Por Patrick Martin
La
batalla política dentro de la élite gobernante estadounidense está alcanzando
un nuevo nivel de intensidad. Esto ha involucrado una continua campaña
mediática presentando a Trump como un agente ruso, exigencias del Partido
Demócrata de que se cancele el discurso del Estado de la Unión y la respuesta
de Trump el jueves por la tarde de prohibir un viaje al extranjero planeado de
la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, que habría incluido
una visita a las tropas estadounidenses en Afganistán.
La campaña antirrusa contra Trump sigue
intensificándose, con el New York Times y el Washington
Post a la cabeza, publicando nuevas “revelaciones” casi a diario que
retratan a Trump como un títere de Vladimir Putin. Trump respondió con una
diatriba fascistizante pronunciada ante una audiencia militar en el Pentágono y
dirigida contra la supuesta captura del Partido Demócrata por la “izquierda
radical”. “El partido ha sido secuestrado por sectores radicales a favor de las
fronteras abiertas”, alegó.
La
demonización mutua se produce en medio de un cierre parcial del Gobierno
federal que llegará a su primer mes el próximo martes, con 800.000 trabajadores
federales que no están recibiendo su sueldo. Más de 300.000 de ellos están
suspendidos y casi 500.000 se han visto obligados a trabajar sin paga.
Estados
Unidos ha entrado claramente en una crisis política importante que no puede
interpretarse simplemente por sus personalidades o el aparente accidente de que
Trump haya llegado al poder. Como todo fenómeno político significativo, esta
crisis tiene raíces socioeconómicas y materiales profundas que han producido un
grado sin precedentes de disfunción en el sistema político estadounidense y
desorientación en la élite gobernante.
Hay dos
factores históricos determinantes, uno que se ha venido desarrollando por
décadas y otro de un origen más reciente.
El
primero es el fracaso absoluto de las concepciones y las políticas adoptadas
por la élite gobernante estadounidense en respuesta a la crisis y a la
disolución de la Unión Soviética y el bloque soviético en su conjunto.
Comenzando por la Administración de George H.W. Bush, Washington se envalentonó
a emplear su poderío militar a una escala no vista desde la Segunda Guerra
Mundial.
Una vez
que se libraron de la presión de la Unión Soviética, la cual limitó en cierto
modo las intervenciones militares estadounidenses durante la Guerra Fría, Bush
acogió la agenda de un “nuevo orden mundial” definido por la supremacía militar
estadounidense. Esperaba poner fin al “síndrome de Vietnam”, la profunda
oposición popular a las aventuras militares en el exterior después de la
debacle en el sureste asiático.
Los
estrategas imperialistas llamaron a aprovechar ese “momento unipolar” y algunos
incluso proclamaron “el fin de la historia”, imaginándose una larga sucesión de
Gobiernos estadounidenses que dominarían el mundo como emperadores de la
antigua Roma.
Sin
embargo, después de tres décadas de conflictos militares prácticamente
continuos —la operación Desert Storm (Tormenta del desierto) y las
intervenciones en los Balcanes, Panamá, Haití, la invasión de Afganistán en
2001, de Irak en 2003, el bombardeo de Libia en 2011 y las guerras patrocinadas
por EUA en Siria y Yemen— ¿cuál ha sido el resultado? Las bombas y misiles
estadounidenses han asolado gran parte del norte de África y Asia central,
dejando a millones de muertos, decenas de millones de desplazados y destruyendo
sociedades enteras.
Y, pese
al gasto de billones de dólares —ni hablar del costo humano tanto en el
exterior como dentro del país—, el imperialismo estadounidense se encuentra en
una posición más débil en Oriente Próximo que antes de la guerra del golfo
Pérsico. Mientras tanto, su principal blanco en la región, Irán, y sus
antagonistas globales, China y Rusia, se han vuelto más fuertes. El declive
económico relativo de Estados Unidos, particularmente en relación con China, es
un factor importante en la pérdida la hegemonía global estadounidense.
Un reciente análisis en National Interest lleva
el título, “No hay una victoria militar en Afganistán”. Su ensombrecida
conclusión es que “las fuerzas de seguridad nacionales de Afganistán (ANSF) y
la república islámica cleptocrática que defienden no sobrevivirían sin la
generosa asistencia de Occidente”, añadiendo que estas fuerzas, “de 314.000
según la cifra oficial, no pueden derrotar a las fuerzas talibanes que son
menos que una quinta parte de su tamaño” y además son “fiscalmente
insostenibles”, ya que absorben prácticamente todo el ingreso nacional de
Afganistán.
Un análisis
crítico publicado la semana pasada por uno de los principales centros de
pensamiento estadounidenses, el Center for Strategic and Internacional Studies
(CSIS), cargó contra la incapacidad de Gobiernos tanto republicanos como
demócratas para desarrollar una estrategia viable en la región del golfo
Pérsico, particularmente en relación con Irak e Irán, mientras que describe el
debate en marcha sobre el llamado de Trump a retirar las fuerzas
estadounidenses de Siria una pantomima insignificante. El verdadero problema,
argumenta Anthony Cordesman del CSIS, es que Irak está prácticamente en la
bancarrota, no le está sirviendo a los intereses estadounidenses en el mercado
petrolero mundial ni puede mantener una estabilidad interna.
