Venezuela
Por Alejandro Kirk
Las
fichas del futuro de Venezuela se están jugando fuera de sus fronteras. El
intento de golpe de Estado en marcha sería imposible sin el reconocimiento
otorgado al “presidente” Juan Guaidó por parte del presidente estadounidense
Donald Trump, al que siguieron rápidamente Sebastián Piñera, el brasilero Jair
Bolsonaro, y el colombiano Iván Duque, sus más fieles aliados en la región.
Lo que sigue es tratar de
mantener un escenario de violencia para tratar de arrastrar a la Fuerza Armada
a una definición que ya habían probado en 2017, en palabras del diputado
opositor Juan Requesens: “o nos masacran, o no lo hacen, y se unen a nosotros”.
Mientras eso ocurría, en las
calles de Caracas se desarrollaba una escena conocida: la derecha masivamente
agrupada en el este de la ciudad (las zonas de clase media y alta), y los
chavistas en el centro y oeste.
Guaidó, tras autoproclamarse
presidente, se retiró rápidamente de la escena con rumbo desconocido. Los
periodistas acreditados allí no alcanzaron a hacerle pregunta alguna. Eso tiene
sentido: lo menos que pueden haber anticipado los autores de este plan, es que
al autoproclamarse presidente de un país, un ciudadano comete un delito grave y
lo más probable es que sea arrestado.
México, miembro del llamado
Grupo de Lima, descartó reconocer a un “presidente” que nadie eligió, porque
tal reconocimiento es una violación al derecho internacional y los tratados
vigentes.
La concentración chavista en
la histórica plaza O’Leary, en el centro de Caracas, al lado del complejo administrativo
de El Silencio, se desplazó hacia el palacio presidencial de Miraflores para
acompañar y defender a Nicolás Maduro. Allí, el mandatario -a quien las redes
sociales de la derecha hacían asilado en una embajada- rechazó el golpe y
denunció que los grandes medios hegemónicos -al igual que en las revueltas de
2017- sencillamente ignoraron la masiva concentración chavista.
Maduro recordó en su discurso
los golpes de Estado en América Latina, impulsados por Estados Unidos, entre
ellos “Chile, la hermosa Chile de la Unidad Popular y el Presidente mártir
Salvador Allende”. En particular recordó el golpe de Estado perpetrado en 2002
contra el presidente Hugo Chávez, abortado en menos de 48 horas por una inmensa
reacción popular espontánea en torno a Miraflores y a los principales cuarteles
del país.
“Aquí no se rinde nadie”,
exclamó Maduro en la tribuna. “El gobierno imperialista de Estados Unidos
dirige una operación para instalar a través de un golpe de Estado un gobierno
títere. Pretenden designar un presidente de Venezuela por vías
extraconstitucionales”.
Allí, entre ovaciones, Maduro
denunció la insólita orientación dada a la oposición por el vicepresidente de
Estados Unidos el 22 de enero, de tomar la Presidencia y anunció la ruptura de
relaciones diplomáticas con Washington. Dio 72 horas a los funcionarios de ese
país para abandonar el territorio venezolano. La pregunta ahora es si
obedecerán la orden, y que pasará si no lo hacen.
Gobernabilidad
También recordó Maduro un
dato clave: 19 de los 23 estados federales de Venezuela son gobernados por el
chavismo, elegidos en votación popular; entidades que podrían desconocer un
eventual gobierno de Guaidó u otro dirigente opositor. Algunos, como el
occidental estado petrolero del Zulia, han insinuado incluso que proclamarían
la independencia, de romperse el estado de derecho en el país.
El chavismo además conquistó
en diciembre 307 de los 335 municipios del país.
Hasta ahora, el intento no
pasa de una crisis, tal vez más grave que otras, en gran medida por el compromiso
férreo con el proceso bolivariano, demostrado por la Fuerza Armada Nacional
Bolivariana, encabezada por líderes militares como el general Vladimir Padrino
López y el vicealmirante Remigio Ceballos, discípulos de Chávez. De ahí que la
oposición, y Guaidó en particular, han suplicado en los últimos días a los
militares que se sumen al golpe. Sin la FANB, la única esperanza del golpe es
una invasión extranjera.
De superar la prueba, sin
embargo, mal haría el gobierno bolivariano en continuar el inmovilismo y la
ineficiencia que han caracterizado el desarrollo de la crisis económica del
país. Si algo reclaman los pobres en la calle no es por la “dictadura”, sino
por la falta de ella, por la incomprensible mano blanda frente a los que
especulan con los alimentos y las necesidades básicas del pueblo. La guerra
económica externa ha sido despiadada y brutal, como también lo ha sido el
sabotaje del empresariado nacional. Pero también la corrupción y la
ineficiencia han conspirado para deteriorar aún más la vida de los venezolanos
y venezolanas.
