surgiendo en el mundo.
Las políticas de “América
Primero” de Trump — proteccionismo comercial, antiinmigración y relaciones
bilaterales transaccionales tanto con países aliados (Canadá, Gran Bretaña,
Francia) como adversarios (China, Rusia) — chocan con la visión del mundo de
sectores del empresariado y del establishment de
la política exterior. Esta es la razón por la que la retirada de Siria y la
renuncia de Mattis provocaron un ataque de nervios en todos los altos cargos
oficiales de Washington.
Puede que Trump no sepa lo
que está haciendo, pero las acciones de su administración tienen consecuencias
que son inquietantes para los guardianes bipartidistas del status quo. Hasta
ahora, estas consecuencias no han roto la polarización partidista que ha
mantenido a Trump a flote a pesar de los consistentes e históricamente bajos
niveles de apoyo público.
A finales de diciembre, la
popularidad de Trump cayó al nivel de cuando excusaba a los neonazis en 2017.
Todo esto está ocurriendo antes de que una gran recesión golpee, antes de que
Mueller haya entregado su informe final, y antes de que los demócratas hayan
preparado la máquina de investigación del Congreso.
Si los principales jerarcas
del Partido Republicano, desde los jefes del Pentágono hasta los directivos de
los principales bancos, comienzan a concluir que Trump es un lastre para el
poder económico y militar de Estados Unidos, los políticos electos del Partido
Republicano comenzarán a distanciarse de él.
En ese momento, la estrategia
de Trump de evitar la destitución de su cargo aunque más de la mitad de los
senadores republicanos lo apoyasen, podría desmoronarse. Trump, por supuesto,
no se irá en silencio.
Puede que todavía no estemos
en ese punto. Pero podría ocurrir antes de que termine 2019.
Artículo original: https://socialistworker.org/2019/01/02/will-2019-be-the-year-trump-goes-down
Traducido por Carlos Alberto
Suarez para sinpermiso
http://www.sinpermiso.info/textos/eeuu-caera-trump-en-2019
http://www.sinpermiso.info/textos/eeuu-caera-trump-en-2019
Lance Selfa autor de The Democrats: A Critical History (Haymarket Books,
2012) y U.S. Politics in an Age of Uncertainty: Essays on a New Reality. Es redactor de la revista Socialist
Worker de EE UU.