Los esfuerzos de Trump de cambiar el enfoque de la
intervención estadounidense en Oriente Próximo a la región de Asia-Pacífico han
rendido frutos. La revista Foreign Policy critica las
continuas intervenciones navales estadounidenses contra China en el mar de
China Meridional, describiéndolas como casi un simple espectáculo que ha
provocado la ira de Beijing, pero no ha dado garantías a aliados potenciales
como Filipinas. “Por más que hable rudo sobre China y aumente su actividad en
el mar de China Meridional, la credibilidad del Gobierno de Trump en el sureste
asiático se está erosionando”, concluye el reporte.
A pesar
de que el declive en la posición global del imperialismo estadounidense haya
sido un proceso prolongado, el segundo factor clave que subyace la crisis
política en Washington es más reciente: el crecimiento de la lucha de clases y
del apoyo al socialismo en Estados Unidos.
El
aspecto más alarmante de la campaña presidencial del 2016 para la élite
gobernante estadounidense no fue la elección de Trump. Él es uno de ellos e, independientemente
de la histeria mediática, no cuestionan su lealtad de clase. Lo que aterrorizó
a ambas facciones de la élite gobernante, los demócratas y republicanos, fue la
revelación que existía un apoyo masivo al socialismo en capas amplias de la clase
obrera y la juventud, con más de 13 millones de votos yendo a Bernie Sanders.
Por supuesto, el senador de Vermont no es un socialista auténtico, sino un
liberal que utilizó frases socialistas para darse credenciales “izquierdistas”.
Sin embargo, la respuesta popular espantó a la burguesía estadounidense y a
todos sus representantes políticos, incluyendo al mismo Sanders.
Comenzando
en 2018, esto ha sido seguido por un resurgimiento de la lucha de clases,
incluyendo a decenas de miles de maestros que participaron en huelgas estatales
en West Virginia, Oklahoma y Arizona, organizadas por redes sociales y fuera de
los sindicatos, además de una ola de huelgas y luchas de trabajadores
automotores, empleados públicos y trabajadores en empresas de utilidades y telecomunicaciones.
Esto es parte de una radicalización cada vez más amplia de la clase obrera
internacionalmente: un despertar político con implicaciones revolucionarias.
El
fracaso de su estrategia geopolítica a largo plazo y el surgimiento de una
oposición de la clase obrera en casa han desorientado profundamente a la élite
gobernante estadounidense. En cara a los fracasos estadounidenses en el
exterior, recriminaciones amargas han dado lugar a cacerías de brujas en busca
de chivos expiatorios. La pregunta de “¿Quién perdió a China?” fue un aspecto
importante en las cacerías de brujas mccarthistas de los años cincuenta. El
nuevo mccarthismo del Partido Demócrata plantea la siguiente pregunta, “¿Quién
perdió a Siria?”.
El
estallido de significativas batallas de clase dentro de Estados Unidos le es
incluso más inquietante y aterrante a la burguesía que las regresiones en el
extranjero. Ahora es una cuestión de los intereses más vitales de la burguesía,
la defensa de su riqueza y propiedad en cara a un desafío desde abajo. Cada
bando de la élite gobernante utiliza la demagogia de que defienden al
trabajador, sea a través de la virulenta agitación antiinmigrante de Trump
junto a su guerra comercial o la tradicional pero completamente fraudulenta
postura demócrata de ser “amigos de los trabajadores”. Ambas facciones son
completamente hostiles a cualquier reafirmación auténtica de los intereses
independientes de la clase obrera.
Existe un
entendimiento cada vez más amplio de que ninguna facción de la burguesía puede
ofrecer una salida a la crisis en marcha y que debe venir de la intervención de
la clase trabajadora. Esta realización produjo un extraño momento de honestidad
el jueves por la noche en NBC News cuando el presentador de “Meet the Press”,
Chuck Todd, respondió a una pregunta sobre cómo se podía acabar el cierre del
Gobierno federal indicando que lo único que podría obligar a ambos bandos
opositores a dejar su riña sería una huelga total de inspectores de pasajeros
del TSA y de controladores del tráfico aéreo, lo que congelaría el sistema
completo de transporte aéreo.
El
surgimiento de la clase obrera es fundamental para cambiar la situación
política, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Hace un año, en
un artículo a principio del año 2018, el presidente del Consejo Editorial del
WSWS escribió: “Este nuevo año de 2018 —el bicentenario del nacimiento de Marx—
se caracterizará ante todo por una intensificación inmensa de las tensiones
sociales y una escalada de los conflictos de clase alrededor del mundo”. Esta
evaluación ya ha sido confirmada por los eventos del último año. Viendo hacia
adelante, la tarea central que enfrenta la clase obrera es la construcción de
una nueva dirección revolucionaria comprometida a luchar por una perspectiva
socialista.
El bicentenario del nacimiento de Marx, elsocialismo y el resurgimiento internacional de la lucha de clases
[4 enero 2018]
[4 enero 2018]