“Máxima organización,
movilización y disciplina”, demandó Maduro a sus seguidores, que sin duda
esperan, como lo han esperado desde la elección en 2017 de la Asamblea Nacional
Constituyente, medidas de emergencia para garantizar el acceso a alimentos y
medicinas. Una decisiva muestra de compromiso superior ante quienes más
resisten los embates de los poderosos enemigos de la revolución bolivariana.
El Grupo de Lima
Junto a Estados Unidos, el
Grupo de Lima ha sido el artífice de esta crisis, con pasos metódicamente
organizados desde que fracasó el intento de aplicar a Venezuela la Carta
Democrática de la Organización de Estados Americanos (OEA), y los sucesivos
fracasos electorales de la oposición en 2017 y 2018.
Los miembros del Grupo de
Lima difícilmente harían esto exclusivamente por prístinos ideales
democráticos. De ser así, se habrían movilizado en muchas otras crisis, como la
de Honduras o Argentina, que olímpicamente ignoran.
El Grupo está en realidad
compuesto por países que tienen algo que ganar con el derrumbe del proceso
revolucionario, y fue diseñado por expertos como el ex canciller chileno
Heraldo Muñoz y el Secretario General de la OEA, Luis Almagro, ambos vinculados
a gobiernos de centroizquierda (los de Michelle Bachelet y José Mujica), pero
aliados incondicionales de Estados Unidos.
Paraguay es un buen ejemplo:
fue el único de todo el grupo que rompió relaciones diplomáticas con Caracas a
raíz de la asunción de Maduro. Esto podría estar relacionado con una deuda
impaga de 340 millones de dólares, de un esquema ideado por el presidente Hugo
Chávez, según el cual la estatal venezolana PDVSA suministraría combustibles y
lubricantes a ser pagados en una canasta que incluía alimentos y dinero. Esto,
cuando gobernaba el presidente Fernando Lugo, derrocado por un golpe blanco en
2012.
Según fuentes diplomáticas,
el sucesor de Lugo, Horacio Cartés, pactó con Heraldo Muñoz y Luis Almagro su
incorporación al Grupo de Lima si el eventual derrocamiento de Maduro significaba
la eliminación de la deuda. “Los planes para la conformación del grupo se
aceleran cuando Venezuela decide demandar a Paraguay por un monto de 500
millones de dólares y un tribunal en Paris se declara competente para juzgar”,
agrega la fuente.
La recompensa de Guyana
sería la renuncia venezolana al territorio Esequibo, para favorecer así los
planes de inversión de Exxon, la misma empresa del barco interceptado por la
Armada bolivariana en aguas jurisdiccionales venezolanas, uno de cuyos ex ejecutivos,
David Granger, es hoy nada menos que Presidente.
Para Colombia, plataforma del
sabotaje a la economía venezolana, los premios serían generosos: entrada de la
estatal Ecopetrol a la explotación petrolera en Venezuela, acceso a las
riquezas petroleras del Golfo de Venezuela (en el extremo occidental del país),
apertura del Lago de Maracaibo como ruta para las exportaciones de carbón, que
hoy deben recorrer unos 700 kilómetros para llegar a puerto. Además, indican
las fuentes, “carteles colombianos de la droga aspiran a que un Gobierno títere
en Venezuela derogue la Ley de control del espacio aéreo dejando rutas libres a
aeronaves del narcotráfico.
El continuo derribamiento de
aeronaves por la FANB ha generado atascos financieros al gobierno y carteles al
no poder trasladar drogas a islas caribeñas”.Y agrega: “Chile, Guatemala, Costa
Rica, Honduras y Panamá aspiran a los generosos beneficios (petroleros) que
provee Venezuela a pequeños países en Centroamérica y el Caribe mediante
Petrocaribe.
La clave está en los
militares venezolanos, que la prensa y las redes sociales los presentan como un
grupo de gorilas corruptos e inútiles. Son los mismos que han ocupado los
primeros lugares en olimpiadas militares contra contrincantes peso pesado como
China, Rusia o Irán. Su escuela de Fuerzas Especiales en Maracay es una de las
más prestigiadas de América Latina (comandos chilenos han ido a entrenarse
allí). Cuentan con armas potentes y modernas, así como una clara orientación
doctrinaria antiimperialista. La nueva doctrina militar venezolana se basa
además en la defensa integral del territorio, con participación de las
organizaciones sociales.
Como le ocurrió a la
selección chilena juvenil de fútbol en Rancagua, subestimar una vez más a
Venezuela puede costar sumamente caro, y el “presidente Guaidó”, un personaje
de origen humilde y piel mulata (y por tanto desechable) podría ser el primero
el pagar el precio.