Por Daniel Tanuro
La literatura sobre los medios para salir de la
crisis climática está llena de escenarios tecnológicos más o menos elaborados
cuyos autores presumen de haber encontrado el medio de satisfacer las
necesidades de la humanidad prescindiendo completamente de los combustibles
fósiles. Estos escenarios pecan generalmente en tres aspectos.
En primer lugar, se trata a menudo de escenarios
nacionales que no integran las “emisiones grises” (las emisiones resultantes de
la producción en los países del Sur de bienes consumidos en los países
desarrollados y que deberían ser imputadas a éstos). Ahora bien, la amenaza
climática es global y necesita poner fin a las emisiones en el mundo entero,
teniendo en cuenta las responsabilidades diferenciadas de los países del Norte
y del Sur.
En segundo lugar, las y los autores no se
cuestionan en absoluto la finalidad de la producción, de los transportes y de
los servicios. Se contentan con demostrar que el futuro sistema 100% renovables
procurará la energía necesaria para las actividades existentes, como si todas
éstas fueran intangibles. Un ejemplo llamativo de esta sumisión al orden
existente es la actitud frente al ejército y a la industria de armamento. En
general, este sector es sencillamente ignorado, como si fuera evidente continuar
produciendo y utilizando armas cuando el mundo roza la catástrofe. El
ecologista estadounidense Amory Lovins va incluso más lejos: en su obra
“Reinventar el fuego”, el inventor del concepto de Negawat explica ampliamente
a los militares cómo las energías renovables podrían aumentar la operatividad
de las tropas…[1].
En tercer lugar, en lugar de explicarnos cómo pasar
del sistema fósil actual a un sistema 100% renovables, estos escenarios nos
explican que un sistema 100% renovables es posible. Es un grave error
metodológico, pues la transición consiste justamente en producir las
componentes del sistema que reemplazará al antiguo. Y es ahí donde está el
problema. Pues cambiar de sistema energético es una tarea gigantesca, que
necesita energía, y esta energía es hoy fósil en un 85%. En otros términos, si
todo lo demás sigue igual, la transición es fuente de emisiones suplementarias.
Éstas deben absolutamente ser compensadas, sin lo cual se hace estallar el
presupuesto de carbono (la cantidad de carbono que puede imitir una economía
ndt).
¿Cómo compensarlas? Se puede mejorar la eficiencia
energética, pero esto no basta. De una parte, las posibilidades no son
infinitas; de otra, en un sistema productivista, toda ganancia de eficiencia es
explotada para aumentar la producción (es lo que se llama “efecto rebote”). Hay
por tanto imperativamente que reducir el consumo global de energía, lo que
puede implicar suprimir actividades productivas y/o de transporte[2].
En otros términos, hay que poner en cuestión la vaca sagrada del capitalismo:
el crecimiento.
La vaca sagrada del crecimiento
No habiéndose hecho nada o casi nada desde la
Cumbre de la Tierra en Río en 1992, el presupuesto de carbono se ha ido
progresivamente reduciendo (de hecho, si se tienen en cuenta las retroacciones
positivas del sistema Tierra, ¡no está excluido que el presupuesto neto sea ya
negativo!). Es la razón por la que la supresión de ciertas producciones y
actividades se ha vuelto absolutamente indispensable. Esta conclusión plantea
evidentemente cuestiones mayores: ¿qué actividades hay que suprimir, en función
de qué criterios, y cómo evitar una explosión del paro, de la miseria, de las
desigualdades?
Los escenarios que hacen “como si” el paso a las
renovables estuviera hecho equivalen a evitar estas preguntas. Por ello la
transición está tratada en ellos como una cuestión principalmente técnica,
reservada a las y los expertos. Ahora bien, el problema es político y social, e
incluso de civilización. La significación profunda del calentamiento de la
Tierra es, en efecto, la siguiente: con su frenesí de crecimiento infinito en
un planeta finito, el capitalismo nos ha llevado al borde del precipicio. O
bien la humanidad derrota al capitalismo, o bien la acumulación capitalista
transformará el globo en un horno y hundirá a la humanidad en un cataclismo
inimaginable.
No es extraño que escenarios de transición escritos
por tecnócratas mainstream disimulen este aspecto político de
la transición. La investigación científica está cada vez más sometida a los
imperativos de la producción capitalista. Esto se expresa en las publicaciones
del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, por
sus siglas en inglés). El quinto informe de este órgano lo escribe negro sobre
blanco: “los modelos climáticos suponen mercados que funcionan plenamente y
comportamientos competitivos de mercado”. Ni hablar de tocar la vaca sagrada.
