Por
Homar Garcés
Gracias, sobre todo, a la influencia de los diferentes
medios de información, incluidas las llamadas redes sociales, dentro y fuera de
Venezuela se tiende a percibir y a calificar la lucha por el poder entre el
chavismo gobernante y la oposición de derecha como una simple confrontación de
estirpe político-ideológica, obviando, como es de suponer, las características
y los antecedentes históricos que hicieron posible la actual situación. Algo
que, si profundizáramos sobre este tema, sabríamos que ella se remonta a los
albores de la república cuando, en medio de la liberación de España, se
desarrollaba -quizás con un mayor ahínco- una lucha social que igual asustaba,
por sus consecuencias igualitarias, a los seguidores del antiguo régimen como a
los mantuanos ahora convertidos en los nuevos gobernantes del ancho territorio
venezolano. Tal simplificación cumple un claro objetivo: la polarización de las
fuerzas políticas enfrentadas. De esta manera, no habría, en apariencia,
ninguna otra opción, salvo las existentes, lo que, de triunfar una sobre la
otra, significaría la extinción de toda expresión de disidencia y de pluralismo
democrático.
No obstante, en medio de todo
esto se observa que muchos opositores al régimen chavista no comparten las
estrategias y los métodos empleados por su alta dirigencia política, la cual ha
llegado al extremo de incitar a una violencia de corte racista y clasista que
la iguala a la del Klu Klux Klan y los supremacistas blancos estadounidenses;
pero que no condenan abierta y contundentemente, haciéndose así en cómplices
implícitos de lo que aquella diga, haga y decida. Lo que se extiende al apoyo
interesado de gobiernos y de sectores explícitamente derechistas, con Estados
Unidos presidiéndolos, lo que desembocaría eventualmente -de acuerdo a las
amenazas proferidas reiteradamente- en una invasión militar para echar del
poder a la cúpula chavista.
Otro tanto les ocurre a
quienes, sea por profundas diferencias de todo orden con la clase gobernante,
desafían a su modo la hegemonía ejercida hasta ahora por el chavismo. Entre
éstos se ubicarían militantes de organizaciones de la izquierda revolucionaria,
participantes de las dos insurrecciones producidas en 1992 y ciudadanos que
comparten los postulados de la democracia participativa y la igualdad social,
pero que no gustan de las referencias a Marx o de cualquiera de sus seguidores
teóricos por considerarlos ajenos a la idiosincrasia venezolana y por
responsabilizarlos (sin mucho argumento) de la nefasta experiencia sufrida por
algunos pueblos bajo gobiernos aparentemente comunistas. Entre los primeros, se
distinguen a los que secundaron en sus aspiraciones presidenciales a Hugo
Chávez como fórmula para allanar la vía de la construcción del socialismo en el
país y se desplazara a los sectores políticos, económicos y sociales que
surgieron al amparo del pacto de Punto Fijo. Algunos de éstos migraron de sus
partidos políticos de origen, quizás con la ingenua esperanza de contribuir a
darle un perfil realmente revolucionario y socialista a la nueva organización
creada y liderada por Chávez.
Igualmente, muchos chavistas,
aún adheridos al gobierno y al PSUV, pero sin ostentar cargo alguno en sus
distintas estructuras, mantienen cierta beligerancia con aquellos que se hallan
en las esferas del poder locales y regionales, especialmente notoria en época
electoral, a los cuales cuestionan su corrupción, ineficiencia, nepotismo y
demagogia, sin que ello tenga mayores repercusiones en lo que sería un cambio
de percepción entre los sectores populares que obligue al chavismo gobernante a
recapacitar y a producir la transformación política, económica, cultural y
social esperada. Dentro de esta gama, es difícil precisar una diferencia entre
unos y otros, utilizando éstos un mismo lenguaje y la misma simbología
encarnada en Hugo Chávez en su propósito común de ganar y conservar la simpatía
mayoritaria del pueblo.
Sin embargo, pese a su
aparente marginalidad, existen grupos sociales y políticos con una serie de
planteamientos sólidos y propios que podrían remontar la dicotomía
chavismo/antichavismo. Aunque ellos se ubican en contextos de lucha que, a
simple vista, son disímiles, sus objetivos primordiales son coincidentes.
Varios lo hacen desde un plano abiertamente electoral mientras otros prefieren
hacerlo desde la organización y el combate populares, de modo que se concrete
verdaderamente la soberanía del pueblo y éste provoque el cambio estructural
del Estado burgués liberal todavía vigente. Su desventaja principal consiste en
la falta de una articulación efectiva con el resto de organizaciones, a veces
ocasionada por la actitud personalista y sectaria de sus integrantes; en otras
porque no se comprende la necesidad estratégica de dicha articulación y se
contentan con el pequeño espacio que puedan ocupar.
Entretanto, gobierno y
oposición se aprovechan de estas circunstancias; haciéndoles ver a venezolanas
y venezolanos que, fuera de ellos, no existirían terceras opciones, portadoras
de propuestas válidas que trasciendan sus ofertas conocidas. Su mayor ventaja
estriba en que han acaparado a lo largo de casi veinte años todos los medios de
información disponibles, incrementada, además, por las cadenas noticiosas
internacionales, empeñadas en influir en la opinión pública (interna y
externa), en favor o en contra de la posición ideológica que cada una defiende.
Frente a este escenario, los grupos disidentes del chavismo y de la oposición derechista
tendrían que hacer acopio de esfuerzos, sintetizar sus objetivos en una misma
plataforma de lucha y proponerse -con la seriedad que esto amerita- la
conformación de un amplio frente de ciudadanos, capaces de asumir el reto que
supone una radical transformación democrática del país.