Ni hablar de imaginar una sociedad basada en el reparto más que en el
intercambio, en la cooperación más que en la competencia, en las necesidades
reales más que en las necesidades alienadas, en la puesta en común de los
recursos más que en la apropiación por la minoría y la desposesión de la
mayoría…[3]
La socialdemocracia y los partidos Verdes se
alinean con esta tendencia dominante. No es una sorpresa: esos partidos han
optado por la gestión del productivismo capitalista. Pero que una organización
de la izquierda radical silencie el hecho de que la tendencia al crecimiento
ilimitado entre en contradicción con la transición energética necesaria, y no
plantee ninguna cuestión sobre lo que es producido, es bastante llamativo.
Ahora bien, es lo que hace el PTB (Partido del Trabajo de Bélgica).
No basta con planificar
En un panfleto distribuido en la manifestación
“Claim the Climate”, el 2 de diciembre en Bruselas, y en un informe puesto en
línea en su web (“Red is the new green”), el PTB llama a las masas: “Descubrid
la gran revolución del hidrógeno”[4].
¿Teméis que la lucha contra el cambio climático sacuda vuestro modo de vida? El
PTB os tranquiliza. El hidrógeno va a resolverlo todo: los trenes marcharán con
hidrógeno, los autobuses rodarán con hidrógeno, la energía renovable
excedentaria será almacenada bajo la forma de hidrógeno, la electricidad
producida con hidrógeno será distribuida en un “smart grid”, el hidrógeno será
utilizado incluso para un “funcionamiento más ecológico de la industria
petroquímica”.
Decir que este “plan” es puramente tecnológico
sería exagerado. El PTB acusa al “caos de la competencia” por la ganancia y
reclama una “planificación ecológica”. OK, estamos de acuerdo -a condición de
precisar que la planificación debe ser democrática y descentralizada[5].
Pero el problema climático no se limita a la falta de planificación provocada
por el caos de la competencia. El nudo de la cuestión es que el éxito de la
transición necesita imperativamente romper con el crecimiento -planificado o
no- y que el capitalismo es incapaz de ello. “Red is the new green” no dice
nada sobre este tema.
He escrito “plan” entre comillas, más arriba,
porque la proposición del PTB solo es una idea general de plan. Un plan debería
estar cuantificado. Habría que probar que Bélgica puede reemplazar los
combustibles fósiles y el nuclear por hidrógeno respetando su parte del
presupuesto de carbono, tomando a su cargo las “emisiones grises” y… sin
reducir el consumo de energía. Esta demostración no está hecha y es
irrealizable.
Es cierto que el hidrógeno ofrece una solución
racional al almacenamiento de la energía producida por las fuentes renovables,
pero esto no es la solución milagrosa que permitiría salvar el clima sin tocar
la vaca sagrada del crecimiento. Los artículos que dicen lo contrario están
escritos por adeptos del “capitalismo verde”. En realidad, el “plan” del PTB no
va más allá de lo que se puede leer en la gran prensa sobre las promesas del
hidrógeno. “Red is the new green” da por otra parte una gran impresión de
improvisación. El PTB logra incluso una hazaña: presentar una proposición de
“revolución energética” planificada ¡omitiendo recordar que demanda la
socialización del sector de la energía… sin embargo indispensable para la
planificación!.
A pesar de su optimismo tecnológico, los
tecnócratas del capitalismo verde admiten que no basta con reemplazar el
petróleo, el carbón y el gas natural por renovables: además hay que aumentar la
eficiencia y la sobriedad energéticas. Tratan estas cuestiones como cuestiones
técnicas, vaciándolas de su contenido social y político. Pero las tratan. El
PTB no. Se puede encontrar en el “plan” una pequeña frase que indica que los
transportes públicos (gratuitos) deberían tener la prioridad sobre el coche
individual, y otra, aún más pequeña, diciendo que el TGV debería ser favorecido
para los desplazamientos a media distancia (una alusión implícita al avión). Es
todo. De una forma general, la eficiencia y la sobriedad están ausentes de la
“gran revolución del hidrógeno”. La experiencia histórica muestra sin embargo
que la planificación no basta para eliminar los despilfarros. Al contrario: una
planificación burocrática puede ser aún más derrochadora que el capitalismo…
No están claras las TEN
¿Porqué el combate contra el productivismo es tan
importante hoy? Porque, sin restricciones de la producción y de los
transportes, el presupuesto de carbono será muy probablemente superado a corto
plazo, lo que significa que el umbral de peligrosidad del calentamiento (1,5ºC)
lo será también. Los gobiernos capitalistas van a intentar tranquilizarnos
diciendo que “tecnologías de emisiones negativas” (TEN) permitirán enfriar la
Tierra en la segunda mitad del siglo, retirando CO2 de la atmósfera. La
historia del capitalismo está jalonada de este tipo de huidas tecnológicas
hacia adelante, pero la que se prepara con las TEN podría tener consecuencias
gravísimas. Estas tecnologías, en efecto, son hipotéticas y podrían ser
peligrosas. En el marco actual, implican una apropiación generalizada de los
ecosistemas por los mercados. Sobre todo, la situación es tan grave que una
“superación temporal” podría bastar para provocar catástrofes definitivas, como
una subida de varios metros del nivel de los océanos.
Lo que es molesto aquí es que el PTB no es claro …
sobre las TEN. Hace algún tiempo, tres de sus militantes habían escrito que
“Las nuevas tecnologías para captar el CO2 de los gases de combustión o para
retirarlo de la atmósfera están hoy suficientemente perfeccionadas como para
ser aplicadas”[6].
“Red is the new green” retoma la idea y la precisa: el texto propone captar el
CO2 liberado por “ciertas grandes instalaciones de combustión industriales”
para combinarlo con hidrógeno y producir así metano y metanol. “El metano puede
reemplazar al gas natural y el metanol puede servir como materia prima para la
petroquimica. Así creamos circuitos casi cerrados”. ¿”Circuitos casi
cerrados”?. No. En la medida en que el CO2 de los combustibles industriales
siga proviniendo de combustibles fósiles, la petroquimica y las instalaciones a
gas continuarán utilizando carbono fósil. La producción de metano y de metanol
será entonces una valorización del residuo CO2, no una supresión de éste.
La izquierda radical no puede permitirse jugar con
escenarios tecnológicos que soslayan la cuestión del crecimiento. Tampoco puede
-está ligado- aventurarse en las aguas turbulentas de la “superación temporal
con enfriamiento posterior por las TEN”. Debe, al contrario, decir la verdad
sobre la extrema gravedad de la situación, y responder a ella con
reivindicaciones anticapitalistas, por tanto antiproductivistas. Solo la verdad
es revolucionaria. La verdad es que no hay salida sin producir menos. La
respuesta anticapitalista consiste en compartir más. Compartir las riquezas, el
trabajo necesario, los recursos. Compartir el espacio, acoger a las y los
inmigrantes. Compartir los medios, expropiar el capital fósil y los bancos que
lo financian. Compartir las experiencias de lucha y de control para aprender a
reapropiarse la decisión política y la gestión de los territorios. Compartir
sobriamente los frutos de la tierra, salir del agrobusinesss para generalizar
una agroecología campesina, de proximidad (es así como hay que retirar el CO2
de la atmósfera, no fabricando metanol). Su gran revolución gaseosa arrastra al
PTB en otra dirección.
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur
[1] Amory Lovins, « Reinventing Fire ». Trad francesa : « Réinventer
le feu : Des solutions économiques novatrices pour une nouvelle ère énergétique
», distribuido por la asociación Negawatt.
[2] Los espejismos de la eficiencia y de la necesidad de reducir el
consumo energético están desarrollados en la nota que Grégoire Wallenborn y yo
mismo redactamos para la campaña TamTam: “La transition énergétique sera
politique et sociale ou ne sera pas”.
[3] El informe especial del IPCC sobre los 1,5ºC marca un progreso,
pero muy insuficiente, en la toma en cuenta de las ciencias sociales.
[5] No está totalmente excluido que el capitalismo de un giro
planificador-autoritario-tipo capitalismo de guerra- para intentar yugular la
amenaza climática. Hay por tanto que insistir en la necesidad de una
“planificación democrática”, decir que la descentralización energética abre oportunidades
formidables para el control de la producción renovable por las comunidades, en
la base.
[6] 9/11/2016, https://ptb.be/articles/cop22-ne-laissez-pas-le-debat-sur-le-climat-aux-diplomates-et-lobbyistes